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Pedro G. Cuartango: "He querido ser siempre yo, y he pagado un precio por ello" - Zenda
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Pedro G. Cuartango: «He querido ser siempre yo, y he pagado un precio por ello»

Y también de Cuartango. Por su constante y sabio canto al pasado, por sus chispazos filosóficos y por su valentía crítica. Entre otras cosas, de él aprendí que un periodista no puede opinar de todo sin caer en la banalidad, y que uno es lo que elige ser aunque sea contra todos. Se licenció en...

Me cuenta Pedro García Cuartango (Miranda de Ebro, 1955) que no entiende cómo un entrevistado puede ser maleducado con un entrevistador en el sentido de que el segundo, sobre todo cuando de temas culturales se trata, le está haciendo un favor al primero. Le digo que, a veces, una interviú es una excusa perfecta para conocer a las personas que uno admira. Como en este caso. Disculpe el lector la siguiente batallita: El Mundo fue mi diario de cabecera cuando era estudiante de Periodismo —luego, no tanto—. Siempre fui de Raúl del Pozo —Umbral ya había muerto—, de Gistau, de Antonio Lucas.

Y también de Cuartango. Por su constante y sabio canto al pasado, por sus chispazos filosóficos y por su valentía crítica. Entre otras cosas, de él aprendí que un periodista no puede opinar de todo sin caer en la banalidad, y que uno es lo que elige ser aunque sea contra todos. Se licenció en Ciencias de la Información en la Complutense, asesoró en los trabajos del primer Plan Electrónico Nacional, cofundó periódicos, pasó más de un cuarto siglo en El Mundo, diario que llegó a dirigir en pleno tsunami mediático-político-económico, lo despidieron vaya usted a saber por qué y, desde no ha mucho, escribe en ABC.

Justifica esta entrevista la publicación de Visto y oído (Sibirana Ediciones, 2018), una compilación de artículos que versan sobre libros, música y películas. Sus páginas emanan cultura, pasión y, cómo no, nostalgia. Como Pessoa, el periodista mirandés prefiere la angustia al aburrimiento. Escribe: «Sin el cine, los periódicos de papel, el boxeo y la sopa de ajo —todo ello a punto de desaparecer— la vida no vale nada».

Conversamos en unos sofás sitiados por un envidiable y magnífico ejército de seis o siete mil libros.

—¿La nostalgia es la única distracción posible para quien no cree en el futuro, como se dice en La gran belleza?

"Nadie es capaz de predecir el futuro, como sabemos. Nadie ha sido capaz de predecir los acontecimientos históricos que hemos vivido en los últimos años, desde la caída del Muro de Berlín. El futuro será peor de lo que queremos, pero será mejor de lo que tenemos"

Podría ser un poco el lema de mi manera de ser y también de lo que yo escribo. Es verdad que todo lo que hago gira en torno a la nostalgia. La propia columna de ABC, la que también tenía en El Mundo, es «Tiempo recobrado». Por lo tanto, tengo una obsesión casi enfermiza por el paso del tiempo. No en vano, uno de mis escritores favoritos es Proust. Y hay lectores y algunas personas que me dicen de forma crítica que siempre escribo sobre el tiempo, y es verdad. Siempre escribo sobre el tiempo, sobre la nostalgia, sobre el pasado. Realmente, no sé por qué. No te lo sabría explicar racionalmente, pero es así. Siento una atracción casi morbosa por la nostalgia, por la rememoración del pasado. Y como se dice en esa cita de La gran belleza, en el pasado es donde reside la belleza, no en el futuro.

—¿El futuro será utópico o un crimen?

Será las dos cosas. Nadie es capaz de predecir el futuro, como sabemos. Nadie ha sido capaz de predecir los acontecimientos históricos que hemos vivido en los últimos años, desde la caída del Muro de Berlín. El futuro será peor de lo que queremos, pero será mejor de lo que tenemos.

—Señor Cuartango, ¿qué echa de menos en su vida?

