A las buenas, querido lector.
Si ya eres asiduo a mis blogs, sabrás que me encanta dar las gracias. Pero es que debo hacerlo, no me queda otra. Más que nada porque con este blog tenía un miedo de proporciones bíblicas ya que en los turbios mundos de las redes sociales hay mucho cuñao que, para todo en esta vida, tiene una opinión. Pero no, me he encontrado con todo lo contrario. Con gente agradecidísima por tratar estos temas y hacerlo sin estridencias. A todos ellos son los que doy las gracias. Al resto, a los enterados, les remito a mi primera entrada en la que explico algo muy importante para ellos sobre este blog. Aquí mismo lo tenéis: https://zenda.trestristestigres.com/se-lector-antes-que-escritor/
Y, bueno, dejando un poco todo esto de lado paso a contarte el siguiente paso que considero fundamental antes de escribir una novela. Y sí, no todo es llegar, sentarse, escupir lo que se quiera y a triunfar. No. ¡Ojalá! Ni siquiera haciéndolo de manera concienzuda, cuidando todos los detalles, tienes una notoriedad asegurada. Pero sí es verdad que haciendo esto último tus posibilidades de verte en cualquier escaparate literario aumentan. Y vuelvo a hacer énfasis en que todo lo que te vaya contando en este blog, entrega a entrega, no tiene por qué estar ordenado por lógica y por pasos a dar. No. Es más, esto me viene genial para contarte lo que te voy a contar. Vamos.
Ya doy por sentado que eres un estupendo lector. Ya hablamos de eso en la entrega anterior. Ahora te toca saber de ti algo muy importante. ¿Qué tipo de escritor eres?
Y tú dirás: ¿Pero hay tipos de escritores?
Para mí, al menos, sí.
Y es tan sencillo que los divido en dos grupos fundamentales: el organizado y el veleta —aunque a este último lo podemos llamar de mil maneras—. Antes de nada déjame adelantarte que ninguna es la correcta. Me explico: una no es mejor que la otra, por lo que si te consideras de un grupo u otro no te garantiza que vayas a triunfar más o menos que otro perteneciente a otro.
Veamos cómo es el escritor organizado.
Es ése que necesita tener cada detalle de la novela planificado al dedillo. Y cuando digo todo me refiero a estructura de la misma, a tipo de diálogos, lugares a visitar, hechos puntuales que deben ocurrir… Y tú dirás: Pero eso es lo lógico a la hora de escribir una novela, ¿no?
Sí y no. Y atento porque hoy me voy a andar con varias ambigüedades y me vas a acabar odiando.
Este tipo de escritor utiliza todo lo que tiene en sus manos para estructurar su novela. Te hablo de esquemas, libretas, paneles en la pared, pizarras… Necesitan esa seguridad de andar sobre seguro. Que no se les pase nada de lo que querían contar, de cómo querían hacerlo, del momento exacto en el que debería ocurrir.
Ahora mismo se me ocurre el caso de muchísimos escritores de éxito que utilizan esta fórmula. No los voy a nombrar porque no sé si quieren que lo haga, pero te garantizo que son autores de primera línea en la literatura hispana, por lo que este método es muy válido.
Ahora déjame aconsejarte algo: si te consideras dentro de este grupo de escritores, hay una serie de programas informáticos muy buenos que te pueden facilitar la creación de esquemas y la suelta de ideas organizadas. Sobre todo sirven para relacionar un concepto con otro de una forma más o menos clara. Y créeme, te lo facilitarán todo.
Esos programas son Scapple y Curio. Son ampliamente diferenciables aunque sirvan para lo mismo, ya que Curio es mucho más completo que Scapple. Ahora bien, Scapple tiene la ventaja de su sencillez, pues es muy intuitivo y se pueden hacer auténticas maravillas con él. Scapple está tanto para Windows como para OS, mientras que Curio sólo está disponible en Mac. Y antes de seguir déjame recomendarte encarecidamente que, si tienes la oportunidad —y cuando te digo la oportunidad, te digo el dinero— te hagas con un Mac para escribir. No por nada, pero el mío está tres años sin formatear y como el primer día, sin un solo error, que al final es lo que se necesita. Y, bueno, sigamos. Ambos son de pago, aunque Scapple es más económico que Curio, apenas unos quince dólares, me parece, frente a los sesenta y siete en los que empieza Curio. Pero bueno, lo del precio es también por lo que te he contado antes, lo de las capacidades de uno y otro. Si me dejas ya aconsejarte del todo, inclínate por Scapple ya que sus posibilidades son más que aceptables y, para lo que necesitamos, funciona a las mil maravillas.
Y si te decides, aquí creé una especie de tutorial en Youtube que te puede ayudar en su uso:
Y ahora vamos al caso de los escritores veleta.
Aunque si te soy sincero, me gusta más llamarlos brújula, pero eso ya son tonterías porque lo que importa es el concepto, no el nombre.
