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Palabras del Egeo, de Pedro Olalla - Zenda
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Palabras del Egeo, de Pedro Olalla

Estas palabras, escritas por un hombre que espera a su hijo en un rincón perdido del Egeo, son el testimonio vívido y consciente de un escritor con sensibilidad humanística y gran conocimiento de Grecia: una insólita reflexión junto al mar sobre la singularidad y la magia de la lengua griega como exégesis del mundo; un...

Estas palabras, escritas por un hombre que espera a su hijo en un rincón perdido del Egeo, son el testimonio vívido y consciente de un escritor con sensibilidad humanística y gran conocimiento de Grecia: una insólita reflexión junto al mar sobre la singularidad y la magia de la lengua griega como exégesis del mundo; un libro heterodoxo y profundo; un relato poético y vibrante que, sin duda, cambiará en el lector su visión del lenguaje, de la historia de los griegos e, incluso, de la propia historia de la civilización. Palabras del Egeo reúne en sus páginas sorprendentes hallazgos de la antropología, la arqueología, la historia, la náutica, la genética, la geología, la mitología, la filología, la lingüística y la etimología, y nos invita a descubrirlos, con asombro socrático, hechos literatura. Un libro sobre las raíces más profundas de la civilización clásica para los verdaderos amantes de Grecia.

Zenda adelanta un fragmento de la obra.

***

DIEZ

Esta vez, cuando bajes del barco, estarás ya tan alto como yo. Se me está haciendo larga la espera.

Hoy, a primera hora, cuando todo parecía dormido todavía, me vine a caminar descalzo por la orilla del mar: mis pisadas y las olas que se deshacían suavemente en la arena fueron, durante un rato mágico, los únicos sonidos de la isla. Más tarde busqué asiento en la playa vacía, en el lugar donde ahora estoy, a la sombra de un viejo tamariz con el tronco vencido por el viento y pintado de cal hasta donde comienzan a crecerle las ramas.

La primera página en blanco de este cuaderno en el que ahora te escribo refleja de forma cegadora la pletórica luz que vierte sobre el mundo el cielo del Egeo. Bien pensado, casi me atrevería a decir que no refleja sólo la luz: que también es sensible al soplo de esta brisa, cargada de sal y de tomillo; que el papel es uno de esos muros calientes del camino por el que trepa alguna lagartija; una de esas paredes encaladas del pueblo contra las que resuena el canto infatigable de las cigarras. Me deslumbra su blanco cuando voy a escribir, y tengo que hacer sombra con la mano. Luego, cada vez que levanto la mirada, me encuentro con el mar, de un azul aún mucho más profundo que el del cielo. Y, ¿sabes?, así, como venida del silencio, casi escucho tu risa de niño, tu ya lejana voz de niño, repartiendo con asombro aquella alegría inesperada y pura que te produjo ver delfines por primera vez. Delfines de verdad: tan reales como en tu fantasía.

Ahora acabas de cumplir los diecisiete. Y he decidido escribirte este cuaderno mientras te espero aquí, en la isla, porque tú, para mi sorpresa y sin que nadie te moviera a hacerlo, has decidido venir a cuidar de tu griego: de la lengua que aprendiste de pequeño como un milagro natural y sencillo, la lengua del colegio y de la calle, la lengua en que, jugando, les hablabas a tus coches, a tus insectos, a tus conchas, antes de separarnos.

¿Cómo puedo ayudarte a aprender una lengua que ya hablas? ¿Acaso interrumpiendo tu conversación con una clase de gramática cada vez que dejes escapar un gazapo? Sé que no acabaríamos bien. En realidad, más que ayudarte a aprender la lengua griega, lo que me gustaría es poder ayudarte a explorarla. O, para ser sincero, a amarla. Por eso, de momento, en los diez días que faltan para tu llegada, voy a llenarte este cuaderno de cosas que he pensado y sentido todos estos años en contacto diario con lo griego, y en contacto, también, con todo este pequeño gran mundo que se asoma desde tiempos remotos a las orillas del Egeo. Son cosas que no voy a ponerme a contarte cuando estemos juntos, claro está; pero que ahora, aquí solo, a la espera, puedo intentar dejártelas escritas para siempre.

Quisiera que llegaras a entender que todo es uno: la lengua griega… y esta luz, este mar y estas rocas de donde fueron desprendiéndose sus primeras palabras. Así lo veo yo: uno. Un curioso universo: sonido de guijarros, consonantes que chocan entre sí, sustantivos mojados por las olas, raíces semánticas, raíces de frigana, huesos, caparazones, el sol que reverbera sobre el mar, nombres que imitan un rumor eterno, verbos que nacieron de un gesto, preposiciones que son una seña, sílabas que son cuernos que embisten, letras que insinúan el flujo del agua o del aire, palabras viejas que han salido del mar como la vida, como tortugas que van a desovar a la arena. Sé que aún no entiendes nada, pero voy a intentar que llegues a entenderlo.

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Autor: Pedro Olalla. Título: Palabras del Egeo. El mar, la lengua griega y los albores de la civilización. Editorial: Acantilado. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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Pepehillo
Pepehillo
2 años hace

El logos es Cristo. Quedó demostrado por San Pablo ante los filósofos picaflores. Él es el justo clavado al palo que profetizó Platón. Los evangelistas y la mitad de los padres de la Iglesia escribieron en griego obras tan importantes para la cultura occidental como las de Aristóteles. Reducir la cultura griega al periodo precristiano es cercenar la realidad y no sirve de nada. El griego -al igual que el latín- sólo sobrevivirá si volvemos a darle toda la importancia que tiene, la que lo conservó durante siglos en las escuelas. Si lo reducimos a un periodo que nos gusta, si lo vulgarizamos como un asunto cultural o meramente educativo, desaparecerá. Una vez desapareció de la liturgia y los seminarios, una vez se acabaron los curas de pueblo que sabían griego y latín, estaba cantado el conocimiento de las lenguas clásicas perdería su importancia social hasta convertirse en una afición minoritaria. Lo que, sumado al nivel subterráneo de nuestros políticastros, acabaría por echarlas incluso de la enseñanza. No hay salvación posible, porque la ONG de Bergoglio no volverá a ser la Iglesia, y porque la argumentación del entrevistado para señalar la importancia del griego es una paja mental: el griego no nos ayuda a ser libres porque el hombre sin más perspectiva que la vida terrena, ni quiere, ni necesita serlo (al menos eso piensan). Pan y circo -o paguita y pantallas- y a vivir, que son dos días. Por cierto, hablar del origen divino del poder (se supone que en la civilización cristiana) es desconocer un pasado más inmediato que la época de Pericles y, de paso, una civilización que usaba las lenguas clásicas como lenguas de culto y cultura. He aquí el mal del conocimiento fragmentario, la paradoja de que quienes defienden la cultura griega, desconocen una de sus características sustantivas, que es la de concebir la ciencia o el conocimiento como una unidad. El poder político no tenía un origen divino, a no ser que no distingamos entre orden temporal y espiritual, o estemos impregnados de ideologías modernas, tan extrañas por cierto, a griegos paganos y griegos cristianos. Me temo que la única opción que nos queda a los padres serios es estudiar y enseñar a los niños en nuestra casa las nociones que aprendimos antes de que se acabaran las rentas (culturales) de un mundo más culto, del que disfrutamos por herencia antes de malvenderlo.

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