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Panfletos contra la emoción y el audiovisual, de José Luis Cuerda - Zenda
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Panfletos contra la emoción y el audiovisual, de José Luis Cuerda

Para arremeter contra la proliferación en las pantallas de pornografía sentimental, José Luis Cuerda (Albacete, 1947 – Madrid 2020) elige un formato en desuso por denostado: el panfleto. Publicado por primera y única vez en 1997 en la revista Academia, la editorial Pepitas de Calabaza lo presenta de nuevo, acompañado de una completa tele-vídeo-filmografía comentada por el propio Cuerda....

Para arremeter contra la proliferación en las pantallas de pornografía sentimental, José Luis Cuerda (Albacete, 1947 – Madrid 2020) elige un formato en desuso por denostado: el panfleto. Publicado por primera y única vez en 1997 en la revista Academia, la editorial Pepitas de Calabaza lo presenta de nuevo, acompañado de una completa tele-vídeo-filmografía comentada por el propio Cuerda. Una pieza esencial para acercarse más a la obra de uno de los creadores más geniales. 

Zenda publica las primeras páginas.

Panfleto liminar
contra el sentimiento crudo o,
como mucho, vuelta y vuelta

Nunca se han invertido sentimientos a fondo perdido. Tarde o temprano, con ellos como factura, pasamos por caja.

Ni las más mistificadas vulgarizaciones de cuerpos de doctrina con tanto renombre como el Romanticismo —preferentemente alemán, que parece de más densidad y peso— ni las cordiales gilipolleces rosa —sean en novela, fotonovela o telenovela— pueden camuflar eficazmente las verdaderas intenciones oblicuas de sus protagonistas. Malgastan ellos sentimientos a troche y moche, los despilfarran; pero no hay héroes románticos ni doncellitas mancilladas que no se sientan acreedores de la inversión hecha. Quieren besos, mimos, seguridad, un capitalejo, la gloria o un adosado, justicia o que les dediquen un bolero, salir en la página de sucesos o que los inviten a un cartón en el bingo; pero lo quieren y creen que se lo merecen, que se lo han ganado. Nada de entregas ni dádivas. Déjense de cuentos. Préstamos usuarios e hipotecas suicidas. Tangos a lo más.

El mero fluir de los frutos culturales en sazón, justicieramente, habría puesto las cosas en su sitio. Valgan como ejemplos: Shakespeare, Swift, Enrique Santos Discépolo, Quincy, Michaux, Cervantes, Billy Wilder, la picaresca, Cunqueiro, Baroja, José Jiménez Lozano, la novela rusa, Stendhal, Azcona, Marivaux, Radiguet, Rohmer, el expresionismo, el estudio de los distintos grados de conciencia, Berlanga, Buñuel, Miles Davis, Camarón, Melville, Fitzgerald, Juan Sebastián Bach, Faulkner, Francis Bacon, los tachistas buenos y nuestros contemporáneos narradores judíos de América, incluido en primer lugar Woody Allen, que nos aclaran con justeza de qué mimbres purulentos está hecho el cesto humano. Pero es que al mero fluir ese de la cultura no acuden, como pebetero salutífero que pudiera ser, más que cuatro gatos, y, lo que es peor, se le meten al renombrado fluir, a mogollón y a contracorriente, los bien cebados, osados y musculados salmones de la pereza mental, de las transcendencias bobas y del instinto poco modificado. Ya sabemos que los salmones van a morir, ya, pero mientras suben, cortan las aguas.

Empecemos por donde empieza la cosa. Algo hay que decir de los sentimientos más prestigiados. De los que los programadores quieren para sus series. Porcelana de Lladró, diríamos.

A) Amor de madre

Cierto debe de ser que mi mamá me ama. Y que yo amo a mi mamá. La amo porque me ama, porque mamo de su mama y porque me mima mucho. Todas aman. Todos mamamos. Todos amamos.

La mamá mala de mi amigo bueno, cuando se enteró de que se había separado de su mujer y de que lo estaba pasando muy malamente, le dijo: «Pero ¿cómo puedes hacerme a mí una cosa así?».

