Confieso —entiéndase sin el matiz culposo a veces asociado a esta palabra— no haber leído el libro que voy a reseñar. Excusaré pedir perdón por ello: uno tiene sus motivos y, además, esta práctica es más común de lo que se piensa entre el gremio de los críticos.
Sin embargo, créanme: sé mucho del contenido de la obra. Llámenlo telepatía o ciencia infusa, pero sé, por ejemplo, que el libro es un ajuste de cuentas de la autora. Con el mundo, que todavía no le ha erigido el monumento que cree merecer. Con sus compañeros de partido, incomprensiblemente renuentes a nombrarla presidenta de todo. Y, finalmente, con tantos madrileños que osaron no votarla para alcaldesa, porque ver su nombre en la papeleta les producía el mismo efecto que la kriptonita a Supermán o los ajos a Drácula.
Y sé también que el libro es un intento de descargar la responsabilidad respecto a los infinitos latrocinios que se han perpetrado bajo su mandato, y que justifica con sonseras del tipo solo un par de nombramientos me han salido rana, cuando los batracios son docenas y han echado buen pelo; o delirios como nadie cree que yo sea corrupta, donde ese nadie suena a la estratagema de Ulises con Polifemo.
Y, cómo no, sé que el libro es una reivindicación. De eso que Galdós llamaba el orgullete español. De este país castizo, donde las aristócratas hablan como si fueran coristas de Celia Gámez. De esta España cateta que hoy vota al que le roba igual que ayer vitoreaba a las caenas de Fernando VII. De eso que ella llama liberalismo (el suyo) y que a los demás nos parece el caciquismo de toda la vida, génesis de la impunidad que ampara a la omnipresente corrupción. Con liberales como doña Esperanza, ¿para qué necesitamos inquisidores?
Por todo esto no he querido leer el libro. Y, justamente por lo mismo, me siento obligado a reseñarlo.
Por lo demás, nuestros mejores deseos de éxito. Quizá como ensayo no funcione, pero está llamado a ser un besteseller del género hagiográfico. Que no decaiga la cosa y estemos ante el inicio de, al menos, una trilogía que sirva para cubrir esa franja de edad —entre 85 y 160 años— donde no llega Cincuenta sombras de Grey y doña Esperanza tiene su público objetivo.
Finalmente, y para despejar cualquier duda que hubiera podido quedar, tengo que decirles a ustedes que a mi esta señora no me cae bien.
Título: Yo no me callo. Autor: Esperanza Aguirre. Editorial: Espasa. Edición:Papel y Kindle
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