Conan ha corrido una suerte dispar en su vida posterior tras la desaparición de su primer invocador, Robert E. Howard. Tuvo una existencia con más luces que sombras dentro del cómic, una espléndida recreación en el cine, y una desigual andadura en la narrativa de lo que se llamó —creo que fue Fritz Leiber el primero que lo hizo— “espada y brujería”. Donde más se resintió su recorrido, sin embargo, fue en el mismo medio que le abrió un portal inesperado, en el lugar más inesperado imaginable (Cross Plains, Texas), para regresar al mundo. Plagiarios, continuadores y profesionales del pastiche retomaron el personaje y le infundieron una vida en ocasiones muy distinta de la que Howard había canalizado inicialmente para él. Relatos originales —y a veces hasta apuntes— en los que Conan no tenía la menor presencia, o que Howard había dejado medio escritos tras su muerte con otro personaje como protagonista, eran vampirizados por escritores a veces de medio pelo (de Rusia y Polonia salieron muchos) para completar una nueva historia en la que la presencia del bárbaro resultaba tan espectral como la de aquellos magos y hechiceros a los que en su vida real había tenido que enfrentarse. Hasta los propios relatos de Howard fueron en más de un caso retocados o alterados para sus reediciones posteriores, con el fin de que encajaran en una línea temporal que muy probablemente ni el mismo Howard hubiera dado por buena. La acumulación de material absolutamente prescindible sobre una obra mucho más que valiosa —que asciende a veintiuna narraciones, entre novelas y relatos cortos, cuatro cuentos inacabados, un poema, un ensayo sobre la era Hiboria y el fragmento de un relato ambientado en el mundo de Conan, en el que éste sólo aparece como mención—, ha tenido serias consecuencias en la apreciación de la obra de Howard: por un lado, sus lectores nunca hemos podido estar completamente seguros de si lo que leíamos, incluso en las ediciones inglesas, era un original de Howard o una reconstrucción basada en la mera política lucrativa de sus editores; por otro lado, a Howard, como bien explica el especialista Patrice Louinet en la introducción al primer volumen de la edición publicada por Minotauro, se le ha hecho responsable de muchos defectos de narración y de estilo que sólo cabe atribuir a sus vampiros y sus profanadores.
Tengo aquí varias de las colecciones de la narrativa de Conan y, salvo por lo que concierne a la nostalgia, sería muy difícil aprobar cualquiera de ellas (salvo una) antes que la nueva edición publicada por Minotauro, siguiendo la preparada por Louinet para Wandering Star Books hace exactamente veinte años. La primera edición en España fue la que Bruguera lanzó en 1973 con portadas de Frank Frazetta: junto con su antigüedad, lo único, realmente, por lo que son coleccionables. Los relatos de Howard se entremezclaban con los de sus continuistas por entonces oficiales (Lin Carter y L. Sprague de Camp, básicamente, que siguieron escribiendo las aventuras de Conan para la edición de Lancer/Ace), y aunque para muchos lectores aquellos libritos supusieron el primer acercamiento a un universo que en España no llevaba más de un año campando por los cómics (Vértice lo había empezado a publicar con su habitual crudeza —por no decir brutalismo— en 1972), no queda más remedio que decir que el Conan que leyeron por entonces había pasado ya por toda la ceremonia de chapa y pintura que, sin escudarme en la autoridad de Louinet, que en ese sentido es más comprensivo que yo, voy a calificar de irresponsable. La editorial Forum, que había adquirido los derechos de Conan, publicó diez años más tarde que Bruguera la misma colección, aunque probablemente es la más recordada por su pequeño tamaño, las cubiertas negras y las ilustraciones de Buscema. Yo la sigo encontrando encantadora, quizá más por el hecho de haberse amarilleado como cualquier material pulp de la época de Howard y porque me remite a mis propias lecturas de los cómics de Marvel. Pero seguimos viéndonos