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Miguel Ángel Oeste: “No se puede escribir bonito de lo feo porque estarías estilizando el horror” - Zenda
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Miguel Ángel Oeste: “No se puede escribir bonito de lo feo porque estarías estilizando el horror”

Miguel Ángel Oeste viene de publicar en Tusquets su última novela, 'Vengo de ese miedo'. Agustín Rivera se reúne con él para conversar acerca del libro, la dialéctica entre realidad y ficción o la importancia de lo biográfico a la hora de sentarse a escribir.

Fotos: Agustín Rivera.

Ha escrito Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1973) un libro contundente, muy necesario y que provoca temor, angustia y ternura hacia la víctima. Y es una literatura de alto voltaje narrativo. Vengo de ese miedo (Tusquets) es una novela que marcará la trayectoria de este escritor que duda y esa duda, siempre inteligente, se observa en el latido de su inquieta mirada cuando pide un café de mañana en el Paseo Marítimo de Pedregalejo, mientras el Mediterráneo no quiere despedirse del verano.

***

¿Crees que tu libro puede molestar?

—Hay de todo. Molesta sobre todo a un tipo de hombre y de cierta masculinidad, alguien más mayor. En Arena [su anterior novela, de 2020 y también publicada en Tusquets] y en este, la recepción desde el punto de vista femenino ha sido mejor. Las mujeres se sienten más identificadas y pueden sentir más esa indefensión. Está más en su ADN. Hay hombres que empiezan a generar la violencia. Yo eso lo veo.

Un hombre más clásico que no está acostumbrado a que sus valores patriarcales se pongan en evidencia.

"He querido dialogar con la realidad desde la ficción. Hay gente que dice que no es una obra de ficción, pero es una tontería"

—Eso por un lado. Aquí la crítica siempre va al tema y cuando va a cuestión de estética o de estilo nunca argumentan nada. Yo, que llevo toda la vida haciendo crítica, creo que he intentado hacer un juego entre el narrador y el propio estilo porque, claro, es un juego evidente. Hasta ahora solo una persona ha dicho que es la historia de una obra que también está en marcha y que salta al compás del tiempo. De modo deliberado, el estilo no es el mismo al principio que al final. Al principio el libro no está pulido.

Zenda recomienda: Arena, de Miguel Ángel Oeste

Insisto en esa mirada desde el punto de vista masculino, débil, y no homosexual e inequívocamente heterosexual.

—Sí, es una masculinidad débil, interpelada en la que hay a la vez una identificación con el autor, también un distanciamiento y por otro lado se escarba en lo más profundo de ti mismo. Ese juego está ahí.

¿Quién es Miguel Ángel Martín Ruiz?

—Ese sería yo.

¿Pero quién es?

—Qué pregunta más… Un ciudadano del mundo te diría.

Y habla del libro, con varios por folios por delante y en plan torrente, con las ideas-fuerza que considera claves.

—He querido dialogar con la realidad desde la ficción. Hay gente que dice que no es una obra de ficción, pero es una tontería. Aquí tengo una cita de Vila-Matas en Montevideo y, evidentemente, la gente le va a hacer más caso a él que a mí. Él también dialoga desde la ficción con la realidad, que puede ser más o menos real o autobiográfica, pero no deja de ser un diálogo. “Todas las novelas y cuentos que se han escrito son ficciones, incluso las más extremadamente realistas, porque desde el instante en el que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza de estas”, dice Vila-Matas. Y eso no se puede olvidar. Claro que es una ficción y una novela. Que tenga una base más real o menos real es lo de menos. Lo importante es cómo esté organizado y se cuente. La memoria está continuamente modificando la realidad.

"La escritura al principio es mucho más hosca o fea, llámala como quieras. Tampoco creo que se pueda hablar del maltrato y del horror con palabras bonitas"

El libro es muy híbrido con los géneros. Para mí la casa es un personaje y está tratada con los elementos del género de terror. Le doy siempre importancia a los espacios físicos cerrados y también a los abiertos. También es una especie de thriller psicológico, donde se dosifica la información para crear una cierta tensión.

