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Pájaros en la cabeza: la traducción como obsesión - Zenda
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Pájaros en la cabeza: la traducción como obsesión

I think that at times, not all times, when I’m translating, my head is like a skylight. Through no effort of my own, I’m visited by bliss. An Unnecessary Woman, Rabih Alameddine   La coordinadora de traductoras del taller Billar de Letras —dirigido por Natalia Alonso, confundadora con Ronaldo Menéndez—, cuenta con detalle el gran trabajo llevado...

I think that at times, not all times, when I’m

translating, my head is like a skylight. Through no

effort of my own, I’m visited by bliss.

An Unnecessary Woman, Rabih Alameddine

 

La coordinadora de traductoras del taller Billar de Letras —dirigido por Natalia Alonso, confundadora con Ronaldo Menéndez—, cuenta con detalle el gran trabajo llevado a cabo para trasladar Los pájaros, la novela de Daphne Du Maurier, publicada por la editorial Gallo Nero.

La del traductor es una profesión romántica y a la vez banal, a la que muchos llegamos atraídos por el sueño de que las nuevas lenguas que aprendemos nos llevarán a descubrir tierras extrañas y, si eso no es posible, al menos las nuevas palabras nos dejarán explorar mundos diversos con nuestra imaginación. Pero a la hora de la verdad, el trabajo diario de la mayoría de los traductores no nos permite viajar tanto como nos gustaría, y las palabras que traducimos muchas veces son bastante más triviales de lo que esperábamos. Así que tener la oportunidad de traducir un relato como el de Los pájaros de Daphne Du Maurier es sin duda una ocasión de subirse al fin al diccionario y echar a volar, alzar el vuelo.

"En Billar de Letras empezamos a impartir talleres con dos ideas principales en mente: que el texto traducido en clase se publicara, y que la traducción en equipo se convirtiera en la principal herramienta de aprendizaje"

El viernes 30 de noviembre presentamos en Billar de Letras este texto publicado por Gallo Nero y traducido por las alumnas del taller de traducción literaria: Blanca Briones, Almudena Cazorla, Mª. Carmen de Bernardo, Elena Fresco, Ana González, Elisa Lobato y María Retamero. Y las preguntas llueven: ¿cómo se traduce un texto en clase a “siete manos”?, ¿qué mecanismo de relojería se pone en marcha para que un trabajo en equipo dé un resultado homogéneo y de calidad, que puedan disfrutar cientos de lectores?

En Billar de Letras empezamos a impartir talleres con dos ideas principales en mente: que el texto traducido en clase se publicara y que la traducción en equipo se convirtiera en la principal herramienta de aprendizaje.
La idea de publicar el texto traducido en clase nos parecía atractiva para los alumnos, en parte por ese fetichismo que tiene para muchos el libro, como objeto palpable. Pero sobre todo, como decía Donatella Iannuzzi —editora de Gallo Nero— en la presentación del libro, porque eso implica que los alumnos “asuman la responsabilidad con los lectores de presentar un trabajo de nivel profesional”. Además, esa forma de trabajar nos ha permitido mostrar a los alumnos cómo trabaja un editor, un corrector o un ilustrador, enseñarles cuáles son sus derechos y cómo ha de ser un contrato, e incluso concienciarlos del valor de las asociaciones para defender una profesión que, por transcurrir a menudo en la sombra, no recibe el reconocimiento ni la remuneración que merece. En definitiva, mostrarles una visión de conjunto de lo que supone la materialización de una traducción.

Por otro lado, trabajar en equipo es una buena forma de aprender, aunque eso implique, citando a una de las traductoras, Mª Carmen de Bernardo: “dejar de lado nuestros egos y aprender a encajar las opiniones de los demás”. Comprobar que nuestras debilidades son las de todos y que son la esencia del trabajo es el primer paso para empezar a valorar también nuestros aciertos. En esta profesión tan solitaria, perder el miedo a compartir dudas, a equivocarse, a mostrar nuestro lado más vulnerable, reconocer las dificultades y racionalizar nuestras decisiones a la hora de traducir no solo ayuda a traducir mejor, sino a que el traductor aprenda a defender luego su trabajo con tanta humildad como firmeza.

