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Odile Rodríguez de la Fuente: “La naturaleza era una herramienta; el ser humano era lo que dejaba anonadado a Félix” - Zenda
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Odile Rodríguez de la Fuente: “La naturaleza era una herramienta; el ser humano era lo que dejaba anonadado a Félix”

Su hija menor, Odile Rodríguez de la Fuente, licenciada en Biológicas y Producción de Cine en la USC, Los Ángeles, fundadora de la —ya extinta— Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y colaboradora en diversos medios de comunicación, acaba de publicar Félix: Un hombre en la tierra (GeoPlaneta, 2020), una especie de evangelio ecologista y,...

Félix Rodríguez de la Fuente tuvo la bendita suerte de no hacer nada en su vida que no le entusiasmara. Esa pasión pura y atómica, que transmitía magistralmente desde la radio y la televisión del tardofranquismo y de la Transición, fue clave para transformar un país de alimañeros en uno que protegió a sus aves rapaces. El doctor pretendía crear “una nueva conciencia” sin dogmatizar, persuadiendo con su hipnótica voz y su relato, siempre memorizado e improvisado —no utilizaba guiones escritos—. Fue un hombre curioso y crítico, “desvelador implacable, frío e iconoclasta de todo lo que presuponga mito, engaño, cortina de humo”. Un héroe sabio que, contradiciendo al discurso contemporáneo, nunca creyó que la ecología pudiera constituirse “por sí sola y por sí misma en una doctrina política”, porque la existencia de un partido ecológico le parecía “algo tan desnaturalizado como la existencia de un partido zoológico, de un partido matemático, de un partido antropológico o de un partido de la guitarra”. Creía que el de la cultura era “el más sagrado y el más humano de los juegos”, lamentaba el desprestigio y la humillación de la palabra, esa cosa que nos diferencia de los animales, y alertaba a sus legiones de oyentes y telespectadores de que el ser humano no podía desnaturalizarse del todo porque, en tal caso, el planeta y la Vida, con mayúscula, se irían al carajo.

Su hija menor, Odile Rodríguez de la Fuente, licenciada en Biológicas y Producción de Cine en la USC, Los Ángeles, fundadora de la —ya extinta— Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y colaboradora en diversos medios de comunicación, acaba de publicar Félix: Un hombre en la tierra (GeoPlaneta, 2020), una especie de evangelio ecologista y, sobre todo, humanista, que recoge la filosofía fundamental de un genio que consiguió no sólo evitar la extinción del águila imperial o del lince ibérico, sino cambiar, y a mejor, la mentalidad de una más que notable parte de la ciudadanía española. Conversamos con la hija del doctor en la sede de la Fundación Biodiversidad, en un Madrid que tirita de miedo por el Covid-19: 

—Odile, ¿cuál es el primer recuerdo que tiene de su padre?

—Pues no es un recuerdo consciente. Probablemente, su calor, la sensación de una presencia incondicional, de su fuerza y de su seguridad. Pero no un recuerdo así de decirte “estaba haciendo esto y tal”. 

—A usted, su padre le enseñó a…

"Mi padre me enseñó a no perder el sentido del asombro con el que todos nacemos"

—A no perder el sentido del asombro con el que todos nacemos, el sentido de la curiosidad, de siempre ser curioso y buscar. Y a tener criterio propio, que eso es muy complicado. 

—¿Cuándo fue consciente de la envergadura de su figura?

—Creo que siempre. Y más después de perderle. Cuando le perdí, tenía una sensación de no sólo haber perdido a un padre, sino a un ser humano excepcional, y me costaba mucho explicárselo a gente que no lo conocía. Yo viví diez años en EEUU, estuve en National Geographic cinco años y allí hay una fórmula para hacer documentales de naturaleza: hay que mostrar depredación, escenas que enganchen al espectador… Y yo les decía: “¡Es que mi padre enseña al lirón careto! ¡Y tenía a toda España pendiente! ¡Os estáis perdiendo la esencia! ¡No consiste en quedarte en la superficie de lo que llame la atención, sino en entender, dejar que la naturaleza te hable y tú hablar desde ese lugar con verdad, de forma auténtica y genuina!”. Esa sensación que a mí me daba mi padre sólo la he podido suplir con lo que me ha dado la naturaleza. 