ante los mismos problemas de la edición de Bruguera, que reproduce fielmente. Doce años después, el material de Bruguera fue recogido por la editorial Martínez Roca dentro de su colección Fantasy, aunque el número de novelas de Conan aumentó con doce historias añadidas pertenecientes a la serie Tor original, que en 1982 recuperó el personaje de Howard con la publicación de Conan el invencible, de Robert Jordan. Aunque en 1995 ya se habían publicado treinta y ocho novelas dentro de la serie Tor, la colección Fantasy sólo llegó a publicar doce de ellas, y aun así Martínez Roca sigue siendo la editorial que con mayor amplitud ha editado en español la saga extendida de Conan, perfecta para enamorados de la vigorexia pero por completo prescindible para quienes preferimos la melancolía y la poesía de la prosa de Howard, que no ha sido nunca —y nunca lo será— rozada por nadie. Posteriormente se publicó la edición de Timun Mas (2004-2006), que seguía la edición establecida por Louinet. La tirada fue muy escasa y el tercer volumen resultó prácticamente inencontrable al poco de aparecer en librerías. Es verdad que Timun Mas abordó en 2005 una reedición en tapa blanda de su edición de lujo, pero las fabulosas ilustraciones de Mark Schultz, Gary Gianni y Gregory Manchess se vieron muy empobrecidas por su (inevitable, por otro lado) reproducción en blanco y negro, cuando no fueron eliminadas por completo de la edición.
No puede decirse que la que ahora recupera Minotauro, con la traducción original de Manuel Mata Álvarez-Santullano, sea la edición original de Timun Mas, porque la caja y las cubiertas han salido ganando (no del todo las ilustraciones interiores, pues el papel oscurece ligeramente las láminas de la versión Timun), y, por otro lado, Manuel Mata —buen apellido para un traductor de Conan— ha revisado su trabajo (o alguien lo ha hecho por él). Aquí es donde podemos felicitar a Minotauro por la nueva edición pero también, algo inevitable en las revisiones pensadas como interpretación o embellecimiento del original, encontrarnos con algunos reparos. Tomaremos como ejemplo un pasaje de la página 166 y lo cotejaremos con el mismo pasaje de la página 158 de la edición de Timun Mas, ambos pertenecientes al relato “La reina de la costa negra”, que aparece en el primer volumen:
[Conan] comprendió que para aquellos hombres Bêlit era más que una mujer: era una diosa cuya voluntad no se atrevían a cuestionar. Miró de reojo al Argus, mecido por el oleaje en medio de un mar teñido de carmesí, escorado, con las cubiertas inundadas y sujeto por los rezones (…)
—Iré contigo —respondió [Conan] con voz ronca mientras sacudía la espada para quitarle la sangre.
—¡Eh, N’Yaga! —exclamó ella con una voz aguda como el tañido de la cuerda de un arco—. ¡Trae hierbas y venda las heridas de tu señor! Los demás, subid a bordo e izad las velas para marcharnos.
(166, Minotauro)
El bárbaro se dio cuenta de que para aquellos hombres, Bêlit era algo más que una mujer. Era una diosa cuya voluntad era incuestionable. Conan lanzó una mirada al Argus, que se balanceaba sobre un mar teñido de rojo, con las cubiertas ensangrentadas, y retenido por los rezones de abordaje (…)
—¡Iré contigo! —dijo él roncamente, sacudiendo las gotas de sangre de su espada.
—¡Eh, N’Yaga! —dijo entonces la muchacha con voz vibrante como la cuerda de un arco-. ¡Trae hierbas curativas y atiende las heridas de tu amo! Los demás, traed el botín a bordo y alejémonos de aquí.
(158, Timun Mas)
Ahora veamos una traducción fiel del original de Howard, en la edición de 1934 del mismo relato publicada en la revista Weird Tales, que es la que reproduce la edición de Wandering Star Books:
[Conan] se dio cuenta de que para esos hombres Bêlit era más que una mujer: era una diosa cuya voluntad no se cuestionaba. Miró al Argus, que se balanceaba en un mar empapado en carmesí, escorándose a fondo, con las cubiertas inundadas, sujeto por los rezones (…)
—Navegaré contigo —gruñó, sacudiendo las gotas rojas de su hierro.
