Terminaba el año 1544 cuando varios barcos españoles zozobraron simultáneamente frente a las costas del sur de Inglaterra. Venían de Flandes y transportaban a unos setecientos soldados de nuestros tercios. Reinaba entonces en Inglaterra Enrique VIII, que acababa de romper la cristiandad creando la iglesia anglicana, pero que era aliado del rey de España, el emperador Carlos, campeón de la fe. Cosas de la política. Quiso Enrique que aquellos soldados, tan reputados en todos los campos de batalla, pasaran a su servicio. Carlos se negó, pero ofreció una alternativa: si eran los propios soldados quienes lo pedían, él no se opondría. Y así hubo desde entonces, y durante seis años largos, varios cientos de soldados españoles, a veces hasta un millar, combatiendo para las banderas inglesas en Escocia y en Francia. A su cabeza, el vasco Pedro de Gamboa y el conquense Julián Romero. Para la historia pasaron como simples mercenarios. Pero… ¿de verdad lo eran?
Julián Romero, protagonista de El tercio que nunca existió, fue uno de los soldados más distinguidos de todos los tiempos. Cuando empecé a escribir sus memorias apócrifas (puesto que él no lo hizo) me topé con este episodio ciertamente enigmático. ¿Mercenario? ¿En serio? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Acaso el emperador no necesitaba ya tropas? Pero sabemos que sí, porque el frente turco seguía abierto. Y por otro lado, ¿tanta gente? Porque no hablamos de un caso aislado, ni de una docena de capitanes que hubiera ofrecido sus servicios “técnicos”, sino de un contingente que llegó a sumar ochocientos hombres no sólo españoles, sino también italianos y borgoñones y que, oh, sorpresa, además combatieron casi siempre juntos. Aún más: Julián se vio ascendido a capitán —empleo que la corona española le reconoció— y después a maestre de campo, y fue ennoblecido en Inglaterra como sir y landlord y banneret. Y todavía más sorprendente: aquel “mercenario” no limitó su estancia en Inglaterra a las campañas militares, sino que permaneció allí, como otros capitanes españoles, más de seis años. Y ello en medio de un ambiente político delicadísimo, con una guerra a veces larvada y a veces abierta entre los anglicanos y los católicos, todo al mismo tiempo que moría Enrique VIII y heredaba la corona su hijo Eduardo, un joven enfermizo que iba a morir muy poco después. ¿Cómo entender plenamente este episodio?
En el trabajo de documentación previo a la redacción de este libro hallé un documento absolutamente excepcional: la Crónica del rey Enrico VIII de la Ingalaterra, un largo texto anónimo que explica con todo detenimiento las intrigas de la corte inglesa precisamente en aquellos años. Nadie sabe quién escribió esta crónica, pero el hecho es que en sus páginas se descubre con toda claridad que la corona española seguía con el mayor interés las evoluciones de la política de Londres. Y no es para menos, pues la segunda en la línea de sucesión al trono de Enrique, después de Eduardo, era María Tudor, hija de Catalina de Aragón y nieta por tanto de los Reyes Católicos (y prima del emperador), y que actuaba abiertamente como cabeza del partido católico en la sangrienta querella que conmocionó a la Inglaterra de aquel tiempo. El texto de la crónica, rescatado por la Real Academia de la Historia en el siglo XIX y hoy felizmente digitalizado, es rico en informaciones del mayor interés. No sólo da cuenta de las intrigas de corte, sino que también reproduce con fidelidad de testigo ocular conversaciones entre el rey Enrique y los soldados españoles. Por supuesto, en medio de esta trama aparece con frecuencia nuestro Julián Romero. Con él, otros personajes como el enigmático Antonio de Eguaras, que formalmente sólo era un comerciante, pero que, a juzgar por los hechos, más parece el cerebro del espionaje español en Londres. A partir de ahí, todo consistía en tirar de los hilos abiertos, reconstruir el contexto, conectar situaciones, sacar tal dato o cual otro de las fuentes inglesas… y entonces todo aparece con otro color.
¿Mercenarios españoles del Siglo de Oro en la Inglaterra de Enrique VIII? Esto ya sería fascinante, pero, sinceramente, creo que la realidad es más fascinante todavía. Hubo un tercio español en Inglaterra, sí. Un tercio que jamás fue reconocido oficialmente como tal. Un “tercio que nunca existió”. Y detrás de la peripecia guerrera, con sus batallas, una trama política digna de cualquier novela de Le Carré. No puedo decir más. Que lo descubra por sí mismo el lector, porque aquí Julián Romero lo cuenta todo.
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Título: El tercio que nunca existió. Autor: José Javier Esparza. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todostuslibros y Amazon.
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