Otro cuatro de octubre, el de 1970, hace hoy 53 años, de madrugada aún, frisando las dos menos veinte, los amigos de Janis Joplin, los de la última borrachera, junto a quienes celebraba lo bien que había ido la jornada del día en el estudio de Los Angeles —estaba ocupada en la grabación de Pearl, su ahora legendario álbum póstumo— dan fe de que Janis no había dejado la heroína, como les había hecho creer, asegurándoles que ya sólo le daba al frasco.
Sus músicos, algunos con fugaz derecho a roce pues la gran Janis, como la reina del blues que era, gustaba darse a los amantes furtivos, la recordaban angustiada, en su interpretación de ‘A Woman Left Lonely’. Y afligida hasta provocar un escalofrío en cuantos la escuchaban entonar ‘Cry Baby’. Pero ninguna de las piezas de Pearl, que hará historia cuando se ponga a la venta el próximo mes de febrero, ha resultado tan premonitoria como ‘Buried Alive in the Blues’ (Enterrada en vida en el blues). Si La Parca no se la hubiese llevado, Janis la hubiera grabado hoy. Como la música ya está registrada, su última banda —Brad Campbell, John Till, Richard Bell, Clark Pierson y Ken Pearson—, la Full Tilt Boogie Band, decidirá incluirla como el último corte de la cara A.
De sus amantes, más que su sexo le importaba la rapidez, que a la mañana siguiente abandonasen la cama raudos, sin lágrimas y sin reproches, tras haber iluminado el lecho fugazmente. Eso sí, debían amarla con la misma intensidad que la voz rasgada y rota en mil borracheras, y otros tantos excesos, de la gran Janis iluminó esa escena musical integrada por Grateful Dead, The Doors, la Creedence Clearwater Revival… la traca final del flower power.
Los años hippies ya están dando paso al espíritu de Berkeley, que incendiará el campus estadounidense de costa a costa, hasta que ninguno de los jóvenes que debían estar estudiando en ellos sea enviado al sudeste asiático a pelear en una guerra de sus padres. Es un momento estelar de la humanidad y Janis Joplin es su voz. La escuchan quienes queman las cartas que les llaman a filas y los que hacen la guerra bajo los efectos del ácido lisérgico en las junglas de Vietnam. Cuando sepan de su muerte, todos la recordarán con cariño, como la reina del blues que tuvo su corte en la escena del rock del crepúsculo de los años hippies. En el 74, Leonard Cohen escribirá una de sus canciones más hermosas, recordando la fugaz historia que vivió con ella en el Chelsea Hotel.
Desde que en septiembre de 1969 se pusiera a la venta I Got Dem Ol Kozmic Blues Again Mama!, el álbum anterior de Janis, todo en su vida venía siendo un vertiginoso ascenso. Los que tuvieron tiempo de conocerla con más detenimiento —Janis Joplin sólo vivió 27 años y muy deprisa—, quienes supieron de ella más íntimamente, el cuatro de octubre del 70, tras la noticia de su última sobredosis —antes hubo otras pero la pudieron salvar—, la recordaban tanto arriba como abajo. A las alturas era elevada por la euforia del alcohol; descendía a las cloacas con esa paz, tan semejante al sueño eterno, que proporcionan la heroína y el resto de los opiáceos. Pero dicha alternancia, en ambos casos, obedecía a un padecimiento más complejo.
Aquejada de serios problemas de autoestima desde la infancia, buscó refugio en la marginalidad del blues desde que se sabe de ella. Ir a los tugurios frecuentados por los afroamericanos en la Texas que la vio nacer en 1943 no era algo que dejase indiferente a sus paisanos. Ni que decir tiene que a Janis Joplin, los prejuicios de su gente, escandalizada por la frecuencia con la que visitaba los antros donde se escuchaba blues, le traían sin cuidado. Tanto fue así que hizo de Bessie Smith, Odetta y Big Mama Thornton sus cantantes favoritas. Y lo fueron hasta el punto de que cuando los restos de Bessie Smith, la Emperatriz del blues, aparecieron en una tumba sin nombre, Janis Joplin pagó la lápida que la identificase debidamente. Eso la honra.
No fueron todo excesos en la vida de la genial vocalista. Ya en la cima del rock, cuando volvía a su pueblo, Port Arthur, hecha una hippie, sus paisanos la llamaban “marimacho” y juraban que era “el hombre peor vestido que habían visto nunca”. Tras aquellos insultos, la gran Janis nunca volvió al solar natal.
Otro cuatro de octubre, cuando el rock, y toda la contracultura surgida en torno a él, aún le daba vueltas a la muerte de Jimi Hendrix en otro pasote quince días antes, Janis Joplin dejó de ser aquella chica confusa que amaba el blues sobre todas las cosas. Al punto se convirtió en uno de los mayores iconos de la historia del ritmo del Diablo, quien ama al blues tanto como al rock, dejando el góspel para Dios.
Pearl, solo en vinilo, llegó a vender tres millones de copias. De entre todas sus piezas, destacó esa versión de Janis de ‘Me and Bobby McGee’, el tema de Kris Kristofferson —otro de sus amantes de una noche— del que se apropió con su voz rota la reina del blues. Así se escribe la historia. ¡Larga vida al rock & roll!
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