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No hay país, de Xuan Cándano - Zenda
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No hay país, de Xuan Cándano

Entre la muerte de Franco y la descarbonización transcurre la historia reciente de Asturias. Entre Rafael Fernández, el primer presidente del Gobierno preautonómico, y Rodrigo Cuevas, el músico y agitador cultural de liguero y montera, se concentra el último medio siglo de esta tierra. El periodista Xuan Cándano lo cuenta en este libro, No hay...

Entre la muerte de Franco y la descarbonización transcurre la historia reciente de Asturias. Entre Rafael Fernández, el primer presidente del Gobierno preautonómico, y Rodrigo Cuevas, el músico y agitador cultural de liguero y montera, se concentra el último medio siglo de esta tierra. El periodista Xuan Cándano lo cuenta en este libro, No hay país (Hoja de Lata), elaborado a base de memoria y amplia documentación.

A continuación reproducimos el prólogo, escrito por la periodista y escritora Ángeles Caso, a esta obra.

*****

El grid y la borrina

Un grid. Eso es este libro, un gran grid, ya saben a qué me refiero, uno de esos mosaicos con centenares de caras que a veces alguien se toma el tiempo de montar, con paciencia infinita, para que el resto lo disfrutemos en nuestras pantallas.

Es lo que ha creado Xuan Cándano en No hay país. Hace muchos años que Xuan ejerce el periodismo en Asturias. Y siempre lo ha hecho como se supone que deben hacerlo los buenos periodistas: observa con una mirada lúcida todo lo que ocurre, conoce a fondo a los protagonistas, sabe de quién se puede fiar y de quién no, analiza las situaciones, ata cabos de esos que a veces resultan a simple vista invisibles, y después lo cuenta todo sin tapujos, con rigor, con sentido crítico y con el mayor de los compromisos que debe mantener un periodista, el respeto a la verdad.

Con esas cualidades más activas que nunca —y con una memoria ordenada y sistemática—, Xuan Cándano ha recogido en este libro los recuerdos de las palabras y acciones de un montón de hombres que han protagonizado la historia pública de Asturias desde 1975. He escrito a propósito lo de “un montón de hombres”. No es que confunda hombre con ser humano, sino que las cosas son así: de una manera abrumadoramente mayoritaria, este es un rompecabezas de varones poderosos. Durante muchos años —todo ese periodo que hemos dado en llamar La Transición y aún después—, nosotras apenas estábamos. No nos querían en las fotos, ni en los despachos, ni en esas juergas que algunos se permitieron correrse a costa del dinero y los asuntos públicos, como cuenta Xuan que ocurrió durante un viaje de políticos y empresarios asturianos a Cuba (y seguro que no fue la única vez). No nos dejaron formar parte de todo eso.

Para que no parezca que hago un discurso tópico —pataleta de feminista sin razón ni razones—, acudo a los números, que lo explican muy bien: si repasan ustedes la lista de presidentes del Principado de Asturias, desde su comienzo en 1982 hasta ahora ha habido tan solo hombres, nueve a lo largo de quince legislaturas. Si descendemos en el escalafón, la nómina de las consejerías empieza a ser un poco más animada, aunque sin pasarse: de un total de 143 personas que han ocupado esos cargos en las sucesivas legislaturas, 43 han sido mujeres. Solo un 30%. Para colmo, esa llegada de cerebros femeninos a los despachos del gobierno del Principado se hizo con cuentagotas y más bien tarde: ni Rafael González, el primer presidente de la autonomía, ni Pedro de Silva en su primera legislatura nombraron a ninguna mujer para sus ejecutivos. Cero. Como recuerda Xuan Cándano, hubo que esperar hasta 1987, durante el segundo mandato de De Silva, para que dos señoras obtuvieran esas responsabilidades. Fueron Paz Fernández Felgueroso, nombrada consejera de Industria, Comercio y Turismo, y Pilar Alonso, consejera de Juventud. Habría que esperar otros dieciséis años más —¡dieciséis!—, hasta el segundo gobierno de Vicente Álvarez Areces en 2003, para que el ejecutivo de Asturias se acercase a la igualdad, con sus cuatro consejeras trabajando al lado de seis consejeros.

