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Marta Robles: “Aborrezco lo políticamente correcto” - Zenda
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Marta Robles: “Aborrezco lo políticamente correcto”

Marta Robles es una periodista inquieta que nunca se ha conformado con la crónica escrita y se ha ido forjando carrera y nombre en los diferentes mass media, probando, y probándose, en distintos formatos, mientras desafiaba reglas y prejuicios de época. Su trayectoria ha sido la lucha inmediata con la profesión, por abrirse paso y...

La escritora y periodista, que sostiene que “la cultura debe lanzarte a vivir”, publica La chica a la que no supiste amar (Espasa), el tercer caso del detective Tony Roures, una novela impactante y violenta que muestra la estremecedora realidad de la trata de mujeres y la prostitución.

Marta Robles es una periodista inquieta que nunca se ha conformado con la crónica escrita y se ha ido forjando carrera y nombre en los diferentes mass media, probando, y probándose, en distintos formatos, mientras desafiaba reglas y prejuicios de época. Su trayectoria ha sido la lucha inmediata con la profesión, por abrirse paso y hacerse un lugar, pero, también, con una vocación discreta que nos ha ido revelando a todos lentamente, con el transcurso del tiempo o, mejor dicho, con la publicación de sus libros. Marta Robles ha ido acuñando una literatura que ha terminado de eclosionar por la esquina de la novela negra y la gestación inesperada de Tony Roures, un personaje que ha troquelado con el aroma clásico de los detectives y esa profesión de riesgo que es la de corresponsal de guerra: un viejo reportero retranqueado de amores y secretos, que guarda mucho, dice poco y gasta la mirada de los que han visto bastante. Venía ya de dos aventuras previas, A menos de cinco centímetros y La mala suerte, (también publicados en Espasa) que pusieron a prueba su templanza y que nos iban dando su temperatura moral. En La chica a la que no supiste amar, su tercer caso, porque no es una trilogía, Roures deberá internarse por los meandros de la prostitución, la trata de personas, el vudú y el delicado horizonte de la amistad, con su juego de lealtades y traiciones. Una novela violenta y de palabra dura, abundante en subtramas, que avanza por los senderos traseros de nuestra sociedad y nos entrega un rostro nuevo de Roures y un perfil más hondo de Marta Robles.

—¿Cómo empezó a aficionarse a la novela negra?

"Creo que fue por Carvalho por quien quise que mi investigador fuera un detective"

—Mi primer contacto real con el policíaco fue a través de Allan Poe y Los crímenes de la calle Morgue. Ahí sentí que me entusiasmaba. A continuación leí a Agatha Christie, Simenon, Conan Doyle, Chandler, Hammett, Patricia Highsmith… pero recuerdo que fue a los diecisiete años cuando cayó en mis manos Los mares del sur, de Manuel Vázquez Montalbán, que me dejó totalmente fascinada. Fue a partir de ese momento cuando empecé a devorar género negro. Me hice devota del noir. Creo que fue por Carvalho por quien quise que mi investigador fuera un detective.

—¿Qué le atrae del género?

—Borges decía que a los académicos no les interesaba el género negro porque no era lo suficientemente aburrido. Para mí, la cultura tiene que lanzarte a vivir. Esta literatura antes estaba denostada y se la consideraba menor, pero tiene todos los ingredientes: un mundo propio, una estructura propia, un lenguaje determinado, generalmente desadjetivado —a los escritores que emplean tres adjetivos seguidos les pegaría un tiro—, y a la vez sirve de denuncia. Sus casos atrapan al lector y lo conmueven. En él caben todas las emociones y pasiones. De hecho cabe todo, porque en el siglo XXI ya no son historias únicamente para descubrir al asesino. Ahora también muestran el lado oscuro que no suele verse. Y eso hace que el lector, al terminar, reflexione sobre lo que ha leído.

—¿Por qué tardó tanto tiempo en saltar a él?

