Los profesores de filosofía solemos contar a nuestros alumnos la historia del pavo empirista o, para decirlo con más propiedad, el pavo inductivista, una broma de Bertrand Russell sobre las falacias del método inductivo. El pavo en cuestión había observado que todos los días del año, fríos o calurosos, lluviosos o soleados, recibía su ración de comida a las nueve de la mañana. Del escrupuloso acopio de datos en el mismo sentido infirió como verdad general o principio incontrovertible que siempre le alimentarían de la misma forma. Hasta que llegó el 24 de diciembre y, en vez del sustento habitual, recibió un tajo en el cuello y terminó en la mesa del día de Navidad.
A pesar de que sabemos por la historia que ninguna potencia, ningún Imperio, es indestructible y eterno, los seres humanos se comportan en su seno como si de hecho lo fueran. El profesor de Antropología Alexei Yurchak, ruso de San Petersburgo pero radicado en Estados Unidos (California), recoge en el propio título de su libro el componente irónico de la anterior constatación: Todo era para siempre hasta que dejó de existir. El subtítulo con que en la versión española se ha interpretado el escueto The Last Soviet Generation de la edición original es suficientemente explícito respecto al sentido y contenido de la obra: Cómo vivía, qué creaba, de qué se reía y con qué soñaba la última generación soviética.
El objetivo de Yurchak en este libro es ambicioso pero no muy difícil de expresar de modo conciso, hasta el punto de que se manifiesta en «una singular paradoja: si bien la caída del sistema era inimaginable antes de que comenzara, no sorprendió a nadie cuando sucedió». Esta idea se puede leer ya en la primera página, pero luego veremos que tanto en la introducción como en las conclusiones dicho planteamiento se repite con diversas variantes que matizan y enriquecen el enfoque. Aunque en estas breves líneas sea inevitable acogerse a simplificaciones, la mejor manera de despejar o, al menos, entender la paradoja se nos proporciona unas páginas más adelante: aunque nadie fuera capaz de concebir el colapso del sistema antes de que empezara la perestroika, cuando esta fue tomando vuelo sucedió como si se descorriera una cortina y tras ella, los soviéticos constataran que era «perfectamente lógico y estimulante» la implosión del régimen.
«Lógico y estimulante» resultan aquí adjetivos muy reveladores, por cuanto nos dicen mucho acerca de las reacciones del ser humano (no solo los soviéticos) cuando se desploma un entramado coercitivo: «Muchos descubrieron que, aun sin ser conscientes de ello, estaban preparados desde siempre para ese colapso». Así, al intentar explicar la primera paradoja, surgen como en tropel otras muchas. Por decirlo otra vez de modo breve y hasta donde es posible sin traicionar la mirada compleja del autor, «la grisura y el miedo que caracterizaban la realidad soviética estaban indivisiblemente ligados a un optimismo y una calidez muy reales».
Esta aseveración, aunque choca hasta cierto punto con los prejuicios y los trazos gruesos de muchos analistas occidentales, resulta indispensable para entender la añoranza que se extenderá después, al cabo de los años, en amplios sectores de la sociedad rusa. Son las «paradojas internas de la vida bajo el socialismo», como las denomina Yurchak. La susodicha añoranza se desplegaba por la pérdida de estabilidad y seguridades, «los muy reales valores humanos, la ética, las amistades y las posibilidades creativas que brindaba la realidad socialista».
Esto no implica, naturalmente, que huyendo de la simplista demonización doctrinal del comunismo, caigamos en el extremo opuesto, su exégesis. Ni siquiera su justificación. Se trata simplemente de entender, y para ello no sirven los enfoques binarios, todo lo que remita a un esquemático juego de contraposiciones en blanco y negro (Estado/pueblo, represión/libertad), porque lo que caracteriza precisamente a esta generación soviética que vive ese tiempo fluido de transformaciones e inquietudes es un conjunto grisáceo de valores en conflicto. La coerción y el miedo eran indisociables del sentido de la dignidad y la preocupación por el futuro.
Es verdad que existía un contraste abrumador entre los ideales autoproclamados del socialismo y la triste realidad cotidiana. Pero el autor subraya y el libro demuestra que tales proclamas «tenían una importancia genuina para un gran número de ciudadanos soviéticos, aun cuando reinterpretaran rutinariamente las normas». Yurchak insiste en este punto: las contradicciones del sistema eran reales, naturalmente —sería absurdo defender lo contrario— pero esto no implicaba que las consignas o los valores supremos fueran simples mascaradas. «Ninguna de estas posiciones era una máscara. Todas eran reales». Finalmente, la paradoja decisiva estaba en que cuanto más se reproducía el discurso autoritario, «más experimentaba ese sistema un profundo desplazamiento interno».
Conviene advertir por último que estamos ante un libro que posibilita dos niveles distintos de lectura, compatibles entre sí pero hasta cierto punto independientes. Por un lado estamos ante un análisis sociológico e ideológico que se sirve de una metodología rigurosa, utiliza un instrumental académico y maneja unos conceptos que pueden resultar duros o extraños al lector no familiarizado con todo ello. Por otra parte el libro también se puede leer a otro nivel mucho más asequible, como retrato de los usos y costumbres de la sociedad soviética en una encrucijada histórica. En este registro, el libro no es solo ameno, sino hasta divertido, sobre todo en aquellos pasajes que se detienen en la válvula de escape del humor.
El humor soviético retrata un tiempo detenido: «—Quiero ir de nuevo a París. —¿Ya has ido?. —No, pero ya quise ir antes». Admite que el socialismo es la negación o superación del capitalismo, pero en este sentido: «En el capitalismo el hombre explota al hombre; en el socialismo es al revés». Desenmascara su propaganda: «El socialismo supera con éxito las dificultades que no existen en otros sistemas». Y, sobre todo, denuncia su ineficiencia: «¿—Qué pasaría si empezaran a construir el comunismo en el desierto del Sáhara? —Pronto habría escasez de arena». Reír para no llorar.
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Autor: Alexei Yurchak. Título: Todo era para siempre hasta que dejó de existir. Traducción: Teresa Arijón. Editorial: Siglo XXI. Venta: Todos tus libros.
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