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Primeras páginas de The Power, de Naomi Alderman - Zenda
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Primeras páginas de The Power, de Naomi Alderman

¿Alguna vez hemos pensado qué sucedería si las mujeres poseyeran una energía que las hiciera físicamente superiores a los hombres y la utilizaran para transformar y dominar el mundo? ¿Qué pasaría si los hombres temieran a las mujeres? Naomi Alderman nos ofrece la respuesta en una novela a medio camino entre la distopía y la...

¿Alguna vez hemos pensado qué sucedería si las mujeres poseyeran una energía que las hiciera físicamente superiores a los hombres y la utilizaran para transformar y dominar el mundo? ¿Qué pasaría si los hombres temieran a las mujeres?

Naomi Alderman nos ofrece la respuesta en una novela a medio camino entre la distopía y la literatura feminista, y que reúne todos los requisitos de los clásicos del género de ciencia ficción.

Y no solo eso, porque también nos plantea la desigualdad entre hombres y mujeres desde un nuevo punto de vista: la contraposición completa sobre quién y cómo ostenta el poder y qué hace cuando lo tiene.

The Power es una novela atrevida y sólida, con un planteamiento filosófico que nos invita a reflexionar acerca de la revolución, la confianza, los líderes —políticos y espirituales—, el poder, la unión, la camaradería, la sumisión, el dominio… desde la óptica del «y si…».

A continuación, puedes leer las primeras páginas de The Power, de Naomi Alderman.

 

La energía siempre adquiere la misma forma: la de un árbol. De la raíz a la copa, el tronco central se va ramificando una y otra vez, alargando esos dedos cada vez más finos en busca de algo. La forma de la energía es el contorno de un ser vivo que se esfuerza por salir al exterior y envía sus zarcillos un poco más allá, y un poco más.

Es la forma de los ríos que se dirigen al océano: los hilillos se convierten en arroyos, los arroyos en riachuelos, los riachuelos en torrentes, la gran energía se reúne y sale a borbotones, cada vez más potente hasta entregarse al gran poder marino.

Es la forma que adopta el relámpago cuando impacta desde el cielo en la tierra. El desgarro en zigzag en el cielo se convierte en un patrón en la carne o en la tierra. Esos mismos dibujos característicos se perfilan en un bloque de acrílico cuando recibe el impacto de la electricidad. Enviamos corrientes eléctricas por recorridos ordenados de circuitos e interruptores, pero la forma que desea adoptar la electricidad es la de un ser vivo, un helecho, una rama desnuda. El punto de descarga en el centro, la energía buscando el exterior.

Esa misma fuerza se forma en nuestro interior, en nuestros árboles internos hechos de nervios y vasos sanguíneos. El tronco central, los senderos que se dividen y se vuelven a dividir. Las señales que viajan desde las puntas de los dedos pasando por la espina dorsal hasta llegar al cerebro. Somos eléctricos.

La energía viaja por nuestro interior igual que en la naturaleza. Hijos míos, aquí no ha pasado nada que no sea conforme a la ley natural. La energía viaja de la misma manera entre las personas: así debe ser. La gente funda aldeas, las aldeas se convierten en pueblos, los pueblos ceden ante las ciudades y las ciudades ante los estados. Las órdenes viajan desde el centro hasta las puntas. Las consecuencias van de las puntas hacia el centro. La comunicación es constante. Los océanos no pueden sobrevivir sin hilillos de agua, ni los férreos troncos de árbol sin brotes, ni el cerebro consagrado sin las terminaciones nerviosas. Como arriba es abajo. Igual en la periferia que en el mismo centro.

Resulta que hay dos maneras de cambiar la naturaleza y el uso de la energía humana. Una es que salga una orden de palacio, una instrucción para que la gente diga: «Es así». Pero la otra, la más segura, la más inevitable, es que esos miles y miles de puntos de luz envíen cada uno un mensaje nuevo. Cuando el pueblo cambia, el palacio no puede aguantar.

Está escrito: «Ella sostuvo el relámpago en la mano. Le ordenó descargar».

Del Libro de Eva, 13-17

 

Faltan diez años

Roxy

La encierran en el armario mientras lo hacen. Lo que no saben es que Roxy ya ha estado encerrada antes ahí. Cuando se porta mal, su madre la mete unos minutos, hasta que se calma. Poco a poco, a base de horas de estar allí dentro, ha conseguido soltar la cerradura rascando los tornillos con una uña o un clip. Habría podido quitarla cuando quisiera, pero no lo hizo porque entonces su madre habría puesto un pestillo por fuera. Le bastaba con saber, allí sentada a oscuras, que si realmente quisiera podría salir. El conocimiento es tan bueno como la libertad.

Por eso creen que la tienen ahí encerrada, sana y salva. Pero ella sale, y así es como acaba viéndolo.