El tiempo, la juventud, la infancia. Lo que echo de menos es el tiempo perdido, en el sentido del tiempo pasado. La ilusión que uno tiene cuando es joven, cuando se es adolescente, esa emoción por el descubrimiento de la vida va perdiendo intensidad con el peso de los años.

—¿Y qué echa de más?

"La Historia tiende a repetirse. La naturaleza humana no cambia. En ese aspecto, podemos decir que todo sigue igual"

¿Qué echo de más? Hombre… (Piensa) Estoy entrando casi en la vejez, lo digo sin ningún dramatismo, pero es verdad. Pues hombre, la edad que yo tengo te produce una cierta lucidez sobre el mundo que te rodea. La edad genera conocimiento. Yo conozco mejor el corazón de las personas y comprendo mucho mejor sus motivaciones que hace treinta o cuarenta años, cuando era mucho más joven. Entonces, lo que tengo de más ahora es el conocimiento, la lucidez, pero no es un atributo mío personal, sino que es algo que te da la edad. Cuando vives tienes una vida intensa como la mía, lees y conoces a mucha gente, eso te permite realmente profundizar mucho mejor en el alma humana. Y eso es lo que tengo de más ahora.

—En un artículo recogido en Visto y oído, escribe que nunca pasa nada, que todo se repite. ¿Por qué? O, como buen español en busca de un culpable, ¿por culpa de quién?

Bueno, es una frase. No es verdad que todo se repita. Es una frase que la puedes interpretar: todo se repite en la medida en que no cambia la naturaleza humana. Los errores que se cometen en el Imperio Romano y llevan a su decadencia los vemos luego mucho más tarde, pues no sé, en el Imperio Británico o en otras potencias del siglo XX. La Historia tiende a repetirse. La naturaleza humana no cambia. En ese aspecto, podemos decir que todo sigue igual. O sea, la frase de Parménides, que decía que el cambio no existe, existe el ser. Y en ese aspecto nada cambia. Existe el ser, y el ser era, es y será. No hay ningún cambio. Pero también es verdad que estamos sometidos a un devenir histórico que se va acelerando. Estamos conociendo profundos cambios. He visto más cambios en mi vida que, probablemente, tres generaciones que vivieran en el siglo XIX. Yo nací en Miranda y las mercancías se distribuían, aunque no lo creas, en carros de caballos a finales de los años cincuenta, y hoy pues, evidentemente, manejo la tableta, el teléfono móvil… Vivimos en una sociedad hipertecnificada. A lo largo de mi vida, en mis 63 años, no tengo ningún reparo en decirlo, he conocido un cambio impresionante. Las dos cosas son verdad: en el fondo nada cambia, porque la naturaleza humana permanece constante y el hombre de nuestro tiempo es como el del Neolítico, pero por otra parte es verdad que la Historia se está acelerando.

—¿Vivimos en la era de los mediocres?

"Realmente, las personas que se salgan de ese discurso son apartadas por el sistema. Eso es verdad. Pero no vivimos en un mundo monocorde ni unidimensional"

En parte sí. Si te refieres a la clase política, sí. Nunca ha habido en España una generación de políticos tan mediocre como la que hay ahora. Con evidentes deficiencias intelectuales y lagunas de conocimiento, pero también con muy poca grandeza. La política se ha convertido en algo banal, en algo incoherente, que genera muy poca ilusión. Desde ese punto de vista, sí: vivimos en una época de mediocres. Pero creo que, a pesar de todo, a pesar de esa superestructura, hay una infraestructura debajo, una sociedad civil, que no es mediocre. En España hay buenos escritores, buenos médicos, buenos abogados, buenos ingenieros… Hay una élite cultural y sociológica que no es mediocre.

—Jesús Quintero dice que los analfabetos de hoy son los peores porque, en la mayoría de los casos, saben leer y escribir, pero no ejercen.

Tengo dudas sobre eso. Es difícil responder a eso. Yo creo que el poder siempre produce un discurso unidimensional, y los políticos hacen cosas que tienden a perpetuarse. También sucede con los dirigentes de la economía. Hay una especie, efectivamente, de discurso monocorde, unidimensional, que, en cierta forma, sirve para legitimar el orden establecido. Realmente, las personas que se salgan de ese discurso son apartadas por el sistema. Eso es verdad. Pero no vivimos en un mundo monocorde ni unidimensional.

