Pocas cantaron al despecho con tanta verdad. Otras y otros aportaron voces más dotadas, pero nadie lo contaba como ella. María Jiménez revolucionó la canción española con su poderío, su voz rota, su sensualidad sin complejos y su valentía escénica y personal.
Alguien dijo que, en la música, reduciéndolo todo a su núcleo más elemental, hay dos tipos de cantantes: los que interpretan la canción y los que son la propia canción. Unos la cantan y otros la viven. Entre los segundos el riesgo es mayor y a ese grupo perteneció sin duda María Jiménez, quien se proyectó en sus propias canciones con una intensidad y una emoción que contagiaron a todo un país. Porque España amó a María Jiménez —primero durante la Transición—, a su melena salvaje, a su voz grave, a su mirada voluptuosa como un presagio de todos los cambios que el país experimentaba y, más tarde, a finales de los 90, abollada, dolorida, como un símbolo de lucha y supervivencia. Y todos nos solidarizamos con ella. Así lo explicaba: «Yo acumulo el dolor hasta que llega un día y canto».
«Con profunda tristeza y dolor en nuestros corazones, despedimos hoy a María Jiménez, mujer amada y respetada por su compromiso inquebrantable con su familia, amigos y admiradores. Un espíritu indomable, una personalidad arrolladora, una mujer fuerte y valiente que luchó contra todas las adversidades más allá de lo imaginable». Así compartía su dolor con toda España su hijo Alejandro Jiménez, a las pocas horas de su fallecimiento, el 7 de septiembre de 2023. La hermana de la cantante, Isabel Jiménez, explicó cómo María esperó a que llegara su hijo al centro médico en el que se encontrada ingresada para morir: «Falleció diez minutos después de que llegara su hijo al hospital. Esperó a Alejandro para morirse».
Su capilla ardiente se instaló en el Ayuntamiento de Sevilla, cosechando más de treinta mil visitas de personas anónimas que quisieron despedir a la artista que llevó su ciudad y su barrio de Triana por bandera durante toda su vida. Tal y como había manifestado siempre, se cumplió su deseo, y el féretro viajó en un coche fúnebre de caballos hasta la Real Parroquia de Santa Ana, donde fue bautizada y donde contrajo matrimonio religioso con Pepe Sancho. Su ataúd fue cubierto con el manto de cultos de Santa Ana, siendo conducido después al cementerio de San Fernando, donde descansa junto a sus padres y su hija.
La causa de su muerte fue, finalmente, un cáncer de pulmón, si bien ya había superado otros dos con anterioridad: el primero, de mama, diagnosticado en 2013, del que se recuperó totalmente en 2016. En 2017 se le detectó un cáncer de garganta y en 2019 comenzaron los problemas intestinales y gástricos. Todo apuntaba a un cáncer de colon que, finalmente, se tradujo en una obstrucción intestinal de la que fue operada de urgencia en Cádiz, y que casi le cuesta la vida, manteniéndola en la UCI más de tres meses. A pesar de su quebrantada salud, María Jiménez nunca perdió su eterno optimismo. «Como he vuelto a nacer, voy a cantar una canción que escribí hace muchos años. Tengo ganas de cachondeo». Y se arrancaba con «Resurrección de la alegría», un canto a la vida y toda una declaración de intenciones. Le flojeaban las piernas, pero no la cabeza ni la voz. «Parezco una niña con zapatos nuevos, estoy muy, pero que muy contenta de estar aquí», declaraba antes de su actuación en el Teatro Real en 2020, mientras se ponía de nuevo el mundo por montera.
Y es que nada en la vida de la cantante fue fácil, ni en lo personal ni en lo profesional. Así comenzó todo.