Los hombres llegan a las nueve y media de la noche. Se suponía que Roxy tenía que haber ido a casa de sus primos esa noche; hacía semanas que habían quedado así, pero había incordiado a su madre por no haberle comprado las medias que quería en Primark, así que su madre dijo: «No irás, te quedarás aquí». Como si a Roxy le importara ir a casa de sus puñeteros primos.

Cuando los tipos dan una patada a la puerta y la ven ahí, enfurruñada en el sofá junto a su madre, uno dice:

—Joder, está la niña.

Son dos hombres, uno más alto con cara de rata, el otro más bajo y con las mandíbulas cuadradas. No los conoce.

El bajo agarra a su madre por la garganta, el alto persigue a Roxy por la cocina.Ya casi ha llegado a la puerta trasera cuando la agarra por el muslo. Ella cae hacia delante y el hombre la coge por la cintura. Roxy no para de patalear y dar gritos, «¡Suéltame, joder!», y cuando le tapa la boca con la mano ella la muerde con tanta fuerza que siente el sabor de la sangre. Él está sudando, pero no la suelta. La arrastra por el salón. El tipo más bajo ha empujado a su madre contra la chimenea. En ese momento Roxy lo nota, siente que empieza a brotar en su interior, pero no sabe qué es. Solo es una sensación en la punta de los dedos, un cosquilleo en los pulgares.

Se pone a gritar. Su madre no para de decir:

—No le hagáis daño a mi Roxy, no le hagáis daño, joder, no sabéis dónde os habéis metido, esto se os volverá en contra como el fuego, vais a desear no haber nacido. Su padre es Bernie Monke, por Dios.

El bajo se echa a reír.

—Resulta que estamos aquí para darle un mensaje a su padre. El tipo alto mete a Roxy a empujones en el armario de debajo de la escalera, tan rápido que ella no sabe qué está pasando hasta que se impone la oscuridad alrededor y el dulce olor polvoriento de la aspiradora. Su madre grita.

Roxy está sin aliento. Tiene miedo, pero necesita llegar hasta su madre. Gira uno de los tornillos de la cerradura con la uña. Uno, dos, tres giros y está fuera. Salta una chispa entre el metal del tornillo y su mano. Electricidad estática. Se siente extraña; concentrada, como si pudiera ver con los ojos cerrados. Tornillo inferior, uno, dos, tres giros. Su madre dice:

—Por favor, por favor, no. Por favor. ¿Qué es esto? Solo es una niña. Solo es una niña, por Dios.

Uno de los hombres se ríe por lo bajo.

—No me ha parecido una niña.

La madre suelta un chillido. Suena como el metal en un motor malo.

Roxy intenta deducir dónde están situados los hombres en la sala. Uno está con su madre. El otro… oye un ruido a su izquierda. Su plan es salir con sigilo, golpear al alto por detrás a la altura de las rodillas, pisarle la cabeza, y así serán dos contra uno. Si llevan armas, no las han enseñado. No es la primera vez que Roxy se pelea. La gente dice cosas sobre ella. Y sobre su madre. Y su padre.

Uno. Dos. Tres. Su madre vuelve a gritar, Roxy saca la cerradura de la puerta y la abre de un golpe con todas sus fuerzas.

Tiene suerte, le ha dado al alto por detrás con la puerta. El hombre da un traspié, pierde el equilibrio, ella lo agarra por el pie derecho y él se desploma sobre la alfombra. Se oye un crujido, le sangra la nariz.

El tipo más bajo presiona una navaja contra la garganta de su madre. La hoja le hace un guiño, plateada y sonriente.

La mujer abre los ojos de par en par.

—Corre, Roxy —dice en un susurro, pero Roxy lo percibe como si estuviera dentro de su cabeza: «Corre. Corre».

Roxy no sale corriendo de las peleas del colegio. Si haces eso, nunca pararán de decir: «Tu madre es una zorra y tu padre un delincuente.Ten cuidado, Roxy te robará el libro».Tienes que patearlos hasta que suplican. No sales corriendo.

Algo está pasando. La sangre le palpita en las orejas. Siente un cosquilleo que se expande por la espalda, los hombros, la clavícula. Le dice: puedes hacerlo. Le dice: eres fuerte.

Salta por encima del hombre tumbado, que gruñe y se manosea la cara. Roxy va a agarrar a su madre de la mano y salir de ahí. Solo necesitan estar en la calle. Eso no puede pasar ahí fuera, a plena luz del día. Encontrarán a su padre, él lo solucionará. Son solo unos pasos, pueden hacerlo.

El tipo bajo le da un fuerte golpe a su madre en el estómago. Ella se dobla de dolor y cae sobre las rodillas. El hombre agita la navaja hacia Roxy.

El tipo alto gime.