—Escribe: «Uno es lo que elige ser aunque sea contra todos». ¿Qué ha elegido ser usted?

—Yo he elegido siempre ser coherente con mis ideas y con lo que yo creo. Nunca me he plegado a las circunstancias externas, al discurso dominante en la sociedad, a mis jefes. Siempre he mantenido un reducto de individualidad. También cuando escribo. Escribo mucho sobre cosas personales. Yo creo que, al final, nuestra última fuente de satisfacción es el «yo», o sea, ser como somos. Entonces, uno tiene que ser como quiere ser o como es contra todo. Lo más importante es preservar tu propia identidad, y eso supone siempre pagar un precio muy alto. Yo he pagado un precio muy alto a veces por querer ser coherente, pero siempre he tenido esa idea de la coherencia personal y de llevar hasta las últimas consecuencias mis decisiones. De eso no me arrepiento. En ese sentido, nadie me puede reprochar nada. Nunca me he plegado a lo que querían oír de mí o a la imagen que tenían otros. Yo he querido ser siempre yo, y he pagado un precio por ello, sobre todo profesional. Pero no me arrepiento.

—¿Se considera usted un hombre libre?

—Totalmente. Yo creo en la frase de Sartre profundamente. Es un tópico: «El hombre está condenado a la libertad». El hombre no tiene esencia, no nace con una identidad. Luego la adquiere. El hombre, en el sentido de que no tiene esencia, no es nada: no es español, no es católico. El hombre se va haciendo y el hombre se hace en función de las decisiones que toma. El hombre tiene que decidir. Incluso una persona que estuviera prisionera en una cárcel, siendo torturada, sería libre. Porque, ¿en qué consiste la libertad del prisionero que está en una mazmorra torturado y atrapado con unas cadenas? La libertad consiste en que tú no asumes el discurso de la persona que te tiene encarcelada y no dices lo que quiere oír. En ese aspecto, siempre eres libre. Hay un reducto de la libertad que nadie puede conquistar.

—Antes ha dicho que, por el hecho de ser coherente, ha pagado un precio. ¿Qué le han querido endilgar?

"Yo he ido siempre a trabajar al periódico, sobre todo a El Mundo, donde he estado más de un cuarto de siglo, con ilusión. Y he sido feliz. Siempre he sido feliz con mi trabajo"

—Cuando estás al frente de un proyecto periodístico hay muchos condicionantes y presiones, porque hay intereses políticos y económicos. Yo nunca he aceptado hacer cosas que estuvieran en contra de mi conciencia. O sea, yo no soy un revolucionario, soy una persona, políticamente, de centro. Pero si yo soy director de un periódico, las decisiones las tomo yo, no las toma la empresa. La empresa me puede destituir, pero jamás aceptaré que me impongan las decisiones desde arriba. A eso me refiero. Y cuando he sido periodista y he tenido que hacer un reportaje, jamás he aceptado que se me dijera cómo lo tenía que hacer. La empresa, si no le gusta, que no lo publique. Jamás me he plegado a escribir al dictado.

—¿Ha renunciado alguna vez a la vida por el periodismo?

—No. Al revés: el periodismo ha sido mi vida. No solamente no he renunciado: he vivido gracias al periodismo. Eso lo tengo muy claro. Se lo digo a mis amigos: yo no he ido a trabajar nunca a disgusto. Yo he ido siempre a trabajar al periódico, sobre todo a El Mundo, donde he estado más de un cuarto de siglo, con ilusión. Y he sido feliz. Siempre he sido feliz con mi trabajo. Y si volviera a nacer hoy, sería otra vez periodista. A pesar de todas las dificultades que atraviesa el sector. El periodismo me ha permitido realizarme a nivel personal y materializar mis deseos.

—¿Nos hemos olvidado los periodistas del significado del verbo «informar»?

