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María Dueñas y Las hijas del Capitán: diario de un viaje de prensa - Zenda
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María Dueñas y Las hijas del Capitán: diario de un viaje de prensa

En el lugar donde debió de funcionar aquella casa de comidas, hoy existe un pub irlandés que conserva los techos bajos y las paredes de los años treinta. Ha transcurrido más de un siglo desde que Emilio Arenas decidió bautizar su negocio con las pocas consonantes que quedaban en un letrero destartalado. Tenía una C,...

En el lugar donde debió de funcionar aquella casa de comidas, hoy existe un pub irlandés que conserva los techos bajos y las paredes de los años treinta. Ha transcurrido más de un siglo desde que Emilio Arenas decidió bautizar su negocio con las pocas consonantes que quedaban en un letrero destartalado. Tenía una C, una P, y una T. Con ellas se inventó un nombre: El Capitán. Así bautizó el sucio local de la calle 14, acaso porque aquel cuchitril era el único lugar en el mundo donde él podría convertirse en tal cosa. La vida de Emilio Arenas, como aquel negocio, se levantó sobre la ausencia de algo más.

"La novela llegó a las librerías justo una semana antes de la fecha clave del calendario editorial, Sant Jordi, y lo hace con una tirada de 500.000 ejemplares"

La historia del padre de las hermanas Arenas forma parte de la larga épica del desarraigo, la primera piedra sobre la que se levanta Las hijas del capitán (Planeta), la más reciente novela de María Dueñas y en cuyas páginas la escritora retrata a los españoles que migraron a Nueva York para buscar una vida mejor de la que tenían en aquella España rural y analfabeta de los años treinta. El bar que un grupo de periodistas busca esta mañana en la zona Sur de Manhattan igual podría haberse llamado El Capitán como La Bilbaína, Casa Victoria o El Chorrito, aquellos nombres de los muchos negocios regentados por españoles en el Lower East Side y con los que la escritora creó un trasunto. La historia de la familia Arenas es la de miles y de ella se vale María Dueñas para componer este libro.

La novela llegó a las librerías justo una semana antes de la fecha clave del calendario editorial, Sant Jordi, y lo hizo con una tirada de 500.000 ejemplares. Cada año, los grandes sellos programan en sus catálogos entre cinco y seis lanzamientos potentes para los que planifican un despliegue significativo de recursos humanos y económicos. Les va la vida en ello. De esos libros depende el total de su facturación. Por eso Planeta tira de una de sus autoras más solventes para presidir los lanzamientos primaverales del sello. Ésta es una novela «Dueñas», en toda regla. Bien empacada, con trasfondo histórico, épica femenina e historia de amor incluida.

Sí, Las hijas del capitán reúne los elementos necesarios para batirse en la carrera de los más vendidos, algo que Dueñas ya hizo en 2009 con El tiempo entre costuras, el debut literario de una doctora en filología que desde ese entonces se convirtió en una de las autoras más leídas en España y América Latina. Dueñas, que se defiende bien en ese registro de la ficción femenina e historicista, nunca ha renegado del efecto de mercado de sus libros. Cuando se le pregunta, deja pasar el asunto, como si de un cumplido impertinente se tratara. “No se trata de vender o no vender, ni de buscar una forma de narrar o escribir que pueda vender más o menos. Son historias con las que convivo dos o tres años, y procuro disfrutarlas”, asegura la escritora ante una taza de café americano que no tiene tiempo de llevarse a los labios.

Son las ocho de la mañana y la agenda de prensa está en marcha. María Dueñas no para de conceder entrevistas desde hace una semana y ha de redoblar los turnos estos tres días: un grupo de periodistas ha viajado desde Madrid y Barcelona hasta Nueva York para cubrir el lanzamiento de Las hijas del capitán. Quien escribe este diario se ha embarcado junto a una docena de reporteros, rumbo a Manhattan, en un viaje organizado por Planeta y del que este texto pretende ser, si no una bitácora, al menos sí un abocetamiento o por qué no, el backstage de un superventas. Y éste, sin duda, lo es. Qué mejor ocasión para contar el emplatado de un best seller.

