Es difícil explicar, a quienes no gustan del fútbol, por qué a algunos de nosotros nos gusta tanto. Sobre todo en medio del bombardeo mediático que nos satura con el Mundial y sus ripios permanentes de hazañas, gestas, naciones y banderas al viento.
Quienes amamos el fútbol lo hacemos no como consecuencia de esas imágenes recurrentes y tediosas, sino a pesar de ellas. Y lo amamos porque cuando éramos chicos, jugamos. Y cuando nos hicimos adultos hicimos todo lo posible por seguir jugando. Los que debieron abandonarlo lo extrañan. Los que seguimos jugando sabemos que tenemos un tesoro, un privilegio. El privilegio de poder jugar. Ni más ni menos. Jugar porque sí. Jugar y gracias. Jugar y punto.
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