Claro que en el poder legislativo las cosas tampoco han sido muy diferentes. La Primera Junta General del Principado de Asturias, constituida el 6 de marzo de 1982, nos ofreció la visión de solo siete mujeres sentándose entre los setenta y dos diputados, una del PSOE, otra de Alianza Popular, dos en representación de UCD y otras tres por el Partido Comunista de Asturias. Un exigüo 9,7%. Espero que nadie diga eso de que “bueno, es que en aquellos tiempos las mujeres no estaban en política”, porque no es verdad. En aquellos tiempos, junto a los compañeros que trataban de construir un nuevo estado —tanto desde la izquierda como desde la derecha democrática—, había muchísimas mujeres bien preparadas, alejadas del estereotipo femenino impuesto a sus madres y deseosas de participar igual que los hombres en la nueva sociedad. Su ausencia en las listas no responde a la falta de implicación de las asturianas en la actividad política en esas fechas, ni muchísimo menos a sus capacidades, sino a la milenaria obsesión masculina por mantener el control en todos los ámbitos del poder, excluyendo al género femenino.

Cuando escribo este texto, a finales de 2022, las cosas han mejorado notablemente, pero las cifras siguen siendo insuficientes: de entre los cuarenta y cinco diputados de la Junta actual, las mujeres suponen un 42,2% —diecinueve en total—, sin haber alcanzado todavía ese equilibrio del 50% de mujeres y hombres, más o menos, que componen la población. En el gobierno sí que hay, por fin, plena paridad: cinco consejeras y cinco consejeros, aunque tanto el presidente, Adrián Barbón, como su vicepresidente, Juan Cofiño, son obviamente señores.

Nada muy diferente de lo que ocurre en el resto del país y del mundo, por otra parte. Incluso mejor que en otros muchos lugares, seguro. Pero siempre cabe preguntarse si las cosas de Asturias hubiesen sido de otra manera si en vez de tantu paisanu hubiera habido por ahí más muyeres y les hubiesen permitido hacer las cosas de otra manera o, aun mejor, hacer otras cosas diferentes. (Pregunta tan pertinente respecto a nuestra tierra, por cierto, como a la mayor parte del planeta, al menos desde el Neolítico hasta ahora.)

 

Vuelvo al grid casi totalmente masculino que ha montado Xuan Cándano en este libro, con sus nombres, apellidos y cargos, muchos cargos. En este mosaico de caras aparecen políticos, militantes, activistas, periodistas, medios de comunicación —personajes también ellos, y no de los menores—, intelectuales, sindicalistas y hasta arzobispos. Todos los que han tenido voz propia en las últimas décadas, desde la muerte de Franco. Son tantos, tan visibles, tan bien identificados, que parece que estén ahí todos juntos, asomados a nuestro ordenador, bien pegados los unos a los otros, tomando decisiones para sí mismos y para los demás, gritando en ocasiones a voz en cuello y otras susurrando en las sombras.

Mientras voy leyendo el libro, voy viendo cómo aparecen uno a uno en mi pantalla, muchos de ellos con aspecto satisfecho, algunos incluso muy solemnes. Pero no están quietos, no. Fíjense bien: por más que luzcan traje y corbata y peinados despejados, la mayor parte de ellos se salen de su propio marco para invadir el marco del de al lado o el de más allá, arriba o abajo, a la izquierda o a la derecha. Se pueden ver puños lanzados con ira, cuchillos volando, zancadillas, llaves de judo, balas con o sin objetivo, patadas bajo la mesa y hasta granadas de mano, de las que a veces le explotan al que las lleva…

Es una visión fea y desoladora, la verdad. Un espectáculo que deja en la boca un sabor bastante amargo. El relato de un país-que-no-es-país, como lo llama Xuan Cándano, una tierra hermosísima sobre la que algún dios burlón debió de echar una maldición: tus suelos serán fértiles, tus aguas ricas, tu paisaje bello, tus gentes nobles y enteras, pero tus sultanes y visires andarán casi todos —insisto en ese “casi”— a lo suyo mientras la borrina cae sobre ti…