—Soy muy prudente. La literatura es lo que más feliz me ha hecho. Realmente, he sido muy cuidadosa. Empecé con la no ficción, lo que tiene que ver con mi quehacer como periodista. Luego crónicas, relatos de mujeres… Mi novela Luisa en los espejos ya tenía un thriller dentro, y después, gracias a Fernando Marías, que me animó a escribir un relato pornocriminal para el libro Obscena, me di cuenta de que me sentía a gusto, de que no me importaba quién me iba a leer. Me había convertido en escritora.

—¿No le importaba quién iba a leerla?

"Estoy a mucha distancia de lo que escribo. Si un escritor se preocupa por quién va a leerle se debería dedicar a otra cosa"

—Es importante romper esa barrera. Hoy, aunque no me publicaran, yo seguiría escribiendo, pero cuando escribes cuestiones que son duras, o asuntos relacionados con, por ejemplo, el sexo, puedes estar preocupado por las personas que te pueden leer —padres, hijos—, porque podrían pensar que hay algo de ti en esas descripciones, pero ya no me importa nada. Estoy a mucha distancia de lo que escribo. Si un escritor se preocupa por quién va a leerle se debería dedicar a otra cosa.

—¿Hay que romper lo políticamente correcto?

—Es fundamental. Aborrezco lo políticamente correcto. A veces no te queda más remedio que serlo como madre o periodista, quizá con los amigos, pero en la escritura me olvido de lo políticamente correcto. Todos mis personajes tienen ambigüedad moral. No debemos tratar a los lectores como adolescentes temerosos, sino como gente inteligente que saca sus propias conclusiones. Son ellos los que tienen que decidir. Yo no evangelizo ni adoctrino en mis narraciones. Cuando escribo es cuando soy mas libre.

—¿Tener un detective es esencial?

—Tony Roures me apareció por arte de magia. De pronto estaba en mi vida. Tenía claro que fue reportero de guerra, y lo que hice fue construirlo hablando con corresponsales de guerra. Quería hacer un detective, algo muy vinculado al género. No deseaba un policía. Y también tenía claro que iba a ser un hombre, no una mujer, y que estuviera al margen, para que pudiera saltarse las leyes y las normas, que tuviera ese aroma clásico… Sigo presa del humo de José Luis Alvite. Quería esa magia para mi detective.

—¿Usted quiso ser corresponsal?

"Me hubiera gustado ser reportera de guerra, aunque no sé si hubiera valido. Al final maté ese impulso cuando fui cooperante"

—Ya no tengo ganas. Me hubiera gustado ser reportera de guerra, aunque no sé si hubiera valido. Al final maté ese impulso cuando fui cooperante, que tiene un punto de encuentro con lo que ven los reporteros. Yo quería que Toni Roures fuera un reportero, porque miran diferente, guardan mucho por dentro, porque hay una parte de sus experiencias de la que no hablan. Tienen la trastienda llena de miserias, a veces cruentas, y escuchan de otra forma. Juzgan y se involucran de distinta manera.

—¿Qué le gusta más de él?

—Que sea adicto a la lealtad. No lo puede evitar. Eso en un mundo repleto de “caras B” se agradece. Dan ganas de agarrarse a su mano y no soltarse nunca. Además es culto, leído, le pone a cada momento de la vida un tema musical. Para mí eso es esencial. Me pone la mejor música, y es un tipo que valora a las mujeres. Tiene empatía con ellas. Sabe escuchar a los demás, y no existe mayor arma de seducción. Es un tipo de fiar, tiene una buena biblioteca, una discoteca cuidada y escucha. ¿Qué más quiere?

La amistad es un tema de esta novela que toca de cerca a su personaje. ¿Cuánto vale?

—Para mí es oro puro. Pero Carmen Posadas, que es muy inteligente, asegura que a la amistad no hay que ponerla a prueba más de lo conveniente. Es cierto. Nunca puedes pedir a nadie lo que sabes que no te va a dar. Para conservar una amistad hay que cuidarla.

Introduce a Roures en una atmósfera de deudas, sexo, juego y esclavitud.

