No es que pongamos en duda su autoría. Aseguramos que, si las circunstancias no le hubieran sido adversas —a él que le fueron tanto— y el Consejo de Indias hubiera atendido una petición suya, Miguel de Cervantes habría marchado a América (entonces Indias) como funcionario del imperio y no habría tomado la pluma para escribir la obra que más gloria nos ha dado a los españoles. Las adversidades cuentan en la vida de las personas y de la Historia.
En el informe que acompañaba a dicha súplica se citaban todos los méritos de guerra del desafortunado manco, y además se decía que era «hombre hábil y suficiente y benemérito para que V. M. le haga merced, porque su deseo es de continuar siempre en el servicio de V. M. y acabar su vida como lo han hecho sus antepasados, que en ello recibirá muy gran bien y merced».
Se ocultaba, pues, en el informe o curriculum vitae la condición de «hombre de letras» de Cervantes, como si el ser escritor supusiera, en los textos de recomendación, un baldón. En aquel entonces ser escritor y funcionario eran profesiones incompatibles. Lo contrario que ahora, que son complementarias, inevitablemente complementarias. Lo meritorio es colocarlas en su debido orden.
Miguel de Cervantes, el soldado que pedía se le hiciera merced, estaba ya harto de su larga milicia en guerra con el turco, de haber quedado manco de un arcabuzazo, de haber pasado casi de cinco años cautivo en Argel, de haber trabajado para el abastecimiento de la Armada requisando aceite y cereales a los andaluces, de haber pasado, en fin, mil calamidades sin reconocimiento ni provecho.
Cervantes veía su porvenir desempeñando un oficio en América, pero, por fortuna para nosotros —no para él en aquel momento—, la respuesta del Consejo de Indias fue negativa.
Y «en corto y por derecho» se escribía al margen de su escrito: «Busque por acá en qué se le haga merced. En Madrid 6 de junio de 1590».
Entonces los empleos no se daban al mérito sino al favoritismo y al dinero. En eso hemos cambiado poco. A Cervantes no le dieron el cargo porque entonces se llevaba mucho el trato. Es decir, la concesión de estos cargos o favores a personas de alcurnia, quienes vendían aquellos cargos a personas de menor alcurnia pero de más dinero. No extrañará que después, en el «Quijote», Cervantes hiciera decir al duque: «No hay ningún género de oficio de estos de mayor cuantía que no se granjee con alguna suerte de cohecho».
Tras recibir el portazo del Consejo de Indias, Cervantes cayó una vez más en desesperación y desconfianza. Y renegó de la gente política, que con su disfavor provocador puso una zancadilla más camino de la creación universal del loco manchego y del filósofo de lo cotidiano.
Por si esto fuera poco, aquí viene ahora lo bueno. El Consejo de Indias estaba compuesto por nueve prohombres, y entre ellos se encontraba el licenciado don Luis de Mercado, médico de Felipe II y después de Felipe III, que mucho me temo fuera el don Luis de Mercado nacido y muerto en Valladolid, descubridor del tabardillo y del garrotillo y de diversas obras de investigación médica publicadas, para honor y gloria, en las imprentas vallisoletanas.
¡Menudo garrotillo le dieron entre todos al bueno de don Miguel! De toda esta historieta se sacan varias conclusiones. Una de ellas, que los disfavores políticos pueden ser favores a largo plazo. No desesperen. Están ustedes llamados a empresas mayores.
Nota al margen: El tabardillo tiene algo que ver con la insolación; y el garrotillo es una enfermedad de los cerdos —los del jamón— que dificulta la respiración y la deglución, por lo que el cerdo muere asfixiado.
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