—¿Alguna vez sintió la responsabilidad de perpetuar su legado?

"Confío en que el mensaje de mi padre irá cobrando cada vez más importancia y relevancia a medida que pasan los años, porque fue un adelantado a su tiempo"

—Sí, sí. Cuando volví a España. Por un lado dije: “Bueno, me voy a dedicar a lo mío”, pero por otro tenía a mi madre, que me decía: “El legado de tu padre se está perdiendo. TVE no tal, o resulta que con esto no cuál…”. Y yo dije: “¿Cómo me voy a poner yo aquí a hacer lo mío sin asegurarme de que el legado de mi padre queda salvaguardado, como referencia para futuras generaciones?”. Y ahí es cuando creé la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, y yo creo que eso fue importante para reactivar y volver a darle volumen a algo que se había quedado en un intangible. Yo creo que eso está hecho. Confío en que el mensaje de mi padre irá cobrando cada vez más importancia y relevancia a medida que pasan los años, porque fue un adelantado a su tiempo. 

—¿Y qué ocurrió con la fundación?

—Nosotros vivíamos de subvenciones, de ayudas públicas. Y una de las administraciones que nos dio una ayuda fue el antiguo Ministerio de Industria, que nos la dio en formato subvención y en formato préstamo. Entonces, había tres años de carencia para ejecutar el proyecto. Se ejecuta, se justifica, todo fenomenal, y empieza el periodo de devolución en medio de la crisis. Entonces, el primer año sí se pudo devolver; el segundo más no que sí, y el tercero ya tuvimos que entrar en concurso de acreedores. En su momento sí lo sufrí, lo viví como un fracaso, pero luego me di cuenta de que era un regalo, porque me estaba marchitando dentro de una estructura que lo que requería de mí era trabajo de oficina: estar todo el día justificando proyectos, haciendo páginas en Excel… y necesitaba estar en el campo y desarrollar mi vocación, que es la comunicación. 

—Permítame una batallita: nací nueve años después de que su padre muriera. Cuando tenía seis o siete años, vi en la televisión el anuncio de la Enciclopedia de la Fauna Ibérica. Se la pedí a mis padres, estos me compraron la otra, la Enciclopedia de la Fauna, y, desde entonces, Félix Rodríguez de la Fuente fue el héroe de mi infancia. ¿Por qué el mensaje, la voz y la obra de su padre tienen hoy tanta fuerza? ¿Por qué siguen cautivando a quienes se acercan a ellas, tengan doce o setenta años?

"Él nos habló de algo que es nuestra verdadera identidad: somos naturaleza pensante"

—En primer lugar, porque nos habla de algo que es común a todos: nos habla de la Vida, con mayúscula. Es algo que, en nuestra civilización, hemos dejado de lado. De hecho, parece que todo nos distrae de vivir plenamente y de ocuparnos de la Vida con mayúscula, dado que, incluso, nuestra propia continuidad como especie está en juego. Y, sin embargo, no nos damos por enterados. Él nos habló de algo que es nuestra verdadera identidad: somos naturaleza pensante. Con lo cual, tocaba resortes que te hablan muy dentro. Y luego, porque lo hacía de una manera totalmente humanista, como los antiguos filósofos, holística, de una forma artística, metía cuentos, pero también rigor científico… Era una forma muy completa y muy de la experiencia: no tiene nada que ver un conocimiento transmitido desde el intelecto de algo que tú has leído y sacado de libros, a transmitir eso mismo desde la experiencia. Cuando has vivido algo y has sentido algo y hablas desde el corazón, la fuerza de esa transmisión no tiene nada que ver. Entonces, había verdad en su mensaje. Además, es muy atemporal: son cuestiones muy humanistas, muy filosóficas, que atañen a nuestro destino colectivo como especie.

