“¡La de veces que he oído contar esa historia!”.
Así se cierra Léxico familiar. Natalia Ginzburg escogió de ese modo la mejor manera de terminar. Así enlaza con el inicio de la novela y también con lo que se intuye fuera de ella. Porque esta autobiografía es una novela. Lo dice ella: “Sólo he escrito lo que recordaba. Por eso, quien intente leerlo como si fuera una crónica encontrará grandes lagunas. Y es que este libro, aunque haya sido extraído de la realidad, debe leerse como se lee una novela”. Cuando Natalia Ginzburg se retrata en estas páginas no miente, aunque inventa.
Nació en Italia en 1916 con apellido inequívocamente judío, Levi. Lo de Ginzburg le vino por su marido. En esta, que es su historia, Natalia apenas se mira directamente. Siente pudor por prestarse atención, se avergüenza al concederse un lugar preferente. Como la gente sensata. Como quien tiene la vida con todo su contexto siempre en mente.
Si hay fragmentos novelados en Léxico Familiar es imposible reconocerlos porque la autora respeta los nombres reales haciendo de sus personajes, personas. Con un lenguaje falsamente sencillo y exento de piruetas retrata el día a día de una familia instruida y de clase media en la Italia más despreciable del siglo XX. Natalia Ginzburg cuenta con un entorno altamente épico: el surgimiento, encumbramiento y derrumbe del fascismo. Y lo que conlleva una guerra. Y la resistencia. Y algunas sangrantes pérdidas.
Es la historia del constante discurrir del día, de todos los días, aunque uno se desespere por intentar detener un momento la vida. Y eso hizo alguno de los que salen en esta novela-biografía, pararse la vida. Pararse en la vida. Vamos por partes.
Natalia Ginzburg narra cómo era su existencia en una casa en la que nunca sobró el dinero pero jamás faltó una criada. Giuseppe Levi, profesor de Anatomía, reputado investigador en Histología y Biología y amante de la montaña intenta dirigir con mano dura una familia de cinco hijos, tres hombres y dos mujeres, y una esposa tendente al infantilismo capaz de sentir celos de las amigas de sus hijas. La autora retrata a su madre, Lidia Tanzi, como una señora vivaracha y dispuesta al disfrute, dulce e inasequible a la amargura. De lo escrito sobre sus actos también se trasluce, o al menos así puede entenderse, que la madre de Natalia Ginzburg fue una mujer educada para ser una dama, poco dada a cualquier actividad práctica y con un juicio más propenso a crear atmósferas ficticiamente amables que a encarar la realidad tal cual. Hubo una época, no tan lejana, en la que eso se consideraba encantador. No hay que olvidar que hablamos de principios del siglo XX. No es mi intención señalar a la mujer con excesiva dureza por resultar irritante. Que lo resulta. Pero esa no es la cuestión.
La familia Levi-Tanzi promulgaba ideas socialistas y tanto el padre como los hermanos, Gino, Mario y Alberto, fueron detenidos y procesados durante el régimen fascista. En Léxico familiar se trata con el mismo estilo directo y la misma carencia de sentimentalismo las situaciones más dramáticas o las más cariñosas. Y de eso está hecha también esta obra. De las tragedias y de las anécdotas. De la cárcel y los chistes de sobremesa. De los recuerdos agarrados con las uñas a la mente de la autora.
“¡La de veces que he oído contar esa historia!”.
El espacio para la Natalia adulta es escaso. Se nota en sus recuerdos el apego por la infancia. O tal vez no sea apego. Es posible que se trate de nostalgia. Una nostalgia que pesa. En cuanto a la Natalia mayor, concede parte de su historia a la del primer marido con cuyo apellido firma, Leone Ginzburg. Un judío ruso, intelectual, profesor de literatura y antifascista practicante, a quien conoció a través de sus hermanos. A su padre no le acabó de gustar.
“Pero es muy feo – dijo mi padre-. Ya se sabe, los judíos son todos feos.” “¿Y tú? – le preguntó mi madre -. ¿Tú no eres judío?” “De hecho yo también soy feo”, respondió mi padre.”
Más allá de su escasa fotogenia, se ve que Ginzburg era un hombre callado y reflexivo. O eso se entiende de la siguiente afirmación, no falta de ironía: “Sabía escuchar a los demás con gran atención, incluso cuando estaba profundamente ensimismado pensando en sí mismo”.
