Portada: El dibujante francés Philippe Luguy ante su creación más universal, el guerrero Perceván, en la exposición que se le dedicó en el Festival Europeo de Cómic de Úbeda.
La esclavitud existe, y se llama ser dibujante de cómic (en España). Si no tienes la fortuna de trabajar para mercados internacioanales, en especial el francés y el norteamericano, es conveniente que te habitúes a una vida descompensada de muchas horas de trabajo y poco dinero; una vida, digamos, de supervivencia, que se puede sobrellevar si trabaja tu pareja (y no es dibujante de cómics), si vives en casa de tus padres aunque hayas pasado los treintantos, o si tus gastos son bajo mínimos, algo probable pues, como dibujante de cómic, en España no vas a disponer de tiempo para un resquicio de ocio.
En el año 2000 le llamaron para ilustrar estas novelas de Arturo Pérez-Reverte en sustitución de Carlos Puerta, y a partir de ahí dibujó el Juego de rol del capitán Alatriste, y las historietas de El capitán Alatriste y Limpieza de sangre. Fueron unos años de intenso trabajo y reconocimiento, que tuvo su provecho: le buscaron de Italia para dibujar las historietas de Dago, una serie argentina de Robin Wood y Alberto Salinas, que se hizo muy popular en la patria de Dante, con nuevas aventuras; y después empezó a publicar sus propias novelas gráficas: Gari Folch, Best seller, Looking for Nobody, sobre el mundo de la música, y la serie de Capablanca, su proyecto más personal, un pícaro español, enamoradizo y medio bandolero. También dibujó 11M, la novela gráfica, y se adentró en el western con Bajo el cielo de acero.
No es el único dibujante al que le atrae este género, tan de moda en el cine en otras décadas y hoy casi olvidado, ya que por este mismo festival el guionista Josep Busquet y el dibujante Abel Carrasco presentaron Eonn, una especie de western crepuscular que se inclina hacia al lado oscuro. Y es que a sus creadores —según comentaron— les atrae la dimensión épica de este género que tiene unos códigos tan marcados, y que sigue siendo muy válido para mostrar la esencia del ser humano. Este álbum de 68 páginas tardó 24 años en dibujarse —repetimos, 24 años—, y en un ejercicio de autoflagelamiento pasó por cuatro versiones. Así lo confesó Abel Carrasco, al que se puede considerar un ejemplo de la inestabilidad de la profesión, como muestran su trayectoria y sus palabras: «Empecé pronto en esto de los tebeos. A los 20 años ya había publicado en Francia y luego pegué el pelotazo con mis cromos de Bollycao. Siete años después todo se fue a la mierda…».
Sin duda, lo difícil no es llegar, sino mantenerse. En esa caída, Abel Carrasco se alejó del cómic y tuvo problemas mentales, que más adelante exorcizará en su cómic Penélope, esa mujer que espera a Ulises y el regreso —la recuperación— de su vida anterior. Ella también vive otro viaje, pero interior, lo mismo que le sucedió al dibujante. Este álbum, hoy agotado, se volverá a editar mediante la fórmula del micromecenazgo, práctica habitual de algunas pequeñas editoriales. Al borde los 50, un Abel Carrasco ilusionado confiesa: «No importa caer, como me pasó a mí; lo que importa es cómo te levantas y sigues adelante».
Seguir adelante puede hacerlo con una cierta normalidad —y muchas horas de trabajo— Mateo Guerrero, un gaditano residente en Cuenca, que lleva 20 años dibujando para el extranjero: primero para Estados Unidos, donde fue entintador (y a veces, dibujante) de la serie He-Man y los master del universo, y luego para el ámbito franco-belga, donde ha dibujado, entre otras, la serie El bosque del tiempo. «Alrededor de un año tardo en hacer uno de estos álbumes, y la editorial se puede permitir pagármelo», señala Mateo Guerrero, algo impensable en el mercado español, dadas nuestras limitadas tiradas, ridículas si se las compara con las de Francia, donde la historieta y la novela gráfica siguen despertando el interés de un público muy amplio y tienen un prestigio del que en España carecen. De hecho, la bande dessinée está considerada allí el noveno arte.
