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Una novela-problema, como las de antes - Arturo Pérez-Reverte
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Una novela-problema, como las de antes

'El problema final' es el intento de un novelista profesional por recobrar cierto placer perdido: volver a ser lector inocente, o jugar a serlo—la palabra juego es fundamental en este relato—, situándose ante una trama policial con la antigua visión de cuando cada página leída era sorpresa, emoción e intriga.

Basil Rathbone caracterizado de Sherlock Holmes.

Hay muchas formas de nostalgia, y escribir novelas es una de ellas. Para ciertos novelistas entre los que me cuento, narrar historias no es sólo un ejercicio de creación sino también una forma de recobrar, de reescribir incluso, libros que en otro tiempo amó. Que marcaron su vida y su trabajo. Su manera de mirar el mundo, la literatura y la vida.

El problema final es el intento de un novelista profesional por recobrar cierto placer perdido: volver a ser lector inocente, o jugar a serlo —la palabra juego es fundamental en este relato—, situándose ante una trama policial con la antigua visión de cuando cada página leída era sorpresa, emoción e intriga. El inconveniente, en este caso, era que para eso no basta la voluntad. No puedes renunciar, olvidar o prescindir de la mirada que una larga vida lectora te dejó, ni de los resabios de un oficio que practicas desde hace treinta años.

Sólo advertí una forma de resolverlo: combinar al escritor veterano con el lector ingenuo que antaño fui. Mezclar ambos extremos, asombro y experiencia. En un tiempo en que, al socaire del momento, la hoy llamada novela negra tiende a plantear sus tramas como ¿quién lo hizo?, mi intención era volver al viejo ¿cómo lo hizo?, recuperando las maneras de la antigua novela-problema. Aquélla —Agatha Christie, Ellery Queen, John Dickson Carr— cuya construcción y resultado pueden considerarse como la resolución de un enigma matemático.

Una vez decidido eso, esta novela se planteó como un desafío: comprobar si todos aquellos años y lecturas, y la vida vinculada a unos y otras, bastaban para conseguir una trama que fuese reescritura de muchas otras, pero elaborada ahora de modo original, con mecanismos narrativos que las conectaran entre sí. Con referencias cruzadas, guiños, trampas y trucos del oficio. Un estructura novelesca que me hiciera disfrutar mientras la desarrollaba y que hiciera disfrutar al lector inteligente al sentirse víctima, y también partícipe, de una perversa estrategia narrativa.

Esta novela no podía escribirse de modo unidireccional, con el autor limitándose a inventar o reelaborar materiales. Para resolver, no el enigma, sino el problema técnico de contarlo, era imprescindible recurrir, no a la benevolencia del lector, sino a su complicidad. Incluso a su complicidad activa. No se trataba, en fin, del clásico choque entre detective y asesino, sino de un duelo de inteligencia entre el autor y el lector: una partida de ajedrez en la que uno y otro manejasen como piezas —y también como trampas— sus conocimientos de literatura policial: esa enciclopedia lectora que podría, incluso, volverse contra uno y otro.

Confieso que recobré el placer, no sólo por la escritura, planeando jugadas y acechanzas contra el lector, sino porque no era suficiente con recurrir a mi memoria. Debía refrescar viejas lecturas, pero también leer lo que no había leído antes, y hacerlo con la experiencia de sesenta y cinco años de biblioteca y tres décadas de escribir novelas. Con una mirada hecha a la lectura y al oficio. En consecuencia, la construcción de El problema final —guiño a uno de mis relatos preferidos de Conan Doyle— me ha deparado año y medio de felicidad lectora, revisitando no sólo el canon de Sherlock Holmes, sino también cuanta literatura encontré referida al personaje. Pero eso no fue todo, porque la historia me forzaba a profundizar en el relato policial de antaño, la novela de enigma, los problemas de crimen imposible, el asesinato en cuarto cerrado y otros elementos tradicionales; y eso implicaba la deliciosa necesidad de volver a los clásicos citados más arriba, pero también a Poe, Wilkie Collins, Chesterton, Futrelle, Gaboriau, Leroux, Edgar Wallace, S. S. Van Dine, Dorothy Sayers, Stanley Gardner y muchos otros, incluido el Borges de Seis problemas para Isidro Parodi. De todos he vuelto a aprender, y a todos he saqueado sin piedad.

Y en fin, ahí la tienen. El problema final no es una novela negra, dicho sea con todo el respeto para quienes las escriben, sino una novela-problema como las de antes, sólo que de ahora. Una apuesta arriesgada, que mientras trabajaba en ella me hizo sentir lector inocente, a ratos, y manipulador perverso, en otros. Al fin y al cabo —vida, libros, juego, enigma— ¿qué más puede un autor pedir a una buena historia?

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Artículo publicado en ABC Cultural.

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Arturo Pérez-Reverte

Editor y cofundador de Zenda. Arturo Pérez-Reverte nació en Cartagena, España, en 1951. Fue reportero de guerra durante veintiún años. Con más de veinte millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, muchas de sus novelas han sido llevadas al cine y a la televisión. Hoy comparte su vida entre la literatura, el mar y la navegación. Es miembro de la Real Academia Española. perezreverte.com · @perezreverte · fb.com/perezreverte ·  mypublicinbox.com/perezreverte

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Juan
Juan
1 año hace

Esperemos que este problema final no sea un anuncio revertiano de su propio último telón ni mucho menos una señal de que se acerca su última reverencia. Si hiciera falta sacarlo de su retiro, podemos ser más desconsiderados que los lectores de Sir Arthur.

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Soy uno de esos lectores encapsulados. Aunque soy un arturadicto y leo con fruición las novelas que va publicando en el trascurso del despiadado tiempo, de las primeras guardo un regusto especial y siempre retorno a ellas, a releerlas.

El ajedrez me apasiona y «La tabla de flandes» es una obra maestra. Y es el arquetipo del héroe cansado, del héroe fracasado que se regodea en su fracaso autoimpuesto (vamos, lo contrario a la idiosincrasia del político o del alto cargo deportivo). No sé todavía si el ajedrecista será también el principal protagonista de la nueva novela o, ese papel, se lo ha reservado don Arturo.

Si el nuevo relato va por los mismos derroteros, muchos lectores tendremos ataques intensos de nostalgia, del prousiano tiempo perdido, de los irrepetibles años 90. Porque, en mi caso, cuando recuerdo cada lectura realizada, evoco a su vez un momento, un espacio, un tiempo y una sociedad, todo ello ya, como digo, prousianamente perdido.

Estoy deseando comenzarla…

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