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La guerra que todos perdimos - Arturo Pérez-Reverte
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La guerra que todos perdimos

Los niños. Eso es siempre lo peor, en cualquier guerra; pero todavía hoy, cada vez que veo las viejas imágenes en blanco y negro, o las fotos desvaídas de hace sesenta años, me remuevo incómodo en el asiento al verlos pasar ante mí, llorando de la mano de sus padres por la frontera camino del exilio...

Artículo aparecido en XLSemanal a finales de los años 90 publicado hoy, 18 de julio, en Zenda.

Los niños. Eso es siempre lo peor, en cualquier guerra; pero todavía hoy, cada vez que veo las viejas imágenes en blanco y negro, o las fotos desvaídas de hace sesenta años, me remuevo incómodo en el asiento al verlos pasar ante mí, llorando de la mano de sus padres por la frontera camino del exilio, agazapados en un portal mirando hacia arriba mientras suena el estrépito de las bombas, haciendo colas con ojos grandes de hambre y miedo para conseguir un mendrugo de pan. El cadáver en la cuneta, el soldado que tiembla de frío en el frente de Huesca, el inválido ayudado por los compañeros que es empujado por los gendarmes franceses mientras se le cae la manta raída de los escuálidos hombros… Estos otros personajes son adultos; saben, o al menos deben saber qué diablos está ocurriendo. Por eso me producen menos compasión que esas docenas de ojos de críos que miran sin comprender. Que todavía hoy, medio siglo y una década más tarde, congelados en las sales de plata de la película fotográfica donde ya nunca envejecerán ni morirán, siguen mirándonos con ojos espantados que son una acusación, una denuncia, un insulto, un recordatorio de nuestro oprobio, nuestra vergüenza y nuestra locura.

Esa guerra civil no la viví; pero he vivido otras y sé que siempre son la misma. Esa guerra civil no la presencié, pero me la contaron cuando niño, mientras aún estaban frescas las heridas, la huella de la metralla en los muros de los edificios; cuando todavía había hombres y mujeres en cárceles y en el exilio y cuando el general Franco aún firmaba sentencias de muerte. De las veladas alrededor de la mesa de camilla de mi abuelo recuerdo historias de bombardeos, y de ejecuciones públicas para después, ante los cadáveres hacer desfilar a las tropas a fin de que tomases buena cuenta de ello. Historias de héroes y de gentuza, mezclados unos con otros; indiferenciados bajo el mono azul de miliciano, la boina de requeté o la camisa azul de Falange. Relatos escalofriantes de amigos, vecinos y parientes detenidos de madrugada, sacados de su casa en pijama mientras la mujer y los hijos imploraban en la escalera; juzgados en tribunales sumarísimos, torturados en chekas, fusilados ante un paredón bajo la bendición de un cura con el yugo y las flechas bordado en la sotana, o asesinados a la luz de los faros de un camión en cualquier carretera. Esas viejas carreteras españolas, las monótonas autovías, también nos borraron esa memoria, donde muchos años después aún me estremecía al ver los pequeños monumentos conmemorativos de lugares donde hombres de toda condición e ideología fueron asesinados con las luces del alba. Un nombre, una fecha, a veces una cruz. A veces flores secas.

Cada uno de nosotros tiene una, veinte historias familiares. Estúpidos aquellos jóvenes que no acuden a sus mayores a que se las cuenten, antes de que estas historias se extingan con ellos y duerman en el silencio sin aportar nada a las generaciones que no lo vivieron, haciendo imposibles la lucidez y la experiencia. Mis mayores han muerto, o están muriendo poco a poco, pero el niño curioso que fui logró arrancar un puñado de esas historias al olvido, y ahora lamento que no hubieran sido más. Lamento las horas perdidas sin preguntar a aquellos que ya no están conmigo.