—¡Eh, N’Yaga! —la voz de Bêlit vibraba como la cuerda de un arco—. ¡Trae hierbas y venda las heridas de tu señor! Los demás, subid el botín y soltad amarras.
Tanto en la edición de Timun como en la nueva de Minotauro el traductor se toma algunas licencias, ya sea para incorporar elementos que no se encuentran en la edición original o para eliminarlos. Ni una cosa ni la otra afecta demasiado al sentido, aunque es verdad que hay un embellecimiento innecesario —la voz de Bêlit, por ejemplo— que por una parte ralentiza la acción y por otro reinterpreta el estilo de Howard. En su poesía —la misma “Cimmeria”, para no salirnos del mundo hiborio—, Howard puede ser preciosista cuando quiere; pero en su narrativa muchos de los ornamentos estilísticos sólo se dejan ver en los pasajes descriptivos y casi nunca en las escenas que piden una acción rápida, donde se desentendía de ellos deliberadamente.
Teniendo en cuenta que pocas traducciones se salvan de esta clase de excesos y defectos, el trabajo de Manuel Mata en el Conan de Minotauro se puede considerar una reproducción lo bastante fiel —más afinada en general que la de Timun Mas, aunque aquí y allá con errores que hubieran requerido de una revisión más profunda: en el mismo (y mítico) preámbulo al relato inicial, “El fénix en la espada”— de la fuerza, el vigor y la crudeza de Howard, y mucho más de lo que llegaron a serlo nunca las viejas ediciones de Forum y Bruguera. Eso en lo que respecta al estilo y a la fidelidad en la traducción, que son dos de los puntales sobre los que se asienta cualquier edición que quiera aspirar a única, y mucho más que a antológica en su acepción no sólo de mera colectánea. En cuanto a los contenidos, que constituyen el tercer puntal, uno sólo puede agradecer el esfuerzo acometido por Louinet al fijar los relatos y novelas tal y como Howard los publicó en vida y como, hasta la llegada de sus sucesores, habían quedado tras su muerte. Louinet además establece un nuevo canon —correcto desde el punto de vista bibliográfico, un atentado para los adoradores del continuismo— basado en las fechas de publicación de cada relato y no en los términos de una pseudobiografía aproximada como había sucedido hasta ahora. De este modo, el primer volumen se ocupa de las trece narraciones publicadas entre 1932 y 1933, desde “El fénix en la espada” (que aquí se publica también en su primera versión) hasta “El diablo de hierro”, a lo que añade una miscelánea con las sinopsis escritas por Howard para algunos de sus cuentos y varios borradores y mapas, además del poema “Cimmeria” —con sus ecos de Machen y de Dunsany— y su indispensable ensayo “La era Hiboria”. Louinet se encarga de profundizar en Hiboria y la cronología de Conan en los apéndices finales, que tienen su continuación en el segundo volumen, dedicado a tres de las novelas que Howard escribió sobre su personaje: El pueblo del círculo negro, La hora del dragón y Nacerá una bruja. El tercer volumen cierra el estudio de Louinet y añade un par de documentos indispensables —la célebre carta a P. Schuyller Miller donde Howard desarrolla, como haciendo memoria de un pasado remoto, la historia de Conan, y el no menos célebre mapa de Miller-Clarck, que motivó esa carta, y que traza el continente hiborio con sus ciudades más conocidas sobre un planisferio de Europa—, para completar la colección con los últimos relatos (algunos de ellos, como Más allá del río Negro o El negro desconocido prácticamente novelas cortas) y una amplia miscelánea de notas y borradores. No se podía culminar mejor esta edición absolutamente indispensable que con la obra maestra de Howard en cualquiera de los géneros a los que se entregó en una vida de autor lamentablemente corta: Clavos rojos, la mejor novelita existente sobre unas civilizaciones en decadencia. E insisto en lo de “indispensable”. Otras editoriales se han aventurado recientemente a publicar las obras de Howard sin el sensato criterio de Louinet y, si a eso añadimos unas traducciones deplorables, el resultado no es que merezca solamente el poco aprecio de los lectores: yo añadiría que para hacer justicia a la tinta derramada y a los árboles perdidos en el proceso, la espada de Conan debería caer sobre el cuello de sus insignes editores y de sus no menos maravillosos traductores.
