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Padre Ángel: "Nos creíamos semidioses y hemos visto que somos de barro" - Zenda
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Padre Ángel: «Nos creíamos semidioses y hemos visto que somos de barro»

Los milagros no son científicos, de ahí que yo no esté muy de acuerdo cuando beatifican o santifican a uno, porque para eso hay que hacer un milagro de salud, curar una enfermedad irremediable. No solamente Dios hace milagros, también los hacen los médicos.

©Mensajeros de la Paz

Confieso que tengo el corazón roto, muy desgastado, no sólo por haber amado mucho, sino a veces por el sufrimiento de tantos acontecimientos y personas.

Se llama Ángel García Rodríguez y es asturiano de Mieres (1937), más conocido por todos como el Padre Ángel. Tiene la capacidad de convertir en niños a aquellos que se acercan a él, que, con los ojos bien abiertos, reciben el regalo de una sonrisa incomparable. Carece de dobleces, esas aristas por donde nos torcemos todos. Decía Beethoven que el único símbolo de superioridad era precisamente la bondad; pues bien, ahí la tienen, en el Padre Ángel, con toda su inmensidad y trasparencia. Su mensaje, porque él es un mensajero, es «déjate querer y quiere». Con su fe y práctica ha salvado la vida de miles de personas. En cuerpo y alma.

Mi única ilusión fue y es ser «padre de verdad». En todas las acepciones posibles del término. Padre espiritual, pero también padre real. Padre de tantos niños abandonados, desechados, sin ternura y sin amor.

El Padre Ángel es mensajero de la paz, y no está solo. Miles de personas le han seguido durante más de cincuenta años. Su obra empezó en 1962 cuando fundó, junto el sacerdote Ángel Silva, La Cruz de los Ángeles. Esta organización estaba inicialmente destinada a hogares para los jóvenes más desfavorecidos, y se fue extendiendo a todos los sectores de la sociedad más castigados por la pobreza, el maltrato o la soledad. Su ONG Mensajeros de la Paz, nacida en 1972, actualmente llega hasta más de 50 países. Su lema es «Sólo ante Dios y ante un niño me arrodillo», y ha sido galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia y la Medalla de Oro de la Solidaridad, entre otros reconocimientos internacionales.

Me gustaría que se me recordara como el hombre y sacerdote que quería comprender y escuchar a todos.

Mensajeros de la Paz no solo ofrece refugio a los niños. También está dedicada a residencias y centros de día para los ancianos, banco de alimentos, ayuda a los refugiados, víctimas de conflictos internacionales, damnificados por catástrofes naturales, y ahora también lo hace con los más afectados por la crisis provocada por la pandemia. Es bien conocida su iglesia de San Antón, abierta las 24 horas a todo el que necesite buscar un refugio allí, así como sus restaurantes Robin Hood, donde se ofrece comida gratis a quien la necesite.

El mundo es mucho mejor ahora que hace 50 años y te lo demostraré con datos. Te lo dice alguien que ha visto con sus propios ojos las peores calamidades que el ser humano podría soportar.

El Padre Ángel está convencido de lo que reza el título de su último libro, Un mundo mejor es posible (Alienta Ed., 2019). En este ensayo recorre momentos de su vida y sus razones para ser optimista. Lo explica de tú a tú, como si estuviera uno sentado frente a él. Es su Fe la que le ha hecho erigir el templo más sincrético que uno se pueda imaginar en San Antón. Cree en los hombres y en el Ser Supremo, porque a pesar de haber vivido las situaciones más complejas —no es un sacerdote que solo difunda la palabra de Dios, la ha llevado a todas partes con sus actos— ha visto lo mejor de cada ser humano. Y hoy tenemos el inmenso honor en Zenda de poder charlar con él.

Te espero en la Iglesia de San Antón. Suelo estar ahí casi todos los días. Pregunta por mí. Siempre serás bienvenido.

©Mensajeros de la Paz

—Querido Padre Ángel, gracias por acompañarnos en Zendalibros. ¿Cómo están marchando las cosas por Madrid?

—Pues la realidad es que con mucha preocupación y muy entristecidos, porque sigue sin vencerse la pandemia y sigue falleciendo demasiada gente. Pero también veo esperanza en la gente, y en sus sonrisas. Algunos tal vez sonríen demasiado, y no hay que sonreír tanto, hay que cuidarse, pero creo que Madrid va a dar el ejemplo que tiene que dar.

—Hay un momento bastante emotivo en su obra, cuando narra su encuentro con ese niño llamado Tinín. ¿Le gustaría recordar y compartir con nosotros ese momento?