—Era un comunicador tan extraordinario… No necesitaba guion, y cómo relataba, y qué bien adjetivaba…

—Absolutamente. Y las partes costumbristas son una delicia. El léxico que utiliza es impresionante. Como profesional de la comunicación, él lo dice también: el respeto que le infunde trabajar en un medio de comunicación, y cómo se ha ido deshaciendo en altura lo en serio que nos tendríamos que tomar lo que es un medio de comunicación.

—“Se ha humillado la palabra —decía—, sobre todo, desde muchos medios de comunicación, promoción, concienciación y mentalización. La palabra, que es sagrada porque es lo que diferencia al hombre del animal”.

—En el principio fue el Verbo. Ahora parece que todo se banaliza, que vivimos en un momento de frase fácil, de que todo venga rápido…

—La era del clickbait.

—Eso es. A mí lo que me encanta de su obra es que rompe el mito de que la complejidad, la riqueza está reñida con el atractivo. Muchas veces se ha dicho: “Uy, esto es muy complejo, esto no lo puedes contar, se va a aburrir la gente”. Hay que tener arte, claro. Y, sobre todo, me sigue alucinando que él se tomara como un propósito personal el decir: “Voy a entrenar mi cuerpo, porque esto es un vehículo y lo tengo que tener a tono para salir al campo, para poder correr, pero, al mismo tiempo, voy a entrenar mi mente. ¿Y cuál es la mejor manera de entrenar mi mente? Con cosas escritas no, porque se me va a olvidar. Yo tengo que memorizar y memorizar e ir dejando que todo quede ahí, confiando en que las conexiones se hagan solas”. Eso es como saltar sin red, ¿no? Tú imagínate: tienes un programa de radio en directo, y una hora por delante. Pero, claro, cuando lo has hecho una, dos, tres veces, y tu cerebro dice “sí puedes”, te vas autosuperando. Y en eso estaba él. Había entrado en esa sensación de que su vida era un juego. Disfrutaba.

—Él decía que nunca hizo nada que no le entusiasmara. Qué envidia…

"No nos ocupamos de los temas importantes. No dedicamos tiempo a la conversación, y eso le preocupaba ya a mi padre"

—Ya, sí (suspira, se detiene). Ser una persona realizada también parece mentira, ¿no? Con todo lo que tenemos, que parece que somos la civilización más avanzada y que el pasado no es nada al lado de lo que somos… ¿Cómo estamos mirando el espíritu humano? ¿Cómo nos estamos haciendo de resistentes al tedio? No nos ocupamos de los temas importantes. No dedicamos tiempo a la conversación, y eso le preocupaba ya a mi padre. No hablamos, no conversamos de temas trascendentales. Parece que ahora lo único es producir, ¿y para qué?

—Señala que se ha desdibujado y caricaturizado a su padre. Más allá de algún sketch humorístico, jamás tuve esa sensación.

—Yo sí. Vamos a ver, para mí mi padre fue casi un filósofo, un pensador, un humanista y, sin embargo, se habla de él como “el amigo de los animales”, con todo el cariño del mundo, pero como una persona que fue muy popular por los pocos medios que había en la época, que si hubiera existido ahora no hubiera tenido el mismo éxito, y que sí, defendió muchos espacios y muchas especies. (Se detiene unos segundos) No se han enterado. O sea: el fondo del mensaje es que la naturaleza, para él, era una herramienta. Esto es importante: la fascinación de mi padre era por el fenómeno vital y por la existencia en sí misma. Y, dentro del fenómeno vital, el ser humano era lo que le dejaba, yo qué sé, anonadado. Consideraba que éramos una especie más, pero una especie con la capacidad de reflexionar, de verse a sí misma, de pensar, de cambiar lo que tiene alrededor, y pensaba que era una oportunidad grandiosa de la propia naturaleza para custodiarse, para salvaguardarse. Como una parte indisoluble de esa totalidad. Y le preocupaba intensamente el divorcio del ser humano y la naturaleza, tanto por el ser humano y lo que eso generaba en un hombre escindido de su propia identidad, que era un hombre neurótico, perdido en el laberinto de sus pensamientos, un hombre que ya no está rodeado de los estímulos que le dieron la luz, un hombre cada vez más violento, como por los efectos que esta violencia tenía en la naturaleza, que podrían dar lugar a nuestra extinción. Pero dentro del teatro de la vida, él admiraba la Humanidad, y tenía una profunda confianza en la Humanidad. Las especies y los espacios eran parte de empezar a entender su lenguaje. De hecho, cuando él se fue Alaska, él le dijo a mi madre: “Cuando vuelva, creo que mi audiencia está preparada para que empiece a tocar los grandes temas”. Esa era su diatriba: por qué ha ocurrido esta escisión hombre-naturaleza y qué tenemos que hacer para que el hombre se reencuentre consigo mismo.