Eran —son— las historias de cada uno de nosotros: de nuestros padres y nuestras madres y nuestros abuelos. Así pude saber, así sé, del tío Lorenzo, que cruzó el Ebro con diecisiete años y el agua por la cintura, con dos cojones, un máuser en las manos y los dientes apretados, que recibió un balazo y volvió a casa de sargento republicano con dieciocho años, y que nunca cumplió los veinte. Así pude saber de cuando mi abuelo Arturo pasó cuatro horas bajo un bombardeo, pegado a la pared de un polvorín; o de cuando una noche unos milicianos quisieron llevárselo a dar un paseo porque había cenado a la luz de una vela y eso, decían, era señales para la aviación nacional. O de cuando sus antiguos compañeros de la Armada quisieron fusilarlo por haber permanecido fiel a la República. Así supe de mi madre con doce años llevándole comida a la cárcel a Pencho, mi otro abuelo, y cómo siempre pedía a los carceleros darle la fiambrera en persona, para así verlo un instante entre las rejas de un portillo y contarle a mi abuela que seguía vivo. O de mi tío Antonio que todavía, con setenta tacos largos, llora cuando recuerda el día en que le llevó, teniendo trece años, en bicicleta, una tortilla de patatas hecha por su madre a su hermano, cuya brigada pasó un día a treinta kilómetros de Cartagena. O de mi abuela María Cristina paralizada en mitad de la calle en mitad de un bombardeo alemán. O de mi tío Peque, que aprovechaba los ataques aéreos para ir corriendo por las calles desiertas, llenas de cristales rotos, y ponerse el primero en la cola del pan antes de que la gente saliera de los refugios. O de mi padre, caminando en una de las filas de soldados a uno y otro lado de la carretera, la manta al hombro y el fusil a la espalda, camino del matadero, salvado de casualidad porque un comisario se detuvo junto a él y preguntó quién de aquella fila tenía estudios y sabía escribir a máquina. O del tío de mi madre fusilado porque un vecino era militar, y los del piquete, que eran analfabetos, se equivocaron de piso. O la cajita de lata que siempre conservó, hasta su fallecimiento, mi abuela Juana, con las cartas escritas desde el frente por su hijo muerto, la bala que le sacaron en su primera herida, y el trozo de madera que, a falta de anestesia, apretó entre los dientes mientras le arreglaban el agujero que le hicieron en Belchite.

Cuántos muertos, y cuánto horror, y cuántos sueños, y cuánto heroísmo, y cuánta sangre, y cuánta mierda acumulado en sólo tres años. Curas santificando balas y justificando ejecuciones o siento torturados como animales, hasta morir. Generales, comandantes, soldados; heroicos y abyectos, y a menudo ambas cosas a la vez. Épica y barbarie, la mejor infantería del mundo contra la mejor infantería del mundo; Caín en plena forma, lo más hermoso y lo más miserable de nuestra tierra y nuestra raza maldita. Chusma acuchillando a los desvalidos, miserables aprovechándose del río revuelto, cambiando de chaqueta, congraciándose con el poderoso. Hombres honrados poniéndose en pie para pelear. Ojos de miedo y desesperación, balazos y bayonetas, casa por casa en Teruel, en la Ciudad Universitaria, monte arriba en Somosierra, Arriba España entre los escombros del alcázar de Toledo, Viva la República en el valle del Jarama. Moros, legionarios, milicianos, héroes y cobardes, vivos y muertos. El patio del Cuartel de la Montaña en esa foto terrible, el suelo lleno de cadáveres, España eterna que se repite a sí misma en el ritual de la muerte y la tragedia. Plaza de toros de Badajoz, barcos prisión, españoles fusilados por comisarios húngaros o franceses o por legionarios alemanes o fascistas italianos, por hijos de puta que ni siquiera sabían hablar castellano y vinieron aquí a mojar en la sangre y en la muerte que sólo era de nuestra incumbencia, sin que a ellos les hubiera dado nadie maldita vela en nuestro entierro. Mujeres rapadas al cero, hombres humillados ante sus familias y sus vecinos, pidiendo clemencia o escupiendo a la cara a sus verdugos. Y esa foto que tanto me impresiona, la del español bajito y moreno con camisa blanca, que acaba de rendirse y al que llevan a fusilar, y que levanta los brazos resignado, fatalista, con una colilla en la boca. Esa colilla, ya lo escribí una vez, que siempre tenemos en la boca los españoles cuando nos llevan al paredón.

