Crónica de una noche de poesía y 5 poemas
Sobre Fuente-Álamo, Albacete, 2.500 almas, hay una canción que arranca así: “En la ladera de un cerro, no es un pueblo normal…”. Es cierto, no lo es. Diremos que en este pueblo hace mucho, muchísimo, alguien lanzó una profecía que sentenciaba que a partir de ese momento y por los tiempos de los tiempos confluirían siempre en él la poesía y la música. Lo de la profecía quizá no es más que una leyenda inventada, pero lleva décadas cumpliéndose.
De Fuente-Álamo es Dionisia García, premio Nacional de la Crítica de Poesía este 2023, a sus 94 años con su poemario Clamor en la memoria (Renacimiento).
Y de Fuente-Álamo es también Andrés García Cerdán, poeta, músico, ensayista y profesor. Entre sus últimos premios, los del año pasado, el Internacional de Crítica Literaria Amado Alonso, por su ensayo La mirada salvaje y el Francisco Brines de poesía con Químicamente puro, ambos con Pre-Textos. Ha ganado, además, el San Juan de la Cruz y el Premio Alegría. Entre sus poemarios, Grunge (Reino de Cordelia) y Defensa de las Excepciones (Visor).
Y como no está bien oponerse al destino, sino que es mejor abrazarlo, Andrés García Cerdán, junto al colectivo Oh Poetry!, ha llenado este agosto la plaza de este pueblo tan poco normal de poesía y música. Qué mejor forma de surfear la olas de calor.
Acompañaron a los acordes y los versos la pinturas del artista, también con raíces fuentealameras, Ramón Torres, que se mueve en la abstracción entre el grabado, el collage, la pintura y la escultura. Entre bambalinas se movió otro de los grandes escritores locales, Félix Jiménez Velando, Yoga a primera vista (Planeta). La alcaldesa, Jose Montes, recordó a otra vecina escritora, la desaparecida María Jesús Ortiz López, quien publicó, entre otros temas, un ensayo sobre el bandolerismo en la zona. Uno de sus últimos libros fue de poesía para niños.
Arrancó la tarde primero con las voces locales para escuchar después a las forasteras, llegadas algunas, incluso, del otro lado del mar. Como Ben Clark, nacido en Ibiza pero residente en Mérida, a quien sorprendió el jaranero ambiente de la plaza del pueblo. ¿Cómo no? Si había verbena de versos.
El primero en recitar, Leandro Tárraga. Se atrevió con Eduardo Alonso, porque siempre hay que homenajear a los antepasados.
ESTA CURVA PROYECCIÓN
Esta curva proyección
del nacimiento a la muerte,
y esta esencia,
no de flor, sino de ausencia,
que respiramos tan fuerte.
Este redondo trajín
de nuestra inquieta pelea,
y este mito
de nuestro afán infinito
de crear, y nadie crea.
Este Dios mío, Dios mío
que nos habla, que nos mira,
y este irse
por un suspiro al sentirse
mejor cuando se suspira.
Este saber todo y poco
de los caminos que andamos,
y este ser
del pensamiento al no ver
lo que, si vemos, callamos…
(Eduardo Alonso)
Cortada la cinta, subieron a recitar sus composiciones los locales. Lo hicieron sobre un escenario que es a la vez homenaje arquitectónico y lumínico al refajo manchego. Al micrófono Javi Hellín, Josepe, Lucía Sánchez, Manuel Díaz, Isabel Cerdán y Cari Gómez. Ésta última versó sobre ese abril que llega de repente. La imagen poética quedó grabada y pintada en el cuaderno de Rosa Maestro Fernández.
Tras ellos, con una particular voz musical y literaria, tocó Alejandro Santoyo en acústico las canciones de su disco El Corazón es un órgano de fuego.
Llegó el turno de los juglares de los castillos que enmarcan Fuente-Álamo. Al noroeste, Chinchilla. Al este, Almansa. Del primero es el poeta Arturo Tendero, premio Manuel Alcántara, José Agustín Goytisolo y Jaén de poesía. Entre sus poemarios Alguien queda, El otro ser y El principio del vuelo. Acaba de publicar con Pre-textos A todo esto.
