Un mundo ―futuro― de mujeres decididas donde la monogamia es un lujo que practican los miembros de un selecto club, donde en los burdeles de carretera no hay hermosas y recauchutadas jóvenes sino negros musculosos y más que bien dotados, donde los lisiados recorren distancias enormes para visitar a una masturbadora piadosa y cada personaje es una original y sorprendente creación sin que, paradójicamente, nos resulten ajenos o absurdos. No me he vuelto loca ni me he tomado unos chupitos para buscar inspiración. Además, sería plagio ―tan de moda en estos días― porque lo anterior no es más que el listado simplista de una novela de ciencia ficción que cuestiona ―como suele pasar en este género poco comprendido― desde el sistema actual de convivencia, hasta la corrupción, pasando por el machismo y otros temas de calado, en un tono corrosivo, irreverente ―muy irreverente― y lúcido.
Cuando leí en su día Ya no somos niñas (Vicente Marco, 2012) me pareció una pequeña obra maestra. Marco es escritor de pocas palabras, a cada frase le pasa el filtro de «menos es más», cada escena es un impacto, un crochet a nuestra zona de confort. No hay paja ―en singular; en plural, muchas―, y domina la elipsis y la construcción gramatical con maestría. En esta novela y en todas. Cuando pasé la última página me dejó ese regusto a genialidad que pocas novelas dejan, incompatible con el ostracismo o la invisibilidad. Intuyes que algo tan antisistema ―pero de verdad, no de diseño― nunca será superventas; no es una novela fácil, no hace concesiones al lector pacato ni a las modas, pero no dudas de que la repercusión está asegurada aunque sea por la vía del escándalo.
La novela quedó segunda en el Premio Logroño de novela ―Marco tiene uno de los palmarés de premios literarios limpios más extenso del país―; fue retirada por irreverente y faltona en alguna librería, y su autor gana prestigio ―no fama― con el tiempo. Parece la combinación perfecta para ser una novela conocida, de esas de culto pero sonada y, sin embargo, podemos sumarla a tanta tinta invisible como hay. Sus novelas posteriores han tenido un éxito desigual, tal vez Ópera Magna sea la excepción aunque el arranque ha sido lento, pero recientemente en la Semana Negra de Gijón ha tenido la relevancia que merece. Es la más convencional, si es que puede calificarse de convencional cualquiera de las tortuosas líneas de Marco, al menos de las que le he leído. Pero tampoco con esta novela ―Premio Jaén de novela― su luminosa cabellera ha salido de la oscuridad. Todavía.
¿Por qué me ha venido a la cabeza todo esto? Por una conversación entretenida y educada mantenida en Twitter ―se agradece encontrarse en esta casa de locos con gente que argumenta y no agrede― a partir de mi artículo anterior en esta misma prisión de Zenda ―Ese oscuro objeto de deseo―. La conversación giró alrededor de lo que mi interlocutor y los hombres que él conoce leen. Y, más en concreto, sobre lo que no leen. Afirmó que nunca leería a Austen o Brontë, me enumeró sus novelas y autores favoritos, y repudió la novela de alguno de sus escritores fetiche porque le sonaba a romance ―intenté aclararle que se equivocaba pero no hubo forma―. La conclusión que saqué es la que ya tenía después de un pequeño estudio estadístico que hice hace un tiempo en mi blog, según el cual las mujeres leemos indistintamente autores o autoras, y los hombres lo hacen en una proporción de 85/15 a favor del género masculino. Y, además, como confesaba este amigo tuitero, quedaban excluidas también de sus posibles lecturas aquellas cuyo título, portada o sinopsis pudieran sugerir aunque fuera mínimamente temáticas bajas en testosterona, aunque las hubiera escrito un Premio Nobel. Y esto último me trajo a la mente la novela por la que he empezado.
Imagino que un título como Ya no somos niñas evoca más a Mujercitas que a Quentin Tarantino ―aunque está mucho más cerca de sus películas o de los libros de Bukowski que de la novela de Louisa May Alcott― y eso ha mantenido al margen a esos lectores ávidos de sangre y pólvora ―algo que abunda en esta novela―, hasta el punto de no pararse a leer ni la sinopsis. Entre esto y las prohibiciones, este desparrame de imaginación inclasificable ―porno pulp CiFi lo definí yo en su día― se ha convertido en un objeto de culto casi secreto, invisible, que tal vez algún día deje de serlo.
Sinopsis de Ya no somos niñas: «Ya no somos niñas es mucho más que una distopía con reminiscencias de La naranja mecánica o 1984. Bajo una trama adictiva, existe un juego de equívocos que es en realidad fuente inspiradora del movimiento revolucionario, el hilo conductor que permite, ya desde el inicio, ir desentrañando cada una de las intrigas que desarrolla el texto, cuando el lector descubre que el verdadero propósito de la Leidy no es formar un grupo de mujeres dispuestas para la lucha, sino huir para salvar la vida de su hijo, El niño de Alburquerque, perseguido por el hombre que quiere dominar todos los estamentos de la sociedad, el despiadado O. Brayan.» (autorespremiados.com)
Autor: Vicente Marco Aguilar. Título: Ya no somos niñas. Editorial: Autores premiados. Edición: papel
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