“Para alcanzar lo imposible uno debe intentar lo absurdo”.
(Miguel de Cervantes)
En abril es inevitable no retornar al largo camino de Miguel de Cervantes y a toda su estela como iniciador de la novela moderna. Por ello hoy desde el cuadrilátero dedicado a su memoria en la Biblioteca Nacional me he mimetizado con él y con su figura, a través de Cartas de un joven escritor a don Quijote de la Mancha, de Eduardo Martínez Rico, un escritor atrevido que ha actualizado el pasado, el presente y el futuro al recuperar algunas andanzas del caballero andante, con su epistolario de imperceptible hilván que nos sitúa dentro de la saga novelesca para compartir sus diálogos, vivencias, lecturas y circunstancias como joven/lector/escritor/narrador/emisor.
En sí, un libro de ruta del joven escritor, con paradas en las distintas estaciones de la imaginación y la lectura. El predominio de la amistad, el deseo de amar, la pasión por los sueños y proyectos. Aquel micromundo de infructuosa búsqueda de una Dulcinea, en una sociedad cada vez más cambiante: “Los quijotes precisan quijotas, y se sabe que las mujeres son menos propensas a la locura”. Las puntas creativas de su literatura se encuentran con las esquinas más absurdas de verdades y nos transcriben el coloquio más lúcido entre el hombre, la ciudad, el río, los amigos y los animales. Un libro que traspasa varias generaciones de escritores y atraviesa la multiforme geografía universal de todos los tiempos.
Es como cabalgar sobre otro Rocinante moderno y reconocer los parajes secos e inhóspitos del presente digital. Es asistir al reflexivo análisis sobre la importancia y riqueza verbal que tanta falta hace en nuestro tiempo: “Estamos perdiendo el temblor de la palabra”. Es rescatar la esencial necesidad del fluido y sentencioso género epistolar de la mano del Quijote de la Mancha: “Pero la gente, don Alonso, parece no tener cosas que contarse. Ya no escriben cartas convencionales, pues dicen que es perder el tiempo”. Es retomar el arquetipo de hombre medieval, Alonso Quijano, y actualizar sus episodios cotidianos, sus estudios universitarios, sus viajes por otras y variadas Manchas del planeta. Es ver andar a otro caballero, sin lanza ni escudero, dentro del pequeño cosmos, donde el libro y el perro son los mejores y más fieles amigos del hombre.
Al fin y al cabo, Cartas de un joven escritor a don Quijote de la Mancha es una metáfora del viaje iniciático del escritor que emprende la aventura de escribir, a partir de uno de sus primordiales autores de cabecera, y nos invita a la fiesta de la literatura que ha marcado su niñez. Un renacido Quijote que vuelve al libro para rescatarlo “como una vida propia, una profecía”. Una carta que encierra muchos libros favoritos y un verdadero acercamiento amistoso entre dos hombres: el joven escritor y el Quijote. Un ritual de fidelidad a las huellas de su primogénito maestro para reencontrarse en el mismo recodo cervantino.
Este libro, inevitablemente, nos remite a Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa, quien ofrece una verdadera cátedra sobre cómo nacen y se escriben las novelas, desde el diálogo epistolar y autobiográfico. Según él, la vocación literaria es un ejercicio vital, cuya mayor recompensa está en los frutos de la escritura dedicada con pasión y disciplina. A propósito de La Noche de los Libros, el Premio Nobel acaba de presentar El fuego de la imaginación, una compilación completa de su obra periodística y ensayística reeditada por tomos que se suma a Un bárbaro en París, en el que plasma su devoción por la cultura francesa. Como hombre-puente que une los siglos XX y XXI, Europa y América, su inagotable creatividad y energía permanecen indemnes a sus 86 años. Una vida vivida con total intensidad y talento inspirado por sus recónditos demonios, a los que transforma en libros.
En estos tiempos de copiosas novelas documentales o históricas, excesivas en datos, violencia, sangre y crueldad, es preciso rescatar aquellos libros que transitan por las vías dialogadas del pensamiento, la imaginación, la reflexión y la sensibilidad. Sin duda, sólo la literatura es capaz de abrir nuevos territorios imaginarios que continúen el camino inconmensurable del admirado Miguel de Cervantes Saavedra.
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