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Marwán: "El sentimentalismo, cuando se mezcla con ideología, es la perdición del ser humano" - Zenda
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Marwán: «El sentimentalismo, cuando se mezcla con ideología, es la perdición del ser humano»

Una mujer en la garganta es un poemario crudo, con menos azúcar y más ironía de lo que habitúa, anarka desde el punto de vista estilístico —conviven sonetos, aforismos y versos libres— y en el que Marwan escribe sobre el amor, sobre sus ídolos y sobre las cosas que le asquean.

Explica a Zenda el cantautor y poeta Marwan Abu-Tahoun Recio (Madrid, 1979) que su nombre se pronuncia “Maruán”, sin la uve doble y sin la acentuación llana: “Le he puesto una tilde para guiar un poco, aunque es una batalla perdida: tengo amigos de muchos años que me siguen llamando Márguan”. Acaba de publicar su cuarto libro, Una mujer en la garganta (Planeta, 2021), un poemario crudo, con menos azúcar y más ironía de lo que habitúa, anarka desde el punto de vista estilístico —conviven sonetos, aforismos y versos libres— y en el que escribe sobre el amor, sobre sus ídolos y sobre las cosas que le asquean. También es un ajuste de cuentas: consigo mismo y, entre otros, con los “ayatolás de la poesía”. Conversamos con el autor en un paseo madrileño con nombre de poeta, a pocos metros del Templo de Debod.

—¿Usted, como Gil de Biedma, también escribe contra sí mismo?

"No escribo mucho contra mí mismo, pero, a veces, sí vivo contra mí mismo"

—En el libro hay un “Soneto contra mí mismo”. Escribí dos, pero sólo publiqué uno. Fíjate: no escribo mucho contra mí mismo, pero, a veces, sí vivo contra mí mismo. Y me lo he tenido que trabajar para no hacerlo.

—Y eso, ¿qué le aporta a nivel creativo?

—Me da un malditismo que, seguramente, no posea en la vida real (risas). Si sacara las conversaciones internas destructivas que a veces tengo conmigo mismo, tendría un malditismo que, creo, de cara para afuera, no tengo nunca. Parece que no, pero como escritor y como artista, creo que me maquillaría muy bien.

—Je est un autre.

—Sí. Todos somos otro. Como artista, uno no muestra todo lo que es. Nunca. Muestra una cara con la que se encuentra cómodo, seguramente.

—¿Es Una mujer en la garganta su obra más cruda, menos edulcorada?

—Sí. Y la primera que tiene un poco de ironía. ¡Por fin! Y que tiene verso libre, y tiene aforismos… Es también la más adulta. Por eso es la menos edulcorada.

—¿Es poeta porque “vivió su adolescencia dentro de un túnel”?

"Cuando empecé a componer, encontré en la poesía y en la canción de autor un asidero"

—Muy posiblemente. Sí. Cuando empecé a componer, encontré en la poesía y en la canción de autor un asidero. No es que viviera en un túnel. Por una parte, yo era feliz, pero, por otro lado, era un chico que sufría porque tenía un cúmulo de emociones que no sabía manejar a esa edad, y también una falta de habilidades sociales que tampoco sabía manejar. Lo cierto es que encontré en la canción de autor y en la poesía un vehículo para comunicarme. En contra de lo que pueda parecer, si tú escuchas mis canciones, y creo que me expreso bastante bien en ellas, me costaba muchísimo expresarme. Muchísimo. Y encontré en la canción de autor y en los poemas un sitio donde volcar esas emociones, donde agarrar a la vida por las solapas y pedirle una explicación.

—¿Por qué llegó tarde a 1980? Es algo que repite en un par de poemas.

—Porque nací en 1979 (risas). Es un recurso, una licencia poética. Me he quedado muy en los 80, es la pura verdad.

—Escribe en “La diferencia”: “Yo no te he perdido / porque me he ganado a mí / y ha empezado a gustarme la persona / que soy cuando ya no estoy contigo”. De primeras, pensé que hablaba de un desamor; de segundas, que hablaba de lo mismo que Cohen en “Avalanche”: de la depresión.

"Yo he pecado, quizá, de poco metafórico en muchas ocasiones y de demasiado diáfano, de aclarar las cosas demasiado"

—Hablo de un desamor. Es menos interesante y más prosaico de lo que crees (risas). Eso es lo bueno de los poemas, tío. Y, en el caso de este libro, por fin abro la posibilidad de que la gente interprete un poco más. Varias personas han leído poemas y me han dicho: “Joder, pensaba que hablabas de un hijo, porque lo leo desde esa perspectiva”. Y, en realidad, hablaba de un amor. Tú me dices eso y está de puta madre. Yo he pecado, quizá, de poco metafórico en muchas ocasiones y de demasiado diáfano, de aclarar las cosas demasiado. Ahora, dejo más cosas abiertas a la interpretación. Hay más lírica de la que había antes.