"Es verdad. Creo que se ha deteriorado nuestro sistema educativo y, sobre todo, se han debilitado mucho las enseñanzas humanísticas"

—Sí. Hay una crisis del periodismo. Ahora mismo es muy difícil, y no sólo por las fake news, no sólo porque vivimos en la época de la posverdad, sino porque cada vez las empresas periodísticas tienen más intereses, están muy vinculadas al poder financiero, al poder político y, en esa medida, el trabajo del periodista cada vez es más difícil. Yo digo que, ahora, en España existe menos libertad de prensa, menos pluralidad informativa, que durante la Transición. Ha habido un gran proceso de concentración periodístico, las empresas son mucho más fuertes, y cada vez es más difícil que el periodista pueda hacer su trabajo con dignidad.

—¿Y del verbo «leer»? Ahí está, por ejemplo, en tantos periódicos, esa epidemia de comas entre sujeto y predicado.

—Bueno, pues porque los periodistas cada vez escriben, a lo mejor, peor. Ese es un problema de la educación. Es verdad. Creo que se ha deteriorado nuestro sistema educativo y, sobre todo, se han debilitado mucho las enseñanzas humanísticas. La lengua española, la Historia, el arte, la filosofía… todo eso apenas se enseña. Luego, es verdad que la gente lee poco. Por lo tanto, cada vez se escribe peor. Y antes había un nivel literario y redaccional más alto en los periodistas. Ha habido un deterioro en la profesión. Mucha gente con experiencia ha tenido que dejar la profesión durante la crisis y ha sido sustituida por gente más joven, con salarios más bajos y con menos formación. Y luego hay otro factor muy importante, y esto te lo digo con conocimiento de causa: antes, los periódicos tenían estructuras de edición y vigilaban mucho más lo que salía. Se han desmantelado los controles.

—Impera la velocidad que impone internet.

—Claro. Pero también en el papel. Antes, El Mundo tenía a ocho personas para leérselo todo, para editarlo, para corregir el estilo. Todo eso, los periódicos lo han desmantelado para ahorrar dinero. Por lo tanto, los periódicos de papel están peor escritos y, como tú dices, en internet es que no hay ningún control. Es que en internet llega un redactor, escribe una noticia y se cuelga, y no la lee nadie. Por tanto, eso ha producido un deterioro de la calidad unido, y es muy importante lo que te decía de la pérdida de nivel del sistema educativo.

—Escribe que «el arte no tiene banderas políticas ni el artista debe ser una persona ejemplar». Lo comparto, por no decir que me consuela. Mi biblioteca está llena de cabrones, ahí tengo a Rimbaud o a Hamsun, y parece que ahora los escritores, músicos, cineastas, etcétera, tienen que ser monaguillos del padre Ángel.

"He descubierto cosas importantes para mi vida, y me ha ayudado a comprender mi entorno. Siempre lo he defendido, desde muy joven: leer es una forma de vivir y no se puede vivir sin leer"

—Efectivamente. Estamos totalmente de acuerdo. Eso es un disparate. Ahí está El viaje al final de la noche, de Céline, que era un fascista. El arte no tiene nada que ver con la política ni con la moral. Debería tener, pero sabemos que hay grandes obras que han sido escritas por personas malvadas. Has citado a Hamsun, que colaboró en Noruega con Hitler. El arte no tiene nada que ver con las ideologías políticas. Es muy difícil saber cuáles son las condiciones que generan la creación artística, pero, desde luego, no es la ideología política. Decía Adorno que el arte es una especie de intersticio, de grieta en la sociedad. Él tenía mucha influencia del marxismo y creía en que la existencia estaba condicionada por las fuerzas de producción, las relaciones de poder, pero decía que el arte era un reducto, una especie de agujero en el sistema a través del cual puede surgir la creatividad. Y yo estoy de acuerdo.

—¿Ha encontrado en los libros, en la música o en las películas alguna verdad fundamental?

—Sí. Yo no distingo entre vivir y leer. Leer es una forma de vivir. He encontrado muchas verdades fundamentales, claro. Leyendo La Divina Comedia, La Ilíada, La montaña mágica o La cartuja de Parma. He descubierto cosas importantes para mi vida, y me ha ayudado a comprender mi entorno. Siempre lo he defendido, desde muy joven: leer es una forma de vivir y no se puede vivir sin leer.