No se trataba de contar mi vida. Es una ficción. Además, la gente se queda con el morbo. “A este chico su padre lo habrá reventado a palos”. ¿Cuántas miles de personas han tenido esa realidad? Porque yo he ido a casa de unos amigos míos y me he encontrado con que su padre le estaba pegando. Ese no es el valor de la novela. Creo que el que tiene es la escritura y sus efectos, tanto en quien escribe como en quien lee. Lo he contado desde un punto de vista muy descarnado, muy en primera persona, desnudo, que se va modificando.

La escritura al principio es mucho más hosca o fea, llámala como quieras. Tampoco creo que se pueda hablar del maltrato y del horror con palabras bonitas. No se puede escribir bonito de lo feo porque si no estarías estilizando el horror. Y hay cosas que no he querido pulir de modo intencionado. Me gusta que sea físico.

Has remarcado una expresión estilística totalmente descarnada.

—Sí, claro. Arena era más fina y elíptica. Esta novela es otra cosa y cada novela reclama un estilo. Bajo el rencor y el odio subyace el resentimiento y la necesidad del narrador de ser amado por alguien que al final se va deformando. También está la figura de la madre, que termina convirtiéndose, casi por ósmosis, en una persona decisiva.

La primera frase de la novela tiene mucho impacto. Tanto en el arranque como en la relación con la madre ofreces un tono que evoca al de El Extranjero de Camus.

—Bueno, para mí El Extranjero es una obra maestra.

Foto: Agustín Rivera.

¿Es difícil recordar? En un momento el narrador resalta que “duele hundirse en los recuerdos”.

"Si los editores no me dan el empujón, yo creo que seguiría dándole vueltas. Para mí era inacabable"

—Yo estoy a gusto en el proceso de escritura. Lo que pasa es que este libro es muy exigente. A mí me ha agotado física y emocionalmente. Y me ha costado mucho soltarlo. Podría haber estado siempre con el manuscrito. También tenía muchas dudas, porque ante todo quería que fuese literatura; no quería que fueran unas memorias. Agradezco a los editores de Tusquets, a los que entusiasmó la propuesta; y a mi lector cero, que es Juan Bonilla, que me decía que no se parecía a nada de lo que había hecho, y que era una propuesta muy arriesgada.

¿Qué explicación te dio Bonilla?

—Que la gente estaba un poco harta de la autoficción, pero la editorial quería publicarlo. Si los editores no me dan el empujón, yo creo que seguiría dándole vueltas. Para mí era inacabable. He quitado un montón de cosas, quizá de las más duras y ya sé que hay algunas muy duras.

¿Quién es tu lector tipo?

—Yo creo que me leen escritores. Ignacio Martínez de Pisón me decía que doy ideas que son buenas para los escritores.

¿La escritura para ti ha sido terapéutica?

—Para nada. Eso me parece una tontería. En todo caso antes leer que escribir. Eso sí, he intentado que haya una adecuación entre el narrador y lo que se cuenta, y también está la idea de que la escritura no cura.

Para mucha gente de Málaga, y también de fuera, Pedregalejo es sinónimo de felicidad, juventud, playa, música, bares, restaurantes. ¿Qué es Pedregalejo para ti, tu casa pero también desesperación, miedo, inquietud?

—Si me preguntas a mí, de mi vida, yo veía normal lo que me pasaba. Tenía momentos tristes, pero también momentos alegres. Mi realidad era mi realidad y era muy similar a la de otras personas. Aquí está construido un personaje. Yo no soy este. Si algunos lectores piensan que soy el protagonista es que están leyendo mal el libro. También es verdad que he escrito sin pudor.

E introduces testimonios de otras personas.

"Al final son dos historias: la del narrador y esa búsqueda, enfrentándose a su memoria, y la historia del libro, sobre la propia escritura y cómo uno la puede ir transformando"

—Son testimonios ajenos que se van mezclando con mis recuerdos. Esa confrontación es buena. He hablado muchas horas con esas personas y aquí aparece una mínima parte y, además, aparecen cambiados para que encajen en lo que quiero contar. Hay que recrear situaciones y dar un sentido dramático para crear una tensión. Contar la vida es un aburrimiento. Si tú y yo contamos esta conversación tendremos que recrearla o inventarnos cosas. Una cosa es aquello que ha sucedido y otra cómo se cuenta. También hay cosas que no han sucedido o más duras incluso que las he quitado porque no encajaban dentro de la novela.

