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Mis dos amigos santos y un demonio - Zenda
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Mis dos amigos santos y un demonio

Esta historia pudo repetirse con otro fraile en la calle de Tentenecio, de Salamanca, con otro pabloromero escapado del mercado, al otro lado del río. Caminando por dicha calle fray Juan de Sahagún (cuando recibía la calle el nombre de Santa Catalana), el fraile se encontró con un toro enorme que se había escapado del...

Siempre hemos pensado que en nuestra vida actual son imposibles los milagros. O al menos, viviendo en consonancia con los tiempos modernos, los milagros tienen otra apariencia. Ya no puede haber un Pedro Regalado que detenga la embestida de un toro bravo escapado de una fiesta y dispuesto a cornear a todo el que se le pusiera por delante. San Pedro Regalado, después patrono de Valladolid, lo detuvo con una mano como muleta y le habló al vitorino. Éste se arrodilló y no hubo nada. Testigo, el fraile compañero de camino, que dio la noticia.

Esta historia pudo repetirse con otro fraile en la calle de Tentenecio, de Salamanca, con otro pabloromero escapado del mercado, al otro lado del río. Caminando por dicha calle fray Juan de Sahagún (cuando recibía la calle el nombre de Santa Catalana), el fraile se encontró con un toro enorme que se había escapado del mercado y corría enloquecidamente. Sahagún le gritó “¡Tente, necio!” y el toro, asombrosamente, se paró mansamente.

"Hace pocos días se nos murió, como del rayo, Teófanes Egido. Sufrió un ictus mientras celebraba misa. Tenía 88 años y residía en el monasterio de San Benito el Real, del que había sido prior"

Un niño se cayó a un pozo; y este mismo fraile arrojó su ceñidor o cíngulo, normalmente corto, por el brocal y el niño pudo salvarse de morir ahogado, pues el cordón alcanzó la profundidad del pozo. El milagro se conmemora en la calle del Pozo Amarillo. Los actos ahora son otros, pero los santos son los mismos: frailes con cleriman unas veces, otras con corbata. No los vemos porque convivimos con algunos de ellos, los santos, como si fuéramos iguales.

La presente historia va también de frailes y milagros. Milagros de santos civiles, mientras no intervenga la Iglesia (que en el caso de José Luis Gago, periodista y dominico, ya está interviniendo para su beatificación). Les voy a contar mi relación con dos santos y un demonio.

Teófanes Egido.

Hace pocos días se nos murió, como del rayo, Teófanes Egido. Sufrió un ictus (el rayo fulminante) mientras celebraba misa. Tenía 88 años y residía en el monasterio de San Benito el Real, del que había sido prior. También había sido profesor de la universidad, especialista en Historia Moderna, le concedieron el Premio Castilla y León de Ciencias Sociales y Humanidades; y con José Jiménez Lozano, Premio Cervantes del año 2002, había escrito un libro sobre Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz y su encuentro en Medina del Campo. Ambos (me refiero a los autores) eran los mejores especialistas en ambos personajes. Jiménez Lozano, del que se han editado hace poco sus obras casi completas, fue uno de los impulsores de las exposiciones de arte sacro denominadas Las edades del hombre.

"En ocasiones los santos los tenemos cerca. Incluso los tenemos como maestros y amigos; y apenas nos damos cuenta de que son santos en comisión de servicio"

En fin, que a Teófanes (a quien sucedió el arriba firmante en el cargo de Cronista Oficial de Valladolid en 2018 al renunciar por razones de salud) los miles de amigos que llenaban la iglesia de dimensiones catedralicias de San Benito, le aplaudieron cuando le llevaban a hombros en su último paseíllo, camino de la Madre Tierra, camino del cementerio, que es, en su caso, camino de la gloria y de la santidad. Los aplausos confirmaron ser el ultimo contacto de admiración y gratitud a un hombre bueno. Teófanes, nacido en la sierra salmantina, en el pueblo de Gajates, el año de la guerra, el 36, repartió humanidad, conocimientos, discreción y bondad entre quienes le trataron como amigo o como consejero. “¡Qué buen fraile, que buen maestro; qué tío más irrepetible, era un santo!”, oímos decir. Pues será verdad. (Don Luis: usted que trabaja de Presidente de la Conferencia Episcopal y es el Arzobispo de Valladolid, por poco que insista, la beatificación estará hecha).

José Luis Gago.

La que está en marcha es la de mi segundo santo. También es del oficio, el periodismo radiofónico y dominico, José Luis Gago. Todo el mundo le conocía por muchas buenas razones: fue Director General de la COPE en los años difíciles de esta cadena (que en la actualidad es la segunda de más audiencia en España, gracias a las gestiones del palentino P. Gago). Él fue quien contrató para la cadena a profesionales del prestigio de Luis del Olmo, José María García y Encarna Sánchez. Personajes que, cada uno en su ejemplaridad, eran primeros espadas del ruedo radiofónico. Parecía imposible que pudieran ensamblarse y recorrer juntos un tiempo en que la radio, especialmente Radio Nacional de España, se hacia invencible. Los medios técnicos siempre ayudan, pero los medios humanos son definitivos e insustituibles.

En ocasiones los santos los tenemos cerca. Incluso los tenemos como maestros y amigos; y apenas nos damos cuenta de que son santos en comisión de servicio.

"¡No pudo ser! El cura vasco dio cuenta de todo y se bebió y se zampó mi aguinaldo. No sonrían, hombre; porque estoy convencido de que aquél fue el corto encuentro del arriba firmante con un diablo camuflado con alzacuello"

Paso ahora a contarles mi corta convivencia con un ángel caído, con un servidor del Maligno, un discípulo de Gestas, el mal ladrón. En corto y por derecho, la cosa fue así: El arriba firmante contaba alrededor de veinte años y estaba luchando por lograr un puesto en la profesión. Vivía en una pensión, a la que un día llegó un cura vasco (probablemente enviado por monseñor Setiem, el arzobispo amigo de los etarras, para cumplir alguna misión inconfesable). Este cura no tenía ninguna congregación que le amparara, y verlo compartir vida de estudiante en una pensión modesta, resultaba sospechoso. Era por Navidad y el arriba firmante iba a disponer de una semana de vacaciones que suponía el regreso a la ciudad abandonada para permanecer junto a los padres añorados. Bajo la cama de la habitación de la pensión, el arriba firmante dejó un cajoncito con el aguinaldo que le había regalado su empresa: una botella de whisky, otra de sidra (la cosa no daba para champagne), otra de anís, diverso laterío con productos en conserva, y turrones de varios gustos. En nuestra ingenuidad veinteañera pensamos que iríamos dando cuenta del obsequio empresarial a medida que iban pasando los días tras las breves vacaciones una vez incorporados a la vida laboral cotidiana, ya en tiempo del Año Nuevo. ¡No pudo ser! El cura vasco dio cuenta de todo y se bebió y se zampó mi aguinaldo. No sonrían, hombre (o mujer); porque estoy convencido de que aquél fue el corto encuentro del arriba firmante con un diablo camuflado con alzacuello.

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José Delfín Val

Periodista. Locutor y comentarista en RNE. Es académico de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid, y cronista oficial de esta ciudad. Ha publicado numerosos libros de diferentes temáticas.

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