¿Qué es “lo suyo”? Creo que Xuan Cándano lo deja bastante claro: a veces la ambición, otras la codicia, la incapacidad, la envidia, la vanidad —hay por ahí tanta vanidad que ni cabe en la pantalla—, los celos, la hipocresía, la ignorancia, el papanatismo y otros muchos vicios humanos. Humanísimos, sí, pero muy penosos cuando se hacen tan visibles porque los padecen sin ningún autocontrol gentes de quienes depende la suerte de los otros. A ratos, este libro podría ser el argumento de un gran guion de Luis Berlanga y Rafael Azcona. Solo que da menos risa, porque sabemos que fue verdad, y al final es una historia en la que abundan las mezquindades, la corrupción, la incompetencia y algo que a menudo es todavía más triste, la complicidad de todos aquellos —y aquellas— que vieron lo que estaba ocurriendo y miraron hacia otro lado, haciéndose los tontos por intereses tan diversos y a veces tan innobles como los de los propios protagonistas.

 

Hay luces, por supuesto que también hay luces. Relámpagos luminosos a lo largo de los años, unos con más duración y profundidad que otros. Xuan señala alguno fundamental, como la creación de una sanidad pública fuerte (aunque la pandemia del covid la haya vuelto en estos momentos temblorosa), una red sanitaria de la que enorgullecerse, modelo envidiado en otras muchas comunidades. Y bien que lo sabemos quienes hemos pasado mucho tiempo fuera, en Madrid, pongo por caso.

Hay intelectuales y periodistas respetables —no todas ni todos tan respetados como se merecen—, políticos sensatos, arzobispos valientes, militantes solidarios y gentes de buen corazón, grandes intenciones y neuronas bien entrenadas. Pero de los recuadros en los que se agitan los otros, los de las zancadillas y las meteduras de pata, surge sin parar una niebla constante que lo inunda todo. La borrina esa tan nuestra, que emborrona el grid. Mientras lanzan sus cuchillos, sus puñetazos y sus granadas que autoexplotan, muchos de los rostros van deformándose bajo la nube, y al final lo que queda es un ojo derecho por aquí, un trozo de boca por allá, una oreja —probablemente sin oído— por acullá y un dedo corazón gordo alzándose por el otro lado… (En realidad, de esos hay varios.) Igual que en un collage dadá de Hannah Höch, pero sin su gracia.

Y, detrás de todo eso, las cenizas. Las del movimiento obrero, quemado a conciencia en esa fogata luciferina que encendió y atizó José Ángel Fernández Villa, uno de los protagonistas de este libro, y que resqueman especialmente en este rincón del mundo. Las de quienes confiaron en lo que estaba por llegar en el 75, las de las gentes que se habían jugado la vida y la libertad para que eso llegase, las de las personas honradas y currantes que han perdido la esperanza, las de todas y todos los ausentes a la fuerza, obligados a irse para sobrevivir… El desencanto, como dice Xuan Cándano: “Hubo desencanto porque previamente había habido encanto”. ¿Dónde habrá ido a parar todo aquello, el encanto, aquella alegría de vivir, y pensar, y confiar, y crear y creer?

Puede que Xuan Cándano y yo —que compartimos año de nacimiento y muchas experiencias— pertenezcamos a una generación de desencantados. Es probable. Quizá sea que creímos demasiado en todo aquello —pero ¿cómo no hacerlo?—, nos sumamos con entusiasmo a infinidad de cosas mientras nos partían a menudo la cara, y ahora que vamos pa vieyos sentimos el fracaso inevitable de la vida vivida a conciencia… ¿O fue que nos tomaron mucho el pelo? No lo sé, pero ojalá la gente joven vea Asturias de otra manera. Ojalá no tengan nostalgia de lo que pudo ser y no fue ni añoren una dignidad que tal vez nunca existió y que solo soñamos. Ojalá esta tierra que puede ser tan generosa les sobre para lo que necesiten y la borrina no los haga perderse por el camino. Eso espero.

 

Ay, Asturias. Termino la lectura de No hay país y suspiro. Pero el propio Xuan Cándano me lleva a hacerme otra pregunta: ¿y si todo esto no pasase solo aquí? ¿Se podría escribir otro libro semejante observando con esta misma lucidez la realidad de cualquier otra comunidad autónoma, o la del estado en su conjunto, o la de algún otro estado de Europa, pongo por caso? Seguro que sí. Probablemente el grid que saldría de esas otras observaciones no sería muy distinto de este, y los golpes y las zancadillas se le pareciesen mucho, igual que la ambición desmesurada y las infinitas debilidades retratadas.