De Almansa es Óscar Martínez, profesor de Historia del arte, arquitectura, fotografía y diseño, divulgador y ensayista. Entre sus libros Umbrales, en el que se sumerge en una docena de pórticos singulares y El Eco pintado, un recorrido sobre los secretos del arte dentro del arte. Ambos con Siruela. Como un cuentacuentos nocturno, conquistó al público con una mágica, pero real, historia sobre los colores en el arte.
Ya era noche cerrada cuando Almudena Sánchez, de quien se dice que también es fuentealamera y una de las voces más representativas de su generación, comenzó a recitar. Autora de libros como Fármaco (Random House) y el libro de relatos Acústica de los iglús (Caballo de Troya), está a punto de dar a luz y de dar a la luz su primer poemario: Gramática de mi madre con La uña rota. En exclusiva, para Fuente-Álamo, y aquí para los lectores de Zenda, su poema dedicado a una señal de tráfico. Y sobre, todo, a su madre:
RECUERDA, LOS CIERVOS
Mi madre me suplicó
(en realidad, mamá, te recuerdo suplicándome fuerte,
suplicándome eterna),
con el cielo puesto en el grito
y el grito en el cielo
-tu vida es mi vida y mi muerte es tu muerte-,
que prestara atención a las señales.
A las señales de tráfico.
Y yo presté atención a una señal en concreto:
A la señal del ciervo, del ciervo
saltando,
cruzando la carretera,
del ciervo en propulsión, saliéndose
de la señal,
desvirtuándose de los diez mandamientos,
esquivando campos de minas,
rozando el universo, casi
acariciando la Vía Láctea,
entrando por el ventrículo derecho
de mi corazón destrozado y palpitante
que susurra: vieeeeento freeeeesco.
Un ciervo adentrándose como un susto
en mí.
Como una enfermedad desconocida.
Si me operan del corazón,
me extirparán a un ciervo que salta.
Que se abalanza
sobre las cosas fosforitas.
Que trisca por los campos.
Me arrancarán un estado de ánimo con toda su literatura.
Y el sonido de las palabras.
Me amputarán madre y pensamiento.
Me anularán percepción y deseo.
Me dejarán quieta en una alacena.
Por una vez que te hago caso, mamá.
Por una vez.
De nuevo, no nos hemos entendido.
(Almudena Sánchez)
No diremos cuántos kilómetros hizo Josep M. Rodríguez para llegar hasta la bulliciosa plaza poética porque mereció la pena y no hay mejor forma de medir distancias. La suya con el público desapareció en cuanto empezó a recitar. No obstante su voz se encuentra en las antologías más representativas de la poesía española actual. Es premio Emilio Prados, Generación del 27, Ciudad de Córdoba y no están todos. Autor del ensayo sobre el haiku Hana o la flor del cerezo (Pre-Textos), es el director de varias colecciones en la editorial Milenio que ha publicado, entre otros, el Premio nacional de Poesía 2022 de Aurora Luque. Entre sus poemarios Las deudas del viajero (Universitat de Lleida), La caja negra (Pre-Textos), Sangre seca (Hiperión), Raíz (Visor), y Arquitectura yo (Visor).
Aunó poesía y sangre (de donante):
B+
De cerca es como el mapa de un sitio al que
no has ido
pero querrías ir,
porque una aguja marca su destino
concreto.
Abro y cierro la mano:
que la sangre circule hasta la bolsa
y allí espere paciente
hasta llegar a ti,
mientras yo me pregunto
a qué parte de mí he renunciado
o si habrá algún recuerdo que ya no fluirá
más…
Tengo hermanos de sangre a los que no
conozco:
¿sabrán reconocerme si se cruzan conmigo?
¿Y qué sentiré yo
al saber que mi sangre circula por sus
venas?
Abro y cierro la mano
mientras pienso si eso no es también la
poesía:
tomar sin merecer,
ser en el cuerpo de otro.
(Josep M. Rodríguez)
De la poesía, la plaza se fue a la música, con Carlos Flan, uno de los grandes del indie español. Componente de la banda Burrito Panza, ha tocado con grupos como Mercromina. No faltó en la fiesta un DJ para seguir abriendo boca ante lo que faltaba del recital enmarcado por más música: Honky Tonk Sánchez, de quien se dice que es un tipo sin miedo que cuenta y canta historias como nadie.