Conviene advertir que dedicar un año a una historia no es un exceso: cada álbum de El bosque del tiempo tiene 96 páginas, y si los multiplicamos por ocho viñetas nos da una idea aproximada del trabajo de chinos que es ser dibujante de cómics. Mateo Guerrero, que es conocido por su serie de espada y brujería Crónicas de Mesene, nos habla con especial cariño de Turo, su creación más personal y con guión propio, un tebeo de fantasía (publicado originalmente en Francia), que es lo que le hubiera gustado leer a él de adolescente. Confiesa que no volverá a trabajar en España y se muestra cauto con los sueños: «No creo que lleven nunca mis historias al cine. Hay demasiadas para elegir».
Tenía cuatro años Mateo Guerrero cuando apareció el primer álbum de Perceván, una serie de aventuras en un mundo medieval de fantasía y magia, creada Philippe Luguy como dibujante, junto a Jean Léturguy, al que luego se unirá como guionista Xavier Fauche. Luguy fue el invitado de honor del Festival Europeo de Cómic de Úbeda, quien ha trabajado en cine, publicidad, ilustración, pero es su personaje de Perceván el que le ha dado un recocimiento mundial.
De Perceván se publicaron quince álbumes entre 1981 al 2003, y tras un largo silencio se ha retomado el personaje con tres nuevos títulos aún no editados en España. De hecho, Luguy, de 83 años, sigue dibujando esas nuevas aventuras. La idea de Perceván fue del propio Luguy (en contacto con Jean Léturgie), que quería crear una serie de lo que ahora se llama fantasía heroica, pero con humor, un poco al estilo de Johan y Pirlouit, de Peyo, el dibujante de los Pitufos, sin olvidarse de la magia, tan propia del Medievo. El guerrero Perceván va siempre acompañado de Kervin, su escudero, regordete, codicioso, con los pies en la tierra, un poco a la manera de don Quijote y Sancho Panza. A pesar de ser un dibujo infantil (cuenta que también le influyó Walt Disney), Luguy no elude el amor y el erotismo en sus viñetas, y ya en primer número aparece una escena de cama. «No podemos olvidar que Perceván es un joven, y tiene pasiones como todos los jóvenes».
Philippe Luguy, todo un caballero francés, elegante, educado, y con sentido del humor, nos contó, como si lo viviera, su trayectoria como dibujante: desde sus inicios en un estudio cinematográfico hasta los encuentros que tenían los dibujantes franceses entre sí y el buen ambiente y la camaradería que había en los periódicos y revistas. Él era el más joven de una generación mítica, tal como apreciamos en la fotografía adjunta, donde se le ve en la sede de Dargaud junto a Uderzo (Asterix), Greg (Aquiles Talón), Rob-Vel, padre de Spirou, Franquin, dibujante de la mayoría de estos álbumes y creador de sus nuevos personajes o Mézières (Valerian). También nos cuenta que el autor de Tintín, con el que mantenía correspondencia, le felicitaba todos los años. «Cuando publiqué mi primera página estaba tan feliz que se la envié a Hergé, que era el dibujante de referencia entonces, y lo más curioso es que me contestó y tuvo el detalle de analizar mis dibujos. La carta comenzaba: Querido colega… Eso fue lo que más ilusión me hizo, que el gran maestro me considerara uno de los suyos».
Los grandes periódicos españoles también tuvieron —años después— ese interés por los cómics, y se acompañaron de páginas infantiles y juveniles los domingos, como un método —ahora sabemos que fallido— de acostumbrar al periódico a los más jóvenes. Este cronista, responsable entonces de El Minimundo, recuerda que, en ese suplemento, junto a Spirou y Fantasio o Halvin y Cobbes, se publicaban dibujos e historietas originales de autores españoles y argentinos que se pagaban muy dignamente, y no ha olvidado el buen ambiente y complicidad que existía entre los dibujantes y las divertidas reuniones que se mantenían.