La traducción de Los pájaros, de Daphne Du Maurier, es el resultado de la cuarta edición de este taller tan sui generis, tras la traducción en años anteriores de Almas vencidas, de Edith Wharton, Sueños de invierno, de F.S. Fitzgerald, y El hombre que amaba las islas, de D.H. Lawrence. Todos han sido textos brillantes de grandes autores. Y ha sido un placer y un reto poder hacer nuestra esa prosa extraordinaria.

"A primera vista, traducir a varias manos un texto relativamente corto podría parecer una empresa condenada al desastre"

En el caso de Los pájaros, lo primero que nos sorprendió del relato es lo poco que se parece a la mítica película de Hitchcock. A medida que avanzábamos, escuchábamos nuevos ecos, sentíamos que reverberaban en el texto más y más capas de significado, volviendo nuestra tarea cada vez más interesante, hasta volverse adictiva. De hecho, lo que ocurrió fue que las sesiones del taller, que eran de cuatro horas, acabaron alargándose a cinco y hasta a seis horas; los últimos días apenas comimos para sacar más tiempo en nuestro afán de seguir afinando más y más en nuestra traducción: los pájaros no se nos iban de la cabeza.

A primera vista, traducir a varias manos un texto relativamente corto podría parecer una empresa condenada al desastre. Sin embargo, lo que ocurre en los talleres es precisamente lo contrario. Es evidente que el resultado no es tan personal, pero esa posible pérdida se compensa por la eliminación de muchos posibles errores, ya que entre unos y otros es difícil que algo se pase por alto, que se tolere una frase torpe, que si existe una mínima duda sobre una palabra no haya alguien que la ponga en cuestión y obligue a debatirla y a hacer las comprobaciones de rigor. Ocurre que como condición natural del trabajo en equipo se produce una especie de “control de calidad”.

Además, cuando se tiene la suerte de contar con un grupo exigente y animoso, el trabajo se parece mucho a un juego: a un juego que se toma muy en serio. El resultado es un texto consensuado, que además ha pasado por una lectura final del conjunto y varias revisiones. Mi objetivo, como coordinadora, es hacer todo lo posible para que el texto se lea como un todo y que la traducción sea lo mejor posible. Sin embargo, es importante no imponer las soluciones propias. Cualquiera que haya intentado traducir, sea de manera profesional o simplemente como ejercicio improvisado, sabe que hay mil maneras de decir las cosas, y que nunca son todas iguales, que siempre hay matices discutibles, gustos personales… Incluso uno mismo, cuando relee sus traducciones, suele sentir un deseo irrefrenable de cambiar palabras, de mejorar frases. Pero mi experiencia como revisora me ha vuelto atenta en este aspecto y considero esencial respetar la voz y la aportación personal de cada traductora. Es decir, que lo que busco es la cuadratura del círculo: que el lector perciba el texto como una unidad, pero que cada traductora pueda sentirlo como propio. Porque al taller, en definitiva, se viene a aprender, pero, sobre todo, se viene a aportar aquello que uno lleva dentro.

"Desde el punto de vista estilístico, el texto de Du Maurier parece sencillo"

Siempre tengo la impresión de que hay pocas opciones para hablar de una traducción: o escribes doscientas páginas, o te quedas en generalidades. Y es que, como dijo Ana González —otra de las traductoras—: “traducir es algo más que poner unas palabras al lado de otras». Traducir es traspasar las barreras lingüísticas y llegar al fondo del pensamiento para luego recuperar nuestro idioma y comprobar que, al haberlo visto por un instante desde fuera, se ha vuelto extraño, como la Tierra se volvió extraña cuando alguien la vio desde la Luna por vez primera. Y es con esa lengua instintiva y misteriosa con la que luego el traductor tiene que rehacer el texto paso a paso, minuciosamente.

