Comencé a escribir Ordesa unos cuantos días después de la muerte de mi madre. Mi madre murió en mayo de 2014. Me divorcié en las mismas fechas en que mi madre murió. Me visitaron en aquellos meses un montón de sentimientos que no sabía que existían, tenían un aire espectral. A pesar de ver espectros por todas partes, había belleza en los adioses que estaba presenciando: el adiós a mi madre, el adiós a mi matrimonio, y el adiós a mí mismo. Lo malo fue que desde la primavera del 2013 hasta junio de 2014 el alcohol pasó a gobernar mi vida. Dejé de beber el 9 de junio de 2014. Desde entonces no he probado ni una gota de alcohol. Iban cayendo las botellas, ya lo creo.
Y seguía escribiendo Ordesa. Pasé a vivir a caballo entre Iowa City y Madrid. Y comencé a invocar a mis padres, a mis padres muertos, porque tanto mi padre como mi madre son los protagonistas absolutos de este libro, porque sus muertes se fueron convirtiendo en una leyenda dentro de mi corazón.
Mientras fue un manuscrito que solo yo conocía, el libro tan apenas era un fantasma terapéutico que me acompañaba. No tenía vida pública. Pero fue creciendo. En el 2015 el ritmo de escritura se incrementó y el libro estaba gestado. Y en el 2016 ya comencé a corregir. Cada vez que corregía el libro, me angustiaba y me ponía de los nervios. Le dejé leer una primera versión a la escritora Ana Merino y ella me ayudó a pulir el libro. Ana se entregó a la corrección del libro. Su generosidad fue infinita. El final de Ordesa fue una sugerencia suya, y un acierto enorme. Que te ayuden con un libro es un trabajo que entraña pensar cada palabra, con un boli rojo en mano, sopesar cada frase, cada momento narrativo de la historia. Que te ayuden con un libro significa que se metan dentro de ti y te regalen muchas horas. Ana lo hizo.
Carolina Reoyo, mi editora de Alfaguara, me ayudó a pulir muchas cosas y fue otra lectora minuciosa, entusiasta y atenta. Carolina mejoró el estilo, ya lo creo. Las observaciones de Carolina y su comprensión del manuscrito y de mi mundo literario fueron muy importantes para mí. Yo no creía en el libro, pero tanto Ana como Carolina sí creyeron en él. Las dos me ayudaron, casi moralmente más que literariamente, a lidiar con la parte más oscura y dolorosa de la materia narrada. Aunque moral y literatura en este libro son la misma cosa. En realidad, yo le tenía miedo al libro. Mucho miedo. Mi vida entera estaba allí. Recuerdo que las últimas relecturas me quemaban la sangre. Cada vez que corregía una página me tenía que levantar de la mesa e irme a la cocina, adonde fuese, o poner la televisión, o salir a la calle. Corregí la última versión en Iowa City, en agosto de 2017. El verano en Iowa es de una belleza sobrenatural: por las noches todas las criaturas de la naturaleza cantan, y yo oía ese canto mientras corregía el libro. Cantaban las cigarras, y cantaba mi memoria. En septiembre mandé la versión definitiva a Alfaguara.
Ya ni recuerdo cuántas versiones tuvo Ordesa. Muchas, hasta alcanzar la forma que le di en agosto de 2017. Quité muchos pasajes. Los escritores al final se miden por los aciertos a la hora de quitar páginas de sus libros. En saber lo que sobra reside la habilidad más importante de este oficio.
Y Ordesa ya está en la calle. A veces me atrevo y lo abro y leo un párrafo. Incluso una página entera o dos. Pero eso ocurre pocas veces. Me sigue quemando en las manos. Me acuerdo de ellos, de mis padres, de lo felices que fueron, del viento enamorado que dejaron en mi carne.
Cuanto hicieron en esta vida está dentro de mi corazón y ahora dentro de un libro.
Me acuerdo de ellos.
Me acuerdo de Ordesa.
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Autor: Manuel Vilas. Título: Ordesa. Editorial: Alfaguara.
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