“Es un hombre terrible, un malagueño del Perchel, capaz, teóricamente al menos, de la puñalada y que sabe tocar todos los registros, desde el halago servil hasta la amenaza encubierta, para obtener el duro o las dos pesetas que marcan el límite de sus aspiraciones”. Así definía el escritor Rafael Cansinos-Assens a Pedro Luis de Gálvez (Málaga, 1882-Madrid, 1940), poeta y sablista bohemio, autor de El sable. Arte y modo de sablear (Renacimiento, 2018).
Sobrevivió haciendo caricaturas en París, y sableando a otros españoles a orillas del Sena. Apollinaire trazó de él un retrato, conoció a Picasso, a Marinetti y a Juan Gris durante los años diez del siglo XX, poco antes de regresar a España. Anarquista, en Pueblonuevo del Terrible, en Córdoba, soltó una filípica contra Alfonso XIII que le llevó al presidio de Ocaña con una condena de trece años, algunos de los cuales pasó con una cadena al tobillo, por amotinado. Bohemio en Madrid, Barcelona o Sevilla, vivió permanentemente alcoholizado, cuando no estaba dando sablazos a diestra y siniestra. Dicen que hasta paseó el ataúd de su hijo recién nacido por las tabernas, camino del cementerio de la Almudena, buscando sacar unas pesetas para el entierro, junto a otras muchas triquiñuelas que le hicieron tristemente famoso.
En el libro antes mencionado enumeró las víctimas habituales de sus sablazos. “Como buen malagueño, generoso hasta la prodigalidad. Nadie se le acerca sin ser atendido”, escribió del ministro Francisco Bergamín, padre del escritor José Bergamín, demostrando una tímida simpatía por sus orígenes.
Chequista y represor durante la Guerra Civil, Ramón Gómez de la Serna huyó a la Argentina al verlo con dos pistolas al cinto y un máuser, pudo salvar al portero Ricardo Zamora de morir fusilado por monárquico, para pagarle las veces que éste le había invitado a bistec y media tostada, e intentó, sin éxito, hacer lo mismo con Muñoz Seca, al que prometió que sólo él lo fusilaría. El dramaturgo, genio hasta su mismo final, le contestaría con un austero: “Honradísimo, Gálvez, honradísimo”.
Tras la guerra, un tribunal militar lo condenaría a muerte, parece ser que más por sus fanfarronadas que por sus auténticos crímenes. En la cárcel, en una última pirueta, intentó dedicarle un poema a Franco, escribió de puño y letra su último testimonio y dejó una foto con sus hijos, presidida por un crucifijo, como muestra de que era un buen padre cristiano. Murió fusilado el 30 de abril de 1940 en la cárcel de Porlier, en Madrid.
A mediados de los ochenta, Abelardo Linares, librero y editor sevillano, visitó a Jorge Luis Borges en su casa de Buenos Aires. Durante la conversación, el escritor argentino dijo recordar perfectamente a Pedro Luis de Gálvez, al que conoció en una visita a Sevilla, considerándolo autor de algunos de los sonetos más hermosos escritos en lengua castellana y recitando de memoria varios de sus poemas.
Rescatamos el retrato que el poeta hizo de sí mismo:
Ecce-Homo
Seminarista, de Antinoo prendado.
Presidiario en Ocaña. Aventurero.
Nada he tenido, ni tampoco espero.
Fui, en Alesio y Escútari, soldado.Camino por mi senda sin codicia:
todas las bocas saben a lo mismo;
todo lugar, cantera de egoísmo,
y, en todas partes, muda la justicia.No me desvela el juicio de la gente.
No curo del mañana ni el presente.
Bebo para olvidar… Siempre la garrade la calumnia al cuello, sin fortuna,
muerta la fe, sin ilusión ninguna
y, en la mano, una bala, como Larra…***
Recomendamos leer:
El sable. Arte y modo de sablear, Pedro Luís de Gálvez. Renacimiento, 2018.
Las armas y las letras: literatura y guerra civil, Andrés Trapiello. Destino, 2010.
Las máscaras del héroe, Juan Manuel de Prada. Seix Barral, 2008.
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