Leía el viernes pasado en La Lectura un artículo de Juan Bonilla sobre la importancia de la cubierta de los libros. ¿No les sorprende la cantidad de cubiertas distintas que puede haber en una librería? ¿No les abruma, pobres lectores mortales, tener que elegir entre un millar de novedades, títulos, nombres, colecciones, editoriales o fajas? A mí sí, lo reconozco, nunca fui dócil eligiendo. Sin embargo, hay libros que se antojan guilty pleasures y te exhortan, incluso llegan a humillarte porque, sí, te reconoces en esa debilidad, al fin y al cabo, del gusto. A mí no me la dan con queso las novedades (a veces sí), porque disfruto caminando entre los estantes perdidos, los más bajos o los más altos, los llenos de polvareda o rebuscar entre aquellos libros rezagados en la oscuridad de los anaqueles.
En los tiempos fugaces en que vivimos, rodeados de empacho visual e impúdicas, pixeladas maneras de hacer amigos, el que mira hacia donde no mira nadie es la resistencia. Una resistencia perdida, seguramente, en la batalla de las conexiones rizomáticas, pero que sale victoriosa en la empresa de saborear cuanto es hermoso. La belleza requiere tiempo, ¿saben? La belleza, ya lo dijo Simone Weil, es una fruta a la que se mira sin alargar la mano. Requiere prudencia, respeto y cierta lejanía para poder gozar de ella sosegadamente, con talento, y no con la indigestión de lo que se hace rápido, sin pensar si quiera, sin detenerse. En ese detenimiento, como digo, encontré la furia. Irónico, ¿no es así? Furia que, según leo ahora en la RAE, significa “velocidad y vehemencia con que se ejecuta algo”. Empero, quién sabe si, de no haber pasado por los estantes de aquella librería madrileña en la que entré en medio de un diluvio, hubiese encontrado La Furia, el nuevo poemario de María Sotomayor publicado por Espasa el pasado mes de febrero.
Sotomayor es autora de los poemarios Estoy gritando, me conocí de esa manera (Canalla, 2013), La paciencia de los árboles (Letour1987, 2015), Nieve antigua (La Bella Varsovia, 2017; IX Premio de Poesía Joven Pablo García Baena) y Misericordia (Letraversal, 2020). Este nuevo libro, dividido en tres partes —“Pasión del alma”, “Un breve remanso” y “Pequeñas soledades de domingo”— aparece surcado por ecos como los de Clarice Lispector, María Victoria Atencia, Marosa di Giorgio, Dylan Thomas y León Felipe que horadan los significados de aquello que se gesta a modo de epílogo: una suerte de poética en la que la autora reflexiona sobre la siguiente pregunta: ¿Escribir es siempre estar hallando?
La Furia es el gran poema de Sotomayor. Y digo gran porque se trata de un único poema invocado hasta el último aliento. El libro se abre con un texto en prosa poética, sin signos de puntuación, a modo de monólogo interior, y sobre él la voz lírica irá explorando a lo largo de las páginas las posibilidades del lenguaje, la fragmentación, los silencios y los límites de lo visual. Entrando en este juego de tensar las palabras y llevarlas más allá del texto, nos situamos en el lugar desde donde el yo anuncia su canto:
Todo se mueve antes de entrar al sueño un orden en el que me siento extraña tarde en entrar ensayo la dulzura mientras a lo lejos persisten en el collar del cuello la garganta no es rosal en mi tiempo justamente así la ceguera el presagio un estallido en brotes de estos campos donde acallar la insistencia de las gárgolas dormidas
La escritura de Sotomayor es mudable y flexible, atiende a las infinitas preguntas sobre el lugar del cuerpo de la mujer en la sociedad contemporánea o los límites del deseo y la espera, que “[o]cupan con palabras los espacios más huecos”. En el recinto del sueño, el yo buscará obstinadamente la otra corporalidad, la otra presencia, “porque donde estés habitará lo rotundo”. Como digo, esta es una poesía consciente de sus posibilidades visuales, evocando así los juegos vanguardistas de principios del siglo XX que parecen todavía hoy percutir entre tanto exceso transmoderno. La última composición del libro da cuenta de esto. En efecto, podría verse no desde una estructura poética tradicional, sino desde un atisbo de indagar en los límites más allá de la cohesión y de las formas discursivas. El desorden sintagmático, la multiplicidad de direcciones a las que lleva el habla, las palabras como fulgores, granos o gotas aparecen repartidas por el vacío fragmentado desde el que se alza el sujeto lírico. He aquí una muestra:
EN
ella
solo
suelo
la luz
y
la
carne
despertar
Y todo esto procede del principio. Ahora recordaré esas palabras de T. S. Eliot: In my beginning is my end… In my end is my beginning. No diré más. Entren en la invocación de la furia y no se dejen gobernar por los instintos voraces que les llevan a juzgar las cubiertas de los libros. O sí. Esta vez, sí. Déjense gobernar a partes iguales por lo hermoso de esa ilustración de Brianda Fitz James Stuart. Imaginen ser una amazona o un jaguar o una rosa “envuelta en ti sellando el mundo”. Sólo si después leen lo que reza dentro de sus páginas:
Te llamé desde una colina cuando era una zarza
una mora cerrada con su color poco hechote estuve llamando porque mi deseo no era otro que ser un verde roto un profundo verde
el puro valle los ojos que se achinan cuando la luz se filtraera grande el campanario de aquella iglesia y colmados contigo mis domingos
tengo la mano abierta a la silueta que se te dibuja a la hora del azul
y juego con el pelo
mechones jugando a la espiral del dedo índiceme duele la garganta de llamarte la otra noche
desde una cima
desde la otra parte del mundo
desde siete montañasqué más dará qué más dará
tu estar enciende los juncos […]
¿Quién no lo haría?
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Autora: María Sotomayor. Título: La Furia. Editorial: Espasa. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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