Continúa la crónica que narra el nacimiento de España en 1837 como una pequeña nación, constituida por los viejos reinos de la Península Ibérica —menos Portugal— y las islas adyacentes de Baleares y Canarias. Nace superando su adscripción a un espacio geográfico, en medio de un profundo conflicto ideológico y con graves problemas heredados de una gestión imperial que había sido devastadora para sus recursos y estructura social, pero con una serie de territorios dependientes en Ultramar (Cuba, Filipinas, Puerto Rico…), que, por primera vez, son considerados colonias. Las siguientes escenas reflejan el principio del colapso de la Monarquía Católica, ese enorme poder supranacional asombrosamente estable durante casi trescientos años del que España formaba parte, cuya crisis y hundimiento se inició en 1808 con la invasión napoleónica.
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1808 (24 de marzo)
Los hijos de Saturno
Napoleón mira por la ventana después de releer el parte que acaba de recibir de Beauharnais, su embajador en Madrid. Fernando, el Príncipe de Asturias, ha dado un golpe de estado y se ha coronado rey. El emperador sonríe. Después de tantas dudas, al final la vieja y podrida dinastía hispánica de los Borbones se devora a sí misma. Dos cornejas cruzan el cielo mientras repasa sus movimientos desde que en Fontainebleau acordara el reparto de Portugal con el rey Carlos IV y su ministro Godoy. Había pensado ceder el Algarve y el Alentejo al Príncipe de la Paz y el centro del reino a Carlos a cambio de incorporar al Imperio las provincias al norte del Ebro. Pero, ¿puedo estar tranquilo teniendo a la espalda a semejantes aliados?¿Repartir la Península? ¿Para qué repartirla si me la puedo quedar entera? Con la excusa del paso a Portugal un ejército de más de ciento cincuenta mil hombres progresa hacia Madrid y ha ocupado pacíficamente la línea del Ebro y casi la del Duero. Duhesme domina Barcelona, Moncey Aranda, Dupont Valladolid, D’Armagnac avanza sobre Pamplona. Delaborde, Loison, Travot, Kellerman y Junot lo hacen sobre Madrid y los límites de Castilla a las órdenes de Murat. ¿Por qué repartir lo que es mío? Que Saturno y sus hijos se devoren como las alimañas que son.
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1808 (25 de marzo)
Ajipedobes
«Si me das Ajipedobes te pondré en trance que robes», dice el pie de una caricatura en la que una ridícula reina María Luisa se ofrece a un seductor Manuel Godoy. El libelo circula furtivo de mesa en mesa en el Café de Levante desde hace un par de meses, despertando la hilaridad de los contertulios, pero ahora ya nadie se recata al comentarlo. «Ajipedobes, si lo dices al revés, verás lo bueno que es». Ajipedobes. Sebo de pija. Eso promueve Fernando en honor a su madre, y el sarcasmo constituye la base de su propuesta de cambio político. Nada sobre la hacienda exhausta por los años de guerra, los estragos del comercio marítimo, el hundimiento de los antes prósperos puertos de Barcelona, Valencia y Alicante, las pésimas cosechas de los últimos años y la hambruna consiguiente… Tan solo un odio profundo y visceral hacia «esa vieja de mierda» y su amante. «Ajipedobes», murmuran sonrientes los ociosos entre café y café mientras corre la voz de que las divisiones francesas que ocupan la Moncloa han venido a apoyar al joven príncipe en su lucha contra el tirano.
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Próxima publicación: 1808 (26 de marzo) Esperando al emperador, y 1808 (1 de abril) Cartas de la reina.
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Autor: Alfonso Mateo-Sagasta. Título: Nación: La caída de la Monarquía Católica. Crónica de 1808-1837. Ilustraciones: Emilia. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: a partir del 4 de abril de 2022.
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