—“Debemos crear una nueva conciencia —decía Félix—, debemos inculcar a las nuevas generaciones un respeto profundo hacia la naturaleza”. ¿Esa “nueva conciencia” ha calado o, al menos, está calando hoy más que nunca?

—Sí y no. Creo que, de forma superficial, sí, pero nos falta lo más importante. Al igual que se ha caricaturizado una parte del legado de mi padre, la conciencia ambiental, a veces, se ha quedado sólo con el reciclaje, eslóganes políticos…

—A su padre no se le puede comparar, por ejemplo, con Greta Thunberg.

—Sí, pero bueno, esas cosas son más un reflejo de la sociedad actual…

—Me refería a que tanto Félix como Greta fueron o son fenómenos de masas. Sin embargo, el primero cautivaba y emocionaba desde el conocimiento; la segunda, desde la sensiblería, la noñez y el meme.

"Él siempre veía la crítica como un estímulo. Mi padre siempre dijo que era un problema de cultura, de formación"

—Pero no sólo Greta, ¿eh?: los eslóganes políticos… Es un momento muy superficial, muy maximalista: todo o nada, blanco o negro. Y nos vamos a perder por el camino. El mensaje de amor a la naturaleza no es ni de postureo ni de politiqueo ni de utilizar a la naturaleza para juzgar al otro. Ni para generar más conflicto: todo lo contrario. Los que hacen eso no se han enterado de nada. El mensaje debe ser unificador y de paz. Hay que seducir. Y eso lo demostró mi padre durante su vida. Tuvo muchos críticos y no tuvo una vida fácil. Él siempre veía la crítica como un estímulo. Mi padre siempre dijo que era un problema de cultura, de formación. Por eso le daba tanta importancia a los medios de comunicación. Creo que si ahora mismo volviera a la vida, lo que más le preocuparía son los medios de comunicación: “Parece mentira que, con este potencial, que te entran los medios hasta por el móvil, y se están desaprovechando”.

—También creo que no ha habido otro divulgador ecológico, al menos, en España, como su padre. Se han hecho cosas, pero, en mi opinión, ninguna ha no ya alcanzado, sino rozado, su nivel.

—Yo le he dado vueltas a eso: hacen falta líderes en los momentos en que no hay una conciencia generalizada. Entonces tiene que salir alguien y va cambiando poco a poco el paradigma. Pero en momentos como los actuales, creo que lo que funcionan son las redes: es alguien en arquitectura, alguien en medios que haga una apuesta por contenidos que nos hagan mejores, alguien dentro del mundo de la ciencia… y esa gente está. Yo no veo televisión, porque a mí me perjudica (risas), no me viene bien, pero sí tengo Twitter y sigo a gente muy interesante y, a nivel global, se están haciendo cosas interesantes. Hay gente alucinante. A nivel nacional, en Fundación Biodiversidad, por ejemplo, está haciendo cosas muy curiosas con emprendedores verdes…

—Sí, pero la facilidad, si me permite, la vaselina que aporta lo audiovisual para que esos mensajes calen, no la proporciona ningún otro canal. Y no hay nada, absolutamente nada, que tenga el magnetismo, la magia de El hombre y la tierra.