"Y pensar que hay tantas personas, tantos niños, a los que no les besa nadie... Cuando nosotros nacemos, nacemos besando"

—La historia de Tinín es la de siempre, la de la soledad. Creemos que solo se sienten solos los mayores, pero también se sienten solos los pequeños, sin duda alguna. Me sucedió que llegó a uno de nuestros hogares un niño llamado Tinín, que venía en autobús desde Galicia, y cuando le recibí le pregunté «¿qué es lo que más te ha gustado del viaje?», y me respondió «que me haya dado un beso», y añadió que a él nunca nadie le había dado un beso. Tenía 7 años, y confieso que a mí eso me ha dado más sensibilidad y me ha puesto más los pelos de punta que los terremotos o las guerras. Y pensar que hay tantas personas, tantos niños, a los que no les besa nadie… Cuando nosotros nacemos, nacemos besando. Lo más importante en la vida me atrevo a decir que ya no es ni el amor, lo importante en la vida es el beso, porque el beso lleva más que el amor.   

©Mensajeros de la Paz

—Casi siempre le he visto con esa bufanda y esa corbata rojas. ¿Simbolizan algo para usted?

—Simbolizan fuerza, alegría, y tú me podrías preguntar: «¿Y no te gusta más el color negro y la corbata negra y una bufanda negra?». Y yo te diría: «Pues no». Cada vez que veo a uno con corbata negra digo: «Uy, malo». Y si veo a otro con bufanda negra pues me digo: «Este es un señorito, o algo así». Es decir, los chavales jóvenes no andan con bufanda negra.

—¿Es posible la unión entre la espiritualidad, la ciencia y el arte?

"No solamente Dios hace milagros, también los hacen los médicos"

—Sin duda alguna, pero hay cosas que solo las da la espiritualidad, pues sin la fe hay cosas que no se pueden entender. La ciencia nunca será capaz de convencernos de lo que es la espiritualidad, de lo que son los milagros. Los milagros no son científicos, de ahí que yo no esté muy de acuerdo cuando beatifican o santifican a uno, porque para eso hay que hacer un milagro de salud, curar una enfermedad irremediable. No solamente Dios hace milagros, también los hacen los médicos. Ahí está el doctor Cavadas y otros muchos doctores que son capaces de revivir y devolver a la vida a los moribundos, y la prueba la tenemos en esta plaga. Muchos han sido capaces de resucitar a la gente.

—No fueron fáciles sus inicios. Leo en su obra que cuando usted empezó tuvo incluso amenazas de muerte, lo que motivó su marcha de Asturias a Madrid. Se le ha acusado de rojo y de fascista. ¿A qué ese empeño de otros por situarle a usted en una tendencia política?

—Pues ahora justamente estoy pensando en Jesús, que es el presidente de mi partido, al que también llamaban de todo porque comía con prostitutas o hacía milagros… Es verdad que a veces la gente te encasilla, y si te ven con uno del PP, o del PSOE, o de Vox, se piensan en seguida «éste será de algo». Yo no me canso de repetir que el único secretario general de mi partido es el papa Francisco. En nuestros inicios las amenazas de muerte nos llegaban porque molestábamos y querían deshacerse de nosotros, pero yo, si puedo, no me voy a dejar ser mártir. No creo mucho en los mártires que han ido a buscar el martirio. Quiero decir, si te matan por creer en Dios o te matan por salvar a un niño, o por ir al mar a rescatar, pues bendito sea Dios, pero morirse por morirse yo no quiero, ya llegará; la prueba es que estoy haciendo todo lo posible para intentar vacunarme, tomar pastillas para la tensión…

—»A veces no hay respuesta», dijo una vez el papa Francisco. ¿Qué hacemos entonces?

"Yo he creído muchas veces en cosas imposibles. Hay que soñar y hay que creer"

—Cerrar los ojos y creer. Creer en las cosas en las que hay que creer, aunque uno no tenga respuestas. Yo he creído muchas veces en cosas imposibles. Hay que soñar y hay que creer. Una vez una niña le preguntó al papa por qué Dios permite que los niños sufran y sólo unos pocos ayuden, y el papa le respondió que le había hecho la única pregunta que no tiene respuesta. Pues para mí esa es la respuesta, que no hay respuesta.

¿Ha dudado alguna vez?