De todos los invitados al festival, fue la joven Ana Oncina la que despertó el mayor interés del público a la hora de firmar los libros. No es extraño, ya que a sus más de cien mil seguidores en Instagram (el número más alto de entre todos los invitados, pero discreto si comparamos con los casi dos millones del fenómeno Moderna de Pueblo) hay que añadir la popularidad de su serie de vida cotidiana Croqueta y Empanadilla. Lo que nos sorprendió es que ese público, que formaba una larga cola con su Croqueta en la mano, desapareció por completo cuando la autora mantuvo una charla sobre su obra. ¿Qué es lo que estaba pasando? «Eso es algo normal en los certámenes de cómic», nos comentó Pablo Lozano, director del Festival Erupeo de Cómic de Úbeda, y así nos lo confirmaron después los especialistas que siguen todos certámenes. El público busca la firma, el dibujo, que es lo valioso, y luego ya no le importa demasiado lo que diga el autor, salvo a unos pocos.
Y es que estos autores, como bien sabemos, suelen dibujar esmeradamente a uno de sus personajes —a toda página— en las dedicatorias, lo que multiplica el valor de ese álbum que ya contiene una obra original. Todo un lujo, que tiene un precio. De hecho, ya en algunos festivales el lector paga por la dedicatoria del dibujante (al fin y al cabo es adquirir un original), costumbre que aún no ha llegado a España. Nosotros, por si acaso, nos vinimos con un exceso de equipaje, y comprobamos como Luguy sacaba sus rotrings o Mateo Guerrero desplegaba su juego de acuarelas…
Por este festival pasaron otros muchos autores de los que vamos a citar a alguno muy brevemente: Roberto García Peñuelas y el guionista Juanra Fernández Serrana presentaron Calatrava Fundación, el primer álbum —habrá más— sobre la famosa orden militar y religiosa fundada en Castilla en el siglo XII. José Ramón Flores, Elflorez, presentó su versión gráfica de La vengaza de don Mendo (en una editorial que también ha llevado al cómic Don Juan Tenorio), pero quiso hablar de Brother, su obra más personal: «Al llegar a los 40 me di cuenta de que había sido un idiota…». En sus viñetas se desnuda y vuelca todos sus miedos. Este álbum íntimo —quizás generacional— fue acogido con gran interés. El más joven de los invitados, el canario Alex Santana, presentó Los hijos de Japeto, una línea muy personal, casi expresionista, y tonos existenciales, que proseguirá con La lengua de los bueyes.
No podemos olvidarnos de uno de los históricos: el maestro Kim, uno de los fundadores de la revista El Jueves, autor de grandes obras, que merecería una crónica aparte. «El tebeo se hizo mayor y en los últimos doce años todo el mundo quiere hacer su novela gráfica», confesó con la suyas entre las manos: El arte de volar, con guión de Altarriba, una de las obras más premiadas, Nieve en los bolsillos o Fouché, el genio tenebroso, un impresionante álbum basado en el libro de Stefan Zweig. Kim no ha perdio su capacidad de trabajo y de ilusionarse, y a sus 84 años nos habló del futuro: de un álbum sobre Chaves Nogales, y otro sobre una historia de amor prolongada durante 30 años, que descubrió casualmente en unas cartas.
Tres mujeres compartieron escenario: Julia Cejas, quien se volcó en el mundo oriental en Hanan-Genjim, y luego reflejó sus vivencias en Japón en Hanami; la guionista Alicia Palmer, enamorada de la viñeta y con una visión feminista y muy social de los libros, con títulos como Esclavas o Una mujer, un voto; y Loreto Aroca, que se mueve dentro de la línea clara y ha dibujado La bibliotecaria de Auschwitz, una novela gráfica sobre el libro del mismo título de Antonio Iturbe. Un enorme trabajo, como comprobamos al ojear el libro colectivo. Y fue entonces cuando nos hicimos —y no hicimos— una pregunta trascendental: En una novela gráfica adaptada de una obra literaria, el diez por ciento de los derechos de autor ¿cómo se reparte entre el novelista, el guionista, el dibujante y el entintador?… Kim esperó a que pasaron los 80 años para tener libres los derechos de Zweig y decidió ser guionista, dibujante y coloreador de su Fouché, pero eso no suele ser lo más sano ni lo habitual.
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