Otro seis de abril, el de 1968, hace hoy cincuenta y dos años, España se dispone a poner una pica en Flandes. En realidad, no será en Flandes, sino en el Royal Albert Hall de Londres, donde Massiel —una joven intérprete de veintiún primaveras, a mitad de camino entre la canción yeyé y la protesta—, será merecedora del Lazo de Dama de la orden de Isabel la Católica por la materialización de un sueño colectivo largamente acariciado: llevar al país al primer puesto en el Festival de Eurovisión con una pieza tan sencilla que gustará en el continente entero. La, la, la es su título y casi puede decirse que será un verdadero paso en el camino de regreso a Europa que, quizás sea aquí, cuando comienza a andar España.
Aquí en España, a imitación de la cita trasalpina, el de Benidorm se celebra desde 1959. Al otro lado del Atlántico, el de Viña del Mar (Chile), por aquello del idioma —que no es poco en un tiempo que está de moda fingir acento inglés entre algunos vocalistas españoles— viene teniendo mucho predicamento entre los artistas patrios. Massiel, la nueva heroína del país, ya se ha hecho notar en el Festival de Mallorca. Su tema Rufo el pescador fue merecedor, hace unos meses, del Premio de la Crítica en la cita balear. Pero su primer gran éxito es Rosas en el mar, una canción de Luis Eduardo Aute.
Desde que en 1961 Conchita Bautista representó a España en la primera edición del Festival de Eurovisión con el tema Estando contigo, de Augusto Algueró, los españoles que todas las primaveras, llegada la noche de la gala, se sientan frente al televisor, se preguntan por qué su país nunca gana aquello. Saben que en el extranjero se desprecia todo lo español por el mero hecho de serlo. Pero cuesta creer que la fobia foránea también alcance a la canción ligera. Algunos sostienen que es debido al Régimen. Los más agudos saben que la maldición, más allá de la autarquía a la que condujo el bloqueo al que se sometió al país en la posguerra, por sus alianzas durante el conflicto, se remonta hasta las seculares maledicencias de los enemigos del Imperio.
Pero a los españoles que sueñan con ganar Eurovisión frente al televisor —cuyas letras aún están pagando, como las del modesto utilitario y todos los electrodomésticos— los días en que no se ponía el Sol en los dominios de la corona española se les quedan tan lejanos como las vacaciones, al anhelarlas en las jornadas laborables empleados en dos o tres sitios. En lo venidero, cuando desde el revisionismo más mezquino se escriba la historia de este tiempo, se despachará tanto esfuerzo bajo un epígrafe: “desarrollismo”. Pero hablamos de algo grande y tan digno como el milagro alemán de la posguerra, el milagro español, que llevó al país que hoy sueña con ganar Eurovisión de la miseria —también secular— a los felices años 60.
Sí señor, la España que hoy verá satisfecho un deseo tan viejo como sencillo, es la España de las letras de cambio, las familias numerosas y el pluriempleo que, bromeando, dice que eso de trabajar en varios sitios fue un invento del rey emperador, quien no en vano era Carlos I de España y V de Alemania. Alemania precisamente, el último país en votar, pasadas ya las once y media de la noche, será el que, al otorgar sus seis votos a Massiel y ninguno a Cliff Richard —el representante de Inglaterra— convierta a España en ganadora. Y a quién puede hacer daño que uno de los países más antiguos de la vieja Europa, marginado del concierto de todas las naciones por motivos espurios, gane hoy un festival de canción ligera. Sin embargo, con el correr del tiempo, también habrá quien ponga pegas a esta pequeña alegría.
Es difícil precisar si el diario Madrid, un viejo vespertino capitalino, ya ha iniciado la deriva que acabará produciendo su cierre por parte del Régimen, pero puede que sea en sus páginas donde se apunte una de las claves de tan anhelado triunfo. Massiel, a decir de este periódico, “supo salirse de la elipse de la españolada, tiró a la basura las panderetas y las castañuelas y, sin quitarse un leve tono español, supo fundirse con Europa”.
Empero el contencioso de Gibraltar, desde que Massiel llegó a Londres unos días antes, se ha ganado a la prensa inglesa. El recorrido de la joven madrileña —de la calle de Leganitos para ser exactos— ha sido el mismo que el de Los Bravos —representados por el padre de la ganadora, Emilio Santamaría Martín— o Los Brincos: paseos junto a la prensa por la City, fotos con el Big Ben al fondo. Como en Inglaterra —la pérfida Albión, al fin y al cabo— se odia a los españoles, la legación española ha puesto un guardaespaldas a Massiel, quien ha resultado ser el mismo que emplea Elizabeth Taylor cuando precisa protección.
Pero no es menos cierto lo que gustan a los ingleses las españolas. Como poco, desde que Enrique VIII desposó a Catalina de Aragón. Massiel no es ninguna excepción a tan feliz regla. Su canción, junto al Congratulations, son las favoritas desde los primeros ensayos. Todo el mundo da por sentado que ha de ganar una u otra. Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, dos de los pilares del pop español tras su etapa como intérpretes de rock & roll como el Dúo Dinámico, son los autores del tema. Desde el primer momento tuvieron claro que no se trataba de componer una nueva “Novena sinfonía de Beethoven. Sólo hemos querido hacer una canción que se silbara inmediatamente después de ser escuchada, adecuada al concurso al que va dirigida”. Antes de ese momento estelar con el que Massiel hará feliz a España entera, han sido semanas de duro trabajo, pero todo ha ido como la seda.
Todo menos una cosa: el primer elegido para interpretar La, la, la en el Royal Albert Hall fue Joan Manuel Serrat. Hasta que, un par de semanas antes de viajar a Londres, dijo que o cantaba en catalán o no iba. Aunque Serrat se dio a conocer dentro de la Nova Cançó —una trova de nuevos cantantes en la lenga de Joan Salvat-Papasseit—, preguntado al respecto en alguna entrevista, Serrat ha comentado que ha aprendido a hablar catalán “hace cuatro años”, que de pequeño pensaba en español, idioma al que él llama “castellano”. En cualquier caso, lo cierto es que TVE no acepta su exigencia. Más aún, lo vetará en sus emisiones durante años.
De modo que Massiel apenas tiene tiempo para viajar hasta París para comprarse un vestido yeyé en Chèz Courrèges —“un breve vestido de organdí con rosas bordadas a mano”, podrá leerse en el diario Pueblo3 con el que tanta dicha traerá a la España del pluriempleo, las letras de cambio y las familias numerosas.
Cuando la queridísima Sandie Shaw, ganadora de la edición anterior, entrega el premio a la madrileña ante la ovación de los siete mil espectadores que llenan el Royal Albert Hall, hasta Cliff Richard aplaude su triunfo. Ya al final de la velada, cuando la cantante española se dirige al Royal Gardens Hotel, los cientos de españoles que la vitorean confunden con ella a las chicas del trío que la ha acompañado en la feliz gesta: Mercedes Valimaña, María Dolores Arenas y María Jesús Aguirre.
El 68 también fue el año que la música pop terminó de afianzarse en la banda sonora de nuestro país con piezas como Cállate niña de Los Picnic, Oh Lord, why Lord, de Los Pop Top o Get on Your Knees de Los Canarios. Pero ninguna canción proporcionó tanta alegría a los españoles que pagaban la televisión a plazos como La, la, la. Acaso sea ésa la dignidad más grande de la composición de Manuel de la Calva y Ramón Arcusa. Así se escribe la historia.
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