“La ciudad entera gravitaba sobre un mar de libros” (Irene Vallejo, en El infinito en un junco)
La mesita de noche es la gozosa antesala de la felicidad nocturna. Tengo un surtido de libros dispuestos en vertical, torres de imaginación. Como si me encontrara delante de una estantería de galletas, el placer de mi desayuno favorito. O frente a un quiosco de los noventa, con el fabuloso despliegue de periódicos y revistas de viajes.
A este que tengo aquí debajo no le puse la fecha cuando lo compré en aquella librería de Madrid. Este sí. Estuve mucho tiempo con varios libros en la mano decidiendo cuál me llevaría a casa. Ese día pequé de imprudente. Solo compré dos. A veces me contengo. Más veces de las que desearía. Si entro en una librería, mi tarjeta de crédito activa un dispositivo de alarma: Abunai!, Abunai! (peligro en japonés). Suelo ganar a la tarjeta.
¿Para qué tener tantos libros en casa? Aún no he tenido tiempo de contarlos, pero lleno una estantería nueva cada par de meses. ¿Tengo que ir más a la biblioteca pública? Necesito oler a hoja nueva, a estreno exclusivo, y poseerlos. Los libros son un gran tesoro, mi isla de papel donde viajo, aprendo y entiendo mejor la condición humana.
Hace dos años tropecé con una novela en una biblioteca de barrio. Empecé a leerla. Me quedé por la página 52. Tenía 210. Hice una foto de varios párrafos que me gustaron, y todavía no entiendo por qué aún no la he comprado. Le debo una visita a esa biblioteca. Empezaré de nuevo otro libro allí mismo, y lo dejaré en la página 87. Y haré una marca leve de lápiz con una señal para cuando regrese.
Apagado el día, me espera el bloc azul donde escribo sobre los libros leídos, los que compré creyendo lo que no son, y los que me faltan por disfrutar. La montaña crece. Pongo la alarma en el reloj del móvil. Venga, 15 o 20 páginas más. La luz blanca del flexo enfoca el texto cuyas letras se van difuminando, borrando, mientras se enciende la madrugada.
La vista descansa de tantas horas y duermo pensando en ficciones. No hay libros sin noche, ni noches sin libros.
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