No hay nada sobre su enamoramiento, si es que se dio. Ni sobre cortejo alguno. Después de una breve descripción del origen, carácter e inquietudes de aquel hombre en apenas una página, dedica una frase a su historia juntos: “Leone y yo nos casamos y nos fuimos a vivir a la casa de la calle Pallamaglio”.
Ginzburg, políticamente activo, fue enviado al destierro por Mussolini y Natalia con él, desde 1940 hasta 1943. Cuando volvieron a Turín, al ruso se le detenía por precaución cada vez que acudía alguna autoridad política. En 1944 se trasladaron a Roma. Por fin creyó Natalia que podrían vivir felices. Eso dice. Aunque también sostiene que su marido dirigía un periódico clandestino. Lo detuvieron a los 20 días y murió torturado en la cárcel. Eran los tiempos de la ocupación alemana. Antes de todo eso les dio tiempo de tener tres hijos.
Cuando esto ocurre, Natalia ya está ligada a la editorial Einaudi, donde además de Ginzburg se daban cita otros intelectuales igualmente disconformes con el régimen de Mussolini. Italo Calvino, Elio Vittorini o el que se convirtió en su gran amigo, Cesare Pavese, poeta, novelista, traductor y crítico. Uno de los mejores escritores italianos de su siglo.
Tras el anuncio al lector de la muerte de su marido, ni una palabra sobre ella y sus sentimientos. Nada. No quería ser personaje principal de su historia. La pena se proyecta en el sufrimiento de Cesare Pavese. “Había sido su mejor amigo. Seguramente enumeraría aquella pérdida entre las cosas que lo desgarraban”. Un desgarro que se sumó a otros que ya llevaba de antes y a otros que le llegaron después. La cuestión es que todo junto empujó a Pavese al suicidio en 1950. “Había hablado durante años de suicidarse. Jamás le creyó nadie. Cuando los alemanes invadieron Francia y venía, comiendo cerezas, a vernos a Leone y a mí ya hablaba de ello.” Cesare Pavese se guardaba las cerezas en el bolsillo de la chaqueta.
Lamenta Natalia que tras su muerte no queda rastro de la ironía, la sonrisa maligna que Pavese guardaba para sus amigos. Sólo para sus amigos, ya que “al amor y a la escritura se entregaba sin embargo con un estado de ánimo tan enfebrecido y tan calculado que nunca sabía reírse de ellos ni llegaba a ser él mismo por completo”.
Las palabras dedicadas a Pavese en la última parte de Léxico familiar son también las más sentidas. Tal vez por cercanas. Tal vez por la contención mantenida cuando habla de ella y de su familia durante toda la escritura. Como una exhalación última después de mucho aguantar la respiración. Con este ejemplo de escaso sentimentalismo narra la desaparición de los padres de su cuñada durante la deportación sistemática de judíos a los que “habían apresado como a muchos desventurados que no habían creído en la persecución”. No creyeron necesario esconderse porque eran gente tranquila, como muchos otros. ¿Qué iban a hacerles? Los alemanes se llevaron “a la madre bajita, cándida, alegre y enferma del corazón; al padre alto, gordo y tranquilo.” Jamás volvieron a saber de ellos.
Natalia Ginzburg vivió años difíciles y supo retratarlos. También los aprovechó. Se expandió en su obra y en sus amigos y, aunque tanto escribió sobre ella misma, se la puede ver haciendo de otra, de María de Betania en Los Evangelios según San Mateo de Pasolini, otro de sus acompañantes en la vida.
Y así en una época en la que “todos creían ser poetas, y todos pensaban ser políticos”. Ella supo serlo en la medida justa en la que lo requirió la necesidad de desbordamiento. Pero insisto, lo justo. Un grito sostenido en el tiempo “después de tantos años en que pareció que el mundo había quedado enmudecido”.
Y no parecía que el fascismo fuese a acabar pronto… apuntó Natalia.
“¡La de veces que he oído contar esa historia!”
[La editorial Lumen publica Léxico Familiary otras obras de Natalia Ginzburg por el centenario de su nacimiento.]
Autro: Natalia Ginzburg. Título: Léxico Familiar. Editorial: Lumen. Edición:Papel y Kindle
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