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Miranda Popkey: «Se me ha dado mejor, y me continúa pasando, convertirme en un recipiente para los deseos de otros» - Zenda
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Miranda Popkey: «Se me ha dado mejor, y me continúa pasando, convertirme en un recipiente para los deseos de otros»

La mujer que habla no tiene nombre. O, al menos, no un nombre concreto. No importa su nombre porque lo que está aquí es su cuerpo, que bien podría ser el nuestro, el de cualquiera de nosotras. Un cuerpo que se sabe dañado por la dominancia cis-hetero-masculina y decide comenzar a ensamblar sus propias piezas:...

«Era sábado. Unas horas antes había dejado a mi hijo con una canguro y cogido el coche. Era verano. A las diez de la mañana, el aire en el Valle Central ya era tan seco como papel de lija, por no hablar del calor que hacía. En el portavasos más cercano a mi mano, siempre tendida, había un termo con café. Un termo con café y bourbon. Quizá con un tercio de bourbon y dos tercios de café. Quizá con un tercio de café y dos tercios de bourbon. Me cuesta recordar esos detalles. También es posible que los exagere. Y es posible que los minimice. La diferencia entre las dos cosas (pues cuando se narra de nuevo un recuerdo, una, inevitablemente, destaca los detalles o les quita importancia dependiendo de la trama de la historia de la que formen parte) tiene que ver con el deseo y viene determinada por él. ¿Tengo más interés, ahora mismo, en parecer abiertamente libertina (mírenme si no, regodeándome en el lujo) o secretamente ofendida? ¿Cuán cerca de la superficie está mi dolor? O más bien ¿hasta qué punto quiero que mi dolor parezca cerca de la superficie? ¿Hasta qué punto estoy prendada de los clichés del dolor femenino? O más bien ¿de cuál de esos clichés estoy prendada?».

La mujer que habla no tiene nombre. O, al menos, no un nombre concreto. No importa su nombre porque lo que está aquí es su cuerpo, que bien podría ser el nuestro, el de cualquiera de nosotras. Un cuerpo que se sabe dañado por la dominancia cis-hetero-masculina y decide comenzar a ensamblar sus propias piezas: dejar de ser trocitos para poder ser entera. En Temas de conversación (Gatopardo, 2021), Miranda Popkey construye un cuerpo biográfico en el que, de alguna u otra forma, muchas de nosotras podemos encontrarnos. La voz narradora que hila la trama lo hace ya no desde la falsa neutralidad de quien es espectador, sino desde el relato emocional de quien la encarna. La protagonista, desnombrada y partida en pedazos, va recorriendo su propia historia de vida en un intento de reconstruirse, repensarse y cuestionar los modos en los que el cuerpo, suyo y nuestros, puede estar en los espacios y las relaciones.

Lo primero que me llama la atención es la estructura del libro. Los capítulos están titulados según el espacio-tiempo en que acontecen, como si la novela en sí misma fuese un cuerpo que, sabiéndose fragmentado, eligiera retratar cada una de esas fragmentaciones a través de dónde y cuándo ocurren. Diecisiete años repartidos en diez capítulos con diez geografías, que parecen hablar, cada uno de ellos, en una voz distinta. ¿Quieres conversar sobre esto?

"Una de las cosas que más tenía en mente mientras escribía es el hecho de que no nos presentamos de la misma manera en todos los contextos"

—Mucha gente me ha preguntado por la estructura, aunque no concretamente por la idea del «cuerpo fragmentado», que me encanta. No concebí la novela estrictamente de esta forma, pero entiendo que sí es o está, en sí misma, fragmentada. Una de las cosas que más tenía en mente mientras escribía es el hecho de que no nos presentamos de la misma manera en todos los contextos. Esto es muy importante para mí, lo desarrollo a lo largo del texto tanto en los diálogos como en los monólogos porque creo que hay muchas conexiones entre nuestras acciones individuales y la manera que tenemos de presentarnos según dónde estemos y con quién. Tiene que ver, también, con las maneras prácticas que tenemos de estar en el mundo. Yo quería aterrizar a los lectores en el espacio-tiempo, en esas fragmentaciones, como tú dices, para que pudieran descifrar dónde y cuándo estaba la historia, el cuerpo. Y todo ello participa también de mi propia manera de presentarme al mundo en esta localización en la que estoy. Creo que la protagonista, en cada una de las conversaciones, de los lugares y de los momentos en el tiempo es una persona diferente, en la manera en que todas lo somos.