Dios. Cómo amo y cómo detesto a este país nuestro, cada vez que miro esas fotos. Cómo me enternecen esos rostros que son el rostro de nuestra tragedia, de nuestra desgracia. Pobre gente y pobre España. Qué guerra tan atroz, y tan española, o tan atroz por española. Una guerra civil como Dios manda, guerra civil de la buena, la que enfrenta a hermano contra hermano, a hijo contra padre, a vecino contra vecino. En ninguna guerra como en ésa, la que tuvimos, las que tuvimos antes, y las que a unos cuantos desalmados e irresponsables no les importaría que volviéramos a tener, aflora toda la ruindad que albergan los rincones oscuros del corazón del hombre. Los viejos rencores, la envidia, el odio vecinal tan propios de la condición humana y tan nuestros; tan españoles. Tú me quitaste la novia, tú desviaste el agua de la acequia, tú mataste un conejo en mis tierras, tú me negaste el pan, tú publicaste aquel libro, tú fuiste feliz y yo no. Delaciones, chivatazos, ajustes de cuentas, canallas que medran con el dolor, y el sufrimiento de los otros, desgraciados que se humillan para comer, o para sobrevivir. Cárceles, campos de batalla, cementerios, exiliados, Machado muriéndose enfermo de pena en el extranjero, Max Aub, Sender, tantos pobres hombres, mujeres y niños anónimos, perdidos. Españoles detenidos en Rusia y enviados a Siberia, niños de la guerra que luego morirán peleando en Stalingrado, franceses miserables que humillan a los vecinos, a los fugitivos, en la frontera, y que después los entregarán atados de pies y manos a los carniceros nazis…

Cielo santo. Cómo nos dio por el saco todo Dios, todo el mundo, toda Europa, estrangulando a este pobre, entrañable, desgraciado y viejo país. A esta pobre, entrañable, desgraciada y vieja gente nuestra. No es cierto que nos ayudaran; déjenme de milongas pamperas, de camelos retóricos, de demagogia. El arriba firmante se cisca en la solidaridad internacional de las derechas y las izquierdas, en los discursos y en la mandanga. Aquí a la España en guerra, se asomó todo Cristo a ver qué podía mojar en la salsa, a fumarse nuestro tabaco y a quemarnos los muebles. Comprendo que fuéramos un espectáculo apasionante: sangre, vino, mujeres guapas, guerra, romanticismo, intereses estratégicos, barbarie ancestral. Pero que no me vengan con historias de hermandades solidarias. Yo he pasado veintiún años yendo a guerras que no eran mías, y sé de qué iba Hemingway. Por eso me cisco en Hemingway y en la madre que lo parió.

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Arturo Pérez-Reverte

Editor y cofundador de Zenda. Arturo Pérez-Reverte nació en Cartagena, España, en 1951. Fue reportero de guerra durante veintiún años. Con más de veinte millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, muchas de sus novelas han sido llevadas al cine y a la televisión. Hoy comparte su vida entre la literatura, el mar y la navegación. Es miembro de la Real Academia Española. perezreverte.com · @perezreverte · fb.com/perezreverte ·  mypublicinbox.com/perezreverte

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Ricarrob
Ricarrob
4 meses hace

No sé si ha sido un lapsus, si ha sido una interferencia inconsciente freudiana o ha sido intencionada la frase, don Arturo. Lo del «huevo de la cara» o como decir también «el ojo de la entrepierna», me ha sorprendido. Pero, bueno, el sr. Pérez-Reverte siempre nos sorprende. Pensándolo bien, sí, algunos parecen tener los huevos en la cara y el cerebro en el culo.

Quizás sí, todo el proceso completo, no solamente Napoleón, me refiero a la Ilustración y la Revolución, sin olvidarnos de la Revolución Americana y la Inglesa y tampoco olvidemos el proceso que se inició con el Renacimiento y sus repúblicas, trajeron cambios y modernidad. Un proceso de libertades y concienciación ante el sometimiento, iniciados desde la Edad Media. Cambios y moderniad. Incluso en España a pesar del rey Felón.

Pero, de nuevo, toda Europa, incluida España, se cubrirían de sangre.

Parece que todo progreso social y político humanos siempre tienen que estar teñidos de ese rojo elemento.

Cambios y modernidad. Pero, también grandes retrocesos. El XIX es el siglo del gran desarrollo de los fatídicos nacionalismos en toda Europa, germen de las terribles masacres del siglo XX. Quizás la culminación de Napoleón, el final de su proceso, sea la IIGM, con guerra prusiana de por medio.