Sin miedo se subió al escenario Ben Clark, nacido en Ibiza, de origen británico, que vive en Mérida. Es premio Hiperión, Ojo Crítico y Loewe. Acaba de publicar Demonios con Sloper. Son suyos ¿Y por qué no lo hacemos en el suelo? (Espasa), La policía celeste (Visor) y La Fiera (Sloper). Vivió en sus carnes un historión de poesía: un poema suyo, digamos, adquirió vida propia, por ahí por los mundos o las redes de Dios. Es patrono de la Fundación Antonio Gala.
Recitó, ya de madrugada, este poema que habla sobre su padre:
HIPIQUIENNE
Al escultor y ceramista Gerry Clark
Sospecho de las piezas más grandes que su puño.
El puño de mi padre que, sin amenazar,
representa volúmenes, fronteras,
las masas que no deben, que no pueden ser sólidas.
Cualquier cosa más grande ha de ser hueca,
y cualquier cosa hueca tiene que respirar.
Es lo único que sé, lo único que aprendí
de su oficio: que hay pocas cosas sólidas,
que es rara la escultura
que no contenga el eco del secreto,
que no existe cerámica en el mundo
que no respete el puño de mi padre.
Y a mil doscientos grados los ollares
de sus caballos eran de verdad,
en el infierno, vivos, respiraban
exhalando el vacío de sus cuerpos,
los secretos que habían compartido
con mi padre y que sólo
podría revelar la destrucción.
Cualquier cosa más grande que su puño
me conduce a la idea de la muerte,
al presagio ominoso de un error
de cálculo, a caballos reventando
en trincheras de fuego de Verdún:
montañas de animales que se ahogan
o que vagan igual que pensamientos
al final de un poema. Pero el puño
de mi padre, cerrado
sobre las verdes sábanas no estima
los límites de nada, si pudiéramos
hacer un molde, hacer un vaciado,
que él lo supervisara —ocho millones
de caballos murieron en la Gran Guerra casi
todos de agotamiento—.
Mi padre abre la mano y los planetas
se avergüenzan un poco de sus núcleos,
hacen fiestas los potros de Altamira,
y retumban los cráneos vacíos
de todos los guerreros de Xian,
abre la mano y vuelan
murciélagos albinos en las cuevas
del Cáucaso, chillando como alarmas
que alertan del final de la alegría.
Llega el frío, los cuerpos se contraen,
y migran los caballos hacia el sur.
El tiempo acumulado se hace sólido
y algo, en alguna parte, se fractura
porque no puede ser de otra manera,
porque es la ley del puño de mi padre.
(Ben Clark)
Antes de que sonaran AB/CT con su tributo a AC/DC, Andrés García Cerdán, no podía no hacerlo, se subió al escenario a recitar un poema propio. De su Defensa de las excepciones:
ROBESPIERRE
La mandíbula destrozada de Maximilien Robespierre
el día de su ejecución. Él mismo
habría intentado suicidarse. De esta herida
lo atendieron los médicos
con diligencia: no podía
morir así,
debía ser decapitado
como un tirano.
Diecisiete horas más tarde,
ascendía a los cielos.
Apenas respiraba
pero hubo un terrible aullido de dolor
antes, cuando lo echaron sobre la tabla. El verdugo
con toda su vulgaridad
arrancó de cuajo los sucios trapos
que mantenían su cara unida
y los expuso
y dejó a su peso las carnes rotas del hombre,
que se desencajaron. El aullido
atravesó la Plaza de la Revolución,
las calles
que habían sido suyas,
las iglesias, las fuentes, los jardines,
las civilizaciones.
Crujió París. Se estremeció de frío
la más pulcra voluta de la gloriosa Ilustración.
La plebe -ese animal que somos-
entró en éxtasis,
aplaudió en su ceguera la desdicha.
¿Por qué la humillación del sueño
que podría haber sido
de todos
y finalmente ni siquiera fue?
(Andrés García Cerdán)
El poeta ya no bajó de escenario y cantó, no se lo van a creer, esa canción que habla del pueblo y dice: “En la ladera de un cerro, no es un pueblo normal…”.
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