Louinet dice algo inimpugnable en su introducción final a la obra completa de Howard en Hiboria: “Este volumen completa la colección dedicada a los relatos de Conan de Cimmeria escritos por Robert E. Howard. Cada relato, cada fragmento, sinopsis y nota referente al cimmerio que Robert E. Howard puso por escrito (e incluso algunos de sus esbozos) —y sólo si los escribió el propio Howard— puede encontrarse ahora en las páginas de los tres volúmenes de esta colección. Por increíble que pueda parecer, la colección es una primicia mundial”. A esa sensación de estar ante algo verdaderamente único contribuye también el trabajo encargado a tres ilustradores muy diferentes: Mark Schultz, Gary Gianni y Gregory Manchess, que, cada cual a su manera, han reinventado el mundo de Conan, lo que por una parte supone todo un mérito pero por otro exige un reordenamiento de lo que nosotros, y no sólo como lectores, conocíamos como los escenarios y personajes arquetípicos de ese mundo. Nada en ello de lo que alarmarse: Schultz, Gianni (quizá los más clásicos, y, dentro de ese clasicismo, los más imaginativos: una mezcla de Las Mil y Una Noches y Fuseli) y Manchess (posiblemente el más feroz, y con la salvedad de algunos detalles de Gianni —II, 325—, el que mejor gusto ha mostrado para las mujeres) consiguen con talento y buen hacer que hasta quienes estamos demasiado hechos al Conan de Buscema, de Byrne o de Frazetta, aprobemos el aspecto de un bárbaro, en muchos sentidos, de tan diferente inspiración. Es el bárbaro jovial que arrebata la espada a un esqueleto, el bárbaro piadoso que protege a una niña, el bárbaro sentimental que llora la muerte de una amante y, por supuesto, el bárbaro teñido de arriba abajo por la sangre de sus enemigos. Yo siempre lo recordaré con el trazo vigoroso de Buscema (y no lo olvidemos: la mano maestra de su entintador Ernie Chan), otros lo harán con el de Byrne o con las facciones de un antiguo gobernador de California, pero todos sus rostros se diluyen y confunden cuando nos vemos una vez más ante aquellas épicas palabras que, por más que nos vean morir a nosotros, nunca envejecerán:
Sabe, oh príncipe, que entre los años en que los océanos engulleron Atlantis y las ciudades resplandecientes, y los años que vieron el auge de los Hijos de Aryas, hubo una era jamás soñada, en la que unos reinos brillantes se extendían por el mundo como mantos azules bajo las estrellas: Nemedia, Ophir, Brythunia, Hiperbórea, Zamora con sus mujeres de cabellos oscuros y sus torres de misterios sembrados de arañas, Zíngara con su caballería, Koth, que limitaba con las tierras bucólicas de Shem, Estigia con sus tumbas custodiadas por sombras, Hyrkania, cuyos jinetes vestían de seda y acero y oro. Pero el reino más orgulloso del mundo era Aquilonia, que reinaba, suprema, en el soñador occidente. De ahí llegó Conan, el cimmerio, de cabello negro, ojos sombríos, espada en mano, ladrón, saqueador, asesino, de gigantescas melancolías y gigantescas alegrías, para pisar con sus sandalias los enjoyados tronos de la tierra.
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Autor: Robert E. Howard. Título: Conan de Cimmeria. Volumen I, 1931-1933. Traductor: Manuel Mata Álvarez-Santullano. Editorial: Minotauro. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Autor: Robert E. Howard. Título: Conan de Cimmeria. Volumen II, 1934. Traductor: Manuel Mata Álvarez-Santullano. Editorial: Minotauro. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Autor: Robert E. Howard. Título: Conan de Cimmeria. Volumen III, 1935-1936. Traductor: Manuel Mata Álvarez-Santullano. Editorial: Minotauro. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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