—Sí, sí he dudado, muchas veces. Y siendo más joven más todavía, porque cuando uno es joven quiere tener certezas de todo. Ahora, cuando eres mayor dices «bueno, pues vamos a esperar», pero cuando eres joven no. Yo perdí la fe a los dos años de ser cura, y la perdí en el Santuario de la Virgen en Lourdes, cuando vi aquella procesión de los enfermos. Yo me decía: «Si estos que vienen aquí no se curan, no sé cuánta verdad hay en todo esto». Aquello me hizo mucho daño, y así estuve meses, sin creer mucho en Dios. Vivía el Padre Tarancón cuando me pasó aquello, y se lo conté. Él me dijo: «Ángel, hay que creer, aunque a veces no lo entiendas. Esa gente va con fe a Lourdes, aunque no logren curarse por lo menos tienen la esperanza». Yo dudaba cuando era joven, y criticaba, ahora no. Si yo tuviera un hijo, un amigo o un familiar enfermo yo iría de rodillas a la Santina de Covadonga para pedirle que se curase, porque la fe mueve montañas. A veces es muy fácil juzgar cuando no te toca a ti. Yo he ido a Covadonga a pedir que se curase algún niño, pero sobre todo he ido a dar gracias. Eso es creer en los milagros, claro que es creer en los milagros. Y sigo rezando para que seamos capaces de salir de este mundo roto en el que estamos ahora.

—La iglesia de San Antón es una perfecta síntesis de lo diferentes que somos. Mensajes como «coge lo que necesites, deja lo que puedas» son sólo una parte de lo mucho que allí se puede aprender. ¿Qué es para usted esta iglesia, y para sus muchos visitantes?

"Un milagro es que venga una señora y te traiga un kilo de arroz, cuando ella no tenía nada. Eso es un milagro"

—Una iglesia de sentido común, una casa de todos. Los políticos y los alcaldes se han inventado que el Ayuntamiento es la casa del pueblo, pero eso es mentira, pues solo pueden entrar ellos, y solo tienen alfombras y sitios para ellos. Los del pueblo entran allí la mayor parte de las veces a pagar multas. Yo soñaba con tener esa iglesia abierta las veinticuatro horas, y que pudieran entrar todos sin que nadie les preguntara nada, incluso a los que no dejaban entrar en otros sitios. Un lugar en el que pudieran bautizarse aquellos a los que se les había negado el bautizo, o a comulgar aquellos a los que se les hubiera negado la comunión, un lugar en el que pudieran ir a pedir la bendición las parejas que se querían, aunque no se pudieran casar canónicamente. Recuerdo cuando montamos los primeros hogares mixtos de niños y niñas. Una de las cosas más graves de las que se me han acusado era que había montado hogares de promiscuidad, y yo decía: «Pero vamos a ver, si son hermanos y hermanas que han sido abandonados». Yo solo quería que viviesen juntos. Después de muchos años un obispo me dijo: «Qué buena idea has tenido». Fue otra cosa de sentido común. El papa Francisco lo dice: las iglesias parecen museos, lugares de oficina con horarios… Así que la iglesia de San Antón es un bálsamo de aceite, de oración, y de reposo. La gente acude a rezar y también a reposar. Y si quieren tomar algo, también pueden. Ha acudido mucha gente para pedir curarse de graves enfermedades, personas que querían suicidarse, con ganas de tirar la toalla, y han encontrado allí la respuesta para seguir adelante. Ahí sí he visto muchos milagros, la iglesia de San Antón está llena de milagros. Un milagro es que venga una señora y te traiga un kilo de arroz, cuando ella no tenía nada. Eso es un milagro. Un milagro es que venga alguien y te pida si se puede tomar un café y pueda hacerlo en San Antón, donde ya no hay agua bendita —iba a decir «gracias a Dios o por desgracia», porque el agua bendita no hacía ningún mal a nadie— pero por lo menos hay café.

©Mensajeros de la Paz

Cuéntenos alguna anécdota…

—¡Cuento tantas cosas que a veces creo que me las estoy inventando! En una ocasión, cuando llegué a Madrid, me vino una prostituta para que acogiera a sus niños porque no les podía dar de comer; y sí, me los quedé, y a los dos días me vino una señora trabajadora, buena, de iglesia, de comunión, a pedirme por favor a ver si le podía coger a los niños, y le dije que no, que acogíamos a los de las prostitutas, de los pobres… y me dijo: «¿O sea, que me tengo que hacer prostituta?». Y le dije: «No, hombre, no se haga». Pero tenía toda la razón. Ahí me dio una lección.

Usted es padre de millones de personas, pero hay un niño especial en su vida. Háblenos, si lo desea, de Josué.