Día Uno: sobre los viajes de prensa

Cada vez se convocan con mayor frecuencia, aunque hubo tiempos oscuros que los condenaron casi a la excepción. Tras los años de la crisis, el sector editorial ve despegar al fin sus cifras y puede volver a ejecutar este tipo de actividades propicias para la divulgación. En menos de seis meses se han realizado unos cuantos de este tipo: el de Arturo Pérez-Reverte a Tánger para el lanzamiento de Eva o el que organizaron los editores de Megan Maxwell para sacar a la autora del registro bloguero y acercarla a la prensa cultural. Cada periplo tiene su propósito y éste de María Dueñas a Nueva York, la ciudad elegida para lanzar y presentar Las hijas del capitán, guarda su propia dinámica.

"En el caso de Las hijas del capitán, todo ocurre en la calle 14 de Nueva York, entre la séptima y la octava avenida, así como en el Lower East Side, junto a los muelles del East River, entre los puentes de Brooklyn y Manhattan"

Este viaje de prensa comienza mucho antes de que el redactor que ahora barrunta estas líneas ocupe su asiento en un avión de American Airlines con destino al aeropuerto JFK. Al menos dos meses antes empezaron las llamadas de teléfono y los correos, además del envío de galeradas y material previo que permitiera a los periodistas convocados preparar el tema en profundidad. A fin de cuentas, ellos serán los primeros en entrevistar a la escritora española. El resultado final, la entrevista de prensa o la crónica radiofónica y televisiva que saldrán de éste, permanecerán embargadas —esa es la expresión que emplean los departamentos de comunicación— hasta el día del lanzamiento, que es cuando comienza la gira más intensa de medios de los escritores.

La víspera del 12 de abril, y con la diferencia de seis horas de anticipación que separa Nueva York de Madrid, los periodistas colocaban a toda prisa el punto final a sus reportajes sobre Las hijas del capitán, una novela que ocurre íntegramente en los Estados Unidos de los años treinta y en la que el escenario es, si no el todo, al menos sí una buena parte de las páginas que los lectores encontrarán en las librerías. Tres días de trabajo. Uno para ir, otro para volver y el que queda entre ambos para concentrar la parte más gruesa de las entrevistas y recorridos. La agenda es apretada y todos han de sacar hasta la última gota: desde las opiniones y confidencias del autor hasta la ambientación y los detalles de las locaciones principales de la historia, que sirven para contextualizar y ubicar la obra, también para inyectar vida a los reportajes sobre el libro.

En el caso de Las hijas del capitán, todo ocurre en la calle 14 de Nueva York, entre la séptima y la octava avenida, así como en el Lower East Side, junto a los muelles del East River, entre los puentes de Brooklyn y Manhattan. Según consta en las referencias documentales que María Dueñas muestra señalando fotografías antiguas en un iPad, gallegos, vascos y valencianos constituyeron en esa zona una comunidad de migrantes, gente vinculada al mar y el transporte marítimo: marineros, fogoneros, estibadores, cocineros… Aquel fue el territorio del desarraigo, ese lugar en el que se juntaron miles de españoles a comienzos de siglo pasado para componer una colonia que llegó a ser conocida como Little Spain.

"Dueñas viste un abrigo color naranja que la distingue entre la multitud de neoyorquinos que suben y bajan rumbo a cualquier sitio"

Tabernas, tintorerías, farmacias, casas de comidas, ferreterías, carnicerías y hasta librerías —la Benito Pérez Galdós, por ejemplo— se desplegaron en aquel lugar de la ciudad y aparecen ahora en la novela de María Dueñas como trasunto de los originales. Ese es el caso de la casa de comidas El Capitán, que inspira todo cuanto ocurre en estas páginas. Muy próximo a aquel local de la calle 14 con la séptima avenida, unos siete u ocho portales de por medio, se levanta una fachada ruinosa con una Juana de Arco en una hornacina, el lugar donde Dueñas imaginó la casa de las hermanas Arenas.