—Entre otras cosas, ¿es Una mujer en la garganta un ajuste de cuentas?

—Sí. Lo es conmigo, seguramente. De pequeño era rebelde. Luego, dejé de serlo para ser aceptado. Y, al aceptarme yo…

—¿Para ser aceptado por…?

"Tenía obsesión por ser buena persona"

—Por todo el mundo. Sí. Cuando te crea culpa el que te digan: “Es que por hacer esto…” (Piensa) Tenía obsesión por ser buena persona. En muchos momentos, no es que no haya sido buena persona, sino que me metía en muchos líos, me regañaban mucho, era cabroncete de joven. Entonces, rechacé esa parte de mí. En este libro, la vuelvo a aceptar. Esa parte de sombra, esa parte que uno repudia de sí mismo. Es lo que Jung llama “sombra”. La sombra personal puede ser muchas cosas. En mi caso era la capacidad de equivocarme, por ejemplo, o la capacidad de hacer daño, de que a veces me equivoco, la cago y puedo hacer daño a las personas. Era algo que repudiaba de mí y que me generaba mucha culpa. O la capacidad de dar una hostia en la mesa si están abusando de ti. “No te he perdido a ti, me he recuperado a mí”: uno es tan complaciente para que lo quieran que, a veces, se anula a sí mismo, se olvida de sí mismo y se maltrata a sí mismo. Es algo que he hecho mucho en los últimos años, en muchas ocasiones, con determinadas personas.

—También es un ajuste de cuentas contra los “poetas lameconcursos”, “los fascistas de la palabra”, “los ayatolás de la poesía”.

—Me han puteado. Me he sentido muy atacado en muchas ocasiones: en las redes sociales, incluso en periódicos, en medios, he visto a gente poniéndome a caldo y la verdad es que no es agradable. Independientemente de lo buena o mala que pueda resultar mi poesía, la hago con el mismo cariño que todos los poetas. Y, seguramente, ame la poesía lo mismo que todos los poetas. Al margen de mi nivel literario. Aparte, siento que me han tratado mal, injustamente, porque sé que tengo poemas que, seguramente, sean malos, pero todos los poetas que conozco tienen poemas malísimos. Y sé de buena tinta que tengo poemas meritorios. Lo creo de verdad.

—Por cierto, ¿qué es, para usted, un “ayatolá de la poesía”?

"¿Por qué estar renegando de unas cosas y otras? No lo digo por mí: yo soy un poeta menor. Lo digo por poetas que no son menores"

—Son aquellos para los que sólo vale la corriente poética que ellos defienden. Pasa una cosa en la música, menos con el flamenco y con el jazz, que son muy puristas, y es que el eclecticismo reina. Hoy en día, un chaval tiene un iPod y me tiene a mí, a Michael Jackson y a C. Tangana. Y tiene a un flamenco. O reggaeton de puta madre. Convivimos todos. Y lo cierto es que en el mundo de la poesía hay mucho fascismo entre poetas. No sólo pasa conmigo: he visto cómo han hablado de poetas increíbles y no me lo creo. No me puedo creer que haya tan poco respeto dentro del gremio. Me sorprende mucho, mucho, que gente como Karmelo C. Iribarren, que para mí es un genio, sea tan golpeado. Luis Alberto de Cuenca, que es otro poeta de bandera, dice que Karmelo es el mejor poeta que tenemos en España. En cambio, otros poetas hipercultos tachan a Karmelo de zafio, terrenal… No sé. Tío, el arte es tan rico, que ¿por qué estar renegando de unas cosas y otras? No lo digo por mí: yo soy un poeta menor. Lo digo por poetas que no son menores.

—Las redes sociales tampoco se libran de su mala leche.

—En ese sentido, también me río de mí. Creo que una de las cosas que pasa en la poesía es que, en general, nos tomamos todos demasiado en serio. Supongo que es el ego del artista. Y reírse de uno es lo primero, y también darse cuenta de que aunque yo tenga a 250.000 personas en Instagram, es sólo un número de seguidores. Ya está. En este libro me rebelo contra muchas cosas. Ha sido muy natural. Ha surgido de una rabia contra, incluso, mis propios convencionalismos. Yo también me he domesticado mucho en algunos momentos y sentí la necesidad de sacar ciertas cosas que, como poeta, no me estaba permitiendo porque no me permitía otras cosas en mi vida. Y, de repente, las saco.