Congreso de Viena, Santa Alianza, etc. La gran diplomacia en su momento más álgido. Talleyrand, Metternich, personajes irrepetibles que forjaron todo esto en una arquitectura de efímera palabrería sin fin. Nunca se habló tanto para tan poco. Las élites europeas volcadas en el mantenimiento del staus quo y de sus privilegios de clase. Hasta esto también influyó en España: para salvarle el culo a Fernandito el Felón con los 100.000 hijos de la madre que los parió (de nuevo una invasión francesa) y terminar con el breve liberalismo.

Poder, élites, privilegios, cargos públicos, dinero, koldos, software de la Complutense, falcons… … … nada ha cambiado. No hay revolución que cambie todo esto.

Un huevo de la cara.
Excelente artículo, don Arturo.

Toni Fernández
Toni Fernández
4 meses hace
Responder a  Ricarrob

Mencione usted de vez en cuando en sus largas diatribas algún chanchullo del PP, no? Es que si no, vamos a pensar que usted no es ecuánime, sino más bien un sectario. Y le escribe alguien que desprecia a los políticos españoles, a todos. Y a quienes les siguen. Por razones obvias.

Basurillas
Basurillas
4 meses hace
Responder a  Toni Fernández

Bien, muy bien contestado, en mi opinión, querido amigo. Y me voy a atrever a apoyarle, aunque desde luego no lo necesite, con mis propios argumentos:
Para mi, históricamente y hasta la fecha, la izquierda (en su más puro espíritu) sólo tiene, o tuvo, o debió tener, tres valores fundamentales y esenciales que la diferenciaba del resto de ideologías o ideas políticas.
El primero la COHERENCIA con sus postulados, los cuales estaban totalmente alejados de los nacionalismos y aspiraban a crear mejores condiciones para toda la población, sin excepción o limitación. Ya podemos ver en nuestro país que esto se ha traicionado con unos compañeros de viaje totalmente alejados de esa idea fundamental, no importándole a los partidos del gobierno auparse al poder con ellos y convirtiendo, o intentándolo, a unos ciudadanos en ciudadanos de primera y otros de segunda con menos igualdad, derechos y financiación, y todo ello con tal de permanecer en el poder. Y si esto no logran cumplirlo en un país ¿cómo van a hacerlo en todo el mundo, lo que debería ser su objetivo primordial?
Por otra parte, como segundo valor, esa coherencia siempre ha estado ligada a la VERDAD en sus teorías, postulados y afirmaciones. Ya hemos visto múltiples veces como actualmente, para esta supuesta izquierda, la verdad es un mero instrumento que cambia de un día para otro, destruyendo la confianza legítima de sus votantes. Y sin verdad ¿quién podra confiar más en ellos?
El tercer valor, y el más doloroso en su falta de respeto, es la ÉTICA y HONRADEZ en sus planteamientos, programas y, en especial, en la consecución de los mismos. Reiteradamente hemos visto que para esta supuesta izquierda, la corrupción, la vejación de propios y contrarios, la falta de respeto a las reglas del juego que todos nos dimos, y el sacar partido del poder de forma amoral se ha convertido, y por desgracia reiteradamente, en su seña identificativa.
Ser de izquierdas es como el amor, el cariño, el respeto y la fidelidad a un o una amante. Una vez que te traiciona y te defrauda es dificil perdonar y volver junto a él o ella. Ese es mi caso.

Ricarrob
Ricarrob
4 meses hace
Responder a  Toni Fernández

Perdóneme, sr. Fernández, en mi tardanza en contestarle. Realmente ya le contesté a usted pero, por las maravillas de la tecnología, no se añadió mi comentario y respuesta.

Lo primero, decirle que si leyera usted habitualmente mis comentarios sabría que, por mi parte, critico tanto a tirios como a troyanos, a los «hunos» como a los «hotros». No sé decirle exactamente en qué porcentaje exacto, no llevo la cuenta.

Lo segundo, decirle que escribo estas humildes líneas solamente por placer y por desahogo, no por lo que piense nadie de mí que me la trae al pairo. Yo sé lo que soy y cómo soy y eso no va a cambiar por lo que digan o piensen los demás.

Lo tercero es decirle que es lógico y saludable criticar más a quien disfruta del poder en un momento determinado. Las gentes que gobiernan deben estar preparadas para recibir críticas, asumirlas y deben conocer lo que realmente piensa la gente de ellos y de su ejercicio del poder. Como le digo, en una democracia, esto debe ser un ejercicio sano y saludable.