«Si me escuchas una copla, te limpio los suelos». Esta frase que la cantante repetía siendo tan solo una niña, define una vida mejor que cualquier biografía. Porque María Jiménez Gallego nació en el barrio sevillano de Triana, el 3 de febrero de 1950. Su padre, Gabriel Jiménez, de ascendencia gitana, era oriundo de Nerva (Huelva), y su madre, María Gallego, de El Pedroso (Sevilla). Era la mayor de tres hermanos; le seguía su hermano Gabriel y su hermana Isabel, la menor, a la que siempre estuvo muy unida. De familia más que humilde, a los quince años María huyó de aquella vida miserable y de una madre alcohólica para comenzar a trabajar como empleada doméstica en Barcelona, donde se subió por primera vez a un escenario en el tablao flamenco Villa Rosa. Dicen que preguntó por el propietario, a quien conquistó desde el minuto uno improvisando una actuación que la hizo fija en sus carteles. Cobraba 200 pesetas diarias, todo un lujo en 1965. La sevillana confesaba que con su primer sueldo se compró una nevera.
En Barcelona trabajó durante dos años y volvió a Sevilla para cantar en el tablao Los Gallos, y marchar después a Madrid, donde trabajó como cantante y bailaora en el tablao Las Brujas.
Fue en esa etapa cuando el popular periodista y gran aficionado al flamenco Emilio Romero, director del diario Pueblo, la bautizó como «La Pipa», título homónimo de su primer disco en 1975.
Y en la Andalucía de los señoritos mantuvo un idilio con un importante ganadero de una familia muy conocida, y fruto de aquella relación nació su hija María del Rocío Asunción Jiménez, el 9 de septiembre de 1968, cuando María contaba tan solo dieciocho años. La gran tragedia de su vida fue la muerte de su querida hija, en la madrugada del 7 al 8 de enero de 1985, con tan solo 16 años, en un accidente de tráfico en Madridejos (Toledo). María no podía creer la noticia. Ella pensaba que la niña estaba en un tren camino del colegio donde estudiaba. El propio Pepe Sancho había acercado a Rocío a la estación y, por eso, la incredulidad por lo ocurrido fue aún mayor. Lo que sucedió es que un grupo de compañeros la convencieron para que abandonara el tren y viajara en coche con ellos.
Aquel golpe sumió a la artista en una profunda depresión. Se alejó de las cámaras y se volcó en su otro hijo, Alejandro, al que llegaron incluso a dar clases en su propia casa porque no soportaba la idea de separarse de él. María salió de aquello porque había que seguir viviendo, por pura inercia, pero no ilesa: aquella herida jamás cerró.
El 1 de junio de 1980 María había contraído matrimonio con el actor valenciano Pepe Sancho, quien adoptó a María del Rocío y le dio sus apellidos. Tres años después, en febrero de 1983, nació Alejandro, fruto de aquel tormentoso matrimonio, que se separó un año después. Tras la muerte de Rocío, Pepe y María volvieron a casarse en Costa Rica, y años después se volvieron a separar un par de veces más hasta su ruptura definitiva. Más de dos décadas de idilios y desencuentros, en el que las continuas infidelidades por parte de él terminaron de la peor manera. En su libro de memorias Calla, canalla, María se explaya sin filtro, llegando a afirmar: «Mi marido no me quiso nunca. Me he sentido usada, muy utilizada».
Son muchos y muy duros los episodios de malos tratos físicos y psicológicos que María soportó, como consecuencia de aquella relación tóxica que mantuvieron durante 22 años, hasta que llegó la denuncia definitiva en 2004. El actor, que falleció en 2013, le hacía la vida imposible, versión que corroboraron siempre su hijo, Alejandro Sancho, la hermana de la cantante, Isabel Jiménez y sus más allegados. El calvario fue tal que su familia llegó a temer por su vida en más de una ocasión.
«El día de la boda casi me separo de él, por la que me formó en la venta de Antequera, donde se celebró el enlace y el banquete. Se puso celoso con alguien durante las celebraciones y yo estaba tan enfadada que le prohibí la entrada en mi casa de la calle Betis. Le dije: «Tú te vas esta noche donde quieras, pero yo de ti me separo por la mañana». Él comenzó a llorar y yo acabé sintiéndome culpable. Así fueron los 22 años que estuve con él», contaba la propia María en un programa de televisión.