"Lo estamos viendo con el coronavirus: parece que somos la rebomba y esto es superfrágil, esto es un castillo de naipes"

—Eso está claro. No lo hay. Tenía más audiencia que el fútbol. Es increíble. En España: un país en el que la fiesta nacional son los toros. ¡En la España de mi padre existía la Junta de Extinción de Animales Dañinos! Era la España del franquismo y de la transición: el contexto no era fácil. Y lo consiguió porque utilizaba un lenguaje humanista, porque derrochaba pasión y autenticidad. Y bueno, no puede haber otro Félix. Aunque yo sí creo que su legado se va a engrandecer con el tiempo. Hay muchos hijos de Félix, y cada uno, en su propio ámbito, se va a ir fortaleciendo. Aconsejo a los que están despiertos que no se desgasten luchando contra el sistema: no le van a vencer. Si pones el foco en lo negativo, dices: “Yo no puedo con esto”. Sin embargo, si pones el foco en lo positivo, no sabes hasta qué punto impregna tu vida. Y yo soy más de la estrategia del arca de Noé: “Rodéate de gente que te estimula, de instituciones, vete creando redes, que lo otro va a autoexplosionar en cualquier momento, pero, por lo menos, ten preparada un arca para salir a flote”. Lo estamos viendo con el coronavirus: parece que somos la rebomba y esto es superfrágil, esto es un castillo de naipes.

—Su padre no era dogmático: defendía la caza regulada y practicó lo que él llamaba “el arte de la cetrería”.

—No era radical. Muchos movimientos ecologistas radicales parten de una base errónea, según mi criterio, igual puedo estar yo en el error: parten de la premisa de que el ser humano es el peor enemigo de la naturaleza, de que es un cáncer para el planeta. Algunos hasta consideran que lo que mejor que le podría pasar al planeta es que desapareciera el ser humano. Con lo cual, cualquier ser humano que esté en la naturaleza, sea agricultor, sea pastor, no te digo ya cazador, va a ser sospechoso. Claro, con esa visión haces un muro: hombre por un lado, naturaleza por otro. Los buenos y los malos. Blanco o negro. Mi padre nos llevó a otro nivel unificador. Para él, el ser humano era una continuidad de la naturaleza, y su gran preocupación no era el cazador, sino el urbanita, el hombre escindido de la naturaleza. 

—¿Qué le debe España a Félix Rodríguez de la Fuente?

"Cuando se habla del fenómeno Félix, dice mucho de un ser humano extraordinario, pero también de todo un país"

—Un despertar colectivo de amor a la naturaleza. Y mi padre le debe mucho a España: cuando se habla del fenómeno Félix, dice mucho de un ser humano extraordinario, pero también de todo un país que, vamos, si existieran las apuestas, nadie hubiera apostado por que iba a pasar lo que ocurrió. Eso denota que, en el fondo, hay un interés en todo el mundo por saber y amar la Vida con mayúscula.

—Finalmente, ¿se van a recuperar obras como la Enciclopedia de la Fauna, los Cuadernos de Campo…?

—Es una pena que no estén al acceso, sobre todo, de los niños y los jóvenes. He ido a parques nacionales donde tenían fotocopiadas páginas de los Cuadernos de Campo. Recuperarlos fue una obsesión mía y lo quise hacer desde la fundación. ¿Sabes qué pasa? De la parte escrita sí tenemos los derechos, pero con los dibujos habría que dar con todos los dibujantes y ver cómo se podría… Es complicado, y habría que hacer dibujos ex novo. Hicimos una iniciativa en la fundación: convertimos un cuaderno, el de El lobo, en una aplicación. Y no sabes lo que era, una pasada.

—¿Y las enciclopedias?

—Lo que habrá vendido Salvat con esas enciclopedias… Se sacaron muchas. Y ahora, bueno… Aun así, lo más importante es esto (señala el nuevo libro). Es una piedra Rosetta.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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