La autora cuentas estas cosas una mañana soleada de jueves mientras recorre el Lower East Side. Dueñas viste un abrigo color naranja que la distingue entre la multitud de neoyorquinos que suben y bajan rumbo a cualquier sitio. Alguno que otro transeúnte repara en el enjambre de micrófonos que rodean a esa mujer esbelta y altísima con gafas de sol. Algunos se acercan a curiosear. “Is she an actress?”, pregunta un viandante. “No, es una autora española que ha escrito una novela ambientada en la ciudad”, contesta un corresponsal espabilado de los que acompañan al grupo. Quien escucha no puede dejar de pensar que el desarraigo es también una ruta.

Día dos: Las hijas del capitán

Tres hermanas malagueñas llegan a Nueva York en los años treinta. No tienen nada, excepto un billete de barco que les ha enviado su padre, Emilio Arenas, un inmigrante que intenta sacar adelante una casa de comidas en la calle 14, al oeste de Manhattan. Las hermanas Arenas —Victoria, Mona y Luz— desembarcan con lo puesto. No tienen nada más. Nunca han salido de la corrala en la que vivían en Andalucía hasta ser desalojadas, por falta de dinero. No conocen el idioma, no entienden la ciudad ni desean vivir en ella. Quieren volver a su tierra y nada más. La inesperada muerte del padre —y las deudas que este les deja— las obligará a espabilar y las arrojará de lleno en la dura empresa de sobrevivir y abrirse paso en otro país del que lo ignoran todo.

"Las hijas del capitán, como las anteriores novelas de María Dueñas, apunta maneras de adaptación cinematográfica, esta vez en un enclave mucho más jugoso y atractivo: la Nueva York de los años treinta"

Ese es el punto de partida del que arranca Las hijas del capitán. Tres veinteañeras tendrán que sobreponerse de la tragedia inicial, la vida que ya era precaria para ellas en España, y a la que van añadiéndose otras: la ruina económica, la muerte del padre, las deudas. El predominio de las mujeres migrantes que retrata María Dueñas en las hermanas Arenas provino de la información que descubrió al escribir La templanza, una novela ambientada a finales del XIX que le planteó a la autora la necesidad de contar la historia de todas aquellas hermanas, hijas y esposas que también migraron a finales de ese siglo y comienzos del siguiente.

Las hijas del capitán, como las anteriores novelas de María Dueñas, apunta maneras de adaptación cinematográfica, esta vez en un enclave mucho más jugoso y atractivo: la Nueva York de los años treinta, esa ciudad que se despliega en los años de entreguerras, justo aquellos que siguen a la crisis económica del 28. “Se ha escrito poco de esos españoles emigrantes que se distribuyeron por todo Estados Unidos”, cuenta María Dueñas, de pie, en la cubierta de un barco rumbo a Brooklyn. Entre una pregunta y otra, Dueñas intenta acomodarse el cabello, revuelto por el viento potente que bate esta tarde sobre el Hudson, mientras señala con el índice los bloques que se divisan a lo lejos. La mayoría de los españoles que no vivían en el Greenwich Village y la Cherry Street de Manhattan, lo hicieron en la Atlantic Avenue de Brooklyn, un lugar que acogía entonces un gran número de tabaqueros y gente vinculada al mar.

El empeño de las hermanas Arenas por transformar la decadente casa de comidas familiar —El Capitán— en un night club hispano a la moda de los tiempos, servirá a María Dueñas para desplegar un atlas humano de la Nueva York de esa época: tabaqueros y boxeadores, estibadores miserables, brokers de apuestas clandestinas, frágiles herederos de tronos derrotados —Alfonso de Borbón aparece en la novela— pero también cazatalentos, jovencitas aspirantes a convertirse en estrellas mientras deben trabajar de mucamas, cocineras, fregonas. La menor de las hermanas Arenas, Luz, se abrirá paso como “exponente de la canción andaluza” pero también de la “rumba cubana”, acaso porque en la Nueva York de esos años la colonia Latina arrasa. Son los años de Rita Hayworth, hija de un emigrante sevillano que se instaló en la ciudad, o de Carlos Gardel, quien se convirtió en un ídolo de la colonia española. Mona, la segunda de las Arenas, se mueve como la luz más potente del libro, ese sentido de supervivencia de los desesperados, dispuesta a dejarse la espalda tirando del carro que le ha tocado.