Pepe Sancho siempre negó los malos tratos de los que se le acusaba, episodios que llegaron a escenas tan surrealistas que parecía imposible que pudieran sobrevivir al amor y a esa pasión enfermiza que ambos experimentaban. Pero María fue poco a poco reaccionando a base de palizas, bofetadas y puñetazos. En una entrevista llegó a desvelar un capítulo aterrador: «Un día llegó a casa y me rajó la cara. Me volví loca cuando me vi en el espejo. Yo fui al dormitorio donde tenía una pistola guardada, lo llamé a gritos y le apunté con el arma. Se tiró al suelo, muerto de miedo. Yo le dije: «No te voy a matar, porque no soy una asesina, pero bien que te lo mereces», y disparé para otro lado. A partir de ese día ya no me pegó más, el maltrato se convirtió en psicológico».
Finalmente, María quedó conforme con la sentencia, en la que se declaró a Pepe Sancho culpable de los delitos continuados de violencia de género y eso la tranquilizó. Por fin la cantante comenzaba a remontar.
Con el tiempo, Pepe Sancho comenzó una relación con la periodista y escritora Reyes Monforte, quien se mantuvo a su lado hasta su fallecimiento, en marzo de 2013, a consecuencia de un cáncer de pulmón, igual que María.
Cuando el productor Gonzalo García Pelayo la conoció en Sevilla, inmediatamente le propuso grabar un disco. Por entonces, María Jiménez tenía 25 años y ya llevaba una década formándose en tablaos.
Dos años después, en 1978, publicó su segundo álbum, en el que se incluía «Se acabó», probablemente su tema más popular, donde narra, con esa mezcla de rabia y firmeza en la que ella tan bien se movía, el final de una relación de malos tratos. Fue la época dorada de la rumba rock en España, con Los Chunguitos, Los Chicos, Las Grecas y María Jiménez como número uno sonando en emisoras y ferias.
María Jiménez siempre ofreció actuaciones huracanadas y entrevistas explosivas. Solo se desmoronó a mediados de los ochenta, tras la trágica muerte de su hija. Sin embargo, su resurrección en los dos mil fue espectacular. Primero fue El Lichis, líder del grupo La Cabra Mecánica, el que la impulsó compartiendo «La lista de la compra». Después, en 2002, vino el reencuentro con García Pelayo, quien le propuso grabar un disco con versiones de Joaquín Sabina, bajo el título Donde más duele. En otra de sus frases memorables, tras pedirle que glosase la figura de Sabina, dijo: «Cuando Sabina se emborracha, canta por María Jiménez». Sin duda, ella ofreció una versión muy poderosa de temas como «19 días y 500 noches» o «Calle Melancolía».
Con casi cincuenta años de carrera musical, María Jiménez ha dejado una veintena de álbumes, además de algunas películas y series de televisión como Hostal Royal Manzanares o Amar en tiempos revueltos. Igualmente, numerosos premios y galardones llevan su nombre, entre los que destacan la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes o la Medalla de la Ciudad de Sevilla.
María Jiménez forma parte de nuestra historia colectiva. Con su canción «Se acabó», poderoso grito contra el maltrato machista, marcó una era y se convirtió en un himno, hoy más presente que nunca, contra la violencia de género. Una de sus últimas apariciones públicas tuvo lugar en noviembre de 2022, en la presentación de la Fundación que lleva su nombre para luchar contra la violencia machista y favorecer la integración social del colectivo LGTBI. El director de la misma es su hijo Alejandro.
Su último capítulo lo firmó María Jiménez en 2020 y se titula La vida a mi manera y la canción estrella no podía ser otra que «A mi manera», una versión aflamencada del tema «My Way», que popularizó Frank Sinatra y que muy bien puede funcionar como testamento vital de la agitada vida de «La Pipa», a través de sus versos: «Estoy mirando atrás y puedo ver mi vida entera, / y sé que estoy en paz, pues la viví a mi manera».
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: