Otro trece de abril, el de 1866, hace hoy ciento cincuenta y seis años, el territorio de Utah no es un estado de la Unión. Habrán de pasar aún tres décadas para que, en 1896, sea admitido como el cuadragésimo quinto. Para entonces, ya habrá hecho historia uno de sus hijos más notables, quien ve hoy la luz por primera vez en Beaver, futura capital del condado homónimo.
Cuando las manecillas del reloj den la hora de Butch, la ley ya se habrá impuesto en el Lejano Oeste. Tanto será así que Cassidy, siempre en compañía de Sundance Kid —su amigo inseparable desde que, tras el asalto a un banco en Montpellier (Idaho) en el verano de 1896, se uniera a su banda—, encontrará la muerte en San Vicente (Bolivia), a manos de algunos soldados del regimiento Abaroa y el jefe de la policía local. Eso será el siete de noviembre de 1908. Cassidy habrá vivido cuarenta y dos años, que serán muchos para un forajido que habrá visto como la ley se ha impuesto en el Oeste y en la huida al sur tendrá que llegar hasta Bolivia para encontrar un lugar donde esconderse, y ni allí lo hallará.
Primogénito de unos emigrantes ingleses, convertidos a la fe de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, el pequeño Robert Leroy Parker será educado en la rectitud que todos los mormones de Utah inculcan a sus hijos. Lo malo vendrá cuando, tras fugarse del rancho de sus padres, adolescente aún, mientras ordeña vacas en una explotación ganadera, conozca a un ladrón de ganado, Mike Cassidy, quien acabará convirtiéndose en la peor influencia para el joven Parker, su mentor en la vida criminal. Mas al futuro forajido le llamará tan intensamente la delincuencia que tomará el apellido de su alias del de su mentor en la actividad criminal. El nombre, Butch, diminutivo de Butcher (carnicero), se lo impondrán sus compinches en los primeros asaltos en Wyoming, recordando los días en que quiso desempeñar ese oficio y vivir dentro de la ley.
Tras algún hurto menor, de los que saldrá bien parado, aunque llegará a verse delante del juez, pasará a mayores como cuatrero en Montana. En realidad, más que robar él mismo las monturas, su cometido consistirá en vender los animales. Pero sabrá que, si le cogen, le colgarán igual. Entre 1889 y 1895, entre Wyoming y Colorado, se dará a conocer como ladrón de bancos. También será en esos años cuando descubrirá su más recóndito escondite, el Hole-in-the-Wall, un remoto paso en las montañas de Big Horn, en Johnson (Wyoming). Cuando se hable de él —la historia de Butch Casidy, siempre junto a su inseparable Sundance Kid, será una de las más contadas en las crónicas del Far West— habrá quien llame a su cuadrilla de facinerosos la Banda del Desfiladero en alusión a su escondite.
Pero en el museo que recuerda a Cassidy y su gente, abierto en nuestros días en dicho paso de las montañas de Big Horn, se refieren a esta tropa como «el Grupo Salvaje de Butch Cassidy», nombre que tomaron de la banda de Dollin-Dalton, que operó en territorio indio entre 1892 y 1895. ¡Ojo!, no confundirlo con el Grupo Salvaje de Pike Bishop, cuya existencia no está documentada, aunque Sam Peckinpah también nos lo mostrase en la película Grupo salvaje en 1969, el mismo año que llegó a la cartelera la peripecia última de Butch Cassidy y Sundance Kid con el título español de Dos hombres y un destino. Esta última, la más celebrada cinta de George Roy Hill, fue también la respuesta de Hollywood al spaghetti western y la segunda gran aventura cínica, justo la posterior Bonnie y Clyde (Arthur Penn, 1967). Fueron las aventuras cínicas aquellas cintas que, derogado ese mismo año 67 el código Hays, mediante el que se censuraban las películas estadounidenses, empezaron a verse títulos en que los forajidos, hasta entonces villanos más o menos pérfidos que siempre acababan mal, empezaron a ser presentados como héroes.
¡Vaya si dará que hablar el niño que viene al mundo en una cabaña de Beaver tal día como hoy! Pero antes de convertirse, siempre junto a su amigo Sundance Kid, en el último y más romántico de los forajidos del Far West, conocerá el amor en la persona de Ann Basset. Hija de uno de los tipos que le proporcionarán caballos de refresco, la joven Ann no acabará por echarse al monte —como sí lo hará la bella maestra Etta Place, compañera sentimental de Sundance y de armas, ya en Sudamérica, de los dos—. Con Basset —que vivirá entrando y saliendo de la ley como quien entra y sale de la realidad—, Butch descubrirá algo desconocido entre las chicas del burdel de Fannie Porter, allá en San Antonio (Tejas), donde gustará de reunirse con su gente para planear nuevos golpes.
Aunque la historia del Oeste raramente se detiene en ellas, las forajidas también fueron frecuentes. Así, junto a Butch Cassidy —amén de Ann Basset ocasionalmente— también cabalgará Laura Bullion, siempre dispuesta a coger las armas cuando no se prostituye. El resto del Grupo salvaje de Butch Cassidy estará integrado por William Ellsworth Elzy Lay, Harvey Kid Curry Logan, Ben The Tall Texan Kilpatrick, Harry Tracy, George Flat Nose Curry y Will News Carver. Lo de News obedecerá a que a éste le gustará ver su nombre en los periódicos, aunque sea hablando de sus atracos.
Siempre procurando evitar Wyoming, ya que Butch prometerá al gobernador no volver a delinquir en ese estado para librarse de los últimos cuatro meses de una condena de dieciocho en la prisión de Laramie, Cassidy y su gente, entre quienes ya habrá empezado a cabalgar Sundance Kid, cobrarán mucha notoriedad asaltando bancos en Idaho y Utah. Según las crónicas de sus contemporáneos, en gran medida debidas a los estudios que hicieron sobre ellos en la agencia Pinkerton, se decía que Butch Cassidy y Sundance Kid mataban a la gente con más facilidad de lo que el cine nos cuenta. En fin, como el resto de los facinerosos, el Grupo salvaje, más temprano que tarde, habría de dejar de cabalgar.
En 1899 regresarán a Wyoming para atracar el Overland Flyer a la altura de Wilcox. Sin embargo, no será el gobernador del estado quien ponga precio a su cabeza, será el ferrocarril, la Union Pacific, que no sólo pagará más, también contratará a la agencia Pinkerton para acabar con ellos. A estos detectives, a la cabeza mundial de la investigación, no se les burla como a un vulgar sheriff de un pueblo donde impera la ley del revólver. Una fotografía, fechada en Forth Worth (Tejas) en diciembre de 1900, dará cuenta para la posteridad de una de las últimas reuniones de Cassidy y su gente.
Disuelta la banda, el primer tramo de la huida de Butch Cassidy, Sundance Kid y la bella Etta Place los llevó al este, a Nueva York. El 20 de febrero de 1901 embarcarán en el vapor británico Herminus con rumbo a Buenos Aires. El resto, más o menos, será como nos cuenta George Roy Hill en su célebre película. Se establecerán en Choilla, en una granja al este de los Andes. Pero hasta allí llegarán las redes de la agencia Pinkerton. A los primeros propósitos de enmienda se sucederán nuevos crímenes. La prensa argentina comenzará a hablar de “bandidos yanquis” en 1905. De Argentina pasarán a Chile y de allí a Bolivia, donde les aguardará su final. Así se escribe la historia.
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