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Por una novela archipiélago - Zenda
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Por una novela archipiélago

Está la historia del gabinete de maravillas del Duque de Brunswick, con sus avestruces disecadas, sus relojes extraños y sus autómatas, entre los cuales se hallaría uno de los 111 autómatas que Felipe II le habría encargado a Melvicio de Praga, con el objetivo de defender el Estrecho de Magallanes de los ataques de los...

Hay novelas río, y hay novelas archipiélago. Y así como un archipiélago es un conjunto de islas unidas por aquello que las separa, una novela archipiélago es un conjunto de historias ligadas por una historia marco que las conecta, sin abolir por ello su autonomía. La primera novela archipiélago de la que tengo noticia es la Odisea, de Homero. La última, El gran viaje, de Adolfo García Ortega. En su kilómetro y medio de palabras (344 páginas por 30 líneas de 13 centímetros cada una), un narrador innominado que se halla de paso en la isla de Madeira, conoce a un extraño personaje llamado Oliver Griffin, quien le explicará una serie de historias hipnóticas que giran en torno a una isla ubicada en el Estrecho de Magallanes. La narración obedece al principio del I progress as I digress, de Laurence Sterne. Si bien a diferencia de otros autores, que suelen degradar la digresión en divagación, Adolfo García Ortega nos regala en cada bifurcación una historia, aún más apasionante que la anterior. Algunas de las cuales quiero resumir, porque no suelo resistirme, como diría Borges, al encanto de las listas heteróclitas.

Está la historia del gabinete de maravillas del Duque de Brunswick, con sus avestruces disecadas, sus relojes extraños y sus autómatas, entre los cuales se hallaría uno de los 111 autómatas que Felipe II le habría encargado a Melvicio de Praga, con el objetivo de defender el Estrecho de Magallanes de los ataques de los corsarios. Sólo dos de esos autómatas serían construidos. Y sólo uno colocado en el lugar que le había sido destinado.

"Está la historia de las dificultades a las que tuvo que enfrentarse el director James Whale para filmar la invisibilidad durante el rodaje de El hombre invisible, de H. G. Wells"

Está la historia de Graciela Pavić, quien después de que su marido y sus dos hijos se ahogaran en 1918, en el mar de Magallanes, se obsesionará con un extraño muñeco de metal, sospechosamente parecido al autómata de Melvicio de Praga, que hallará en el mar, y al que amará, unas veces, como a Pigmalión, y otras, como a Pinocho.

Está la historia de Pedro Sarmiento de Gamboa, un marinero español que, tras pasar a Indias, habría defendido el puerto limeño del Callao de los saqueos del corsario Francis Drake; habría vencido la resistencia de Tupac Amaru I; y habría sido el encargado de colocar en una de las islas del Estrecho de Magallanes el único de los 111 autómatas que finalmente habría llegado a su destino. Tras lo cual será capturado por Walter Raleigh, con el que trabará una estrecha amistad.

Está la historia de las dificultades a las que tuvo que enfrentarse el director James Whale para filmar la invisibilidad durante el rodaje de El hombre invisible, de H. G. Wells, así como la de su crisis de despersonalización y autoscopia, que lo llevarían a verse a sí mismo como un ser extraño y absurdo.

Y está la historia del padre Jovin, un cura francés obsesionado con destruir el autómata de Melvicio de Praga, por considerar que se trata del Golem, al que concibe como la encarnación del mal. Y la de Magallanes, que fue el primero en desentrañar el laberinto de islas que componen el estrecho que lleva su nombre. Y la de su fiel amigo Pigafetta, con el que habría podido mantener una relación homoerótica, semejante a la de aquellos otros marineros que fueron ejecutados por haber sido sorprendidos en pleno pecado nefando. Y la de las relaciones del propio Oliver Griffin con la bailarina Li Pao, un hombre travestido que trabaja de bailarina en un club nocturno. Y la de sus viajes en un barco mercante, junto a un croata que fue francotirador durante la guerra de los Balcanes, y un capitán ejemplar que acabará suicidándose.

"Como el Estrecho de Magallanes, que es un laberinto de islas, El gran viaje es un laberinto de relatos protagonizados por hombres que son islas"

Todas estas historias se verán acompañadas por numerosos excursos, que constituyen sugerentes microensayos sobre todo tipo de temas: sobre islarios medievales, que ubicaban las Islas Felices, en las que vivirían las gorgonas, en Azores, Madeira, Canarias o Cabo Verde; sobre películas de submarinos; sobre el humor negro de Jacques Vaché; sobre los caiquenes, que son unos pájaros monógamos que se suicidan cuando muere su pareja; sobre la expedición de Bougainville, que también interesó a Diderot; sobre cómo los indígenas creían, según Pigafetta, que las chalupas eran las hijas de los barcos, a cuyo costado se acercaban para mamar; sobre Arcimboldo; sobre la teosofía; sobre los tatuajes en R. L. Stevenson; sobre el destino y sus bifurcaciones; sobre el Golem; o sobre los restos de barcos militares destrozados durante la guerra de las Malvinas.