El que describe María Dueñas es el territorio del trabajo ingrato y la permanente melancolía. A los cabarets, tabernas y bares desplegados en el sur de la ciudad, como Casa Victoria, La Avilesina o La Ideal, acudían muchos españoles emigrantes a ver, por ejemplo, a La Torerita, bailarina folclórica, o a los imitadores de Gardel, que en la novela de Dueñas aparece representado en Fidel Hernández, un joven admirador del argentino, un hijo del dueño de una funeraria donde se velaron los restos del cantante durante ocho días, luego de que estos fueran repatriados desde Colombia. Muchas de estas historias, inspiradas en hechos reales, arropan un tiempo y una época.

"Sopla el viento en el Battery Park, un lugar en el que casi un siglo antes los carniceros españoles vendían la morcilla por 35 céntimos y la vida prometía ser algo mejor"

Esa Nueva York sirve a dueñas para desplegar el mosaico de los cerca de cuatro millones de españoles, en su mayoría obreros o campesinos, que abandonaron España para huir de la miseria, la falta de oportunidades, el servicio militar obligatorio, la crisis del campo o la escasa modernización de un país que no les ofrecía demasiadas oportunidades. Muchos se fueron a Argentina, Cuba, Uruguay, Brasil. Pero otra buena parte se marchó a Estados Unidos: andaluces que faenaron en las plantaciones de caña de azúcar de Hawaii y en las envasadoras de frutas californianas; asturianos y gallegos que liaron tabaco en las fábricas de Tampa; mineros asturianos que descendieron a los pozos en West Virginia; cántabros que picaron piedra en las canteras de granito de Nueva Inglaterra como obreros en las fábricas de metalurgia del cinturón industrial del MidWest. Y, por supuesto, los estibadores que llegaron al puerto de Nueva York a trabajar en la Transatlántica, naviera que presidía el ‘pier six’ —muelle número seis—, aquella compañía del marqués de Comillas que dominó los mares y la política tras su fundación, en 1850. Sopla el viento en el Battery Park, un lugar en el que casi un siglo antes los carniceros españoles vendían la morcilla por 35 céntimos y la vida prometía ser algo mejor.

Día Tres: Hasta los futbolistas atracan en La Nacional

A lo largo del proceso de escritura de Las hijas del capitán un personaje fue importante para María Dueñas. Se trata del profesor de la New York University James Fernández, investigador especializado en la inmigración española a los Estados Unidos, así como de las relaciones culturales y literarias entre España, América Latina y los Estados Unidos y las representaciones de la literatura española en Nueva York. Durante un encuentro informal en su ático repleto de libros y ante una mariscada y un arroz que el propio James y su familia han cocinado a partir de las recetas originales de las tabernas de aquellos años, Fernández congrega a un grupo de periodistas, investigadores y estudiantes.

En ese lugar con vistas al skyline de la ciudad, James Fernández habla con sus invitados sobre la novela de María Dueñas. A la pregunta sobre cuál ha sido la faceta que más le ha llamado la atención de la obra de la española, el profesor contesta, sin dudarlo: la elección del tiempo donde transcurre. La víspera de la Guerra Civil Española y, por supuesto, de la Segunda Guerra Mundial, un tiempo áspero jalonado por las consecuencias de la Gran Depresión Americana, el ascenso de los fascismos europeos y el ocaso de la República Española.