La voz narrativa es una primera persona que nos habla en un estilo muy íntimo y reflexivo, pero también muy crítico-analítico. La psicología de la protagonista y narradora va creciendo conforme la propia historia va siendo escrita conforme ella misma va siendo retratada. Parece que, según vamos leyendo, vamos completando ese cuerpo hecho trocitos. ¿Qué supone, como escritora, enfrentarte a un personaje narrador protagonista tan complejo y tan diseccionado?

—Precisamente, la narrativa fragmentada es lo que me ha permitido ir moldeando la voz de la protagonista. Creo que podía asumir más riesgos con la forma del texto porque su voz estaba muy presente en mí, también con los cambios que va experimentando en los diecisiete años de la novela. Para mí era una amenaza constante perderle la voz a ella, esta voz que no es capaz de compartir con nadie excepto con lx lectorx, porque la manera que tiene de hablar con nosotres lectores no es la que tiene de hablar con otros personajes. Incluso aunque ella mantenga una distancia con lx lectorx, este acaba siendo más cercano que nadie en su vida. Fue crucial que yo pudiese tener el sentido de su voz en mi cabeza, saber cómo sonaba, cómo era su discurso, para volver a él una y otra vez, incluso cuando no es ella la que habla. La voz narradora siempre está trabajando de alguna forma, está produciendo.

Justo antes de que empezáramos a charlar, he visto un vídeo que grabaste a propósito de la edición de Temas de conversación en castellano donde sitúas el origen de la novela en 2017, cuando las acusaciones por abuso sexual contra Harvey Weinstein se hacen públicas. Aquí hablas de la dominación cultural masculina y del canon que establece. ¿Te apetece charlar sobre esto?

"La rabia que yo sentí y siento no es tanto hacia Weinstein (que también), sino hacia el paradigma cultural que lo ampara"

—En 2017, cuando las acusaciones contra Weinstein se hacen públicas, la rabia que sentí salió de su marco social y se convirtió en algo personal. Figuras como la de Weinstein han estado presentes de miles de maneras en nuestra configuración social como individuas, han marcado la pauta a través de la cual debemos definirnos. Nosotras, tú y yo, en tanto mujeres occidentales y blancas, hemos crecido bajo ese canon del hombre blanco, burgués, cishetero y masculino por antonomasia, hemos asumido que esa figura cultural es la auténtica. La rabia que yo sentí y siento no es tanto hacia Weinstein (que también), sino hacia el paradigma cultural que lo ampara y bajo el que nosotras también nos circunscribimos. Al final, no importa quién encarne ese discurso, porque es siempre el mismo camuflado bajo distintos cuerpos. Se enmascaran unos a otros, se cobijan unos a otros; el registro queda perpetuado una y otra vez y, en consecuencia, solidificado y bien implantado en los imaginarios colectivos. También me apena que los hombres tengan que crecer con estos referentes de comportamiento, que aprendan a extraer violentamente lo que quieren de otras personas en lugar de comunicar, gestionar… Mientras escribía la novela, te contaba antes, me enfrentaba constantemente a la amenaza de perder la voz de ella, de que la protagonista dejase de narrar como narra, porque no quería que perdiera la rabia y la acidez con la que enfrenta las cosas.

En la contraportada de la edición española se dice: (…) aborda sin tapujos las paradojas del deseo femenino y se interroga acerca de los elementos que componen el relato de una vida: somos lo que decimos y lo que reprimimos, y no hay forma de intimidad (o de ocultamiento) más refinada que el acto de contar y conversar”. Este acto íntimo de contar, ¿tiene que ver con cómo se configura el cuerpo de la protagonista en relación a las cuestiones que la atraviesan (maternidad, daddy issues, cuidados y falta de cuidados, alcoholismo/addiciones…)?

—Hay algo que has dicho acerca de cómo ella habla y se expresa que tiene que ver con lo difícil que es para ella la intimidad: le resulta muy peligroso dejar que alguien entre en su mente, más que dejarle estar en su cuerpo. Dejar que tus pensamientos se escuchen implica afrontar una vulnerabilidad real y eso le hace sentirse muy incómoda. Para mí, esto tiene que ver con la construcción del cuerpo femenino, siempre disociado de la mente y en conflicto con ella. Cuál es el cuerpo, cuál es la mente y cuál es la negociación entre ambos. Ella, por ejemplo, recurre a la bebida porque no quiere ser un cerebro, quiere ser solo un cuerpo, pero no quiere lidiar con las cargas de estar definida por ese cuerpo y tener que reaccionar a ello con la mente.