¿La literatura tiene que molestar para ser buena?

—Creo que no. No tiene por qué. Tiene que haber de todo, sinceramente. 

El protagonista teme matar físicamente al padre. ¿Hasta qué punto esa idea está presente en el personaje?

—Hay elementos de thriller psicológico para generar una adicción al lector y captar su atención.

Tras las 40 primeras páginas parece que no había mucho más que contar, aparte del miedo y de la situación familiar, tan asfixiante. ¿Cuándo decidiste que era importante una investigación del propio narrador?

—Quería que fuese también la historia de una búsqueda y un relato de la memoria que nunca coagula y siempre chorrea. Al final son dos historias: la del narrador y esa búsqueda, enfrentándose a su memoria, y la historia del libro, sobre la propia escritura y cómo uno la puede ir transformando.

"Ser padre te cambia mucho la percepción de las cosas. Eso es algo inevitable. Te das cuentas de muchas cosas que creías normalizadas y de pronto no son así"

Quería construir un juego de espejos. El protagonista quiere matar al padre y a la vez piensa que su padre ha matado a la madre. También es una novela que trata de la tendencia atávica a cómo se van repitiendo las cosas y hay como tres familias: la del narrador, la del padre y la de cómo se repiten los roles. 

El narrador no tiene acceso a los abuelos paternos.

—No, y es importante subrayar que cuando él tiene hijas tampoco les da acceso a los abuelos.

¿Hubieses escrito este libro de no ser padre?

[Silencio de tres segundos] Pues no sé si lo hubiera escrito, pero hubiera sido otra novela. Ser padre te cambia mucho la percepción de las cosas. Eso es algo inevitable. Te das cuentas de muchas cosas que creías normalizadas y de pronto no son así. Antes la violencia estaba normalizada y se quedaba en los límites de una vivienda. No pasaba nada y todo el mundo lo sabía: nadie se metía con ello. Ahora eso parece impensable. Yo soy incapaz de dejar solas a mis hijas en mi casa con 7 y 10 años. Un niño no amado es un niño triste. Y nunca se sabe si está bien la forma en la que amas tus hijos. 

Foto: Agustín Rivera.

En un momento de la novela, el narrador admite que teme sobreproteger a sus hijas. 

—Es un miedo muy de esta época. ¿De dónde venimos? Hay que buscar el equilibrio.

¿En qué medida es la obra que querías escribir o una historia que ha evolucionado tanto que no parece a la original?

"Es verdad que te pueden tirar, pero también te pueden levantar. El ser humano tiene muchas capacidades para sobrevivir"

—Uno nunca está satisfecho con lo que escribe. Yo siempre tengo dudas. La gente me dice que me tengo que hacer valer. Yo siempre pienso que se puede hacer mejor. Quiero hacer el mejor libro posible. Escribir es fracasar. Y se trata de fracasar lo mejor posible. Este es un libro que va evolucionando, e intento que no se parezca a nada dentro de la autoficción. Las etiquetas de cómo se denomina una novela las ponen los académicos o los críticos. Si la obra te hace reflexionar, estupendo. Y si no, pues nada. Igual que una película o una canción. Todo es según la educación sentimental que uno tenga. Por ejemplo, para mí leer cómic es la felicidad y para otros es una tontería.

Creo que este libro se puede disfrutar mucho más en una segunda lectura, deteniéndote en algunos episodios.

—He pretendido que sea un artefacto estético y literario. Es bastante más complejo de lo que parece. Tiene muchas capas. También creo que, pese a todo, es brillante, luminoso y esperanzador. Y también que queda abierto y puede conmover a algunas personas con un canto a la superación y la vida. Es verdad que te pueden tirar, pero también te pueden levantar. El ser humano tiene muchas capacidades para sobrevivir.

¿Hubieras publicado Vengo de ese miedo con tus padres vivos?