Como el Estrecho de Magallanes, que es un laberinto de islas, El gran viaje es un laberinto de relatos protagonizados por hombres que son islas. Pero entre todas esas historias se establecen un cúmulo de resonancias que dotan de una gran densidad simbólica a la novela. Así, frente a lo que me atrevo a llamar narrativa melódica, en la que la trama se organiza a partir de relaciones de causa y efecto, que constituyen una secuencia fácil de silbar, o resumir, la narrativa armónica, que practica Adolfo García Ortega, atenúa ese tipo de nexos explicativos, para formar diversos géneros de consonancias y disonancias, que no se pueden resumir, o silbar, sino sólo intuir y gozar. En el caso de El gran viaje, no nos hallamos ni ante una aria italiana, ni ante una cantata, sino ante una fuga, en la que la repetición de breves secuencias melódicas (relatos) crean, al superponerse, acordes (simbolismos), que no podemos reducir a una sola interpretación alegórica, puesto que señalan, como los bebés, con la mano abierta. Como dijo Borges, “el hecho estético es, quizá, la inminencia de una revelación que no se produce”. Si no es que se trata, como añadiría Octavio Paz, de “la revelación de una revelación”.

"El gran viaje le disputa al mercado, a la ideología y al tiempo la experiencia de la aventura, con el objetivo de declinarla de una forma más interesante: como vía de autoconocimiento, como apertura al mundo, como práctica de la amistad y como lucha por la libertad"

Como otro Sherezade, Oliver Griffin logra mantener el interés del narrador, que lo escucha, y de los lectores, que lo leen. Al fin y al cabo, todas esas historias son aventuras. Aventuras como las que defendió Borges, en su “Prólogo” a La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, frente a aquellos, como Ortega y Gasset, que consideraban que la literatura de aventuras había de morir. Aventuras como las que buscamos de niños y de adolescentes, y que, ya adultos, no nos resignamos a olvidar. Como pensó Georg Simmel, las aventuras son islas de sentido que se oponen al continente de la cotidianidad. Islas autónomas, con un estilo cognoscitivo particular (nos conocemos mejor en la aventura, ya que, como estudió Karl Jaspers, las situaciones límites nos revelan o, aún mejor, nos producen), con un estilo ontológico específico (puesto que durante la aventura nos sentimos vivir más intensamente, y nuestro contacto con la realidad es más estrecho) y con un estilo ético particular (porque la aventura autoriza algunas acciones prohibidas en circunstancias normales). Por eso las aventuras nos llaman, y también por eso resultan una amenaza para la normalidad, y suelen ser disciplinadas, reducidas, domesticadas y colonizadas, como ha sucedido con la literatura y el cine comerciales. Así que otra de las virtudes de El gran viaje es que le disputa al mercado, a la ideología y al tiempo la experiencia de la aventura, con el objetivo de declinarla de una forma más interesante: como vía de autoconocimiento, como apertura al mundo, como práctica de la amistad y como lucha por la libertad.

Puede que el hecho de que la cultura griega se hallase esparcida en una multitud de islas, cada una de las cuales poseía sus propias leyes, tradiciones y costumbres, favoreciese el perspectivismo necesario para que surgiese la filosofía. Sin duda favoreció el gusto de la variedad y el hábito de la aventura. Eso mismo es lo que hallará el lector en esta novela archipiélago que es El gran viaje, de Adolfo García Ortega.

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Autor: Adolfo García Ortega. TítuloEl gran viajeEditorial: Galaxia Gutenberg. VentaTodos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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Bernat Castany Prado

Bernat Castany Prado es licenciado con premio extraordinario en Filosofía y en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona. Se doctoró en Filología Hispánica con la tesis "El escepticismo en la obra de Jorge Luis Borges" (Universidad de Barcelona) y en Estudios Culturales con la tesis "Literatura posnacional en Hispanoamérica" (Georgetown University). Ha publicado los libros Literatura posnacional (Editum, 2007) y Que nada se sabe. El escepticismo en la obra de Jorge Luis Borges (América Sin Nombre, 2012). Es coautor de una Antología crítica de la poesía modernista hispanoamericana (Alianza, 2009) y de la edición de la Historia de los indios de la Nueva España de Motolinía (RAE, 2014). Actualmente es profesor de Literatura Hispanoamericana y Estudios Literarios en la Universidad de Barcelona.

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