"Dentro de este mundo hay un submundo que es el de las nigerianas, que vienen con la misma deuda que el resto, pero además padecen rituales de vudú, viven aterrorizadas"

—Es un mundo que me aterra, el de la trata de mujeres. Dentro de este mundo hay un submundo que es el de las nigerianas, que vienen con la misma deuda que el resto, pero además padecen rituales de vudú, viven aterrorizadas y se encuentran vendidas por todas partes. Quería que Roures investigara este mundo paralelo al nuestro, al que no prestamos atención y del que todos somos cómplices. Digo cómplices porque estamos hartos de ver reportajes y documentales, pero no hacemos nada para que esa situación cambie y que esas mujeres no se encuentren jamás en esas condiciones tan terribles. Este ambiente no existiría sin la trata, los proxenetas y los puteros. Y tampoco podría existir si los proxenetas no tuvieran cómplices en los bancos, en el periodismo y en la abogacía; si no tuvieran la asistencia de las manzanas podridas de esos gremios. Sin ese respaldo sería difícil que funcionara.

En su novela describe cómo las africanas son las víctimas de esta trata que más sufren.

—Siempre he sentido mucho África. Es uno de los lugares donde el hombre blanco no ha podido hacer más daño. Las diferencias entre la riqueza y pobreza son extremas. Las chicas sobreviven en una precariedad horrible. Cuando llegan a España vienen de un viaje espantoso. Les han hecho las burradas más grandes que podemos imaginar. Vienen del infierno. Yo cuento este trayecto en unas páginas muy dolorosas que arrojan luz sobre cómo es esa tragedia y que está precedida por momentos angustiosos. Hay que tener en cuenta que sus padres las venden y que les practican un ritual de vudú.

De hecho, el vudú es esencial en su libro.

—En África todavía creen en él, así que estas mujeres vienen con la deuda que les han impuesto, la tristeza de que han sido vendidas y el vudú que las vuelve locas y que hace, además, que nunca dejen de tener miedo. Piensan que en nuestro país van a respirar mejor, pero aquí aún bajan más hacia las llamas del infierno. Las nigerianas especialmente, a las que tienen en la calle, porque España es racista y no las quieren en los clubes. Ellas me tocan especialmente el corazón. He hablado con algunas. Tienen ganas de vivir, se ríen y lo único que desean es que las quieran.

—¿Hay manga ancha en España con la prostitución?

"El debate de regular o abolir la prostitución me parece que es de risa. Hay quien habla de regularizar la prostitución para que sea un trabajo digno, ¿pero es digno?"

—No está tan lejos cuando la gente se iba a estrenar con una profesional. Pero, a la vez, a esas mujeres se les cerraba las puertas de la sociedad porque las repudiaban. Existía esta doble moral. Ahora pasa lo mismo. Todos estamos muy concienciados, pero nadie desea la prostitución al lado de su casa. Nadie se preocupa de esas mujeres. Por eso yo a esos hombres los llamo puteros, porque compran carne humana; no los denomino clientes, que son los que compran flores en las tiendas. Antes las mujeres no teníamos derecho a nada. En un momento en que las mujeres no tenían derecho ni a abrir una cuenta corriente, ¿quién le iba a preguntar si una chica tenía un ojo morado? Y si las mujeres no tenían derechos, las repudiadas menos aún. Ahora lo que pasa es que los malos se aprovechan de las lagunas de la ley para que sus intereses se cumplan. El debate de regular o abolir la prostitución me parece que es de risa. Hay quien habla de regularizar la prostitución para que sea un trabajo digno, ¿pero es digno? Los proxenetas quieren eso precisamente, porque así para ellos es más fácil: negocian, tienen facturas.

—¿Se avanza o no en este asunto?

"Los proxenetas consiguen esquivar la ley porque tienen asesores en derecho. Y eso que la policía hace un trabajo extraordinario para desmantelar las redes de trata de mujeres"

—Hay más sensibilización y hay partidos que incluyen en sus programas una ley contra la trata. Ya veremos. Uno de los problemas es que ellas no denuncian. En ocasiones usan a sus hijos o sus padres como garantía para que ellas mantengan el silencio. Si denuncian pueden exponerse a que los maten. Yo, desde luego, en esas circunstancias tampoco lo haría. Los proxenetas consiguen esquivar la ley porque tienen asesores en derecho. Y eso que la policía hace un trabajo extraordinario para desmantelar las redes de trata de mujeres y rescatar a muchas de ellas. 