"Es fácil enseñar a querer a todos o a ser querido por todos. Lo que no es tan fácil es querer a una persona en concreto"

—Hay muchos Josués, pero entre ellos hay uno especial, que es con quien convivo. Quizás es la experiencia más bonita que he tenido. Uno de los últimos regalos que Dios me ha dado en la vida —iba a decir el último, pero uno no se quiere ir al otro mundo— es que un niño me llame «papi», o que yo le pueda decir «te quiero mucho». Es fácil enseñar a querer a todos o a ser querido por todos. Lo que no es tan fácil es querer a una persona en concreto, o dejarte querer por una persona. Es distinto. Nos enseñaron que había que querer a todos, pero no nos enseñaron que había que querer también uno a uno, y a personas muy concretas, y esta es una experiencia que me ha llegado con más de setenta años.

—Creo que le gustará saber que los lectores de Zenda y XL Semanal eligieron la Biblia como uno de los cien mejores libros que deberían estar en toda biblioteca perfecta. ¿Qué le parece?

—Yo desde que era pequeño tenía el Evangelio y el Catecismo en la mesita y sí, la Biblia es un libro que quien lo lee se enamora, la lee una o dos veces, algunos la aprenden. Se hacen estudios. Pero lo que tiene sobre todo el Nuevo Testamento son tantas cosas bonitas que parece que no son verdad. Las Parábolas de Jesús son una enseñanza. Aquel que no haya leído la Biblia y el Nuevo Testamento ha perdido algo. Es como no haber leído el Quijote. Hay que leerlo porque además se aprende cómo se escribía en lengua española. Como ser humano, además del Quijote hay que leer la Biblia. No me extraña que esté en tantos idiomas, en tantas bibliotecas, y en tantas casas…

—Dicen los Evangelios: «Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión». ¿Hay personas que son intrínsecamente malvadas, sin redención posible?

"No hay que estar de acuerdo con todo lo que dice el Evangelio"

—No. No hay que estar de acuerdo con todo lo que dice el Evangelio. No hay gente mala. Yo no quiero negar que haya un infierno (parece que el limbo y el purgatorio lo han quitado de en medio), pero lo que sí yo creo es que nadie puede certificar que ha ido o que esté en el infierno, por mucho mal que hiciera; en cambio sí se puede certificar quiénes sí han ido al cielo, que son los santos. Sigo diciendo que los hombres y las mujeres somos buenas personas. Yo no he encontrado en mis ochenta y tres años de vida ni una sola persona mala. Lo que me he encontrado son personas enfermas que matan, que agravan, discuten, mienten… Pero intrínsecamente malas no he encontrado ninguna.

—¿Cuál es el peor de los pecados, en su opinión?

—Bueno… pues bien fácil: matar, que no es quitar la vida a alguien, matar es no querer. Es curioso cómo se llega a esta conclusión.

©Mensajeros de la Paz

—¿Cuáles han sido las principales enseñanzas que ha recibido?

—Eso lo tengo muy fácil de responder, y me viene muy bien recordarlo. Yo he tenido el privilegio de estar con la madre Teresa de Calcuta, con Vicente Ferrer, Pedro Casaldáliga y el papa Francisco. Del padre Vicente Ferrer aprendí la providencia, de la madre Teresa la caridad, y además en el buen sentido, que hay mucha gente que dice que caridad suena a beneficencia y no es así, la caridad es una de las cosas más bonitas que hay. Del papa Francisco aprendí la esperanza en Dios, en el mundo y en los hombres, Caridad, Providencia y Esperanza. Hacía tiempo que no tenía ocasión de encontrar estas tres palabras.

—¿Qué le ayudó a superar el miedo en el difícil momento que usted describe en su obra, cuando su salud se vio comprometida?

"Los que creemos pienso que tenemos un privilegio añadido"

—Los que creemos pienso que tenemos un privilegio añadido. Lo que te ayuda en esos momentos es la fe y la esperanza, las ganas de vivir y la perseverancia. Poco más te puede ayudar en esos momentos. Es muy curioso, en aquellos años a mí me quedaban muchas cosas que hacer: abrir la iglesia veinticuatro horas, querer a una persona en concreto… Eso te da mucha fuerza. Todos conocemos personas que si no tienen una ilusión, si creen que ya lo han hecho todo, les da igual morirse. Si a mí en estos momentos me llegara —y yo pensaba que nos llegaba a todos con esta pandemia que parece una especie de fin del mundo—, pues ahora veo que Josué ya no queda huérfano, ni tampoco Mensajeros de la Paz, y dices: «Bueno, pues si me voy (no quiero irme, aclaro) no tengo tanta preocupación como tenía cuando tenía cincuenta, sesenta, o setenta años». Pero todavía tengo ilusiones.

—Usted es amigo de todos, reyes, políticos, personas anónimas de toda clase y condición. En su experiencia, la caridad y la compasión no entienden de posiciones sociales. ¿Es así?

