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Modigliani culmina su autodestrucción - Zenda
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Modigliani culmina su autodestrucción

Amedeo Modigliani, máximo exponente del artista maldito en el París que comienza a despertar del trauma de la Gran Guerra, conflicto que ha llevado a las trincheras a tantos creadores —empezando por el abanderado de todos ellos, Guillaume Apollinaire—, muere en Montparnasse. A Modigliani lo mata una meningitis, consecuencia de la tuberculosis previa y de...

Otro 24 de enero, el de 1920, hace hoy 104 años, la exaltación, tras el óbito, de un autor proscrito en vida, alcanza el paroxismo. Vuelve así a producirse una de las grandes paradojas de la humanidad —uno de sus momentos estelares—, al menos de sus élites y minorías cultas, las que atienden a la creación artística y literaria.

Amedeo Modigliani, máximo exponente del artista maldito en el París que comienza a despertar del trauma de la Gran Guerra, conflicto que ha llevado a las trincheras a tantos creadores —empezando por el abanderado de todos ellos, Guillaume Apollinaire—, muere en Montparnasse. A Modigliani lo mata una meningitis, consecuencia de la tuberculosis previa y de su inquebrantable afán por la autodestrucción. El artista solo tenía 35 años y ese mismo día, comienza a hacerse rico con sus telas el poeta polaco Léopold Zborowski, quien fuera el marchante del ya finado, al igual que de Maurice Utrillo, Marc Chagall o René Iché. “Modi”, llamaban sus mujeres —la escritora Beatrice Hastings, Simone Thiroux, su musa y compañera, Jeanne Hébuterne— al pintor fallecido. Personalmente, Modi siempre se consideró más escultor. Algunos de los que escriben sobre su vida, sostendrán que fue él mismo quien se negó a vender su obra por considerar este comercio un envilecimiento del arte. Otros, por el contrario, sostienen que deseó en vida esa gloria que la muerte le procuró.

"La única vez que Modi llegó a exponer en vida, aún en la guerra, en diciembre de 1917, en la galería Berthe Weill, la muestra fue clausurada por el escándalo público que causaron sus desnudos"

Sí que puede afirmarse categóricamente que hubo amplios sectores que nunca acabaron de aceptar el alargamiento de sus figuras. No obstante, a partir de su ascenso a la eternidad, la percepción de la obra de Modigliani comienza a cambiar radicalmente. Se cumplía así con esa paradoja en la que caen una y otra vez quienes reparten los elogios que procuran esos premios y prebendas, indispensables para la supervivencia del creador.

En cualquier caso, su arte, que el historiador Raymond Cogniat —ahíto de ese antisemitismo común a aquellos tiempos y a los nuestros— habrá de estudiar en torno a un grupo que define como el del “expresionismo judío en Francia” —Modigliani, en efecto, pertenecía a una familia de origen sefardí afincada en Italia—, fue el de la tristeza del burdel, el de las muchachas con miradas apesadumbradas y soñadoras, o esas otras, que quieren ser perversas en poses inocentes que fingen impudor. De hecho, la única vez que Modi llegó a exponer en vida, aún en la guerra, en diciembre de 1917, en la galería Berthe Weill, la muestra fue clausurada por el escándalo público que causaron sus desnudos.

Ejercía un magnetismo fabuloso entre las mujeres, mayor que el de Picasso —su amigo y rival—, y ya es decir. Nunca retocaba sus obras, lo que no era óbice para que sus modelos se refiriesen a la introspección psicológica que Modi había hecho en ellos en sus retratos: La judía (1908), Cabeza de mujer (1910-1911), Desnudo sentado (1916).

"Tres días después del óbito, mientras se celebra el entierro, la también pintora Jeanne Hébuterne, su compañera, el motivo principal de la obra de Modi, se tira por la ventana"

Tres días después del óbito, cuando el féretro con sus restos sea trasladado al cementerio Père Lachaise, un millar de personas, compungidas y en silencio, integrarán el cortejo fúnebre. Algunos recordarán al finado en el Montmartre de 1906, recién llegado a París, en el Bateau Lavoir, un falansterio para artistas donde coincidió con Max Jacob, Van Dongen, Picasso, Apollinaire, Diego Rivera, Chaïm Soutine o Vicente Huidobro… Algunos acompañarán a Modi en el viaje a su última morada.

Tres días después del óbito, mientras se celebra el entierro, la también pintora Jeanne Hébuterne, su compañera, el motivo principal de la obra de Modi, se tira por la ventana. Está a punto de dar a luz al segundo hijo de la pareja. Desde que se conocieron en 1917 no ha vivido más que para él. Todavía es ahora cuando en los múltiples dibujos y pinturas que le inspiró percibimos claramente su tristeza.

Los padres de la joven, viendo venir el desastre que iba a suponer ese amor para ella, intentaron poner fin a la relación por todos los medios. Fue inútil. Jeanne decidió compartir su vida con Modi. Esto ha significado aguantar a un alcohólico en su delirio, a un enfermo terminal, a alguien que es el mayor enemigo de sí mismo, que a la larga lo son todos los que, por la causa que sea, hacen de la autodestrucción su razón de ser. Y la miseria, siempre la miseria del diletante.

"Habrán de pasar diez años para que la familia de Jeanne acceda a que Jeanne y Modi descansen juntos, en la misma tumba del cementerio de Père Lachaise"

Los Hébuterne saben de la absoluta entrega de Jeanne al artista. De modo que desde que Modi partió al encuentro de la gloria que la vida le negó, no dejan ni un instante sola a la joven. Jeanne aprovecha un momento, que su hermano se duerme y deja de vigilarla, para defenestrarse y matarse, junto al bebé que esperaba, al aplastarse contra el suelo.

Habrán de pasar diez años para que la familia de Jeanne acceda a que Jeanne y Modi descansen juntos, en la misma tumba del cementerio de Père Lachaise. No muy lejos duermen el sueño eterno Abelardo y Eloísa, también juntos, como corresponde a quienes se profesaron un amor más poderoso que la vida.

Hoy la obra de Amedeo Modigliani es tan preciada que apenas aparece en el mercado. Una de las últimas que se puso a la venta, Nu Couché, fue adquirida en 2015 por 152 millones de dólares por un coleccionista chino. Así se escribe la historia.

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Javier Memba

Tintinófilo, escritor y periodista con casi cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978–, Javier Memba (Madrid, 1959) es colaborador habitual del diario EL MUNDO desde 1990. Estudioso del cine antiguo, tanto en este rotativo madrileño como en el resto de los medios donde ha publicado sus cientos de piezas, ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción–La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008). Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014), un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada, es su última publicación hasta la fecha. Blog El insolidario · @javiermemba

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