—¿Por qué ha sido tan dura en los tres primeros casos de Roures?

—Son muy duras, pero no tan violentas. No las lleno de sangre, salvo en imágenes determinadas. Son duras, porque soy comprometida y hablo de temas en los que es necesario mostrar la realidad, para que el lector se encoja, sepa que esto es así, que esto sucede, que esto es la realidad. Es cierto que son duras, pero también tienen música, literatura, sentimiento, pasión…. La dureza tiene que estar, porque la vida es dura. La ficción no tiene que ser real, pero sí verosímil.

—¿Qué le molesta más de la actitud de esta sociedad sobre las mujeres?

—Hay cosas, detalles de machismo que me indignan, como esos piropos terroristas… Me gusta que me digan que soy guapa, pero no que comenten: “Qué bien escribe, con lo guapa que es…». Te quitan un mérito por echarte un piropo. A las mujeres se nos permite estar en todas partes, pero siempre se nos cuestiona con pequeñeces, como en esas entrevistas en que te preguntan por el trabajo y luego te dicen que cómo lo concilias. ¿Eso se lo preguntan a un escritor? Porque a él le puede tocar, como a mí. 

—¿Ser guapa puede ser también un inconveniente?  

"La belleza es un arma de doble filo. Te abre puertas y hace que te cuestionen mucho"

—La belleza es un arma de doble filo. Te abre puertas y hace que te cuestionen mucho. A veces es duro, porque lo único que se desea es tener un aspecto agradable o, simplemente, porque te gusta ir arreglada o parecer elegante. Todas estas cosas te pueden pasar factura. Me ha costado mucho entrar en la literatura por dos razones:  por venir de la televisión, que lo eclipsa de todo, aunque mientras trabajaba en la tele, escribía en prensa y participaba en la radio; y por la melena rubia y los tacones. Yo siempre llevo tacones, y a veces sonrío para paliar la inseguridad. Pues la sonrisa me ha penalizado. Le voy referir una anécdota: fui la primera mujer en presentar el informativo de las nueve de la noche, que es el de referencia. Había telediarios con mujeres, pero siempre estaban en pareja, no solas. El primer día estaba nerviosa, con el subidón, y asfixiada de trabajar todo el día en las noticias que íbamos a dar. Recuerdo que me maquillaron y me recomendaron que me pusiera una chaqueta roja, pero lo último que me preocupaba en ese instante era el maquillaje y la ropa. Pero al día siguiente, un crítico dijo que Marta Robles se había preocupado de salir guapa para el informativo. Me dolió mucho eso. ¿Sabe lo duro que es? Llevaba toda la jornada preparándome para que después vinieran con eso. Eso hoy ha cambiado, afortunadamente. Pero tener buen aspecto es un doble arma, y te puede penalizar.

—¿Y le ha penalizado en la literatura?

—Hay gente en el periodismo que no escribe y de un día para otro saca una novela de trescientas páginas. La gente se lo cuestiona. Pero mi caso no tiene nada que ver, porque empecé en prensa y nunca he dejado de escribir reportajes, entrevistas, crónicas y artículos desde entonces hasta hoy, porque publiqué mi primer libro en 1991, y tengo detrás 16 libros. Pero hasta hace poco me seguían cuestionando por provenir del periodismo. No todo el que es periodista sirve como escritor ni todos los escritores sirven como periodistas. Yo, aunque un día me dedique solo a la literatura (que es mi verdadera vocación desde niña) nunca dejaré de ser periodista, porque llevo el periodismo en las venas al igual que el compromiso dese la universidad. Pero, sí, he tardado en encontrar consideración como escritora.

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Javier Ors

Comenzó en ciencias y acabó en letras. Estudió Historia y ejerce de periodista. Es autor de "Los años asesinos" (Libros del olivo), "Un tiburón en la piscina" (Huerga &Fierro) y "Cuarteto de cuerdas" (Almazura). @J_Ors

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