Una cita extraída de Clea, la novela de 1960 con la que se cierra el glamuroso Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, podría ser el mejor resumen de esta obra con la que Antonio Lucas, conocido periodista y excelente poeta, se aventura —nunca mejor dicho cuando hablamos de la mar—, por vez primera, en el proceloso mundo de la narrativa: “¿Por qué será que el artista procura siempre saturar el mundo con su propia angustia?”.
Estamos ante una especie de balada triste en la que no falta el consuelo de los libros (las alusiones a London, Pla y Aldecoa no son baladíes) y el alivio del discurso, templado y senequista, de cada uno de estos marineros que, en ocasiones, parecen fantasmas que se difuminan en la niebla, a los que describe con brevedad, en apenas un par de pinceladas, pero con una soberbia y rigurosa precisión. A bordo de este viaje a ninguna parte, aunque el patrón del Carrumeiro haya puesto rumbo al temido Gran Sol que “no dispensa bondades, ni acepta dudas, ni aplaude heroísmos”, figuran hombres como Xouba, Manuel Mariño Vilas (¿un homenaje al novelista aragonés?), Toxo, Graxa, los valientes, callados, temerosos y desconfiados hombres africanos y, sobre todo, Bieito, que ejerce de filósofo en el conjunto de la tripulación. Bieito, con su “voz de resina dura”, se encarga de abrirle los ojos al “chaval”, a Mauro, que, como Antonio Lucas, también es periodista y quiere vivir en primera persona, como testigo excepcional, el día a día de este oficio. Y le dice: “Lo jodido de trabajar en el mar es volver a la tierra y que no haya nadie”; al tiempo que le advierte que “el agua es un lugar de paso: antes o después sales o te hundes”.
En realidad, de lo que aquí se trata es del viaje de Mauro a bordo de sí mismo. Una manera de estar solo, como reza el famoso verso de Pessoa. Un modo de tomar distancia con todo lo que le aguarda a su regreso, que intenta retrasar lo máximo posible: un matrimonio fracasado, una separación en ciernes y el recuerdo, cada vez más lejano, de Laura, que en Madrid empaqueta sus cosas para poner fin a una historia y emprender una nueva vida. Mauro empieza a comprender que el mar es indiferente al dolor. Obra a su ritmo, sin imposiciones, sin reglas. Esto da pie a que Antonio Lucas elucubre, con lucidez, sobre los efectos terapéuticos del mar, que sabe poner distancia. Las historias del mar resultan enigmáticas. Y desde el mar los asuntos de tierra parecen insignificantes.
Pese a la brevedad de la novela —de poco más de doscientas páginas—, el autor de la misma pone sobre el tapete asuntos que competen a la condición humana, haciendo hincapié en los hombres del mar, en la mierda de vida que llevan, a pesar del aura de heroísmo y mitificación que pende sobre ellos: “La vida de los hombres de la mar es una incógnita interminable, un espacio ajeno a las normas por las que yo me muevo o me detengo”. Una cosa es el mar real y otra el que figura en los libros. Los libros, los libros… «Para entender hay que estar ahí, sentir cómo machaca el mar», le advierte uno de estos avezados marineros gallegos, harto de navegar por el mundo. Y le confiesa: “Más de uno que estuvo aquí emborrachándose y riendo se ha lanzado después por la proa loco perdido, y te hablo de gente con dos cojones, no te vayas a creer”. Pero, al mismo tiempo, el mar es “el único paraje en la Tierra donde un hombre puede dejar volar su alma aprisionada”.
Antonio Lucas ha escrito un relato valiente, inusual, repleto de enigmas y de acertijos, en el que, entre líneas, fluye una reveladora alegoría. Unas páginas que encierran el misterio del hombre mismo perdido en su laberinto: “Lo que nadie sabe de ti es lo que acaba por salvarte”.
Hace algunos años, en 1970, en su libro Estructuras de la novela actual, el profesor Baquero Goyanes, uno de los pioneros en todo el mundo de la teoría de la novela, analizó el viaje como tema esencial en la literatura, llegando a la conclusión de que los personajes, según van haciendo su camino, entran en contacto con nuevas gentes, con nuevas posibilidades novelescas, con seres que suponen otras tantas historias por contar, como se aprecia en la novela de Lucas. El viaje se convierte así en un resorte, en el eje estructural de un relato. Por su parte, el hoy casi olvidado Michel Butor, el brillante autor de La modificación, cuyo principal personaje se desplaza en tren de París a Roma, también lo dejó escrito a su manera: “Toda ficción se inscribe como un viaje”.
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Autor: Antonio Lucas. Título: Buena mar. Editorial: Alfaguara. Venta: Todostuslibros y Amazon
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