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Mariana Enríquez, ganadora del Premio Herralde con Nuestra parte de noche - Zenda
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Mariana Enríquez, ganadora del Premio Herralde con Nuestra parte de noche

Enríquez, que recibirá los 18.000 euros de dotación del galardón, se había presentado bajo el seudónimo de Paula Ledesma y el título ficticio de «Mi estrella oscura». El jurado del premio estaba compuesto por el librero Lluís Morral, Gonzalo Pontón Gijón, Marta Sanz, Juan Pablo Villalobos y la editora Silvia Sesé. En la novela ganadora,...

La escritora argentina Mariana Enríquez, ganadora de la 37 edición del Premio Herralde de novela con Nuestra parte de noche, ha dicho que el género del terror le permite «pensar mejor la realidad» y los temas que le interesan literariamente.

Enríquez, que recibirá los 18.000 euros de dotación del galardón, se había presentado bajo el seudónimo de Paula Ledesma y el título ficticio de «Mi estrella oscura».

El jurado del premio estaba compuesto por el librero Lluís Morral, Gonzalo Pontón Gijón, Marta Sanz, Juan Pablo Villalobos y la editora Silvia Sesé.

En la novela ganadora, un padre y un hijo atraviesan Argentina por carretera, desde Buenos Aires hacia las cataratas de Iguazú, en la frontera norte de Brasil, en plenos años de la junta militar, con controles de soldados armados y tensión en el ambiente.

En ese marco realista, Enríquez construye una historia fantástica en la que el lector encuentra casas cuyo interior muta, pasadizos que esconden monstruos inimaginables, rituales con sacrificios humanos, andanzas en el Londres psicodélico de los años 60, enigmáticas liturgias sexuales.

Tras el fallo, Enríquez ha dicho en conferencia de prensa que esta novela destila sus obsesiones, después de haber escrito cuentos y no ficción: «Quería un poco más, incluso volver a una forma un poco más tradicional», y «con el género del terror podía pensar mejor las cuestiones que me interesan como la política, el poder, la herencia, el qué significa la familia, sobre América Latina, sobre la explotación, la explotación de los cuerpos».

La novela, que supera las 600 páginas, era mucho más extensa, señala la autora, a la que le costó «decidir cuáles eran las partes donde mis obsesiones resultaban un exceso y un desborde».

La autora considera su novela «divertida», a pesar de que «el momento en el que transcurre es trágico, pero el ritmo tiene una dinámica que permite una lectura de cierto entusiasmo, de cierta avidez».

La primera parte de la historia es «como una novela de carretera, de ir hacia adelante, pero el contexto es terrible, para los personajes y para el país».

Sobre la elección del marco temporal, Enríquez ha precisado que se trata de los últimos años de la dictadura: «No quería que fueran años icónicos como 1978 ni 1982 en plena guerra, quería un año gris como 1980, en el que la crisis está asordinada por la crisis personal de los personajes, y luego elegí los noventa porque era una época difícil para ser joven, eufórica y deprimente al mismo tiempo».

En la historia de la novela aparece una sociedad ocultista que tiene contactos con dioses primigenios, «una parte fantástica que emparentaría con Lovecraft», reconoce Enríquez.

La autora argentina siente la influencia de Borges, de Neil Gaiman o del Charlie Feiling de «El mar menor» que «trabaja con una especie de cuestiones de un mal atávico en una Buenos Aires supercontemporánea».

Además, gran parte de la novela ganadora transcurre en el norte de Argentina, y Enríquez supone que Horacio Quiroga también fue «una influencia inevitable» «con su selva como una especie de animal poderoso, el calor y la frontera como lugar misterioso e invencible».

También podría haber paralelismos con el Guillermo del Toro de «El laberinto del fauno», «aunque menos luminosa» y, sobre todo, con «El espinazo del diablo», admite.

En nombre del jurado, Pontón Gijón ha dicho que Nuestra parte de noche desborda las convenciones del género al que se adscribe para «elevarse a la categoría de novela total, abierta a grandes asuntos como la inmensidad de la relación entre un padre y un hijo, los lazos terribles del amor y de la amistad, la enfermedad como condición de vida, las máscaras del ritual, la cara oculta de la historia y de la política»

Para Juan Pablo Villalobos, esta novela es una saga, la considera «continuadora de una tradición que podríamos denominar ‘la Gran Novela Latinoamericana'» y la sitúa en «una estirpe de obras tan disímiles, pero igualmente ambiciosas y desmesuradas como Rayuela, Paradiso, Cien años de soledad o 2666«.

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