—Tony, recuerda, la niña no. El tipo bajo le da una patada al otro en la cara. Una, dos. Tres.

—No digas mi puto nombre.

El tipo alto se queda callado. Su cara borbotea sangre. Roxy sabe que ahora está en apuros. Su madre grita: «¡Corre! ¡Corre!». Roxy siente como si tuviera alfileres y agujas clavadas en los brazos. Como pinchazos de agujas de luz que van desde la columna hasta la clavícula, desde la garganta hasta los codos, muñecas y las yemas de los dedos. Brilla por dentro.

El hombre estira una mano hacia ella, en la otra sujeta la navaja. Roxy se dispone a darle una patada o un puñetazo, pero el instinto le dice otra cosa. Le agarra la muñeca. Retuerce algo en lo más profundo de su pecho, como si siempre hubiera sabido cómo hacerlo. Él intenta zafarse, pero es demasiado tarde.

Ella sostuvo el relámpago en la mano. Le ordenó descargar.

Se ve un chisporroteo y un sonido parecido al crujir del papel. Percibe un olor entre tormenta y pelo quemado. El sabor que nota debajo de la lengua es de naranjas amargas.Ahora el hombre bajo está en el suelo, sollozando como si tarareara sin palabras. No para de apretar y abrir la mano. Tiene una larga marca roja que le sube por el brazo desde la muñeca. La ve incluso debajo del vello the power rubio: es de color escarlata, el dibujo de un helecho, con sus hojas y zarcillos, yemas y ramas. Su madre está boquiabierta, la mira fijamente, aún le caen las lágrimas.

Roxy tira del brazo de su madre, que está anonadada y lenta, y con la boca aún dice: «Corre, corre». Roxy no sabe qué ha hecho, pero sí que cuando luchas contra alguien más fuerte y está derrotado, te vas. Pero su madre no se mueve lo bastante rápido. Antes de que Roxy pueda levantarla, el tipo bajo empieza a decir: «Ah, no, tú no te vas».

Está alerta, se está poniendo en pie, avanza a duras penas entre ellas y la puerta. Tiene una mano muerta a un lado, pero la otra sujeta la navaja. Roxy recuerda qué ha sentido al hacer lo que fuera que ha hecho. Coloca a su madre tras ella.

—¿Qué tienes ahí, niña? —dice el hombre.Tony. Le recordará el nombre a su padre—. ¿Una batería?

—Apártate —dice Roxy—. ¿Quieres volver a probarlo?

Tony retrocede unos cuantos pasos. Le mira los brazos. Observa para ver si tiene algo en la espalda.

—Lo has tirado, ¿verdad, niña?

Roxy recuerda lo que sintió. El giro, la explosión hacia fuera.

Avanza un paso hacia Tony.

Él se mantiene firme. Ella da otro paso. Él se mira la mano inerte. Aún le tiemblan los dedos. Niega con la cabeza.

—No tienes nada.

Avanza hacia ella con la navaja. Ella estira el brazo y le toca el dorso de la mano buena. Hace el mismo giro.

No pasa nada.

Él rompe a reír. Se coloca la navaja en los dientes. Le agarra las dos muñecas con una mano.

Roxy lo vuelve a intentar. Nada. El hombre la obliga a arrodillarse.

Entonces siente un golpe en la nuca y pierde el conocimiento.

 

Cuando despierta, el mundo está en perpendicular. Ve la chimenea, como siempre. La moldura de madera alrededor de la chimenea. La tiene contra el ojo, le duele la cabeza y tiene la boca aplastada contra la alfombra. Nota el sabor de la sangre en los dientes. Algo gotea. Cierra los ojos. Los vuelve a abrir y sabe que han pasado más de unos minutos. Fuera, la calle está en silencio. La casa está fría. Y torcida. Se siente fuera de su cuerpo. Tiene las piernas apoyadas en una silla, la cabeza cuelga hacia abajo, presionada contra la alfombra y la chimenea. Intenta incorporarse, pero es demasiado esfuerzo, así que se retuerce y deja caer las piernas al suelo. Le duele, pero por lo menos está toda en el mismo nivel.

Los recuerdos regresan en destellos rápidos. El dolor, luego el origen del dolor, luego lo que hizo. Luego su madre. Se incorpora despacio, y al hacerlo se nota las manos pegajosas. Y algo que gotea. La alfombra está empapada, hay una mancha roja formando un ancho círculo alrededor de la chimenea.Ahí está su madre,con la cabeza apoyada en el reposabrazos del sofá. Tiene un papel sobre el pecho, con un dibujo a rotulador de una prímula.

Roxy tiene catorce años. Es una de las más jóvenes, y una de las primeras.

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Autor: Naomi Alderman. Título: The Power. Editorial: Roca. Venta: Amazon y Fnac

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