Desde el punto de vista estilístico, el texto de Du Maurier parece sencillo. Una prosa concisa, clara, sin excesivo lirismo ni exposiciones extensas de ideas complejas. Pero esa sencillez está construida con un material cuidadosamente seleccionado, que es el material con el que el equipo de traductoras ha tenido que lidiar. Por poner un ejemplo, podemos fijarnos en la cantidad de aves que aparecen en el cuento. Ese título genérico de Los pájaros podría hacernos pensar en unos bichos con alas, pero la autora es mucho más inteligente y lo que nos encontramos en el texto no es un montón de pájaros en abstracto, sino un ejército organizado en el que cada especie, según sus características fisiológicas y sus hábitos, cumple una función, y por ello nombrarlas con precisión y rigor resulta fundamental, y eso requiere un trabajo de investigación terminológica igual que el que haría un traductor para traducir una guía de aves (aunque aquí contamos con que una de las traductoras, Ana González, era también ornitóloga: otra de las ventajas de trabajar en colaboración).

Podemos fijarnos también en las sutiles referencias a la Segunda Guerra Mundial y a la época. ¿Cómo traducir “Light up the Primus» o «the little Morris»? ¿O qué hacer con los “blackout boards”? Nos ha tocado investigar bastante para acabar convirtiendo el Primus en un infiernillo, el pequeño Morris en “el coche, un Morris de pequeño tamaño» o los “blackout boards» en “tablas para evitar que los aviones enemigos vieran las luces», pues era así como las familias intentaban protegerse de los bombardeos de los alemanes.

No nos olvidemos de las imágenes bélicas que cuajan el texto y que llevan al lector a relacionar a esos pájaros con una aviación, que, poco antes de que se escribiera el cuento, había hecho que se materializaran los sueños más dulces de libertad y las más terribles pesadillas de violencia.

"Nos hemos esforzado por mantener la sencillez del lenguaje y a la vez asegurarnos de que la prosa fuera igualmente contenida y tensa"

Pensemos, por otro lado, en el ritmo del relato, donde en determinadas frases sencillas, a menudo breves, supuran los terrores más profundos. Pensemos, en general, en la dificultad que entraña a menudo reconstruir una sintaxis aparentemente simple pero diferente en ambos idiomas, y hacerlo garantizando la naturalidad del texto traducido, pero también la cadencia, la tensión, el orden de los acontecimientos que representa la sintaxis original.

En la traducción, en definitiva, hemos intentado jugar con todos esos elementos y muchos más, y crear un texto comprensible para el lector español y rigurosamente fiel a su esencia. Nos hemos esforzado por mantener la sencillez del lenguaje y a la vez asegurarnos de que la prosa fuera igualmente contenida y tensa, hemos reconstruido los diálogos cuidando de su naturalidad y hemos tratado de recrear con mimo las imágenes. A todo eso hay que sumar la maravillosa labor de Pablo Gallo, el artista ilustrador, que ha hecho otra traducción en forma de unas ilustraciones tan impactantes como bellas.

Con todo eso, el equipo al completo puede sentirse satisfecho de haber rendido a la autora el tributo que merece y de traer al público un libro que, estoy segura, el lector no va a poder olvidar. La invasión de los pájaros regresa.

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Autor: Daphne du Maurier. Título: Los pájaros. Editorial: Gallo Nero. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro

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Maite Fernández

Maite Fernández Estañán es traductora de inglés y francés, habiéndose graduado en Traducción e Interpretación por la Universitat Autònoma de Barcelona y con un máster en Estudios de Traducción Literaria de la University of Warwick (Reino Unido). Compagina la traducción editorial y para organismos internacionales del ámbito de las Naciones Unidas con la coordinación de actividades y talleres de traducción literaria en Billar de Letras. Hace ya mucho ganó un premio literario y publicó su novela Los cuadernos de Özbek. Ha publicado también relatos (Coseche Eñe, Triadae), reseñas de libros (Un libro al día, Tertulectos) y artículos sobre traducción. Nacida en Barcelona, ha vivido en Madrid, en Leamington Spa, en Ginebra y actualmente en Copenhague.

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