—También hay homenajes: a Sabina…

"Sabina es patrimonio de la Humanidad. Es imposible no amarlo, es imposible no admirarlo"

—Es uno de mis dioses. Sabina, Aute, Serrat y Silvio Rodríguez son, para mí, los cuatro dioses. También están Ismael Serrano, Pedro Guerra o Jorge Drexler. La generación que surgió hace 40 años y la que surgió hace 20. Son mis dioses. Sabina es patrimonio de la Humanidad. Es imposible no amarlo, es imposible no admirarlo. Para mí, es único como cantautor y como poeta.

—Hay otro homenaje a Madrid y, en él, unas estrofas sobre el 11-M.

—Te voy a contar una cosa sobre eso: cuando se cumplieron diez años del 11-M, ayudé a Pilar Manjón a organizar el concierto benéfico por el 11-M. Y una de las grandes tristezas de mi vida fue lo muchísimo que nos costó reunir a artistas para que vinieran ese día a cantar. Me parece que el 11-M es uno de los eventos verdaderamente importantes que han sucedido en la historia de Madrid, y se politizó tanto, se emponzoñó tanto, que hemos olvidado lo realmente importante. Yo pensaba que se iba a apuntar todo el mundo y no se apuntó casi nadie. Ojo, también es verdad que varios se prestaron de mil amores, pero costó muchísimo. Además, yo conocía al hijo de Pilar Manjón. Daniel era amigo mío, venía a los conciertos. Primero hice una canción y luego organicé el concierto.

—Y hay amor, “la única palabra capaz / de devolvernos / el tiempo perdido”.

—Cuando escribí esto, pensé: “No sé si va a gustar o es un poco moñas”. Yo también tengo mi parte moñas, ¿sabes? Me parece supersana. A veces he pecado de ser demasiado moñas. Creo que añadiendo un toquecito de ironía, le quita lo moñas y lo convierte en una gran obra. Ese poema me parece moñas, pero me encanta, porque lo cierto es que cuando amas a una persona, tu pasado pierde una cantidad tan grande de peso… Estás tanto en el presente, estás tan enamorado, que eso te hace recuperar el tiempo perdido. Es una realidad.

—Escribe que el sentimentalismo “es el tumor del sentimiento, / la proliferación descontrolada de sus células”. ¿Vivimos en una plaga de sentimentalismo exenta de sentimiento?

"Vivimos el nacionalismo desde un sentimentalismo brutal, la política también, y nuestros problemas sociales, y eso nos ciega"

—Totalmente. No sé si exenta de sentimiento, pero, en muchas ocasiones, exenta de compasión y, sobre todo, exenta de consideración hacia el otro. Vivimos el nacionalismo desde un sentimentalismo brutal, la política también, y nuestros problemas sociales, y eso nos ciega. Decía Ortega que las ideas se tienen y las creencias nos tienen. El sentimentalismo es una creencia al final. Convierte cualquier cosa que sientas en una creencia. Se nos lleva por delante y hace que seamos incapaces de escuchar al otro, de tender puentes. Yo, siendo un sentimental en lo emocional, en los poemas, en mi vida, considero que ese sentimentalismo, cuando se mezcla con ideología, es la perdición del ser humano. Nos separa demasiado los unos a los otros.

—¿Cuándo cree que las relaciones dejarán de ser “producto de consumo”?

—Eso lo dice Zygmunt Bauman, que estableció la teoría del amor líquido: las relaciones habían pasado de ser sólidas a ser líquidas, cambiantes. Ese comportamiento consumista compulsivo se ha extendido a todas las facetas de la vida, incluidas las relaciones amorosas. Y es verdad que hay demasiado amor de quita y pon. Y creo que es un efecto de este mundo neoliberal, capitalista y consumista en el que todo se ha vuelto fast food, incluidas las relaciones. Nadie es Gandhi: todos hemos utilizado a personas, a todos nos han utilizado… pero cuando esto se vuelve religión, igual estamos en un gran problema.

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Jesús Fernández Úbeda

Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) es periodista por obra y gracia —o desgracia— de la Universidad Complutense de Madrid. Escribe en Zenda y en Libertad Digital. Además, ha cubierto un par de giras de Enrique Bunbury y escribió el press release de su último álbum, Expectativas. También hizo de compilador, o como se diga, en El último pistolero, de Raúl del Pozo. Aterrizaje forzoso (Cultiva Libros, 2018) es su primer libro. En Twitter @jfubeda89

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