Cualquier profesional que trabaje en un periódico ha tenido que padecer en algún momento al típico listo que pone como ejemplo al New York Times. En mi caso, cada vez que me someten a semejante comparación, refunfuño: “Ellos tienen expansión internacional, tienen 20 millones de suscriptores digitales, suben en bolsa, ñiñiñi…”. “Que no insistas. El NYT es un caso extraordinario y cualquier comparación te va a conducir a un error”. También es cierto que llevo toda mi vida, la profesional y la otra, diciendo muchas otras cosas que, invariablemente, han terminado alojadas en mi colon (ya se pueden imaginar por qué vía de entrada). Pues bien, esta vez no va a ser tampoco una excepción, y me dispongo a proponer, por si una no fuera suficiente, dos comparaciones con la Dama Gris.
Uno de los periodistas míticos del periódico propiedad de la familia Sulzberger es James Reston, también conocido como “Scotty”. Nacido en Escocia (con el mote tampoco se rompieron mucho la cabeza), emigró con sus padres a uno de los muchos Springfield que hay en Estados Unidos, en este caso el de Ohio, donde se graduó e hizo sus primeros pinitos en un periódico local. No tardó mucho en llegar al NYT, donde después de pasar por la delegación de Londres y por la sede central en la calle 43, acabó ejerciendo como corresponsal político en la delegación de Washington. Llegó a ser executive editor (algo así como director del periódico) durante apenas un año (1968) entre Catledge y Rosenthal pero las urgencias informativas, los conflictos internos y externos y la administración de los recursos no eran lo suyo y regresó a Washington a firmar a diario la columna de opinión más influyente y respetada de todos los tiempos (sólo Walter Lippman podría levantar la mano). La verdad es que a Charles Merz, John Bertram Oakes y Max Frankel, sucesivamente jefes de opinión, les regalaba parte del sueldo porque, para los lectores, el New York Times pensaba lo que escribía Reston en su columna. Ganador de dos Pulitzer, su prestigio llegó a un nivel tal que cuando la familia Sulzberger tenía dudas sobre el periódico su primera consulta siempre era Scotty, a quien atribuían la capacidad de leer los posos de la tinta en el suelo de la rotativa. Un último detalle (o una última medalla, como se prefiera): fue señalado como inconveniente por la administración Nixon.
Otro compañero de Olimpo de Reston es Alden Whitman, “don Malas Noticias” según Talese. Encargado de los obituarios del periódico, transformó en literatura periodística lo que antes solo era una ordenada colección de hechos, datos y fechas. Whitman escribía verdaderos ensayos a partir de la vida de personajes célebres, los ubicaba en su tiempo, dejaba al descubierto sus luces y sus sombras y lograba emocionar al lector sin embaucarlo con la típica generosidad póstuma. Por su morgue literaria pasaron entre otros muchos Lindbergh, Ho Chi Ming, Picasso, Chaplin, Graham Greene, Oppenheimer, Truman o, cómo no, Churchill. Tan bien lo hizo, tan distinto, que el encargo devino en cargo y la sección en una de las más valoradas del periódico.
Ignacio Camacho López de Sagredo nació en Sevilla para poder escribir en ABC, aunque no inmediatamente. Consciente de la exigencia de su elección, decidió foguearse en otros periódicos (Correo de Andalucía, Diario 16, El Mundo) antes de dar el paso definitivo hacia su inevitable destino. Perfeccionista enfermizo, siempre ha pensado que las decisiones, y más si conllevan cambios, se maduran. Y después se maduran un poco más. Y así fue dejando pasar los años hasta que sonó el despertador del milenio y ya no cabía más aplazamiento: el siglo XXI sería en ABC o no sería.
Con un prestigio bien ganado decidió asomarse a la política desde su balcón de Sevilla, a cinco horas en coche de la calle Juan Ignacio Luca de Tena en Madrid, las mismas cinco horas que separan la delegación de Washington del NYT de la sede central en Manhattan. Cinco años después de su llegada al periódico, la muerte de Jaime Campmany corrió el escalafón y le dio la oportunidad de ocupar la columna de salida de la página impar más importante de la prensa española. Esos doscientos diez centímetros cuadrados se convertirían en Una raya en el agua y ya no dejarían de recibir cada mañana la visita de los políticos, empresarios o académicos más importantes de España.
Ganador de un Cavia y un Ruano (dos Pulitzer españoles), en 2004 fue ascendido a la dirección del periódico. Empático y neurótico a partes iguales, Ignacio no había nacido para remar contra el viento de la perpetua crisis que padecen los periódicos, ni para emplear su tiempo en controlar tickets de viajes o en bajar el sueldo a los colaboradores (no digamos para guerras mediáticas). ¿Adivinan cuánto tiempo aguantó como director? Exacto, poco más de un año. A partir de ese momento ha dedicado sus días a consagrarse como el opinador más influyente y prestigioso de la prensa española. Los lectores de ABC acuden a su columna buscando la verdadera opinión del periódico (y, seguramente, la suya propia) y los accionistas y los ejecutivos del grupo se encomiendan a él cuando surgen las dudas y hace falta red para saltar. Yo mismo siempre llevo una foto suya en la cartera cada vez que tengo una reunión importante.
Como en el caso de Reston, es imprescindible añadir (de primera mano) que muchas de sus columnas no han gustado un pelo a ninguno de los grandes partidos, ni en el gobierno ni en la oposición, y así me lo han hecho saber.
Después está el Camacho que no necesita cambiar de columna para ser jefe de la sección de necrológicas. Como Whitman, usa su cultura enciclopédica para ofrecer una biografía concentrada en 500 palabras magistralmente puestas una detrás de la otra, como decía Alcántara, de cada personaje (y su persona) que haya muerto en los últimos 20 años. La Reina Isabel II de Inglaterra, Juan Pablo II, Nelson Mandela, Lauren Bacall, Cassius Clay, Pelé, Alfredo Landa, Adolfo Suarez, Umbral, Alcántara o Gistau son unos pocos ejemplos.
Como Reino de Cordelia no deja pasar una buena oportunidad jamás, ha decidido recopilar en un libro primorosamente ilustrado, Retratos para la eternidad, algunos de los obituarios más importantes de Camacho o, lo que es lo mismo, una verdadera historia contemporánea del mundo. Saldrá en primavera y no es un libro para leer de un tirón, creo yo, sino para tener en la mesilla y disfrutarlo un poco cada noche. Y, además, está prologado por Garci.
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