Por último, decirle que quizás me excedo más en criticar a esto que yo llamo la izquierda cutre de este país que no tiene parangón con ninguna otra izquierda democrática del mundo Occidental.

La acusación de sectario es muy fuerte y solamente se debe aplicar a quién es un fanático y un dogmático de alguna de las ideologías que el ser humano desgraciadamente ha dido capaz de inventar (casi todas terminadas es «ismos») y, además, intenta imponerlas por la fuerza a los demás. Siento decirle que yo no reuno ninguna de esas características y decirle, además, que criticar al poder no es sectario, ni nunca lo ha sido. Error de concepto, en mi opinión.

Reflexione, por favor, sobre estas humildes palabras.

Saludos cordiales.

Basurillas
Basurillas
4 meses hace
Responder a  Ricarrob

Esas maravillas de la tecnología que menciona han hecho también, cual duendes juguetones, que su comentario señor Ricarrob desapareciera de su lugar inicial y mi comentario, como apoyo al suyo, aparezca ahora antes que el de usted y pierda asi su sentido inicial.

Ricarrob
Ricarrob
4 meses hace
Responder a  Basurillas

Nunca un comentario, hecho con buena intención, pierde su sentido. El tiempo es relativo y, aunque no sabemos manejarlo, controlarlo, tiene realmente poca importancia. Cuando somos capaces, pocas veces, de abstraernos de nuestra materialidad, el éxtasis sexual es una de ellas, la rememoranza nostálgica es otra, el dolor intenso por la pérdida de un ser querido es otra, la comunión con la naturaleza en un éxtasis bucólico otra, el tiempo deja de tener sentido y, nosotros, pobres humanos, somos capaces de controlarlo… por breves momentos.

Un abrazo.

jose carlos seghiri pizarro
jose carlos seghiri pizarro
4 meses hace

Es fascinante, como todo lo que escribe. El Asedio, Un Día de Cólera, El Husar.
España no estaba preparada para recibir los valores que venían con las águilas de la Libertad. España era un país del Clero y la Corona, aquí imperaba la Inquisición y no sirvió de nada abrir las cárceles de la Inquisición. Un país analfabeto y embrutecido por catecismo, misas y rosarios de la aurora con el que asustaban a las gentes que dormían.

Ricarrob
Ricarrob
4 meses hace

Efectivamente. Y los mega-millones de rosarios meramente mecánicos y las mega-millones de misas meramente presenciales, se repitieron durante los nefastos 40 años de franco-puritanismo. Nunca jamás un país perdió tanto el tiempo. Misas y rosarios en un país en el que el Maestro estaba ausente e ignorado.

Sí, embrutecimiento.

Basurillas
Basurillas
4 meses hace

Las pulsiones por mantener lo mismo de siempre, lo conocido, aquello con lo que te encuentras a gusto aunque lo reconozcas desfasado, incompleto y superado es una constante en la humanidad, tras haber probado nuevas formas de entender la existencia y descubrir nuevos valores morales, políticos y económicos. Lo que ahora denominamos graciosamente «salir de la zona de confort» es lo que pedía Europa tras el follón napoleónico. No había vuelta atrás. Las viejas cuitas dinásticas, la fe concebida como dogma inquebrantable y el olvido de la burguesía como motor de la organización social tenían los días contados, por mucho que la llamada restauración intentase volver a la situación anterior. Napoleón, a pesar de sus desastres bélicos en sus últimos años, había inoculado con éxito en la sociedad el gérmen de la modernidad y de un nuevo pensamiento que ya se encontraba rondando en el ambiente con anterioridad. A partir de ahora todo se examinaría y se pondrìa en duda y el respeto debería ser nuevamente ganado sin tener en cuenta formas ancestrales y caducas.

Julia
Julia
4 meses hace

Sr Pérez Reverte:
No cabe duda de que le apasiona la Historia y disfruta contándola. Yo la estudié y conozco lo suficiente para tener una ideíta, saber de qué estamos hablando y poseer una opinión.
Yo opino de lo que conozco y puedo dar mi parecer basado en la razón, lógica o sentido común de otros temas ajenos a mi entorno y me divierte . Soy como los comentaristas de TV que opinan de todo y salen en las tertulias, salvo que a mí me gusta opinar por escrito.