El escritor veleta es aquel que suele tener claras varias cosas que quiere que pasen en su novela, pero que necesita dejarse llevar. De éste puedo hablar de una manera más concienzuda porque yo mismo me meto dentro de este saco. Y es que lo intenté, querido lector. Intenté hacerlo todo de una manera organizada, planificada, con esquemas, pero me faltaba algo… Fue en ese preciso momento en el que encontré mi camino. Supe que necesitaba dejarme llevar para sentir, junto a ti, lector, la sorpresa de lo que iba escribiendo, de lo que iban contando los personajes.
En esos momentos no tenía claro cómo quería hacerlo. Es más, “obligué” a trabajar de una forma metódica, ordenada… pero supe que no era lo mío. Y, de verdad, envidio a quienes son capaces de hacerlo, pero yo no puedo.
Y, bueno, como te contaba el escritor veleta necesita dejar que la historia se desarrolle. Si lo pensamos es algo parecido al momento en el que el organizado se coloca frente a su ordenador, libreta o pizarra y comienza a tejer la historia. Está claro que la orienta por el lado que más le haga sentir. Pero la diferencia radica en que el veleta es más impulsivo y muchas veces no piensa demasiado —maticemos esto, porque no quiere decir que lo haga a lo loco— el giro que acaba de dar o el camino que acaba de escoger uno de sus personajes.
No me canso de repetir que ninguna forma de trabajo es mejor que la otra. Ambas tienen sus ventajas e inconvenientes que uno mismo debe sopesar a la hora de querer plasmar lo que le ronda la cabeza. Creo que habría que probar ambas y, después de eso, decidir. A modo de ejercicio lo podrías hacer en forma de relato corto. Prueba a planificarlo al dedillo, observa el resultado. Luego haz otro en el que te tengas claro cómo quieres que empiece y, quizá, cómo acabe —esto último no es necesario porque a mí me ha pasado de acabar una novela de forma distinta a como tenía pensado porque me ha llevado por ahí la trama— y observa el resultado.
Estoy seguro que de alguna manera te sentirás más cómodo. Y ése será tu método. Y será el mejor, no lo dudes.
Ahora bien, no digo que en otros trabajos no necesites —más bien sientas— que debes hacerlo de otra manera. Cada novela es un mundo. Y cuando digo que lo es, créeme en que sé de lo que te hablo.
De todas formas yo mismo me he dado cuenta que hay un método intermedio. Lo he hecho escribiendo mi último trabajo. Tengo tantos personajes, con tanta historia entrelazada, que me es imposible seguir el hilo en algunos momentos y muchas veces no me acuerdo si quién ha dicho qué. Entonces pensé en emplear un nuevo método organizativo.
Déjame decirte primero que aunque lo utilice, todo sigue quedando en mi cabeza, y aunque lo pase al papel sé que seguirá estando. Por lo tanto no me va a ayudar a liberar algo de espacio, pero al menos entiendo que así no me dejaré nada. Intentaré que el lector no se quede con la sensación de que parezca que hay un vacío en la historia.
La idea la tomé de una serie de televisión —que te recomiendo si quieres echar alguna risa y de paso ver cómo funciona la cruda realidad de una empresa—: Silicon Valley (HBO). El método se llama SCRUM y consiste en crear tres apartados —generalmente en una pizarra, aunque también lo puedes hacer con el software que te he puesto ahí arriba—. Esos apartados son: Por hacer, en curso y hecho. En el primero se agregan post it de todo lo que pase por tu cabeza, de cada idea que quieres que aparezca en el texto y que en algún momento debes meter. Siempre irás revisando esa «pizarra» —en mi caso, primero la creé de forma real, ahora lo he hecho virtual con Scapple— y verás lo que tienes que poner en algún momento. Cuando llegue la hora de utilizar ese recurso, la sacas de ahí y la parte de «por hacer» irá menguando.
Eso también sirve para saber qué has hecho ya y qué no.
No sé si resultará, pero desde que lo estoy empleando estoy algo más tranquilo porque pienso que no se me va a quedar nada en el tintero.
Y es que en lo que estoy ahora, hay veintiún personajes activos — de momento—, imagina lo que cuesta saber si quién le dijo qué a fulano o si mengano ha hecho no se qué con quien sea.
Y lo mejor de todo es que sigo sintiendo que no me salgo de mi método de trabajo —ojo, no digo que fuera una catástrofe hacerlo si el resultado fuera bueno al final—, sigo notando que me dejo llevar y que la novela me emociona al mismo tiempo que la voy plasmando en la hoja en blanco.
Sigo siendo el mismo veleta de siempre.
Así que, tras tanto palabrerío, mi consejo final es que pruebes cómo es tu método de trabajo y decidas sobre la marcha. No te agobies porque quieres ser de un grupo y se te da mejor con el otro. Incluso si no llegas a definirte del todo y te encuentras un poco metido en ambos lados. Al final, lo único que importa es tu comodidad. Es la única manera de que fluya, créeme.
Y una vez más déjame agradecerte que sigas aquí, la acogida del blog y todos los etcéteras que se te puedan ocurrir. Sabes que contestaré a cualquier mail que me mandes a Blasruizgrau@hotmail.com. Y que te espero en mi Twitter: https://twitter.com/BlasRuizGrau. En él encontrarás novedades acerca de mis nuevos trabajos, ¡así que no dudes en seguirme!
Nos vemos en un par de lunes. Hasta entonces: escribe.
Y lee.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: