Donald Trump es un gran comediante y un excelente comunicador. Como buen monologuista, sabe cuál es el momento preciso en el que debe sacar su mejor chiste para conseguir que el público se vuelva loco. En su caso solo debe decir dos palabras para que el auditorio estalle, ocho letras para que sus seguidores se conviertan en orangutanes que se golpean en el pecho repitiendo una y otra vez: Fake news! Fake news! Fake news!
Andrew Rossi, en el documental Posverdad: La desinformación y el coste de las Fake News, hace un análisis de cómo se cocinan esos bulos que nos desayunamos a diario, esas mentiras que nos comemos en el almuerzo, esas noticias aderezadas de desinformación que nos sirven para cenar.
Donald Trump y su obsesión con la CNN
Hay dos cosas que al 45º presidente de los EEUU le ponen de los nervios: la CNN y Barack Obama. A su predecesor le culpa de todo lo malo que ha ocurrido en Norteamérica en las últimas décadas, y ha hecho todo lo posible por ensuciar su nombre y atribuirle todas las culpas imaginables, sobre todo en lo relativo a la política exterior. Donald Trump, con razón o sin ella —siendo fríos y objetivos, sus números diplomáticos son mejores y más «pacíficos» que los de Obama—, podía repetir hasta media docenas de veces el nombre de su antecesor en cualquier discurso. La cadena de televisión CNN ha sido otra de las fijaciones durante su mandato. Con solo leer su nombre, con que alguien pronuncie sus siglas, a Trump se le pone la vena del cuello del tamaño de un melón de Arizona.
En un momento del documental de HBO, la cámara recorre los puestos de merchandising repartidos en las inmediaciones del pabellón donde tiene lugar un evento republicano. Un hombre saluda ufano a los periodistas, explicando por qué se ha comprado su camiseta. Luce con orgullo un suéter en el que aparece una representación de Trump meando encima del logo de la CNN. En eso consiste la posverdad: en desprestigiar hasta la paranoia a tu enemigo, en reducirle a una caricatura sin valor, exterminarlo escatológicamente con rabia.
A raíz del incidente en una rueda de prensa en la Casa Blanca, durante la cual el periodista Jim Acosta fue expulsado, Trump declaró la guerra a la cadena, llamando a la CNN «enemigo del pueblo». A partir de aquí, la polarización, las redes sociales y el odio —compartido por todos los bandos— han hecho su trabajo, y los periodistas del canal de noticias se han convertido en el blanco de las iras de los seguidores trumpistas, que dirigen su rabia hacia uno de ellos especialmente: Don Lemon, afroamericano y homosexual; casi nada.
Pizzagate, la gran mentira que tantos creyeron
Si hay un bulo que ha arraigado en la opinión pública norteamericana en los últimos años ese es el del Pizzagate. El de la supuesta red de pederastia, promovida y protegida por los demócratas —John Podesta y los Clinton—, y que a punto estuvo de acabar en una gran tragedia.
A Podesta, el jefe de campaña de Hillary, le hackearon la cuenta de correo electrónico en marzo de 2016, el año en el que se disputaban las elecciones norteamericanas que dieron a Trump como vencedor. La filtración de varios de esos mails generó una teoría conspirativa digna de una novela de Thomas Pynchon. Los usuarios —ficticios y reales— de Reddit realizaron unas interpretaciones surrealistas de los textos, para acabar denunciando que había una organización de tráfico de personas creada para promover el abuso sexual infantil. Las redes sociales y los foros de Internet echaron humo con las más disparatadas conclusiones, que acusaban a destacados miembros del partido demócrata de estar detrás de ese grupo pedófilo.
Pero los consumidores de estas «pastillas rojas» lanzadas desde los sectores más extremistas de la ultraderecha estadounidense —con QAnon a la cabeza— no se conformaban con las acusaciones abstractas y pasaron al terreno de lo concreto. Señalaron con el dedo digital los lugares donde se estaban cometiendo esas atrocidades. Una pizzería de Washington —muy frecuentada por políticos del partido del «burro» y también, curiosamente, por periodistas de medios como la CNN— fue señalada como el fatídico epicentro de la red pederasta, el Comet Ping Pong. Por si les faltaban más argumentos a estos amantes de los bulos, el dueño era conocido y reconocido como un destacado miembro de la comunidad homosexual de la ciudad.
La noticia corrió por la red, voló por Internet, se propagó por las redes sociales, y llegó hasta Carolina del Norte, donde un justiciero decidió que era hora de acabar con ese antro de pornografía infantil. Y hasta la capital del país se dirigió, armado, para terminar con esa gran injusticia. Entró en el local con un fusil en las manos, y sin la más mínima intención de pedir una pepperoni con extra de queso. Afortunadamente las fuerzas de seguridad llegaron rápido al restaurante y lograron detener al redneck antes de que las fake news acabasen en matanza.
Reddit y 4chan, el poder de la mentira
En todo ese proceso del Pizzagate hubo muchos medios importantes para la difusión de los bulos y mentiras. Pero dos fueron especialmente activos, los foros Reddit y 4chan. Tenían experiencia en este campo. Ya lo habían hecho años atrás, en el 2015, cuando volvieron locos con sus paranoias a los vecinos de la tranquila localidad de Bastrop.
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Durante el verano de ese año, el ejército norteamericano planificó un ejercicio con armas no convencionales, denominado «Jade Helm 15», en las inmediaciones de este lugar. Alex Jones —el gran conspirador radiofónico de los USA, firme defensor de la teoría del «genocidio blanco», que ha denunciado un «Nuevo Orden Mundial» creado para acabar con las libertades individuales de los norteamericanos— se encargó de crear una historia según la cual: el objetivo de esa operación era apresar y llevar a esa base militar a disidentes políticos por orden de Barack Obama. La mentira caló hondo entre los vecinos del lugar, y hasta el gobernador del estado tuvo que intervenir, pero no para disipar la paranoia sino para aumentarla, estableciendo un control sobre las acciones militares.
Seth Rich, tejiendo cortinas de humo
El robo de cuentas de correo electrónico y la filtración del contenido de los emails fue un gran escándalo. El origen de los mismos apuntaba a Rusia, el mismo país que tuvo un papel destacado en la propaganda digital que ayudó a Trump a conseguir la presidencia. Había que cambiar el punto de mira de la opinión pública. Necesitaban tejer una cortina de humo y lo hicieron con mimo. Para ello contaron con el «Great Pretender», Jerome Corsi. Él fue el creador del término swiftboating, usado para detectar un ataque político infundado y ficticio. En 2004, Corsi tuvo un papel importante en la derrota del demócrata John Kerry contra George W. Bush. Este teórico de la conspiración fabricó, junto a John O’Neill, una fabulación según la cual los méritos militares de Kerry no eran reales. Los encargados de avalar las informaciones eran un supuesto grupo de veteranos de guerra llamados «Swift Boat Veterans for Truth». Cuando se pudo demostrar la falsedad del relato era demasiado tarde; Bush había ganado la reelección. Obama, Irán, el 11-S… Nada escapa a las conspiraciones tramadas por Jerome Corsi.
Seth Rich murió en Washington durante un atraco. Jack Burman, Jerome Corsi y Fox News levantaron una gigantesca cortina de humo para ocultar lo evidente: la presencia rusa detrás de los ataques informáticos al partido demócrata que permitieron que los correos electrónicos privados fuesen publicados, y avalar la teoría de que el funcionario murió por asesinos a sueldo de, otra vez, pero-qué-mala-malísima-eres Hillary Clinton.
No es posverdad es una gran mentira, enorme
Hablar de posverdad es una forma amable de edulcorar la mentira. Una noticia falsa es un engaño. Un artefacto diseñado con premeditación, alevosía y nocturnidad para disparar donde más daño nos puede hacer, en la línea de flotación de nuestras democracias. Los temibles populismos del periodo de entreguerras deberían servirnos de lección para evitar caer en los brazos de los temidos populismos que nos amenazan, desde dentro de nuestras instituciones, de nuestro gobierno, de la oposición. ¿Estamos a tiempo de acabar con esta atroz desinformación? Yo espero que sí. Y no, la solución no la tiene Newtral, ni está en la censura informativa: ahora más que nunca necesitamos libertad de prensa, transparencia y una búsqueda inquebrantable de la verdad.
La era COVID en la que estamos sumergidos ha sido una gran prueba de estrés para el periodismo, y también para las redes sociales, sometidas estas a un algoritmo que parece haber escapado fuera de control. La constante necesidad de noticias ha provocado un alud de informaciones contradictorias, una excesiva presencia de «expertos» en televisiones y medios digitales, cuyos vaticinios —casi siempre polémicos y cargados de negatividad— se replican y comparten por Facebook, Instagram y WhatsApp, una desinformación que siembra ira y es la semilla de la indiferencia ante la enfermedad. Estamos apuntando a un blanco en movimiento, y eso implica que fallemos, haya daños colaterales y nos disparemos en el pie con nuestras propias balas. La pandemia ha sido un paraíso para los creadores de fake news, para los conspiranoicos y los negacionistas, que han tenido un público que nunca habían imaginado. El problema no es un iluminado como Miguel Bosé diciendo mentiras: el problema es lo sencilla, rápida y efectiva que resulta esa manipulación. Lo decía en el titular: a esto que nos está pasando no lo podemos llamar posverdad, son burdas mentiras.
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