Así quiero recordarlo: ¡lleno de humor e inteligencia! (Daniel Mordzinski)
¿Por qué tú?, exclamó Françoise Hardy en la radio del coche mientras volvíamos el domingo a Madrid, a tu despedida.
Ahora que escribo estas líneas para recordar los años que vivimos —tú algo más peligrosamente que yo—, quiero decirte que ya eres inmortal. Lo eres, sí, y además en toda la plenitud con la que te has ido, es decir, con tu figura esbelta y tu sorna, con tu imaginación desbordada al hablar de cine, cuando pedías que te leyera en manuscrito o cuando hablabas de tu infancia en Bilbao, que compartimos. Cuando hablabas de un nuevo proyecto. Pero también hablamos de la vejez, no tanto de la muerte. Alguna vez recordamos esta frase de Philip Roth: “La vejez es una masacre”, aunque tú ya no te verás así porque te has quedado para siempre como eras ayer, joven, como tu literatura. Por eso me equivoqué al decir que veníamos a tu despedida. Me equivoqué: no vamos a despedirnos nunca, porque nos quedan tus libros, y tú en ellos, ardiendo en nuestros corazones, como siempre: vivo y generoso, elegante, amable, sonriente. Ha sido un honor compartir contigo tanta alegría.
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