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Matar a Pablo, de Mark Bowden - Zenda
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Matar a Pablo, de Mark Bowden

En Matar a Pablo, Mark Bowden narra la fascinante historia del plan secreto urdido por los gobiernos de Colombia y Estados Unidos para dar captura al gran capo colombiano del narcotráfico. Gracias al acceso a documentos confidenciales, a los testimonios de militares, agentes y funcionarios, el autor recrea la trama de acontecimientos que puso fin...

En Matar a Pablo, Mark Bowden narra la fascinante historia del plan secreto urdido por los gobiernos de Colombia y Estados Unidos para dar captura al gran capo colombiano del narcotráfico. Gracias al acceso a documentos confidenciales, a los testimonios de militares, agentes y funcionarios, el autor recrea la trama de acontecimientos que puso fin al terror de todo un país, provocado por uno de los criminales más astutos y sanguinarios del siglo XX.

El 2 de diciembre de 2023 se cumplirán 30 años del asesinato de Pablo Escobar. La lista de criminales que la cultura popular ha ido asimilando con oscuro entusiasmo no deja de aumentar, pero difícilmente exista uno tan despiadado y poderoso que haya puesto contra las cuerdas a un país entero.

Zenda adelanta el prólogo de Matar a Pablo, de Mark Bowden (Big Sur).

***

PRÓLOGO

2 de diciembre de 1993

El día que mataron a Pablo Escobar, su madre Hermilda llegó al lugar a pie. Se había sentido enferma más temprano y estaba en una clínica cuando se enteró de la noticia. Allí se desmayó.

Tras recuperar la consciencia, fue directamente a Los Olivos, el barrio al sur del centro de Medellín donde los reporteros de la televisión y la radio decían que había ocurrido el suceso. Las multitudes bloquearon las calles, así que Hermilda tuvo que aparcar el coche y caminar. Iba encorvada y caminaba con rigidez, a pasos cortos, una dura mujer mayor con el pelo gris y un rostro huesudo y cóncavo. Unas gafas de cristales grandes descansaban ligeramente torcidas en su nariz larga y recta —la misma de su hijo—. Llevaba un vestido estampado de flores pálidas y, aunque sus pasos eran pequeños, caminaba demasiado rápido para el ritmo de su hija, que tenía sobrepeso. La mujer más joven se esforzaba para seguirle el paso a la mayor.

Los Olivos estaba compuesto de hileras de bloques irregulares de dos y tres plantas con minúsculos patios y jardines al frente, muchos de ellos con palmeras rechonchas que apenas alcanzaban la línea del techo. La policía mantenía a las multitudes detrás de los cordones. Algunos residentes habían trepado a los tejados para obtener una panorámica mejor. Había entre la muchedumbre quienes comentaban que sí, definitivamente habían matado a Pablo Escobar, y estaban los que decían que no, que la policía había disparado a un hombre pero que no era él, que Escobar se había escapado otra vez. Muchos preferían creer que había huido. Medellín era el hogar de Pablo. Fue allí donde hizo su fortuna y donde su dinero levantó edificios de oficinas y complejos de apartamentos, discotecas y restaurantes. Y fue allí donde hizo viviendas para los pobres: la gente que había ocupado chabolas de cartón y plástico y hojalata y que hurgaba en los montones de basura de la ciudad con pañuelos atados a la cara para protegerse del hedor, buscando cualquier cosa que pudiera limpiarse y venderse. Fue en esa ciudad donde construyó estadios de fútbol con iluminación para que los trabajadores pudieran jugar de noche, y donde asistió a cortar cintas para inaugurarlos. Algunas veces jugaba él mismo en los partidos. A pesar de ser un hombre regordete con bigote y una extensa papada —ya una leyenda—, seguía siendo bastante rápido con los pies; en ello coincidían todos. Fue aquí, en esta ciudad, donde muchos creían que la policía nunca lo atraparía; no podrían, ni siquiera con sus escuadrones de la muerte y todos sus dólares gringos y aviones espías y quién sabe qué cosas. Fue aquí donde Pablo se escondió durante dieciséis meses mientras lo buscaban. Se había movido de escondite en escondite entre gente que, de haberlo reconocido, nunca lo habría entregado: en aquellos lugares en los que se ocultaba había fotos de Pablo con marcos dorados colgadas en las paredes; oraban para que él tuviera una larga vida y muchos hijos. Y —él lo sabía bien— quienes no rezaban por él, le temían.

La mujer mayor avanzó con determinación hasta que unos hombres de apariencia severa y con uniformes verdes detuvieron el paso de ella y de su hija.

—Somos familia. Esta es la madre de Pablo Escobar —explicó la hija.

Los oficiales no se inmutaron.

—¿Acaso no tenéis madre? —les inquirió Hermilda.

Cuando se corrió la voz a rangos superiores de que la madre y la hermana de Pablo Escobar habían venido, les permitieron el paso. Con un escolta, las dos mujeres atravesaron los flancos de coches aparcados y se dirigieron hacia el destello de las sirenas de las ambulancias y de los vehículos de la policía. Las cámaras de televisión las captaron mientras se aproximaban. Un murmullo atravesó la multitud.

Hermilda cruzó la calle hasta una pequeña parcela de césped en la que yacía el cuerpo de un hombre joven. Tenía un agujero en el centro de la frente y sus ojos, que se habían vuelto opacos y lechosos, miraban en blanco al cielo.

—¡Tontos! —gritó Hermilda a la policía y comenzó a reír vigorosamente—. ¡Tontos! ¡Este no es mi hijo! ¡Este no es Pablo Escobar! ¡Mataron al hombre equivocado!

Los soldados indicaron a las dos mujeres que se hicieran a un lado. Desde el techo del garaje bajaron un cuerpo atado a una camilla, un hombre gordo descalzo con pantalones vaqueros arremangados y un jersey azul. Su cara redonda y barbuda estaba hinchada y ensangrentada. La barba era negra poblada y tenía un extraño bigotito cuadrado con los extremos afeitados, como Hitler.

Fue difícil reconocerlo al principio. Hermilda boqueó y se puso de pie a su lado en silencio. Tenía una sensación de alivio, pero también de pavor, mezclada con dolor y rabia. Sintió alivio porque al menos había acabado la pesadilla para su hijo. Y temor porque creía que su muerte desataría todavía más violencia. No deseaba nada más que el fin de todo esto, especialmente para su familia. Que todo el dolor y la sangre derramada murieran con Pablo.

Cuando se iba, apretó los labios con vigor para no mostrar emoción alguna. Solo se detuvo un momento para decir ante el micrófono de un reportero:

—Al menos ahora descansa.

—————————————

Autor: Mark Bowden. Título: Matar a Pablo. Traductora: Sandra Lafuente. Editorial: Big Sur. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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