—Es así. Y además lo he comprobado. Reto a cualquiera a que me diga lo contrario. Algunos no lo querrán reconocer, pero no hay ninguna persona que vaya al político más guarro que pueda haber, más antipático, y que le pida una cosa y reciba una bofetada. No hay ni uno, y si hay uno, es que está enfermo, está tarado. Como Trump, que está tarado, es un enfermo, un tipo al que habría que encerrar (y a lo mejor lo encierran ahora). Quiero decirte, un tipo que toca el botón para destruir el mundo es que está enfermo.

—Los mayores muchas veces precisan de más atención que los niños, pero a ellos no se les tiene en la misma consideración, y a los hechos de la pandemia me remito. ¿Qué mensaje le gustaría transmitir?

—A los mayores, aunque solo fuera por gratitud, habría que quererlos. Eso de que todos llevamos un niño dentro es verdad, pero también es verdad que llevamos un mayor dentro.

—Me dijeron una vez que hay que comprender a Dios en la Naturaleza y regresar a la visión holística del mundo. ¿Comparte esta opinión?

"Yo pienso que a Dios en donde hay que verlo es en los hombres. Sé que a algunos no les gustará esto, pero yo no necesito verlo ni en los cacharros de la cocina, ni en el monte, ni en los árboles"

—Yo pienso que a Dios en donde hay que verlo es en los hombres. Sé que a algunos no les gustará esto, pero yo no necesito verlo ni en los cacharros de la cocina, ni en el monte, ni en los árboles, ni en la naturaleza, el mar, las estrellas o el cielo. Eso es obra de Dios, sin duda alguna, pero donde hay que ver a Dios es en los hombres. Lo demás, que me perdonen, pero son adornos. Si uno ve mucho a Dios en la Naturaleza, y no ve a Dios en un viejo que se está muriendo o en un pordiosero que está en la calle, y en cambio lo ve en la Luna y las estrellas, pues pienso… ¡qué barbaridad! Claro que es más difícil verlo en un pobre hombre tirado en la calle. Pero son maneras de ver.

—¿Qué necesitamos para creer?

—Pensar que la fe es un don de Dios. Que hay muchos que quisieran creer y otros creemos sin tanta ciencia. Yo no puedo creer en otro Dios, profeta o Mesías que no sea de la religión católica. A mí me apetece creer en los Apóstoles, en el Nuevo Testamento (más que en el Viejo Testamento), en San Pedro, San Pablo, en San Juan… ¡Hasta en Judas me apetece creer!

©Foco Azul Foto

—Dice usted en su último libro que a los españoles nos gusta ayudar. ¿Por qué se pierde esa tónica tan rápidamente?

—No es verdad que se pierda, la tenemos siempre. El hacer el bien es como respirar, no hay nadie que no quiera hacer el bien, nadie.

—¿Qué ha echado en falta, y lo que le ha podido llenar, durante estos aciagos meses de pandemia?

"Esta pandemia nos ha puesto en nuestro sitio, con los pies en la tierra"

—No he echado nada en falta, al contrario, he visto más bondad, más solidaridad y más gente buena. He visto también que esta pandemia nos ha puesto en nuestro sitio, con los pies en la tierra. He visto cómo es posible que subamos a la Luna o nos subamos a un avión, y éste vuele, y no seamos capaces de encontrar una vacuna. Nos creíamos semidioses y hemos visto que somos de barro. Todos.

—»Un mundo mejor es posible», afirma usted categóricamente. ¿Va a serlo, realmente, con los dramas que están pasando y están por llegar?

—Sí, sin duda alguna un mundo mejor es posible, lo que pasa es que el mundo se nos ha roto, pero se rompe también con las guerras, o cuando se nos van los padres, o un hijo, o la mujer, y sin embargo somos capaces de salir, y de ésta vamos a salir. Es decir, es como las plagas como las que nos cuenta la Historia Sagrada. Ésta por la que pasamos ahora es una más, quizá es más grave porque ésta la vivimos nosotros. Uno tiene que tener fe. Si me peguntas en qué me baso yo, yo tengo un privilegio, y es que yo creo en Dios. Cuando crees en Dios y en los hombres sabes que somos capaces de salir adelante, y la prueba es que hemos salido de tantas cosas… Todos los que somos mayores conocemos muchas plagas.

Retrato del Padre Ángel, por Marta Vicente

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Susana Rizo

Soy historiadora del arte-documentalista, y prisionera de Zenda desde sus orígenes. Escribir es un reto constante, y este lugar es el mejor para aprender, pues estoy rodeada de maestros.@SusanaRizo5

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