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Pensar a Baroja - Zenda
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Pensar a Baroja

Baroja se tira a la opinión sobre lo que ve, al juicio sobre los otros, sin paracaídas, sin malla, sin coartadas, sin cálculos interesados, sin abrigo pese a que tuviera fama de friolero y pese a que nos lo representemos siempre con boina y envuelto en una bufanda. Para él su voz tiene un valor...

Pensar a Baroja. Entendí que ése era exactamente el reto y que ésa era la propuesta del editor navarro Joaquín Ciáurriz cuando concibió una colección de libros —Baroja & Yo— en los que cada escritor reflexionarámos sobre la figura y la obra del autor de El árbol de la ciencia. Pensar a Baroja fue, en mi caso y en primer lugar, preguntarme por qué había sido un escritor tan importante en mi vida, una referencia tan esencial. Y no tardé mucho en hallar la respuesta: porque Baroja no es un escritor más. Es el escritor. En Baroja es imposible separar la literatura de la vida, pero no porque viviera ajeno al mundo que le rodeaba, sino porque, al contrario, la vida se cuela en cada palabra que redacta. Ese compromiso tan estrecho, tan fuerte, tan natural y tan espontáneo es el que hace que no necesite nunca, para dar sus opiniones sobre la España y los españoles de su tiempo, de una ideología ni de una institución venerable en la que apoyarse o parapetarse. Baroja es un invidualista. Pero un individualista muy particular que no se encierra en sí mismo ni se desconecta de la realidad para mirarse el ombligo, sino que mira a la colectividad humana. Su individualismo le sirve para pronunciarse con autenticidad, sin intermediación de ningún credo o prejuicio, sobre su presente. Y le sirve asimismo para escuchar a los otros. Baroja es un tipo de escritor que escucha a sus personajes. Les deja hablar. Les deja respirar. Y estos son reales porque no representan ningún patrón maniqueo que los divida a priori en buenos o malos.

"Baroja es un tipo de escritor que escucha a sus personajes. Les deja hablar. Les deja respirar"

Baroja se tira a la opinión sobre lo que ve, al juicio sobre los otros, sin paracaídas, sin malla, sin coartadas, sin cálculos interesados, sin abrigo pese a que tuviera fama de friolero y pese a que nos lo representemos siempre con boina y envuelto en una bufanda. Para él su voz tiene un valor suficiente por sí misma. No necesita hablar en nombre de nada para arropar su discurso. Ni en nombre del socialismo ni de la moral religiosa, ni de la nación ni de la marginación, aunque luego sus novelas posean una innegable vertiente social y ética; aunque describan con colores vivos toda la gran fauna nacional y estén pobladas de marginados. Ése es el motivo por el que he titulado mi ensayo La voz de la intemperie.

Baroja habla —lo explico en mi libro— en la intemperie de la cultura y de la civilización. Y esa intemperie desde la que habla a veces se traduce en intemperancia, como otras veces se traduce en lo contrario, en compasión por el ser humano, en ternura, en receptividad a la mirada enigmática de una niña que contempla el horizonte desde su aldea rural mientras cuida de su hermanito, como sucede en el relato «Mari Belcha» de su primer libro, Vidas sombrías, en cuyo título se advierte un eco de las Pobres gentes de Dostoyevski: “Dime, Mari Belcha, ¿en qué piensas al mirar los montes lejanos y el cielo pálido?”

En mi ensayo hablo de tres intemperies. Por un lado está la intemperie intelectual, que es a la vez moral, y que consiste en esa mirada crítica sobre lo público. Por otro lado, está la intemperie social, que es la que transmite en la trilogía de La lucha por la vida al describir el Madrid de los extrarradios de principios de siglo, las andanzas de Manuel por las pensiones de su época o por los mil oficios humildes que va probando para sobrevivivir. Y, finalmente, está la intemperie del paisaje vasco, de la Naturaleza verde del norte peninsular, que nos transmite con la plasticidad de una sensación física y un realismo no exento de belleza. Una belleza humilde, sobria, sencilla, veraz, alejada de sublimaciones telúricas o ensoñaciones mágicas, mitificaciones ideológicas o mistificaciones cosméticas.

"Baroja, según propia confesión, entendía la novela como un «cañamazo», como una tela de cáñamo gruesa y áspera"

Pensar a Baroja y rescatar los recuerdos de cómo accedí a su obra, a esa «voz de la intemperie». En el libro hablo del modo en que me inicié en su lectura, de mi familia y de un perro al que una novia mía le llamaba “don Pío”. Hablo de lo que tiene Baroja de gran narrador de la Guerra Civil, pero desde el punto de vista del paisano, no del ser ideologizado y partidista, sino del testigo de la barbarie. Y hablo del gran retratista que fue de la mujer de su tiempo y de la sociedad que conoció, de los tipos pintorescos que asoman por sus páginas sin caer en el estereotipo. Hablo de su profundo respeto a la inteligencia y a la bondad de las personas. Baroja en esto es profundamente interclasista o incluso anticlasista. Se rinde de forma incondicional ante la autenticidad de los seres con los que se topa o con los que se topan sus personajes, ante los temperamentos honestos y el descaro gracioso de las prostitutas que describe. Es absolutamente moderno y progresista en este aspecto, sin proponérselo. Lo es de un modo nada impostado porque esa empatía le sale de dentro. Por esa razón también, Baroja es una referencia tan fundamental para este presente de la impostura o como le llaman ahora del «postureo».

Su vida es la literatura y su literatura es a su vez la vida. Yo creo que por esa razón es descuidado en el estilo. Por esa razón su descuido es una virtud, un hallazgo técnico, un valor literario y también humano. Porque no es un descuido cualquiera tampoco. Porque su escritura se confunde con la existencia y porque ésta no la vivimos impecablemente, sumidos en una permanente e insostenible tensión estética. En la vida tenemos, remansos, deceleraciones, descansos de nosotros mismos. Baroja, según propia confesión, entendía la novela como un «cañamazo», como una tela de cáñamo gruesa y áspera. Por eso uno tiene la impresión de que no deja de escribir nunca; de que la escritura fuera el gesto natural en su mano y de que sus renglones se deshilachan como la tela de la vigilia en la hora en que ésta se adentra en los umbrales de la duermevela. Como la tela de la propia vida se deshilacha en la desmemoria, en la madrugada, en la penumbra del paso del tiempo.

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Autor: Iñaki Ezkerra. Título: Baroja & Yo. Editorial: Ipso ediciones. Venta: Amazon

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Iñaki Ezkerra

Iñaki Ezkerra (Bilbao, 1957) ha abordado casi todos los géneros en su larga trayectoria literaria. En 1998, la Universidad del País Vasco reunió en un volumen, bajo el título Otra ribera, sus cinco primeros poemarios traducidos al euskera, a los que después se sumaron otros dos: A tu lado en Islandia (2009) y Los sonetos marítimos (2010). Tiene, además, publicados dos libros de relatos, La caída del Caserío Usher (1991) e Historias de amor y de odior (2010) y, como ensayista, destaca su Tetralogía Vasca formada por Estado de Excepción (2001), ETA pro nobis (2002), Sabino Arana o la sentimentalidad totalitaria (2003) y Exiliados en democracia (2009). Pese a esa incursión en la literatura del compromiso político, en la que también se enmarca Los totalitarismos blandos, publicado en 2016, su primer ensayo, Marginalias (1996), se centraba en un tema literario, como lo hace ahora con La voz de la intemperie. El Gobierno Vasco le otorgó en 1983, por su novela El zumbido, el Premio Pío Baroja, acaso premonitorio del libro del que ha escrito este texto para Zenda.

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