La mamá buena de otro amigo mío bueno en cuya casa veíamos, tonterías que se hacen, un combate de boxeo en el que un púgil, con gran ventaja, golpeaba una y otra vez inmisericordemente la cara tumefacta de su contrario, exclamaba a cada golpe: «Ay, lo que estará sufriendo la madre de ese hombre».

La mamá del chiste hebraico, que regala dos corbatas a su hijo el día de su cumpleaños y ve que a la hora de la cena se ha puesto una de las dos, le dirá: «Ya sabía yo que la otra no te iba a gustar».

Las mismas historias se podrían contar de padres, no quiero ser machista, pero es que el castellano no da facilidades. Habría que decir algo similar a: «Mi papá papea y yo papeo a mi papá». Con lo que Freud se nos metería en medio del bolo digestivo y haría más difícil la contratarea de los programadores de televisión.

Todas las madres y todos los padres hemos hecho sacrificios por nuestros hijos… Y todos los hijos, incluidos, por supuesto, mis dos hijas, saben, porque se los hemos contado una y mil veces, los sacrificios que hemos hecho por ellos. Con sustantivo, verbo, predicado y circunstancias de cantidad, lugar y tiempo, si es posible, para que valoren mejor la deuda.

 

B) ¿El amor nace o se hace?

El amor, esa hipérbole, es una patología del espíritu auspiciada por envites de la bioquímica cuyos efectos temporales están calculados en menos de un lustro. El encoñamiento es lo mismo, pero en prosa, y dura menos. En ambos, el deseo justifica los medios. En algunas de sus concreciones son los enteros los que justifican medios y deseo. Y, para desesperación de almas cándidas, también, casi siempre, es el deseo el que justifica los fines. Con eso es con lo que, adobado de mayor o menor frenesí, se va tirando en la vida y, con eso y poco más, es con lo que los franceses se han inventado el verbo, esencialmente —valgan los viejos términos para entendernos— transitivo y existencialmente —también esto es invento francés con capital alemán— intransitivo «hacer el amor».

Panfleto contra
el sentimiento guisado

Vivimos una vida muy muy emocionante. Andamos con el pathos a flor de piel todo el día de un lado para otro. Pobres que nos zarandean el corazón en cada esquina, taxistas que nos insultan, viejos que nos envidian, jóvenes que nos desprecian.

Y la televisión. La televisión. La televisión es más emocionante que nunca. Se ha descubierto el mayor espectáculo del mundo: el circo de los sentimientos en nueve pistas, con sus fieras, sus payasos, sus caballistas, sus trapecistas, sus contorsionistas. Pasen señores, vean sentimientos.

Vean sentimientos que entran aquí crudos y cómo nosotros se los guisamos:

a) Prolongada desaparición en estofado: el que se fue a por tabaco, y no volvió, vuelve después de treinta años. Le han hecho la laringotomía, está cojo y ve mal. Quiere que lo cuiden la mujer y las hijas que dejó. Criadillas rehogadas, se llama también ese guiso.

b) Pero hay más: paloma torcaz al caldito reducido de hueso de jamón rancio. O sea, la niña de trece años que voló hace seis meses, con el pavo de cuarenta y dos, regresa al hogar. Un poquitín más follada, pero regresa.

c) U otro, tasajo a la siberiana: dos hermanos, ella vive en Orihuela y él en Moscú, que separó la guerra, se encuentran cincuenta años después ante las cámaras.

Y hasta aquí hemos llegado. Esa es la clave: ante las cámaras. Todo tiene que suceder ante las cámaras.

Ninguna televisión dedicaría un duro de su presupuesto para que la niña enamoradísima del pavo volviera a su hogar, si pavo y párvula no se prestan a que las cámaras los retraten. Mariano se pudriría en Moscú y Mariana en Orihuela si no estuvieran dispuestos a moquear y dar hipidos cuando les pinche la cámara

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Autor: José Luis Cuerda. Título: Panfletos contra la emoción y el audiovisual. Editorial: Pepitas de Calabaza. Venta: Todostuslibros y Amazon

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