—¿Cuántos libros tiene aquí?

"He comprado mucha novela negra. Me interesó desde que Alianza sacó aquella colección dirigida por Borges. Eran unos libros que costaban veinticinco pesetas"

—Uff, no lo sé. No me atrevo a decirte. A lo mejor, si te digo una cifra cometo un error flagrante. Pues a lo mejor seis o siete mil. Pero es poco, eh. Hay bibliotecas el triple o cuadruple que la mía. La de Amando de Miguel tendrá que tener 50.000 ejemplares. Lo que sí tengo es una biblioteca muy selecta. La tengo bien elegida: Historia, literatura, filosofía… Tengo lo fundamental. Me puedo jactar de que tengo una buena biblioteca en cuanto a que es la flor y nata de los libros.

—Es un gran lector de novela negra.

—Ya ves que aquí tengo un montón de novela negra. He comprado mucha novela negra. Me interesó desde que Alianza sacó aquella colección dirigida por Borges. Eran unos libros que costaban veinticinco pesetas. Sacaban novela negra americana y británica. Me fascinó. Leo todo lo que cae en mis manos de novela negra.

—¿Se le ha vuelto a aparecer el fantasma de Sarah Bernhardt?

"Bach es impresionante. Es un músico muy completo y muy vanguardista en su época. Tiene cosas que las escuchas y podrían haber sido compuestas ayer. Es formidable"

—Es una fantasía convertida en literatura, y entiendo que la gente es consciente de ello. Es verdad que estuve en Belle-Île un verano y yo tenía una atracción morbosa por un lugar al norte de la isla. Iba en Belle-Île a una especie de playa con un gran caserón. Allí pasaba horas, me llevaba libros, veía el atardecer, los acantilados y, un día, me encontré con una chica joven y estuve hablando con ella. Bueno, pues ahí se acaba la cosa. Entonces, veinte años después, veo una doble página de Libération y veo ese caserón y veo una foto de una mujer. Ese caserón lo había comprado Sarah Bernhardt y había vivido un montón de años. Ahí pasaba meses con sus amantes, estuvo ahí hasta el final de sus días… Fue muy importante ese caserón y yo no lo sabía. De ahí surgió la idea de que se me apareció el fantasma de Sarah Bernhardt.

—Hay mucho cine italiano en el libro.

—Están Fellini, Rossellini, De Sica, Visconti, Antonioni… Están todos los del neorrealismo. Me gusta mucho el cine italiano del neorrealismo. ¿Por qué? Porque me encuentro retratado en lo que ellos muestran. La posguerra. Ladrón de bicicletas, de De Sica, es la posguerra en Italia.

—¿Sigue escuchando la Pasión según San Mateo de Bach por Viernes Santo?

—Siempre, siempre. Desde el año 76 o 75 que la vi en televisión en una versión de Karl Richter la escucho. Bach es impresionante. Es un músico muy completo y muy vanguardista en su época. Tiene cosas que las escuchas y podrían haber sido compuestas ayer. Es formidable. Se ha dicho que la esencia de la música de Bach es matemática. Hace una música que es una mezcla de inspiración y algo sublime. Yo me quedo subyugado con su música.

—Y, para finalizar, ¿confirma el marujeo gremial de que será el próximo director de ABC?

—Te lo digo de verdad: a mí nadie me ha dicho nada ni yo me he postulado. No hay nada. Es pura especulación. Esa noticia apareció en PRNoticias hace tiempo y me ha complicado la vida. Habrá gente en el ABC a la que le haya molestado. Y no hay nada. Es como si me dices: «Oye, ¿vas a ser director de la NASA?». Pues no creo. ¿Si pasa en el futuro, porque en la vida no puedes descartar nada? Pues hombre… Yo ahora te estoy diciendo la verdad. Está muy bien lo de «marujeo gremial». Además, por una parte me haría ilusión y, por otra, me doy cuenta del marrón que eso supondría.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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