Para un lector avispado, llama la atención que María Dueñas no haya sacado más partido a la circunstancia ideológica y política, al menos en lo que a la Guerra Civil Española se refiere. La épica del desarraigo, volcada en las hermanas Arenas, encuentra una mirada más bien lateral sobre ese episodio. “Los españoles que migraron a Estados Unidos eran en su mayoría obreros y fogoneros, tenían una conciencia muy clara de clase y al estallar la guerra se volcaron en el apoyo a la república. Hubo una marcha de quinientas mujeres a Washington para apoyar la República. Quinientas —repite María Dueñas—, mujeres sencillas, que no conocían el idioma. Fue una épica dura, porque los españoles que vinieron a Nueva York pensaron que podrían volver, pero el estallido de la guerra civil no se lo permitió”. El asunto, claro, es tema para otra novela, dice la autora, cual sugerencia para aquellos que deseen recoger el guante que ha dejado caer.

En aquellos años secos, desprovistos de cualquier indulgencia, una institución cobró especial peso: La Nacional, una sociedad de beneficencia fundada en 1860 con el propósito de promover un clima de fraternidad y que permanece en su sede original, en un pequeño edificio en el cruce entre Greenwich Village, Chelsea y el Meatpacking District. Esta organización aparece retratada en la novela de María Dueñas casi como un pilar. Más de un siglo después, La Nacional abre sus puertas a quienes la necesiten, acaso más de forma anímica que material. Lo que no se puede negar es que conserva su magnetismo para atraer a quienes viven otras versiones de la intemperie.

"En la presentación, un personaje llama la atención, aunque procura no hacerlo. David Villa, el siete de la selección española que juega ahora como delantero del New York City Football Club"

Cuando Agustín Alcalá —el corresponsal de Onda Cero en Nueva York que nos acompaña una parte del recorrido— llegó a la ciudad, en 1985, sólo se podía ver la liga de fútbol española en dos lugares: en el Centro Gallego de Queens y en la sede de La Nacional. Y así fue durante años, por lo menos hasta comienzos del siglo XXI, según cuenta el autor de las madrugadoras Crónicas agustinas de Carlos Alsina. La anécdota, que cualquiera podría despacharse con el manotazo del fútbol como una frivolidad, entraña algo más complejo: la baldosa de las cercanías, ese pequeño espacio que acoge mucho más de lo que representa. Casi cien años antes, cuando el balón en el área no era un negocio y no existían ni las retransmisiones ni los derechos televisivos, La Nacional ya organizaba romerías dominicales en Brooklyn. En ellas se jugaba al fútbol, esa otra forma de ciudadanía que, en ocasiones, se convierte para los españoles en un vocativo casi tan potente como el We, the people.

A las siete de la tarde del jueves 12 de abril, el día del lanzamiento de Las hijas del capitán y de su presentación en la sede de La Nacional, acuden algunos de los inmigrantes que llegaron a Nueva York, hombres y mujeres que compartieron sus recuerdos con María Dueñas y que decían sentir en Las hijas del capitán un espejo de lo que fueron sus vidas o la de sus padres. Junto a ellos, sus hijos y nietos, la mayoría de ellos nacidos en Estados Unidos, y que hablan español con acento americano. Eso no los desdibuja, al contrario. Ellos experimentan como suya la épica de generaciones anteriores. En la presentación, un personaje llama la atención, aunque procura no hacerlo. David Villa, el siete de la selección española, campeón del mundo y máximo goleador de la Eurocopa, juega ahora como delantero del New York City Football Club. Y ahí está, de pie y sin balón. El tiempo ha pasado. Las formas de viajar y moverse son distintas, también los goles y el valor de cada delantero en una marquesina de Nike. Permanecen, eso sí, los lugares propios. Sean o no de ficción. Al final, ya sabe usted, lector: todo viaje es una historia de ausencias.

Fotos: ©Carlos Luján

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Karina Sainz Borgo

Periodista y escritora. Siente debilidad por los paquidermos, Fante y Flaubert y cree, firmemente, en la resurrección futbolística de Guti. Trabaja en ABC. @karinasainz · mypublicinbox.com/karinasainz Ha publicado las novelas 'La hija de la española' (Lumen) y 'El tercer país' (Lumen), así como 'Crónicas barbitúricas' (Círculo de Tiza) y más recientemente 'El doctor Schubert' (Lumen). Su obra ha sido traducida en más de 30 idiomas.

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