Continúa la crónica que narra el nacimiento de España en 1837 como una pequeña nación, constituida por los viejos reinos de la Península Ibérica —menos Portugal— y las islas adyacentes de Baleares y Canarias. Nace superando su adscripción a un espacio geográfico, en medio de un profundo conflicto ideológico y con graves problemas heredados de una gestión imperial que había sido devastadora para sus recursos y estructura social, pero con una serie de territorios dependientes en Ultramar (Cuba, Filipinas, Puerto Rico…), que, por primera vez, son considerados colonias. Las siguientes escenas reflejan el principio del colapso de la Monarquía Católica, ese enorme poder supranacional asombrosamente estable durante casi trescientos años del que España formaba parte, cuya crisis y hundimiento se inició en 1808 con la invasión napoleónica.
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1808 (26 marzo)
Esperando al emperador
Fernando se contempla en el espejo y gira ligeramente la cabeza para admirar en escorzo su boca pequeña y hundida, la nariz gruesa que pugna por unirse a la barbilla picuda, los ojos grandes, negros y saltones. Alguien le ha dicho que es un hombre guapo, y él lo cree. Destila vanidad, y sin embargo el mariscal Murat, duque de Berg, evita darle tratamiento de rey. Príncipe, príncipe, príncipe. ¿Es que no sabe que Carlos IV ya es historia? Espera que pronto el emperador le conceda la mano de una princesa de su sangre y sean familia, pero mientras tanto no sabe qué hacer para ganar su respeto y confianza. ¿Acaso no ha dado ya pruebas de amistad devolviendo la espada que Francisco I de Francia rindió al rey Carlos en Pavía? Si fuera necesario se disculparía también por aquella victoria, unas palabras no han de interponerse entre él y su Corona más que un trozo de hierro, pero ¿arreglaría eso las cosas? Si el emperador reconociera su nueva jerarquía, sus súbditos se tranquilizarían y el gobierno empezaría a rodar, pero Napoleón retrasa una y otra vez su anunciado viaje a Madrid y Fernando se siente abandonado. No le queda más remedio que fingir su inminente llegada ordenando que se traslade un simulado equipaje con todos los honores. Nunca un sombrero y unas botas habían recibido antes tratamiento de jefe de Estado, pero ¿qué otra cosa puede hacer? A eso está reducido. Mientras tanto, espera.
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1808 (1 de Abril)
Cartas de la reina
La reina María Luisa rasga el papel que acaba de escribir, toma otro y vuelve a mojar la pluma con mano temblorosa. Hace días que no sale más que lo imprescindible a las galerías de palacio por temor a que los sirvientes no la traten con el debido decoro. Tiene miedo, y a cada hora que pasa siente crecer un odio profundo y visceral hacia su hijo Fernando, que ha convertido a sus propios padres en el hazmerreír de Europa. En sus cartas suplica a Napoleón y a Murat, como su lugarteniente, justicia y venganza. Les recuerda con palabras dulces su fidelidad, los servicios que han hecho a su causa tanto ellos como el pobrecito Manuel, el Príncipe de la Paz, que ahora paga con sangre su amistad con Francia. Y a la vez no ahorra dardos contra su hijo Fernando, a quien tilda de sanguinario, taimado y fementido, y del que asegura que solo aguarda el momento oportuno para echarse en brazos de los ingleses. ¿Cómo hacerles comprender que a ella se le da una higa la Corona y que sólo aspira a vivir un retiro en paz con el pánfilo de su marido y su Manuel? Mientras tanto, el rey Carlos la observa con pena. La ve pequeña, aceitunada, frotando una contra otra las encías desnudas porque cuando está nerviosa la dentadura le molesta, pero no dice ni una palabra. Se encoge de hombros y se centra en comprobar la hora de los innumerables relojes que adornan la estancia.
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Próxima publicación: 1808 (5 de abril) Una cena en la embajada y 1808 (1 de mayo) Sainete en Bayona.
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Autor: Alfonso Mateo-Sagasta. Título: Nación: La caída de la Monarquía Católica. Crónica de 1808-1837. Ilustraciones: Emilia. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: a partir del 4 de abril de 2022.
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