"Creo que, en este sentido, los hombres no tienen este problema, porque ellos no son cuerpos, o no solo"

Para mí, es muy difícil comprender qué significa ser vista/leída como una mujer, qué significa entrar en un espacio y ser reconocida como una mujer, encarnar con mi cuerpo los pensamientos que los cerebros de otras personas están fabricando. Creo que, en este sentido, los hombres no tienen este problema, porque ellos no son cuerpos, o no solo. Ellos entran en los espacios y no tienen que cuestionar cómo es su cuerpo dentro de ellos, de qué manera se les está leyendo o viendo. Para nosotras, y no solo para las mujeres sino para cualquiera que ha sentido su cuerpo en conflicto (pienso, por ejemplo, en personas trans o personas no binarias), hay cierta presión sobre ser conscientes al entrar en los espacios y tratar de resolver qué está pasando con nuestros cuerpos ahí. Iba a decir que no tener que verte en esa es un privilegio, pero ni siquiera sé si realmente es un privilegio, porque para mí es inconcebible habitar un cuerpo que no se cuestione cómo se mueve físicamente por el mundo, que no quiere cambiarse ni controlarse. Creo que muchos hombres no pueden comprender esto porque, sean como sean, es un ser que está bien y ser un hombre significa lidiar con muchas otras cosas. Sin embargo, ser una mujer también significa cargar con interrogantes como “¿se ve tu cuerpo como se supone que debería ser visto?”, “¿se mueve tu cuerpo de la manera correcta?”.

Hay un fragmento de la novela en la que mencionas a Sylvia Plath, Doris Lessing, Adrienne Rich y otras autoras angloparlantes que, de algún modo, han formado genealogías en la escritura del cuerpo femenino; y las incluyes de forma sarcástica, a través de la figura de un hombre (cis, blanco, hetero, se entiende) que presume de haberlas leído.

"Es muy fácil identificar a un misógino cuando es evidentemente un misógino, pero cuando la estrategia juega al camuflaje es mucho más difícil desenmascararla"

—Creo que a lo que me estaba refiriendo aquí es a ese tipo de tíos que, al menos en los Estados Unidos, no reconocen su misoginia o son misóginos reconstruidos. Me refiero a este tipo de tíos que han leído libros, que se han acercado a teorías o corrientes feministas… pero que el único trabajo que no han hecho ha sido sobre ellos mismos. Adoran a las mujeres fuertes, adoran a sus madres, a sus hermanas… pero nunca se cuestionan cuál es su lugar en el sistema, cómo se están beneficiando incluso pasivamente de él, y qué pueden hacer para cambiarlo y abandonarlo. Es muy fácil identificar a un misógino cuando es evidentemente un misógino, pero cuando la estrategia juega al camuflaje es mucho más difícil desenmascararla, incluso cuando se habla el mismo lenguaje. Pasa un poco también con la gente blanca que quiere inmiscuirse en las luchas antirracistas, que se preguntan mucho sobre los lenguajes y los modos de hacer pero no se cuestionan nada a ellos mismos. Es muy fácil adoptar las opiniones del discurso y no hacer nada al respecto con ellas en tu vida.

Al final del libro incluyes una sección de Obras (no) citadasque funciona a modo de tracklist personal: libros, artículos, podcasts, capítulos de series… ¿Qué hay dentro de esta amalgama bibliográfica y qué quedó fuera? A mí me parece un intento de mostrar, finalmente, el cuerpo unificado, las piezas juntadas.

—Intenté ser honesta acerca de lo que estaba consumiendo mientras escribía la novela. Mostrar aquello que estaba pasando por mi cabeza mientras escribía, poner en común Eleven Seasons con Anne Carson, recordar también aquellos libros o películas que me marcaron durante la adolescencia y pensar en cómo pueden haber influido en mi cuerpo de mujer y mi escritura con él, mi pensamiento sobre mi propio cuerpo y la sexualidad femenina. El criterio fue: si en algún momento esto me ha marcado, entonces tiene que estar aquí, incluso si es embarazoso. Y sí, me gusta esa idea del cuerpo completo, la mujer final que aparece completamente formada.

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Cristina Arrojo

Cristina Arrojo es historiadora del arte y escritora. Investiga sobre arte contemporáneo y literatura y ha colaborado con medios como El Salto, Píkara Magazine o el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Es autora del poemario DESPUÉS idea EL MURO (Ediciones en Huida, 2020).

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