Quizá —pienso— observar la acción política desde la cercanía nos lleve necesariamente a conclusiones más bien atribuladas sobre la condición humana. Puede que sea porque estamos aplicando una lupa enorme, que nos enseña en primerísimo plano las arrugas y los granos. Es probable que todas esas imperfecciones que tanto resaltan sean no solo propias de la clase política, sino comunes a la especie, taras de nacimiento que nos acompañan desde el origen de los tiempos y que seguirán estando ahí hasta el final. (Si es que no son ellas las que provocan justamente el final.)

De ser así, ese grupo al que solemos llamar “los políticos” —que tanto juego nos da como punching-ball en los bares, las redes sociales, las tertulias de los medios y los prólogos de libros como este— sería en realidad una especie de espejo que nos refleja a nosotros mismos, a todas y cada una de las personas que componemos la sociedad, con nuestras propias miserias y alguna escasa grandeza. Creo que fue André Malraux quien lo dijo: “No es que la gente tenga el gobierno que se merece, es que se parecen a sus gobernantes.”

Esa verdad —porque creo que lo es— me lleva a interrogarme a mí misma, sin tapujos: ¿lo habría hecho yo mejor de haber estado ahí? ¿Lo habría hecho mejor usted? ¿Habríamos sido “nosotros” más inteligentes y honrados que “ellos”, más capaces de sobreponernos a las presiones, las expectativas y el miedo?

Este último interrogante me lleva a otro: ¿no hay acaso un problema en este “ellos” que se opone al “nosotros”? ¿Qué es lo que ha pasado para que se haya producido esta ruptura entre la sociedad y sus clases dirigentes? Y ¿quiénes son los responsables? ¿”Ellos”, “nosotros” o todos? Xuan Cándano ofrece aquí algunas de las claves de este fenómeno que parece estar afectando a todas las democracias burguesas. Y quizá debería seguir escribiendo sobre este asunto. Una segunda parte de este libro, digamos, que dé el protagonismo a quienes permanecen en el anonimato detrás de los retratados en el grid, compañeras y compañeros, amigas y enemigos, votantes y militantes, cómplices y víctimas.

 

A la espera tal vez de ese libro que sería la otra cara de esta moneda, diré que la lectura de No hay país resulta inquietante. Probablemente, creo, este libro se convertirá en un manual imprescindible para conocer muchas de las cosas que han sucedido en Asturias desde la muerte de Franco, en lo político, en lo social y en lo cultural. Pero generará desasosiego, como cuando cae la niebla faltona, esa que lo embarulla todo, como si hubieras bebido un poco de más y no supieras si tu casa está a la izquierda o a la derecha, esa precisamente que cubre el grid de Xuan.  Aunque, a ver, seamos sinceros: de nieblas y borrines, las gentes de Asturias sabemos mucho. Además de la faltona, conocemos la niebla atrevida, esa que baja de repente del monte y lo anega todo en un segundo y luego se va tan feliz, como si anduviera de paseo por ahí. La fantasmagórica, que convierte los objetos a nuestro alrededor en espectros. La romántica, la que hace que algunas mañanas la torre de la catedral de Oviedo no exista, como si hubiera caído sobre ella un hechizo. La medieval, que nos hace sentir frío y miedo y desamparo. O la protectora, que nos permite hacer en la esquina de la calle algo poco conveniente pero divertido.

Las conocemos muy bien. Y sabemos que luego escampa. Siempre escampa. Y, cuando escampa, Asturias es una gloria. Entonces tocará cerrar la pantalla, olvidarse del dichoso grid y salir por ahí a celebrar todo lo demás. A seguir p’alante. Que sí, que hoy va a abrir, hombre. Bueno, igual hoy no, pero mañana, seguro…

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Autor: Xuan Cándano. Título: No hay país: Crónica política (y sentimental) de Asturias (1975-2022). Prólogo: Ángeles Caso. Editorial: Hoja de Lata.

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