—Sí, ¿por qué no? Sí, sí. Es verdad que siempre me quedé con la cosa de poder hablar con mi padre, que es un recurso real que utilizo en la novela. Y no hablé más con él porque no me atreví. De hecho, yo hubiera querido que hubiera estado vivo. Y empecé a escribir la novela cuando no estaba muerto.

 También empezaste a escribir la novela en tercera persona, y al final te decidiste por la primera.

"Hablo de cosas que he experimentado, pero quiero escribir desde distintos puntos de vista y en tercera persona. El próximo libro será distinto"

 —Sí. Tenía 40 o 50 páginas y lo veía impostado. Lo hablaba hace unos días con Rodrigo Blanco Calderón [presentó su libro en el Centro Cultural La Malagueta], que ha hecho una lectura brutal, muy meticulosa, y me ha dicho que es un libro distinto, que va a quedar, pero quizá a lo mejor hay gente que no lo entiende. Y Juan Cerezo [editor de Tusquets] también está entusiasmado.

Cerezo, de hecho, ha enviado una carta a críticos y periodistas hablando muy bien de la obra: “Pocas veces he leído una obra tan punzante y dolorosa, tan estremecedora y feroz como la que Miguel Ángel Oeste ha tenido el valor de escribir”.

—¿A qué te refieres?

 Le enseño la carta de Cerezo. No sabía de su existencia. Se queda entusiasmado. “¿La puedo leer?”.

 —Creo que a mi editor le gustó Arena, pero este le ha gustado más.

Arena está muy bien, pero este tiene más recorrido y es más ambicioso literariamente.

 —Es lo que intento. A mí me han tratado muy bien en la editorial. Lo que ha escrito Cerezo demuestra que creen en la novela. 

¿De qué van a ir tus próximos proyectos? ¿Seguirás abundando en tu memoria?

—No, no. Tengo una novela policiaca escrita, aunque tampoco me gusta ahora el final. También tengo otro proyecto muy distinto, que apela a sensaciones, pero no quiero contarlo. Hablo de cosas que he experimentado, pero quiero escribir desde distintos puntos de vista y en tercera persona. El próximo libro será distinto. También para no repetirme.

 Pero sí observo una interconexión entre Arena y Vengo de ese miedo. Existe cierta continuidad, aunque no se trata ni de una precuela, ni de una secuela.

—Sí, algo hay, pero el estilo es diferente y las historias no tienen nada que ver.

Foto: Agustín Rivera.

¿Cómo diseñaste la estructura de la novela?

—Al principio había pensado una historia más lineal, de crónica familiar más de tipo convencional. Soy sincero y honesto: mi modelo de escritora es Delphine de Vigan. Es una escritora que me encanta. También leo a escritores de mi generación como Sara Mesa, Daniel Ruiz, Laura Fernández… Es verdad que no quería leer las novelas de Knausgård porque no quería que me influyeran. Lo leeré para no contaminarme a la hora de contestar en las entrevistas.

¿Crees que te hubiera influido en el tono?

"Si la gente se identifica con lo que está escrito pienso que entonces está bien, que la gente piensa que eso es real, aunque no lo sea"

—Puede que sí. En el cine pasa claramente. He leído otros libros de autoficción: de Kureishi, Coetzee, uno de Giralt Torrente. Lo que yo he escrito es otra cosa. Juan Bonilla me dijo que la novela no es nada complaciente. Hay otros que buscan la relación con el padre. La diferencia es que cuando la empecé a escribir, mi padre estaba vivo. En realidad, como no voy a estar contento con ningún libro, ni con este ni con ninguno…

¿Y eso por qué?

—No sé. Sí tengo claro que es un libro intencionado, que tiene puestas las cosas donde tienen que estar, y que hay cosas que me habrán salido mejor o peor. También te digo que la realidad es mucho peor que la novela. Y he intentado cuidar las escenas más duras. Si la gente se identifica con lo que está escrito pienso que entonces está bien, que la gente piensa que eso es real, aunque no lo sea. Como una película. El público se cree a los personajes que parecen de carne y hueso. 

¿Te apetecería escribir un guion de Vengo de ese miedo?

