“¿Por qué he tardado tanto en venir a La Haya?”, le pregunta Liseby Elysé a su abogado, Philippe Sands, a la salida de la Corte Internacional una mañana del verano de 2018, cuarenta y cinco años después de haber sufrido, junto con todos los habitantes del archipiélago de Chagos, el destierro de su hogar, obligados por el gobierno de Reino Unido —de quien eran posesión colonial—, interesado entonces, en plena Guerra Fría, en instalar en una de las islas una base norteamericana. Una pregunta que el lector también se hace cuando, según avanza en la lectura, descubre el inequívoco atropello al que fueron sometidas aquellas personas en un proceso de descolonización ilegal (la ONU ya había aprobado la resolución 1514) y cruel, sostenido con todos los prejuicios de los países colonizadores y su actitud paternalista hacia las antiguas colonias y sus habitantes.
En este caso estamos frente a un avasallamiento desgarrador en ese empeño de Reino Unido por aferrarse de manera irracional a su última colonia. Sands desvela de manera implacable la fina red burocrática y jurídica (interesantísimas las páginas dedicadas a la importancia de la composición de la Corte, las presiones de los diferentes países para mantener su presencia y cómo el Brexit supuso, entre otras cosas, la pérdida de apoyo internacional para Reino Unido) urdida alrededor de protagonistas reales, con la cabeza bien visible de Liseby Elysé emergiendo con fuerza, que nos permiten empatizar con la impotencia y el sufrimiento de los que padecen individualmente el paso firme, impasible e invariable de la burocracia y las políticas desarrolladas por ella al servicio de réditos políticos ocultos o disfrazados de interés general. El relato de Liseby, “una magnífica narradora de historias (…) que brindan una memoria colectiva de personas y lugares” (p. 45), nos involucra y conmueve. Su voz y sus lágrimas se hacen nuestras y somos nosotros los que, junto a Sands, sujetamos su mano en la Corte.
El desasosiego por el atropello sufrido por la población del archipiélago de Chagos, escindido de Mauricio en un proceso de descolonización incompleto al que Reino Unido los sometió en 1965 —asegurándose así la impunidad para las actuaciones posteriores en los años 70 de deportación de los habitantes del archipiélago—, envuelve al lector. Sands marca el ritmo con seguridad y nos va descubriendo el largo camino que culmina en esa pregunta de Liseby a la salida del Tribunal Internacional de La Haya en 2018. En efecto, también nosotros nos preguntamos por qué las injusticias evidentes tardan tanto en alzar la voz y en encontrar el lugar en el que poder hacerlo. Como dice Sands: “Todos mis casos me importan, pero este era diferente: afectaba al corazón de cualquier sistema de justicia, a cómo el Estado de derecho protege a los débiles y vulnerables de los excesos de los poderosos” (p. 194). Y así, desde un pequeño archipiélago desembocamos en un territorio conocido y extenso: el de la larga historia de la lucha de David frente a Goliat.
Los disfraces de defensa de nuestros intereses con los que los poderosos envuelven sus excesos van cayendo poco a poco, capítulo a capítulo, hasta que terminan como el rey del cuento: desnudos. Asistimos entonces a situaciones terriblemente cómicas, como cuando Karen Pierce, embajadora de Reino Unido en la sede de Naciones Unidas, tiene la siguiente conversación con el embajador de Mauricio, Jagdish Koonjul: “Necesitamos mantener el control por razones de seguridad, la nuestra y la de ustedes —le explicó al embajador Koonjul—. ¿Y si nos atacan los alienígenas?” (p. 205). Escena que no forma parte de una película de humor, aunque uno podría reírse si no supiera ya a esas alturas del libro que Elysé y el resto de sus compatriotas deportados llevaban más de cuarenta años alejados de su país, expulsados sin explicaciones, de un día para otro, con apenas una maleta de no más de 30 kilos, en unas condiciones humillantes e inhumanas, abandonando allí sus casas, sus recuerdos, sus raíces, la iglesia en la que compartían rezos y los cementerios en los que reposan los restos de sus antepasados. La trama de mentiras (impacta Lord Caradon, embajador británico en Nueva York en 1965, declarando al mundo que Chagos no tenía población permanente), trampas, tergiversaciones sutiles, argumentos insostenibles y vergonzosos y actitud prepotente de Reino Unido, en este caso, que busca cómo escabullirse de cumplir con los compromisos firmados de cara a la galería, en los que siempre hay una letra pequeña a la que agarrarse una vez los focos han desaparecido para no cambiar nada, incluso cuando ya se han obtenido sentencias en tribunales internacionales (todavía en noviembre de 2022 Reino Unido seguía sin renunciar al archipiélago, señala Sands en el post scriptum, aunque anunciaba el inicio de negociaciones con Mauricio), resulta cuando menos desesperante. Porque el lector es consciente de que la vida de la burocracia y las administraciones es larga, pero la nuestra, la de Liseby, la de Olivier, la de Marcel y las de todos los demás, no. Y también sabemos dos cosas más: que, a estas alturas, tan solo podemos aspirar, al menos, a que regresen en su madurez o vejez a sus islas y, sobre todo, que su historia y su ejemplo de tenacidad y valentía a la hora de enfrentarse con los poderosos, nos inspiran.
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Autor: Philippe Sands. Traductor: Francisco J. Ramos Mena. Título: La última colonia. Editorial: Anagrama. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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