He encontrado en la escritura sobre octavillas una nueva forma de composición de textos, de mis textos. Esta tarde escribía que así lo hacía Gabriel Albiac («mi manía es utilizar una sola hoja para un solo párrafo») y recuerdo ver imágenes donde Nabokov actuaba de la misma forma. Estoy convencido de que hay mucha diferencia entre un texto escrito a mano y un texto escrito directamente a ordenador. No sé si fue en Yoga o en El Reino donde Carrère cuenta la proposición que le hizo su editor para que aprendiese a escribir a máquina. Hasta ese momento Carrère escribía con dos dedos, o incluso con uno, ya no lo recuerdo. Incluso esa mejora en su escritura haría variar su estilo, como reconoció.
Esta tarde, mientras leía la entrevista de María José Solano a Juan Manuel de Prada en Zenda acerca de su nuevo libro, el escritor hacía una breve referencia a su método de escritura, puesto que ha reconocido que su último trabajo ha sido escrito íntegramente a mano. Y respondía así a la pregunta de la periodista:
«–No puedo evitar preguntarle por qué escribe usted a mano. Otro gesto anacrónico.
–Cuando yo empecé a escribir, con 16 años, no había ordenadores. Yo escribía a mano y luego lo pasaba a máquina, pero llegó un momento en que era inoperativo escribir los artículos periodísticos a mano, y empecé a hacerlo a ordenador. Sin embargo, con las novelas no se produjo ese cambio; seguí escribiéndolas a mano. Y mire, yo, que puedo hablar con conocimiento de causa por usar los dos métodos todavía hoy, sé que la escritura es distinta en la cabeza. Como escribir a mano es un acto mucho más físico y desde luego más lento, la cantidad de ideas que fluyen a tu mano es mayor. En mi caso, siendo un escritor que gusta de usar imágenes: la metáfora, la hipálage, la metonimia, el adjetivo insólito… todo eso acude con mayor fluidez y frescura en la escritura a mano. La escritura a mano es mucho más poderosa que a máquina, que en mí termina siendo una escritura diferente, más expeditiva».
Por otro lado, el otro día le leía en Twitter a Álvaro Colomer que falta voluntad de estilo en la escritura que se produce hoy. Me imagino que su afirmación se produjo por todo lo que debe leer para finalmente decantarlo y destilarlo con el propósito de publicarlo como coordinador editorial que es en la web de Zenda. Pero es que la voluntad de estilo —pienso— está muy vinculada a la escritura manual y mucho menos a la automática, a la mecanografiada o producida por primera vez con un procesador de textos.
La escritura producida con un procesador de textos tiende a solaparse e identificarse con el lenguaje oral. El lenguaje escrito con ordenador tiene menos diferencias con el lenguaje oral por el simple hecho de que el mecanografiado sigue una estela, podemos decir, más expeditiva. Así como hablamos rápido, el lenguaje escrito con ordenador tiende a emular ese aspecto. Y claro, cuando hablamos nos olvidamos, sin duda, de buscar la voluntad de estilo que sí puede encontrarse en el ensimismamiento que procura la escritura a mano.
También fue el otro día cuando escuché a Juan Mayorga reconocer que todas sus obras las escribe a mano, incluso después de transcribirlas al ordenador, vuelve a reescribirlas a mano para pulirlas y depurarlas. Este proceso es arduo y no todos los que escribimos estamos dispuestos a someternos a él. Bueno, yo acabo de reconocer al comienzo de este texto, donde expreso que he encontrado una manera, bastante placentera, —desde mi punto de vista—, de acometer y escribir mis textos, artículos y reseñas o lo que Dios me dé a entender que debo escribir a mano y en formato octavilla.
Así pues, puedo convencerme de que la escritura a mano procura y persigue una voluntad de estilo que se difumina con la escritura con ordenador. Tampoco podemos colegir que por escribir siempre a mano vayamos a conseguir el estilo en nuestra escritura. Está claro que pensar así es engañarse, pero sí la favorece, sí hace más factible que se dé una voluntad de estilo con menos esfuerzo que escribiendo más deprisa.
Porque a esto, al fin y al cabo, se reduce todo: a la rapidez, prisa, desasosiego y maldito plazo de entrega. De Prada comenta un aspecto que también está relacionado con lo que estoy tratando. En un momento afirma que el «progresismo es una forma de fatalismo ascendente según su propia perspectiva». Pero él lo ve como descendente porque «tendemos a pensar que como a la gente ahora le cuesta más leer porque está todo el día embebida en su teléfono móvil y la tecnología ha destruido nuestra capacidad de concentración, pues venimos a concluir que esto es irreversible. Y no. Eso es una tontería propia de gente moderna. La realidad es que no».
Por la misma razón, también pienso que la escritura a mano no desaparecerá, incluso intuyo, auguro mejor, que habrá un paulatino regreso a la creación mediante esta vía, obviando el ordenador como herramienta de escritura para solo permanecer como herramienta para transcribir los textos. Me acuerdo en este momento de los gigantes cuadernos donde siempre escribía Antonio Gala y de los que porta Cristina Morales.
Ayer me decía un compañero, profesor de mi instituto, que ahora sería incapaz de escribir un texto coherente y cohesionado a mano. Y se alarmaba un poco: «No me pidas que te escriba un texto a mano porque no sé hacerlo». ¿No les parece tremendo? ¿No les parece escandaloso que esta persona tenga primero que escribirlo —a trompicones puesto que lo escribe y borra— antes en el ordenador y después a mano? Sí. En cierta medida es alarmante, aunque los optimistas digan que lo que importa es el resultado final. Sí, de acuerdo, pero no saber escribir un texto cohesionado y coherente a mano es un gran déficit que esta era digital nos ha procurado. Ese es el drama.
Ahora, para acabar, me alegro de que este texto que ustedes estén leyendo haya sido un texto que primero ha sido escrito íntegramente en diez carillas de octavillas, es decir, en dos cuartillas y pico; como las carillas que suelen escribir a mano los escritores que hacen brillar a mi inteligencia, excepto Carrère, que me gusta aun escribiendo con dos dedos sobre el teclado.
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