—No; yo no quiero escribir guiones de mis novelas. Hubo más de un coqueteo con Arena, pero al final no se ha concretado en nada. Me encantaría que se llevara al cine, pero es muy difícil que al final se lleve a cabo. 

¿Quieres volcarte en la escritura 100% o seguirás compaginándolo con tus otros trabajos?

—Estoy a gusto trabajando en el Festival de Málaga. Llevo 25 años y es algo muy bueno, porque me permite estar en contacto con el mundo del cine y ver un montón de películas antes que nadie, tanto españolas como latinoamericanas.

¿Cómo te defines como escritor?

—Como un escritor secreto. ¿Quién me conoce a mí? 

¿Secreto publicando en Tusquets? Bueno, no tanto, ¿no?

"Siempre he dicho que mi género favorito es el Western y hay un componente muy simbólico. No me sentía identificado con el apellido de sangre. Quería ser otra persona"

—Sí, claro que es estupendo que publique en Tusquets, pero no sé si me lee mucha gente. Es verdad que esta novela puede llegar a más público que otras. Estoy muy contento con mi editorial, y en infantil con Anaya. He tenido suerte, pero obviamente a día de hoy no puedo vivir de la escritura, ni casi nadie. Solo escritores muy concretos. Al menos ni me lo planteo, pero es verdad que voy a seguir escribiendo. La pulsión de escribir sí la tengo. También es verdad que me gustan otras cosas. También absorbo de lo que leo, veo y vivo. Tengo suerte: nunca he sentido el bloqueo de la página en blanco.

Volviendo a la pregunta inicial de quién es Miguel Ángel Martín Ruiz. Cuenta cuándo fue el paso a Miguel Ángel Oeste.

—En 2004 o 2005. Estuve unos años en Madrid y en Barcelona. Hice el Máster de Documental Creativo en la Autónoma e hice un Máster de Guion. En ese tiempo me empezaba a sentir cada vez más disociado de mí mismo y necesitaba como volver a nacer. De ahí la cosa simbólica del Oeste. Siempre he dicho que mi género favorito es el Western y hay un componente muy simbólico. No me sentía identificado con el apellido de sangre. Quería ser otra persona.

¿Porque Martín venía vinculado al miedo, de donde tú vienes?

—Seguramente. El miedo sigue estando ahí, no desaparece. Es un miedo atávico, aunque lo puedes atenuar. A mí me hace bien leer y ver películas. Al final es una forma de pensar y de sobrevivir. Al final soy un lector que escribe. Entre leer y escribir prefiero leer. A raíz de la publicación de la novela me ha escrito mucha gente diciéndome que escribe, que tenían microrrelatos… yo le digo a todo el mundo que si quieren escribir primero hay que leer. “Lee, lee y lee”.

¿Escribes todos los días?

—Me vendría bien escribir todos los días, pero no puedo hacerlo. Cuando alguien me dice que no tiene tiempo les comento que se puede escribir en la cocina, haciéndose las lentejas… escribo donde puedo, cuando puedo, a la hora que puedo. Un día escribo y tres días no. Mi prioridad ahora mismo, lo haga peor o mejor —y considero que no lo hago siempre bien—, son mis hijas. Intento ausentarme lo menos posible. No quiero perdérmelas. La novela es una ficción con una base real, pero la vida está aquí, con ellas. Ellas sí son verdad.

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Agustín Rivera

Agustín Rivera (Málaga, 1972). Periodista de El Confidencial desde 2009, profesor de Géneros Periodísticos de la Universidad de Málaga y escritor de cuatro libros: El Viaje de los Ingleses, rodando con Antonio Banderas (Ocho y medio, 2007); El Cortijo Andaluz (La Esfera de los Libros, 2012); Manuel Alcántara, la edad de oro del boxeo. 15 asaltos de leyenda (Libros del K.O., 2014) y Hiroshima: testimonios de los últimos supervivientes (Kailas, 2023). Se inició en el periodismo en Diario 16 y trabajó 12 años en el diario El Mundo. Fue corresponsal en Tokio (1999) y ha sido enviado especial a 15 países de cuatro continentes. @agustinrivera Fotografía de Toñi Guerrero (@mailoteca).

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