«Resolví ir a México, porque México se escribe con x». La célebre frase la pronuncia Valle-Inclán tras haber visitado el país mexicano en 1892, un año de vida en la nación hermana que serviría, como si de un viaje iniciático se tratara, para introducir elementos en la narrativa del autor gallego que lo elevarían a la cima más alta de la literatura en español. Pero ¿qué perseguía Valle con esa frase? La x no es una simple grafía, por supuesto que no. Es el rastro simbólico de la vieja herencia castellana en América, es la constatación de la esencia española en México. Dicho de otro modo, Valle-Inclán estaba diciendo, con su particular epatar, que la raíz de España, la naturaleza hispánica, se hallaba entonces más perceptible en México que en la propia península. En un contexto, el de la Generación del 98, donde la búsqueda de una identidad española se hace primordial, la paradoja está servida: la identidad de España está más presente en el extranjero que entre los límites nacionales. Años más tarde, Valle-Inclán dejaría plasmado este sentir en una frase mucho más definitoria: «España no está aquí, está en América».
Días atrás, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, propuso una «pausa» en las relaciones entre el país americano y España. «Yo creo que nos va a convenir a los mexicanos y a los españoles», sentenció. Tengo una mala noticia para AMLO, me temo: esa pausa no es posible. Y no es posible precisamente por lo que decía Valle-Inclán: España está presente en México y, añado yo, México está presente en España. Primero, por el idioma, indivisible unión entre pueblos. Después, por la historia. ¿Acaso no hay un vínculo entre los miles de refugiados que huyeron de España en la guerra? ¿Que enriquecieron su cultura? ¿Que coparon universidades, escuelas, hospitales o ministerios? ¿Acaso no hay un vínculo entre los mexicanos que, exiliados tras la Revolución, dieron con sus huesos en España? ¿Acaso no cuenta la influencia mutua que llega a rincones gastronómicos, musicales, arquitectónicos, plásticos, empresariales o, por supuesto, literarios?
Hay un marcado interés en ciertos círculos hispanoamericanos por borrar la influencia de ese prefijo, lo hispano, en la cultura contemporánea de sus países. Es un movimiento transversal, que va desde México hasta Argentina, desde Venezuela hasta Cuba. Con él caen estatuas, placas, monumentos, libros de Historia y todo lo que huela a la vieja colonización hispánica. Pretende, como sugiere el título de este artículo, que los países hispánicos odien España. Un movimiento populista más, que como todos los populismos persigue desviar el foco de lo mollar, en este caso décadas y aun siglos de independiente e incompetente gestión gubernamental. No se engañen, no hay élites españolas en México. O, al menos, no sólo españolas. Porque esas mismas élites están muy lejos de ser etiquetadas, menos aún con algo tan etéreo como es una nacionalidad. Así que las palabras de López Obrador sólo pueden ser tomadas como lo que son: verbo populachero que pretende embaucar al voto más cerril. Porque él, como Valle, como todos los aquí presentes, sabe que no puede pausar lo que lleva sin pausarse por más de cinco siglos.
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