En un discurso, mi suegro dijo que ‘la Aldea de Arriba (barrio) casi pudo haber sido nuestro Waterloo’ (pronunció vaterló) por dificultad en una canalización .
La gente comentó: Don Alfredo ha dicho que la Aldea de Arriba es el váter de Soutelo.

Sabe una cosa que he aprendido? El carajo. Una cestita en un palo no se si mayor menor, al que mandaban para otear el horizonte.
Me gusta la frase, Vete al carajo! aunque tenga distinto significado del de antaño.
Buen día Capitán.

Basurillas
Basurillas
4 meses hace
Responder a  Julia

Buenas noches doña Julia, el nombre correcto de esa cestita, siendo purista, es «cofa», la cofa. Otra palabra naútica interesante y que puede resultar equívoca es «jardin». No suele ser conveniente, en términos profesionales o laborales «meterse en muchos jardines».
Una duda me queda preguntarle a usted ¿el Soutelo al que se refiere es al de Pontevedra en Galicia?
Un saludo.

Raulmanny
Raulmanny
4 meses hace

Armand de Caulaincourt, un general y diplomatico frances trato de disuadir a Napoleon de la invasion a Rusia pero fue con el como parte de su Estado Mayor. Mas de un siglo despues sus memorias sobre esa campaña fueron estudiadas por generales alemanes durante la operacion Barbarossa. No aprendieron las lecciones.

Basurillas
Basurillas
4 meses hace
Responder a  Raulmanny

Buenas noches. Sí, es posible que no las aprendieran. Pero tambíen es posible que si lo hicieran y sacasen las conclusiones correspondientes, pero el tío Adolfo las despreciara, igual que despreciaba a la mayoría del alto mando de la Wehrmacht, pensando que él era un iluminado por la gracia y no se podía equivocar. Le díó igual retrasar el principio de la operación más de un mes para ayudar al nefasto Mussolini en su desastre griego (lo que tal vez le impidió conquistar Moscú por la precipitada llegada del «general invierno» ruso); no le importó no prever dotar de material de invierno para las tropas y medios mecánicos del ejército (se murieron de frío o se quedaron parados entre el hielo y la nieve); no le importó, algunos meses más tarde, declarar también la guerra a los Estados Unidos, con todos los ingentes medios de toda índole que esta nación dedicó para ayudar a los soviéticos; y desde luego no le importó destinar y malgastar millones de marcos y recursos sin fin para asesinar a incontables personas en el holocausto judío. Hitler se consideraba infalible tras la derrota de Francia, a pesar de haber intentado sin éxito vencer a los británicos, y pagó con creces esta creencia. Casi igual que Napoleón. Sólo ellos fueron los culpables.

Aguijón
Aguijón
4 meses hace

«Gran Bretaña siempre dispuesta a desestabilizar Europa mandase quien mandase en ella…»
Un apunte solamente:
Memorias de Sir Winston Spencer Churchill, capitulo:
Un intervalo trágico, España.
Allí se pueden extraer notas interesantes al respecto…
Ese texto es el que debe incluirse en los libros de historia de la ESO y no la propaganda falsaria de Portillo, pagada por Churchill precisamente cuando la División Azul combatía en Rusia.

Francisco Brun
4 meses hace

Los fragmentos de la historia con los que nos ilustra el señor Pérez Reverte parece que se produjeron en lapsos de tiempo relativamente cortos, pero si nos detenemos a pensar en las miles y miles de trifulcas, combates, pactos, traiciones, muertes o amoríos; no existe en mi opinión un camino preciso de hechos desencadenantes y es muy probable que la indigestión por una comilona del día anterior realizada por algún hombre poderoso, cambió el curso y el destino de millones de almas para siempre.
Hoy, ahora mismo, tenemos que rogar que Putin, XI Jinping, Joe Biden, o algún otro, no pasen una mala noche con sus respectivas señoras y estas, a su vez, no se alteren por falta de cariño; porque mañana mismo, se podría desintegrar el mundo entero.
Por fortuna esto seguramente no ocurrirá y nuestra única preocupación se concentra en manejar, nosotros, los de a pie, a nuestras respectivas mujeres, lo que es muy simple, solo se necesitan dos palabras dichas en forma enérgica para terminar de una vez por todas y para siempre con los caprichos femeninos…¡Si querida!. Y el mundo seguirá su curso.

Cordial saludo

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